Los ladrones del cordero mistico (10 page)

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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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Tras la boda de Felipe el Bueno e Isabel de Portugal, celebrada en enero de 1430, y una vez su misión política y diplomática hubo concluido con éxito, Jan, finalmente, se instaló en Brujas. Se casó con una mujer a la que, en los documentos de la época, se la llama «damoiselle Marguerite», lo que sugiere que pudo ser de linaje aristocrático. Su primer hijo nació en 1434 y fue bautizado con el nombre de Philippot, en honor a su padrino, el duque Felipe el Bueno. Un retrato de la señora Van Eyck, pintado por su esposo en 1439, la muestra ataviada con unos ropajes que se asociaban a la nobleza. Se trata de la única obra de Van Eyck que se conserva en la que se representa a una mujer sola, de pie. Jan pintó un autorretrato, un cuadro para acompañar el cuadro de su esposa, y ambos se exhibieron en el gremio de pintores de Brujas en el siglo XVIII. El
Retrato de Marguerite
se fijó a la pared con unas pesadas cadenas de hierro, pues el de Jan fue robado de allí mismo en una fecha que se desconoce. Algunos especialistas han supuesto que
Retrato con turbante rojo
, que se exhibe en la National Gallery de Londres, es en realidad ese autorretrato robado, pues su tamaño resulta prácticamente idéntico al del
Retrato de Marguerite
, algo lógico en el caso de dos pinturas pensadas para mostrarse juntas.

Los archivos municipales de Brujas indican que, desde 1432 y hasta la fecha de su muerte, Van Eyck realizó pagos hipotecarios anuales sobre una casa y un taller que eran propiedad de la iglesia de San Donaciano, en la que acabaría siendo enterrado. Ese mismo año, los archivos dejan constancia de que los consejeros de la ciudad de Brujas acudieron al estudio de Van Eyck en visita oficial, para dar la bienvenida al pintor y para entregar a sus doce asistentes generosas propinas. Al parecer, su carrera como agente secreto terminó cuando pasó a cumplir con sus obligaciones domésticas, aunque aún realizaría dos misiones más a «tierras extranjeras» para llevar a cabo «asuntos secretos» en nombre del duque en 1436. El destino se desconoce, pero se sabe que por ellas recibió doble paga. También aceptó una última misión, destinada a recoger «ciertos paneles y otros artículos secretos» que debía llevar al duque, en invierno de 1440. Existe constancia escrita de que Jan recibió un reembolso relacionado con los gastos en que incurrió en el transcurso de aquella misión en enero de 1441, apenas seis meses antes de su fallecimiento.

Los diversos viajes de Van Eyck interrumpieron, sin duda, la ejecución de
El retablo de Gante
, que no terminó hasta que el pintor abandonó esta ciudad y se instaló en la cercana Brujas. Pero Jan siguió en contacto con la ciudad de Gante y sus donantes: su
Santa Bárbara
(1437) fue un encargo de un hombre de la localidad.

Jan estaba próximo al duque Felipe. Además de empleado suyo, era su confidente y, según algunas fuentes, su amigo. Lo cierto es que éste ejerció de padrino de bautismo de su hijo Philippot (el duque obsequió a los Van Eyck con seis copas de plata en un cumpleaños). Hasta su muerte, Jan conservó el título de pintor del duque, con el correspondiente salario de 720 libras anuales (el equivalente aproximado a unos 120.000 dólares actuales). El duque se preocupó de que se siguiera pagando a la viuda después del fallecimiento del artista, destinando a «
damoiselle Marguerite… 360 livres en 40 gros
», la pensión de su marido (que correspondía a la mitad de sus ingresos anuales), como muestra de condolencia y señal de afecto al gran pintor, y de compasión por su familia. Y en fecha tan tardía como 1449 el duque sufragó la mayor parte de la dote requerida para que una de las hijas de Jan, «Lyevine van der Eecke», ingresara en el convento de Santa Inés de Maaseyck.

Ya en Brujas, y cuando no estaba ocupado en la creación de pinturas murales para la residencia ducal de Hesdin, Jan trabajaba sobre todo para donantes privados cuyos retratos constituyen la mayor parte de la obra conocida del autor. El más célebre de ellos no es otro que el
Retrato del matrimonio Arnolfini
, también conocido como
El contrato de boda
, que en la actualidad se exhibe en la National Gallery de Londres. Sólo veinticinco pinturas existentes se han atribuido con certeza a la mano de Jan, una cantidad pequeña que las hace más preciadas si cabe. Según los archivos, el artista pintó muchas más, todas ellas perdidas. Se conservan otras veinte, aproximadamente, que podrían ser de Van Eyck, o al menos de su taller, aunque sobre todas ellas existe cierto grado de disputa, por lo que no existe certeza absoluta en su atribución.

Tras una carrera larga e ilustre, Jan van Eyck falleció y fue enterrado en Brujas el 9 de julio de 1441, en el camposanto de la catedral de San Donaciano. Nueve meses después, su hermano Lambert dispuso que los restos mortales de Jan fueran exhumados y depositados en un lugar más honorable, en el interior del templo. La iglesia sería saqueada y destruida por las tropas francesas en 1799, pocos años después de que éstas robaran la mayoría de los paneles de
El retablo de Gante
y los trasladaran al Louvre. Lambert, que también era un pintor notable, se hizo cargo del taller de su hermano, supervisando a los aprendices y velando por los encargos sin concluir, mientras que la viuda, Marguerite, se ocupó de los aspectos financieros del taller hasta 1450, año en que el hogar de los Van Eyck en Brujas fue finalmente vendido a otra familia.

Jan fue uno de los pocos artistas del Renacimiento que alcanzaron renombre y riqueza en vida. Al terminar
El retablo de Gante
, en 1432, le pagaron una bonificación de seiscientas monedas de oro, y con posterioridad no dejaron de ofrecerle encargos. Aquel pago extraordinario equivalía al salario anual de veinte trabajadores experimentados.

El duque Felipe el Bueno valoraba en gran medida los servicios de su pintor de corte. En un documento fechado el 13 de marzo de 1435, regaña agriamente a sus tesoreros de Lille haberse retrasado en el pago de los honorarios de Van Eyck, y afirma que si alguna vez el pintor dejara la corte, jamás encontraría a nadie igual en «su arte y su ciencia». Ese mismo año, Felipe convocó a Van Eyck a Arras, donde el artista acompañó a su señor durante las delicadas negociaciones que habrían de conducir a un tratado de paz entre Francia, Inglaterra y Borgoña. Resulta tentador preguntarse qué «ciencia» habría podido ser ésa a la que se refería el duque. La pintura era un arte, y tal vez la «política» fuera una ciencia. ¿O acaso Van Eyck andaba metido en cuestiones de alquimia, como algunas fuentes sugirieron una generación más tarde?

Giorgio Vasari así lo creía. El pintor manierista del siglo XVI y biógrafo de artistas del Renacimiento escribió maravillas sobre Van Eyck en su canónica
Vidas de artistas
(1550). Su planteamiento sobre Van Eyck en un capítulo sobre uno de los grandes pintores italianos al óleo, Antonello da Messina, representa la excepcional inclusión de un artista no italiano en una obra dedicada a la glorificación del arte toscano, y de Miguel Ángel en particular.

Vasari es el responsable de la creencia errónea de que Van Eyck inventó la pintura al óleo. Es la combinación química de las pinturas al óleo la que explica, probablemente, que Vasari se refiera a Van Eyck como alquimista. Antes del siglo XV, el medio preferido para pintar había sido el temple, que usa el huevo como aglutinante de pigmentos molidos a mano. El pigmento se muele en un almirez hasta que se convierte en un polvillo muy fino, y al mezclarse con la yema de huevo se produce una pasta. El resultado es una pintura opaca en la que cada capa cubre en gran medida la capa anterior.

La pintura al óleo, tal como sugiere su nombre, recurre a una combinación de aceites, generalmente de linaza y frutos secos, en lugar del huevo, como aglutinante. El resultado es una pintura translúcida que resulta más fácil de controlar y que permite mayor detallismo. Además, a través de una capa pueden verse ligeramente las capas siguientes. La consecuencia es que con el óleo puede pintarse con mucha mayor sutileza.

Más allá del comentario de Vasari no existe constancia de que Jan inventara la pintura al óleo. Pero, en tanto que primer historiador del arte, y en tanto que amigo (y en ocasiones rival) de muchos de los artistas sobre los que escribía, Vasari contaba historias que tendían a quedar fijadas como verdades inmutables. Se diría que alguien coetáneo, y pintor como él, debería ser una fuente muy fiable como biógrafo. Pero gran parte de la obra del italiano está sesgada por rivalidades, y en sus elogios se trasluce un claro tono propagandístico que presenta a Miguel Ángel, íntimo amigo de Vasari y su propia fuente de inspiración, como el mayor artista de todos los tiempos. Muchos se mostrarían de acuerdo con su opinión, por lo que ello, en sí mismo y por sí mismo, no es motivo para cuestionar a Vasari. Pero en los últimos años los historiadores del arte han destacado las muchas inexactitudes del autor, y su
Vidas de artistas
ha pasado de considerarse una de la principales fuentes para la investigación de los artistas del Renacimiento y el punto de partida para todos los estudiosos de esa época, a verse simplemente como una de las muchas referencias útiles.

La preeminencia de Vasari se mantuvo hasta el siglo XX, y su estilo de escritura, asequible y lleno de anécdotas jugosas y cotilleos sobre las vidas de los artistas, significa que lo que Vasari escribió no sólo se tomaba en serio, sino que era digno de ser recordado. Con todo, tal vez resulte extraño que Vasari atribuyera la invención de la pintura al óleo a Van Eyck, cuando existen obras que emplean esa técnica y que son anteriores a la carrera pictórica de Jan. Probablemente él no tuviera conocimiento de la existencia de
El tríptico de Norfolk
, que se ejecutó mediante una combinación de temple y óleo, ni de los cuadros al óleo de Melchior Broederlam, que pertenece a una generación anterior a la de Jan. O tal vez desconociera las fechas en que habían sido pintados. Para artistas como Van Eyck, a quien Vasari no conoció o pudo no conocer, el biógrafo se basaba en referencias de terceros, rumores y leyendas para completar las lagunas. Y sin embargo no existen pruebas de que los paisanos flamencos de Jan creyeran que él había inventado la pintura al óleo, al menos no hasta la publicación de la obra de Vasari, momento a partir del cual sí empezaron a alardear de que un compatriota suyo, su héroe local, era el inventor de la técnica. Conviene señalar que un hecho de los referidos por Vasari sí es, con casi total seguridad, cierto: la pintura al óleo no llegó a Italia hasta que el pintor siciliano Antonello da Messina se trasladó a Flandes para aprender el secreto de la pintura de óleos de Van Eyck.

Podemos afirmar con confianza que, entre los pintores modernos de la Europa del Norte, Jan van Eyck perfeccionó el uso de las pinturas al óleo como nadie había hecho hasta entonces, y que ello influiría a todos los artistas posteriores. El pintor flamenco e historiador del arte Karel van Mander, una generación más joven que Vasari, escribió una historia de artistas del norte de Europa en la que consideraba a Jan van Eyck y a su hermano Hubert los «fundadores» del arte de los Países Bajos, pintores que iniciaron su andadura pintando al temple de huevo, y que fueron los primeros en inventar un barniz a base de aceite como elemento de sellado de sus obras al temple. Van Mander relata que, en una ocasión, Jan van Eyck estaba secando un panel barnizado al sol cuando las junturas entre las piezas de madera que componían el panel se separaron, y que la pintura se echó a perder. En ese momento decidió que le hacía falta encontrar una manera de acelerar el proceso de barnizado. Así, intentó lograrlo mezclando aceites de linaza y de nuez, que eran de secado rápido. El éxito obtenido con esos barnices llevó a Van Eyck a experimentar con aceite de linaza como aglutinante de pigmentos; las pinturas al óleo resultantes eran más fáciles de controlar, y también resultaba más sencillo crear capas y mezclas hasta obtener una superficie brillante como un espejo.

La teoría de que Van Eyck inventó la pintura al óleo quedó desestimada oficialmente en 1774, cuando el gran filósofo e historiador del arte Gotthold Ephraim Lessing, autor de
Laoconte
, publicó su descubrimiento de un manuscrito monástico del siglo XII en el que se describía el uso que podía darse al aceite para aglutinar pigmentos, en su traducción de
De diversis artibus
(
De las diversas artes
), libro escrito por el monje benedictino, artista orfebre y fabricante de armaduras Teófilo Presbítero (seudónimo de Roger de Helmarshausen), en una fecha que oscila entre 1110 y 1125. La traducción de Lessing se publicó en 1774 con el título
Vom Alter der Ölmalerey aus dem Theophilus Presbyter
, y constituyó la primera edición impresa del tratado de Teófilo. Aun así, la leyenda de que Van Eyck había inventado la pintura al óleo persistió, como sucede a menudo con los mitos arraigados cuando su primacía y su belleza superan en brillo el descubrimiento de los hechos.

Si bien la pintura al óleo se inventó, sin duda, mucho antes de que Van Eyck hiciera su aparición. Jan fue quien transformó la mera unión de pigmentos con aceite en la Pintura al Óleo con mayúsculas, infundiendo fuerza, belleza y delicadeza a lo que terminaría siendo la técnica pictórica preferida desde sus días hasta la actualidad. Constatar que el pintor flamenco no había inventado los óleos no hizo que disminuyera ni un ápice la admiración que Lessing sentía por él. El gran filósofo escribió: «Si Jan van Eyck no inventó la pintura al óleo, ¿acaso no le prestó un inmenso servicio, un servicio que puede tenerse en tan alta consideración como la invención misma de éste, hasta el punto de llegar a confundirse con ella?».

Pero la publicación de Lessing no sirvió de mucho para desmontar los mitos populares que circulaban sobre Van Eyck. En la confusión que suele levantar la leyenda cuesta distinguir los hechos históricos de la sofisticada ficción. Así, por ejemplo, a mediados del siglo XIX, un popular mito romántico describía a Van Eyck como un pintor y mago folclórico, como un genio artístico que se encerraba por las noches en un laboratorio de alquimia digno de un chiflado e intentaba perfeccionar su fórmula secreta de la pintura al óleo.

Una serie de ilustraciones publicadas en el diario francés
L’Artiste
contaba la historia de dos pintores italianos famosos por derecho propio, Domenico Veneziano y Andrea del Castagno, a quienes encomendaron la misión de espiar a Van Eyck y robarle su fórmula de la pintura al óleo para que la gloria artística regresara a Italia. Jan daba esquinazo a los fisgones italianos de noche, acompañado por su hermano Hubert y su hermana Margaret, y regresaba al hogar de su familia en Maaseyck con la fórmula secreta. Pero antes de partir dejaba instalada una trampa incendiaria en su estudio. Los pintores italianos intentaban colarse en él, y prendían fuego al taller. Ilesos, los italianos perseguían a Van Eyck y daban con él en Brujas. Andrea del Castagno, con sus encantos mediterráneos, persuadía a Margaret para que le proporcionara la fórmula de las pinturas al óleo, y así era como éstas llegaban a Italia.

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