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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (6 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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El diario termina diciendo: “Tutti contenti, pues”.

Cuando a los tres jóvenes anarquistas les comunican que serán entregados a la policía argentina no se les mueve un pelo, pero son concientes de que deben movilizarse de inmediato, no perder un segundo. Recurren a todos los medios: desde la huelga de hambre, de protesta, hasta los llamamientos de solidaridad y las cartas a todos los movimientos anarquistas del mundo. Con gran éxito, se inicia una campaña formidable por Ascaso, Durruti y Jover que en determinados momentos eclipsa a la que se realiza por Sacco y Vanzetti en esa época.

“¡Ascaso, Durruti y Jover, los nuevos Sacco y Vanzetti!”, escriben todos los diarios anarquistas del mundo. En nuestro país la repercusión es inmediata, se organizan mítines, se publica un follero (en una semana se agotan 20.000 ejemplares y de inmediato de imprimen 30.000 más) en el que se sostiene que Ascaso, Durruti y Jover no estuvieron jamás en Argentina y que eso de los asaltitos son patrañas e inventos para cubrir los fracasos de la policía argentina. En Francia, todos los rotativos —salvo los de derecha— reclaman la libertad de los tres y señalan que es antijurídica la entrega a la Argentina. Los intelectuales franceses (liberales, socialistas, comunistas y anarquistas de toda laya) firman manifiestos por “los tres esforzados que sólo buscan libertad de su patria”. En el parlamento francés el asunto tiene un eco inmediato y diputados socialistas presentan un proyecto de reforma de la ley de extradición.

El gobierno francés vacila. Tiene demasiados problemas internos para crearse otro nuevo. Busca entonces una “impasse” y dispone que no se lleve a efecto la extradición hasta que no se cumplan ciertos trámites legales. El primer “round” esta ganado. Pero la policía argentina empuja a Alvear. Esta vez no quiere perder la batalla. Por su cuenta ha prohibido todo acto que en Buenos Aires se haga por los tres anarquistas. “La Antorcha”, el comité Pro-Presos Sociales y los gremios autónomos de panaderos, yeseros, pintores, chóferes, carpinteros, obreros des calzado, los lavadores de autos y lustradores de bronce, el comité de relaciones entre Grupos Italianos (que orientan Severino Di Giovanni y Aldo Aguzzi) y el Grupo Búlgaro, no se amilanan por las amenazas policiales, y organizan mítines “relámpago”. Y en ese sentido, los anarquistas son personajes un poquito estrafalarios. Aplican métodos realmente insólitos, por ejemplo, programan un acto en Plaza Once y lo anuncian. Por supuesto, la policía rodea el lugar con la montada y disuelve el grupito más insignificante. Entonces sale del subterráneo un anarquista y se apoya en las rejas de la salida del túnel hacia la plaza mientras otros dos, desde la escalera prestamente lo atan con cadenas a dichas rejas. El anarquista queda imposibilitado de moverse y es el momento en que comienza hablar con uno de esos vozarrones tremendos, ejercitados en centenares de asambleas y actos públicos en donde no se empleaban no amplificadores ni ningún sistema eléctrico para llegar al público:

—¡Aquí, venid a escuchar, aquí estamos los anarquistas para gritar la verdad sobre los compañeros Durruti, Jover y Ascaso!

Los policías corrían al lugar de donde partían las voces y descubrían el increíble espectáculo de un hombre crucificado con cadenas, que hablaba como una ametralladora. Mientras reaccionaban, pedían ordenes y se consultaban, el anarquista hablaba de los lindo a los viandantes que miraban con ojos entre espantados y estúpidos.

El primer intento policiaco era siempre tratar de silenciarlo a garrotazo limpio, pero como el anarco seguía con su prédica, aquello adquiría ribetes de espectáculo público no conveniente. Eso de pegarle a un hombre atado e indefenso le revolvía el estómago a cualquiera. El segundo intento era tratar de taparle la boca, cosa muy difícil porque el ácrata se zafaba y le salían entonces las palabras entre cortadas conformando un espectáculo más grotesco todavía que iba reuniendo cada vez más curiosos. Al final, la policía se la tenía que tragar y esperar pacientemente hasta llamar a un herrero del Departamento Central que tardaba como una hora en cortar las cadenas. Mientras tanto por supuesto, el orador se decía tres o cuatro discursos tocando todos los temas: Ascaso, Durruto y Jover, Sacco y Vanzetti, Radowitzky, los presos de Viedma, atacaba a Alvear (a quien los ácratas llamaban “la buscona” o “cien kilos de manteca”) a los policías (“burros coceadores, milicos salvajes”), a Carlés (“el honorable sinvergüenza”), a los integrantes de la Liga Patriótica (“niños bien, crápulas invertidos”), a Leopoldo Lugones (“ave de pico ganchudo y plumaje pardo”), al comunismo (“cretinismo autoritario”), a los militares (“orangutanes idiotas”), etc., etc., ¡Como se ve, nadie se salvaba!

La defensa de Durruti y sus compañeros era —evidente o sin quererlo— la defensa del anarquismo expropiador. Del derecho que asistía a los libertarios de “expropiar” para hacer la revolución. Los anarquistas de línea “antorchista” sabían muy bien que Durruti había estado en la Argentina y había dirigido tres asaltitos. Por eso resulta un poco ambigua la defensa “moral” que se usó en este caso: se sostenía siempre que eran inocentes, que los tres eran incapaces de actuar en hechos delictivos. Es decir, no se los defendía como revolucionarios, no se los justificaba en su acción sino que sencillamente se decía: son inocentes, son nuevas víctimas de la justicia burguesa.

Esto llama poderosamente la atención. “La Antorcha” estaba por la acción violenta pero no abiertamente sino defendiendo a los hombres que la practicaban haciéndolos pasar por mansos corderitos. Fue una línea que mantuvo durante todos los años violentos, hasta su desaparición en 1932. En la Argentina hubo una sola publicación sobre la base de la violencia: fue el periódico italiano “Culmine” que editó Severino Di Giovanni.

Y otra cosa que llama la atención es que mientras en Francia se vuelca toda la intelectualidad liberal y las organizaciones políticas de raíz liberal en la defensa de Durruti, Ascaso y Jover, el propio anarquismo argentino tiene sus puntos de vista divididos: los moderados de “La Protesta” orientado por López Arango y Abad de Santillán dirán en un editorial a fines de 1926: “La Protesta contra la extradición de Ascaso, Durruti y Jover no entra en la égida de la ética anarquista”. Con esto quedaba palmariamente sellada la guerra a muerte que el decano de la prensa anarquista de nuestro país llevaría contra todo aquel que dentro de la idea libertaria propugnara el asaltito, el robo o la falsificación de dinero como medios para llegar al fin revolucionario.

En abril de 1927, el gobierno francés se sobrepone a las amenazas y protestas populares y resuelve confirmar la extradición a la Argentina de los tres españoles. Lo mismo hace la Cámara de Apelaciones de París. Júbilo en la policía argentina.

Todo se ha perdido. Al consignar la noticia, “La Antorcha” se dolerá: “¡
Carne a las fieras; señores gobernantes de la emputecida Francia que trafica con las vidas humanas
!”

Pero no sólo se la agarran con Francia sino también con la Argentina. Y la misma “Antorcha” dirá de nuestro país: “
Un país bárbaro, incivil, sin garantías individuales o colectivas expuesto a que todos los abusos, todas las violencias de arriba tengan fácil e inmediato asidero en él, eso es la Argentina
”. Y más adelante: “
La Argentina es un país inmensamente estúpido, sin relevante conciencia moral, sin el más mínimo atributo ni sentido de justicia. Aquí sólo hay un infame miedo que gobierna y aún más infame miedo que obedece. La única garantía es la de la cobardía ambiente, de la mentira ambiente, de la crapulosidad ambiente
”.

El ministro argentino en París, Álvarez de Toledo comunica al gobierno francés que se hará cargo de los detenidos a la brevedad posible y que para ello un buque de guerra argentino arribará a Le Havre. Ni qué decir que la prensa anarquista de Francia y de la Argentna la emprenden contra Álvarez de Toledo y “La Antorcha” le saca los trapitos al sol acusándolo de haber cometido “
irregularidades en la administración pública
”. Acusan a Alvear señalando que ha obtenido de Francia las extradiciones canjeándolas con una mora en el pago de las deudas de guerra que tiene Francia con la Argentina por compra de alimento.

El Comité Pro-Presos Sociales se prepara a defender a los tres españoles en cuanto pisen territorio argentino. Ese organismo advierte a la opinión pública que el Socorro Rojo internacional también se atribuye la defensa de Durruti y sus compañeros, cosa que nadie ha autorizado por cuanto los detenidos son anarquistas y nada tienen que ver con los comunistas. Y hace notar a los del Socorro Rojo que mejor harían en defender a los anarquistas presos en Rusia.

La agitación en Buenos Aires por Ascaso, Durruti y Jover es cada vez más intensa y se acopla a la campaña de Sacco y Vanzetti. Alvear se da cuenta de que cuando los tres españoles sean bajados a tierra van a ser otro factor de perturbación en in ambiente laboral muy enrarecido como es el de ese 1927. ¿Conviene Traerlos? ¿Con qué fin? ¿Solamente para dar satisfacción a la policía? Alvear es más vivo que esos norteamericanos que se han metido en el atolladero de Sacco y Vanzetti y se han ganado las iras de todo el mundo civilizado. ¿Vale la pena traer a los tres “gallegos” para juzgarlos aquí? No, evidentemente no. Ya es suficiente con los problemas que trae Radowitzky en Ushuaia como para meter otro factor irritante y dar nueva oportunidad a los anarquistas para que tiren más bombas, armen más manifestaciones y declaren nuevas huelgas. Alvear sabe que los anarquistas mienten cuando sostienen que Durruti y compañía son tres angelitos que nada hicieron en la Argentina, y que la policía tiene razón en querer cobrarse la muerte de un compañero. Pero, por otra parte está hecho de que la detención en Francia se debió a un delito eminentemente político y no común, como el de haber preparado un complot contra el enclenque Alfonso XIII.

Y todo se arregla de manera altamente diplomática: Francia le dará un mes de plazo a la Argentina para que proceda a embarcar a los reos. La Argentina demora la contestación y solicita que como en ese plazo no puede disponer de buque les envié a los detenidos con escolta de la policía francesa. El gobierno galo se niega a ello y los días van pasando. Entonces se hace aparecer un clima de descontento del gobierno argentino para con el francés: si los presos no van es por la culpa de Francia. Y viceversa: si los presos no van es por la decidía del gobierno argentino. Los días pasan y el plazo se cumple. Todos quedan bien sacándoselos de encima: Ascaso, Durruti y Jover son puestos en libertad en París pero inmediatamente expulsados a Bélgica.

Por supuesto, gran jarana entre los anarquistas que lo festejan como gran triunfo. Y no ahorrar palabras no befa: dirá “La Antorcha” en artículo titulado “El Rescate” que “
la partida empeñada entre el pueblo de Francia y la Argentina y los respectivos gobiernos y policías ha sido resuelta por forzado abandono de éstos, favorablemente a la cauda de la libertad y la justicia. Encumbren los gobiernos su derrota en los acostumbrados pretextos necesarios para salvaguardar la Razón de Estado. El gobierno de francés, so capa de aguardar la proyectada legislación sobre la materia, cedió a la opinión pública anulando varias veces la extradición. Y el argentino, temeroso a su vez de afrontar la presión popular del país y del mundo, que no dejaría de manifestarse vigorosamente, no insistió en la demanda, con lo que Ascaso, Durruti y Jover fueron puestos en libertad y ambos gobiernos y policías se dan el aire de no haber sufrido una derrota. Es como en el ajedrez, el abandono del juego ante el jaque mate inminente. Hemos rescatado a tres compañeros nuestros, sobre quines se cernían amenazas terribles. Es la alegría del recobro, del reintegro a la acción y la de la derrota reaccionaria. Doble alegría en la que templamos nuestro coraje para proseguir la acción de hoy y de siempre por el rescate de todos los nuestros: Sacco y Vanzetti, Radowitzky… Mientras, las policías en el resquemor de la derrota se preparan, mordiendo iras, a hacernos pagar duramente al primer síntoma de debilidad, nuestra victoria y su fracaso. Esforcémonos en hacerles morder, con sus afilados dientes de perros espumarajeantes de rabia, más frecuentes derrotas suyas, victorias nuestras, del pueblo
”.

Durruti y sus compañeros continuarán su lucha en otras tierras, pero no volverán más a la Argentina (aunque en 1933, la policía —adrede o por equivocación— los hace aparecer dirigiendo el asaltito contra el Banco de Londres en Flores). Pero aunque no volvieron, su influencia en el anarquismo expropiador fue decisiva.

En el asaltito a la sucursal del Banco Nación en San Martín había actuado junto a Durruti dos anarquistas de nuestro medio: Miguel Ángel Roscigna y Andrés Vázquez Paredes. Y ellos dos iban a ser ahora los protagonistas del más sonado asaltito de la década del veinte: el del Hospital Rawson.

¿Cómo se explica que Miguel Ángel Arcángel Roscigna, un obrero metalúrgico altamente calificado —era herrero de obra— apreciado por su patrón debido a su contracción al trabajo, a su cumplimiento, al hecho de no faltar nunca a su agitada vida gremial e ideológica, se dedicara al asaltito en banda? Tenía un hogar feliz —era un buen padre— y una casa sencilla pero con todas las comodidades. ¿Entonces?

¿Quién era, cómo era Roscigna? Uno de sus compañeros, Gino Gatti: “La vida de Miguel Arcángel, vista ahora a la distancia, fue un verdadero poema épico, un canto a la solidaridad”. Emilio Uriondo —uno de los anarquistas más consecuentes con su ideología y formado al lado de Roscigna— lo ha calificado como “el más inteligente de todos los anarquistas de acción, el más desinteresado, un hombre que en la vida burguesa hubiera podido vivir una existencia cómoda y sin sobresaltitos, pero que prefirió abandonarlo todo para jugarse por la idea”. El mismo Abad de Santillán, enemigo de los expropiadores, nos dijo de Roscigna: “era un hombre capaz, inteligente, decidido, generoso, por eso nosotros lamentamos muchísimo cuando se vio envuelto en hechos que lo llevarían a su definitiva perdición”.

Así como Severino Di Giovanni era un anarquista en el que su ideario estaba por encima de todo y que consideraba enemigo suyo a todo aquel que no fuera anarquista (y más, a todos los anarquistas que no participaban de la acción directa tal cual él la entendía), Roscigna era cerebral y trataba de aprovechar los intereses encontrados de la sociedad para enfrentarlos. Pero en donde Roscigna no transigía era en dos cosas: en el trato con la policía (según ex oficiales de Orden Social, Roscigna, Nicola Recchi y Humberto Lanciotti eran capaces de aguantar cualquier clase de tortura sin doblegarse en ningún instante) y en el trato con los comunistas.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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