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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los robots del amanecer (7 page)

BOOK: Los robots del amanecer
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—Entonces, la deducción lógica es que un ser humano provocó deliberadamente una situación en la que se produciría un bloqueo mental.

—Esto es precisamente lo que sostienen los oponentes del doctor Fastolfe, compañero Elijah.

—Y ya que esto requeriría conocimientos de robótica, experiencia y habilidad, los que carecen de inteligencia y de experiencia, y los jóvenes no pueden ser responsables.

—Es el razonamiento natural, compañero Elijah.

—Quizás incluso fuera posible hacer una lista de todos los seres humanos de Aurora que poseen la habilidad suficiente y, de ese modo, formar un grupo de sospechosos que podría no ser muy grande.

—Eso, compañero Elijah, ya se ha hecho.

—¿Y es una lista muy larga?

—La lista más larga que se ha propuesto sólo incluye un nombre.

Ahora fue Baley quien hizo una pausa. Sus cejas se unieron en un ceño airado y preguntó coléricamente:

—¿Sólo un nombre?

Daneel contestó con calma:

—Sólo un hombre, compañero Elijah. Esta es la opinión del doctor Han Fastolfe, que es el teórico de la robótica más eminente de Aurora.

—Pero entonces, ¿dónde está el misterio? ¿Cuál es ese nombre?

R. Daneel dijo:

—Pues el del doctor Han Fastolfe, naturalmente. Acabo de manifestar que es el teórico de la robótica más eminente de Aurora y, de acuerdo con la opinión profesional del doctor Fastolfe, él mismo es el único que habría podido causar un bloqueo mental completo a Jander Panell sin dejar ninguna señal del proceso. Sin embargo, el doctor Fastolfe también declara que él no lo hizo.

—¿Pero que tampoco pudo hacerlo ningún otro?

—En efecto, compañero Elijah. En eso consiste el misterio.

—¿Y si el doctor Fastolfe...? —Baley se interrumpió. Sería absurdo preguntar a Daneel si el doctor Fastolfe mentía o estaba equivocado en su propia opinión de que sólo él podía haberlo hecho o bien en la declaración de que él no lo habla hecho. Daneel habla sido programado por Fastolfe y no cabía ninguna posibilidad de que la programación incluyera la facultad de dudar del programador.

Por lo tanto, con toda la serenidad de que fue capaz, Baley dijo:

—Pensaré en ello, Daneel, y volveremos a hablar.

—Está bien, compañero Elijah. De todos modos, es hora de dormir. Ya que es posible que, en Aurora, la presión de los acontecimientos te imponga un horario irregular, sería conveniente aprovechar la oportunidad de dormir ahora. Te enseñaré cómo se obtiene una cama y cómo se consiguen las sábanas.

—Gracias, Daneel —murmuró Baley. No se hacía ilusiones respecto a poder conciliar el sueño fácilmente. Le enviaban a Aurora con el propósito específico de demostrar que Fastolfe era inocente de roboticidio —y había que hacerlo para seguridad de la Tierra y (mucho menos importante pero igualmente necesario) para prosperidad de la propia carrera de Baley— y sin embargo, incluso antes de llegar a Aurora, había descubierto que Fastolfe había confesado virtualmente el delito.

8

Baley durmió... al fin, después de que Daneel le demostrara cómo se reducía la intensidad de campo que servía como una forma de seudogravedad. No era una antigravedad propiamente dicha, y consumía tanta energía que el método sólo podía utilizarse en ocasiones restringidas y circunstancias no usuales.

Daneel no había sido programado para explicar algo tan complicado como aquello y, si lo hubiera hecho, Baley estaba completamente seguro de que no lo habría entendido. Por fortuna, se podía accionar los mandos sin entender la justificación científica.

Daneel dijo:

—La intensidad de campo no puede reducirse hasta cero; al menos, con estos mandos. En todo caso, dormir bajo gravedad cero no es demasiado cómodo, especialmente para quienes no están acostumbrados a los viajes espaciales. Lo que necesitas es una intensidad lo bastante baja para tener la sensación de estar liberado de la presión de tu propio peso, pero lo bastante alta para mantener la orientación de arriba y abajo. El nivel varía según el individuo. La mayoría de las personas alcanzaría la máxima comodidad con la intensidad mínima permitida por los mandos, pero quizá tú descubras que, siendo la primera vez, deseas una intensidad mayor, para conservar en mayor grado la familiaridad de la sensación de peso. Sólo tienes que experimentar con distintos niveles y encontrarás el que te conviene.

Absorto en la novedad de la situación, Baley descubrió que su mente se alejaba del problema de la afirmación/negación de Fastolfe, incluso mientras su cuerpo se alejaba del insomnio. Quizás ambas cosas formaran parte de un solo proceso.

Soñó que volvía a estar en la Tierra (naturalmente), viajando en un expreso pero no en uno de los asientos. Más bien, se deslizaba por los aires junto a la pista de gran velocidad, por encima de la cabeza de la gente que iba por ella, ganándoles terreno poco a poco. Ninguna de las personas que estaban en el suelo parecía sorprendida; ninguna levantó la mirada hacia él. Era una sensación bastante agradable y la encontró a faltar al despertarse.

Tras el desayuno de la mañana siguiente...

¿Era realmente la mañana? ¿Podía haber mañanas, o cualquier otro momento del día, en el espacio?

No, indudablemente no. Baley reflexionó un rato y decidió definir la mañana como el tiempo después de despertarse, y definir el desayuno como la comida ingerida después de despertarse, y abandonar la cronología específica por ser objetivamente insignificante. Para él, cuando menos, si no para la nave.

Así pues, tras el desayuno de la mañana siguiente, pasó revista a los periódicos el tiempo justo para ver que no decían nada sobre el roboticidio de Aurora, y luego se concentró en las películas-libro que Giskard le había traído el día anterior (¿«período de vigilia»?).

Escogió aquellas cuyos títulos parecían históricos y, tras visionar apresuradamente unas cuantas, llegó a la conclusión de que Giskard le había traído libros para adolescentes. Tenían gran cantidad de ilustraciones y muy poco texto. Se preguntó si ése sería el juicio de Giskard sobre su inteligencia... o, tal vez, sobre sus necesidades. Después de pensarlo mejor, decidió que Giskard, en su inocencia robótica, había escogido bien y que no tenía motivos para sentirse insultado. Siguió adelante con mayor concentración y observó inmediatamente que Daneel visionaba la película-libro con él. ¿Verdadera curiosidad? ¿O sólo era para mantener los ojos ocupados?

Daneel no le pidió ni una vez que repitiera una página. Tampoco le interrumpió para hacerle una sola pregunta. Probablemente, se limitaba a aceptar lo que leía con confianza robótica y no se permitía el lujo de la duda o la curiosidad.

Baley no hizo a Daneel ninguna pregunta relativa a lo que estaba leyendo, aunque sí pidió instrucciones sobre el funcionamiento del mecanismo impresor de la pantalla aurorana, con la que no estaba familiarizado.

De vez en cuando, Baley hacía una pausa para utilizar la pequeña habitación que comunicaba con la suya y podía ser utilizada para las diversas funciones fisiológicas privadas, tan privadas que la habitación se designaba como «el Personal», con la mayúscula sobreentendida en todos los casos, tanto en la Tierra como en Aurora (según descubrió Baley cuando Daneel se refirió a ella). En ella sólo cabía una persona, lo cual resultaba asombroso para un ciudadano acostumbrado a largas hileras de urinarios, asientos excretores, lavabos y duchas.

Mientras visionaba las películas-libro, Baley no intentaba memorizar los detalles. No tenía la intención de convertirse en experto sobre la sociedad aurorana, ni siquiera de pasar un examen sobre el tema. Más bien, deseaba adquirir unas nociones.

No le pasó inadvertido, por ejemplo, a pesar de la actitud hagiográfica de los historiadores que escribían para la gente joven, que los pioneros auroranos —los padres fundadores, los terrícolas que habían colonizado Aurora en los primeros tiempos de los viajes interestelares— habían sido típicamente terrícolas. Su política, sus disputas, todas las facetas de su conducta habían sido como las de los terrícolas; lo que sucedió en Aurora fue similar, en ciertos aspectos, a los aconte-cimientos que tuvieron lugar cuando se colonizaron las zonas relativamente vacías de la Tierra un par de miles de años antes.

Naturalmente, los auroranos no tenían vida inteligente para combatir, ni organismos pensantes para desconcertar a los invasores procedentes de la Tierra con cuestiones de trato, humano o cruel. De hecho, apenas había vida de ninguna clase. Así que el planeta fue colonizado rápidamente por los seres humanos, por sus plantas y animales domesticados, así como por los parásitos y demás organismos que sin querer llevaron consigo. Y por supuesto, los colonizadores también llevaron robots.

Los primeros auroranos no tardaron en sentirse dueños del planeta, ya que les llegó a las manos sin la menor oposición, y lo llamaron Nueva Tierra. Nada más natural, pues fue el primer planeta extrasolar —el primer mundo espacial— en ser colonizado. Constituyó el primer fruto de los viajes interestelares, el primer amanecer de una nueva era. Sin embargo, pronto cortaron el cordón umbilical y rebautizaron el planeta como Aurora, la diosa romana del amanecer.

Era el Mundo del Amanecer. Y así fue cómo los colonizadores se proclamaron a sí mismos progenitores de una nueva época. Toda la historia anterior de la humanidad era una noche oscura y sólo para los auroranos de aquel nuevo mundo se acercaba finalmente el día.

Ese gran hecho, ese gran autobombo, era lo que prevalecía por encima de todos los detalles: nombres, fechas, vencedores, perdedores. Era lo esencial.

Se colonizaron otros mundos, algunos desde la Tierra y otros desde Aurora, pero Baley no prestó atención a ese u otros detalles. Estaba más interesado en las grandes pinceladas y tomó nota de los dos cambios importantes que tuvieron lugar y siguieron alejando a los auroranos de sus orígenes terrícolas. El primero fue la creciente integración de los robots en todas las facetas de la vida y el segundo, la prolongación de la vida.

A medida que los robots fueron perfeccionándose, los auroranos se hicieron más dependientes de ellos. Pero no de un modo incontrolado. No como en el mundo de Solaria, recordó Baley, donde un puñado de seres humanos estaban en el seno colectivo de muchos robots. Ese no era el caso de Aurora.

Y sin embargo, se volvieron más dependientes.

Visionando, como hacía, para formarse una idea global —tendencias y generalidades—, cada paso en el curso de la interacción humanorrobótica parecía depender de la dependencia. Incluso el modo en que se había alcanzado un consenso de derechos robóticos —el abandono de lo que Daneel llamaría «distinciones innecesarias»— era una muestra de dependencia. Para Baley, la actitud más humana de los auroranos no se debía a una inclinación hacia lo humano, sino al deseo de negar la naturaleza robótica de los objetos para no tener que admitir el hecho de que los seres humanos dependían de objetos de inteligencia artificial.

En cuanto a la prolongación de la vida, iba acompañada de una reducción del ritmo de la historia. Los altibajos no existían. Había una continuidad creciente y un consenso también creciente.

Sin lugar a dudas, la historia que visionaba iba perdiendo interés a medida que avanzaba; se volvió casi soporífica. Para los que la vivían, eso tenía que ser bueno. La historia resultaba interesante en la medida que era catastrófica y, aunque eso podía resultar una lectura apasionante, constituía una vida horrible. Indudablemente, las vidas personales seguían siendo interesantes para la inmensa mayoría de los auroranos y, si la interacción colectiva de las vidas se sosegaba, ¿a quién le importaría?

Si el Mundo del Amanecer gozaba de un día tranquilo y soleado, ¿quién de ese mundo clamaría tormenta?

En un momento dado de la lectura, Baley experimentó una sensación indescriptible. Si le hubieran obligado a intentar describirla, habría dicho que fue como una inversión momentánea. Fue como si le hubieran vuelto del revés, y luego otra vez del derecho, en el curso de una pequeña fracción de segundo.

Tan fugaz había sido que casi le pasó por alto, no concediéndole más atención que a un hipo en su interior.

Hasta un minuto después, cuando súbitamente adquirió conciencia de lo sucedido, no recordó la sensación como algo que ya había experimentado otras dos veces: una cuando viajó a Solaria y otra cuando regresó a la Tierra desde ese planeta.

Era el «Salto», el paso por el hiperespacio que, en un intervalo de tiempo cero y espacio cero, impulsaba la nave a través de los parsecs y vencía el límite de la velocidad de la luz del Universo. (Ningún misterio en las palabras, ya que la nave sólo abandonaba el Universo y atravesaba algo que no implicaba límite de veloddad. Misterio total, sin embargo, en el concepto, pues no había modo de describir en qué consistía el hiperespacio, a menos que se utilizaran símbolos matemáticos que, de todos modos, no podían traducirse a nada comprensible.)

Si se aceptaba el hecho de que los seres humanos habían aprendido a manipular el hiperespacio sin comprender lo que manipulaban, el efecto era claro. En un momento determinado, la nave había estado a microparsecs de la Tierra, y al momento siguiente, estaba a microparsecs de Aurora.

En teoría, el Salto requería un tiempo cero —literalmente cero— y, si se llevaba a cabo con una suavidad absoluta, no había, no podía haber, ninguna sensación biológica. Sin embargo, los físicos sostenían que la suavidad absoluta exigía una energía infinita, de modo que siempre había un «tiempo efectivo» que no era realmente cero, aunque podía hacerse tan corto como se deseara. Eso era lo que producía aquella sensación de inversión tan extraña y esencialmente inocua.

El hecho de saber que estaba muy lejos de la Tierra y muy cerca de Aurora dio a Baley el deseo de ver el mundo espacial.

Por una parte era el deseo de ver un lugar habitado, y por otra era la curiosidad natural de ver algo que había llenado su mente como resultado de las películas-libro que había estado visionando.

Giskard entró en aquel preciso momento con la comida intermedia entre la hora de despertarse y la hora de dormir (habría que llamarla «almuerzo») y dijo:

—Nos estamos acercando a Aurora, señor, pero usted no podrá observarla desde el puente. En todo caso, no habría nada que ver. El sol de Aurora no es más que una estrella brillante y pasarán varios días antes de que estemos lo bastante cerca de la misma Aurora para ver algún detalle. —Luego, como si se le acabara de ocurrir, añadió—: Tampoco podrá usted observarla desde el puente cuando llegue ese momento.

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