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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (41 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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¿Qué pueden hacer los hombres del “Graf Spee” en la Alemania del hambre y de las ruinas? Sólo piensan en sus familias argentinas. No bien llegados allá comienzan a pensar como huir y regresar al Río de la Plata. Es decir, justo lo contrario de 1940. Y en eso reciben la solidaridad de muchos que juegan sus vidas y sus cargos por traerlos. Es así como poco a poco y por todos los medios, los hombres del Spee regresan a esta hospitalaria tierra. Hasta que pasan dos años. Cambia la política. Perón y Estados Unidos coquetean, ya olvidados de sus antiguas desavenencias. Y producto de ello es la resolución del Departamento de Estado del 4 de febrero de 1948. Al día siguiente, la Cancillería argentina dará el siguiente comunicado: “La embajada de los Estados Unidos de Norteamérica ha comunicado a esta Cancillería que por decisión del Departamento de Estado de la Unión, las autoridades estadounidenses en la zona de ocupación norteamericana en Alemania, permitirán salir a los ex marinos del “Graf Spee” que durante su internación en la Argentina contrajeron enlace con mujeres de nuestro país”.

Volvamos a hoy. Hemos relatado esta historia sin querer defender ideas, hombres ni actuaciones. Sólo quisimos hablar de un episodio que singularmente fue protagonizado por lo que nos gusta llamar “la hermosa gente”. Figuras como Hans Langsdorff, como Sir Eugen Millington-Drake, como Bobby Harwood, sólo se pueden encontrar en las epopeyas. Son figuras definidas, son las que hacen la historia del género humano sin proponérselo. Son los que en las tragedias dan orgullosamente el rasgo de la calidad del hombre. A nosotros nos gusta esa gente. No nos gusta tomar partido por Adolf Hitler, por Winston Churchill, por José Stalin.

Pero en cambio sí nos gusta describir las hazañas de un Hans Langsdorff, para nosotros, los rioplatenses, el último corsario. Sí: nos gusta describir la simpática sonrisa de Sir Eugen, nada más que un gentleman; y la impasibilidad de un Bobby Harwood, quien sólo se alteró cuando un cañonazo alemán le destruyó los palos de golf en la cabina. Pero hay alguien más. Se llama Federico Guillermo Rasenack. Fue el Ulrico Schmidel del raid del “Graf Spee”. No sólo escribió el diario de todas sus hazañas y de la tragedia, no sólo huyó para servir a su Patria viviendo una odisea inolvidable sino que volvió a la Argentina y constituyó el Círculo de Camaradas del Graf Spee. Con su paciencia y su genio ha ayudado a Si Eugen en su libro incomparable. Y todos los meses preside la reunión de los ex combatientes del acorazado de Langsdorff, en un local de Belgrano. Y lo excepcional del motivo de la reunión no es el resentimiento sino el recuerdo. Mes a mes se reúnen los antiguos combatientes y sus familias.

A ese Círculo se debe que la viuda del capitán Langsdorff y su hija visitaran la Argentina en 1954, y pudieran estar junto a la tumba de su esposo y padre. En esa ocasión, la señora Ruth Langsdorff, esposa del marino —hoy ya fallecida— señaló que quería que su esposo descansara para siempre en tierra de Buenos Aires, junto a sus compañeros muertos en el Río de la Plata.

¿Por qué los destinos trágicos están llenos de casualidades? Hans Langsdorff fue padre de tres hijos —dos varones y una hija— al igual que aquel legendario vicealmirante Von Sppe. En 1937, Langsdorff pierde el primer hijo, un estudiante. Y en 1945, justo el día de su muerte, el 20 de diciembre, su bienamado hijo mayor Hans Joachim, de 20 años de edad, muere en una acción de submarinos individuales contra las esclusas de Amberes. Se repetía un destino. Como final de toda esta historia heroica pero amarga digamos la única frase que siempre nos sirve de consuelo: a todos estos hombres les tocó vivir un destino que no buscaron, pero que supieron vivir íntegramente.

Pero por otra parte, ¡qué lástima de hombres! Toda esa fuerza, toda esa nobleza dada en aras de la destrucción, del odio, del dolor. ¡Qué hermoso que todos ellos hubieran dado sus vidas por el bien de la humanidad, en epopeyas de descubrimientos de nuevos mundos, de adelantos científicos, o en ayudar al hombre que sufre en otros continentes! ¡Qué bien hubieran cumplido en esforzarse para evitar catástrofes, en volver verdes los desiertos, en salvar a los niños que mueren de hambre! ¡Si ese hierro retorcido a cañonazos se hubiera empleado en escuelas, en hospitales, en lugares de recreo para hacer un hombre nuevo, sano, bueno. La humanidad necesita tantos héroes que es una lástima, una tragedia, que hayan empleado sus mejores energías, hayan empeñado sus vidas en una lucha negativa, sin sentido!

Por eso, ante la tumba de Hans Langsdorff hemos pensado muchas veces ¡qué héroe! ¡qué lástima de héroe!

[1]
Ver, “Los Vengadores de la Patagonia Trágica”, por Osvaldo Bayer.

[2]
El placer de estos tres muchachos irresponsables es parar en la calle a todo militar de graduación que encuentren. Lo amenazan con arma de fuego, le toman la gorra que se la arrojan al medio de la calle, luego le hacen quitar las botas que también van a parar al medio de la calzada y por último le hacen sacar los breeches ante el atónito público que sólo osa disparar. Una vez en esas lamentables condiciones hacen correr al militar tirándole varios chumbos entre las piernas.

[3]
Con justa razón escribía Diego Abad de Santillán que desde 1890 la Argentina ocupaba el primer puesto en el mundo por el número de sus publicaciones anarquistas.

[4]
Se refiere a Hipólito Yrigoyen.

[5]
Se refiere al partido radical.

[6]
Ver el versado trabajo de Alicia Maguid publicado en la revista “Mundo Nuevo”, Nº 44.

[7]
Colaboración desinteresada del señor Jorge H. Suárez, con quien me gustaría polemizar en ciertos aspectos pero que no puedo hacerlo porque ignoro su dirección.

[8]
El alférez Beascochea finalizará su alegato de tres horas señalando: “Excelentísimos señores del Consejo: he llegado al término de mi tarea, he demostrado que los cargos acumulados por el Fiscal son todos infundados. He probado que el comandante Funes no es culpable; he dejado en evidencia que antes, durante y después del desastre, la conducta observada por mi defendido era la que correspondía a un oficial de honor. Nada me queda pues, que demostrar…”. A continuación pidió la absolución de culpa y cargo del acusado.

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