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Authors: Bernard Cornwell

Tags: #Aventuras, #Histórico

Los señores del norte (45 page)

BOOK: Los señores del norte
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—Ahí tenéis a vuestro ladrón, señor —dijo Finan respetuosamente, y después se persignó—, lo juro sobre el santo cuerpo de Cristo.

—¡Es un hechicero! —grité a los daneses de Ivarr— ¡Enfermará vuestro ganado, os estropeará las cosechas, volverá a vuestras mujeres estériles y a vuestros hijos débiles! ¿Lo queréis?

Aullaron para expresar su necesidad de Hrothweard, que lloraba desconsoladamente.

—Es vuestro —les dije—, si reconocéis a Guthred como vuestro rey.

Le prestaron juramento a gritos. Volvían a golpear espadas con escudos, pero en esta ocasión aclamando a Guthred, así que me agaché y le cogí sus riendas.

—Es el momento de saludarlos, señor —le dije—. El momento de ser generoso con ellos.

—Pero… —miró a Hrothweard en el suelo.

—Es un ladrón, señor —le dije—, y los ladrones deben morir. Es la ley. Es lo que Alfredo haría.

—Sí —contestó Guthred, así que entregamos al padre Hrothweard a los daneses paganos y lo oímos morir durante un buen rato. No sé lo que le hicieron, pues bien poco quedó de su cadáver, aunque su sangre oscureció metros de hierba alrededor del lugar en que lo mataron.

Aquella noche hubo un pobre festín. Pobre porque teníamos más bien poca comida, aunque había cerveza abundante. Los señores daneses juraron lealtad a Guthred mientras los curas y los monjes se apiñaban en la iglesia, a la espera del asesinato. Hrothweard estaba muerto, y Jaenberht había sido asesinado, y ellos también esperaban convertirse en mártires, pero una docena de hombres sobrios de las tropas personales de Guthred bastaron para mantenerlos a salvo.

—Voy a permitirles construir su santuario para san Cutberto —me dijo Guthred.

—A Alfredo le parecerá bien —le dije.

Miró al otro lado de la hoguera que ardía en la calle de Cetreht. Ragnar, a pesar de su mano impedida, luchaba con un enorme danés que había servido a Ivarr. Ambos estaban borrachos, y muchos más borrachos jaleaban y apostaban por el ganador. Guthred miraba, pero no veía la competición. Estaba pensando.

—Jamás habría dicho —dijo al final, aún confundido—que el padre Hrothweard sería un ladrón.

Gisela, refugiada bajo mi capa y apoyada en mi hombro, se rió.

—Nadie creería que vos y yo fuimos esclavos, señor —contesté—, y aun así lo fuimos.

—Sí —repuso maravillado—, lo fuimos.

Las tres hilanderas confeccionan nuestras vidas. Se sientan al pie de Yggdrasil y allí se divierten con sus bromas. Les había venido en gana convertir a Guthred el esclavo en el rey Guthred, del mismo modo que les venía en gana volverme a enviar al sur, a Wessex.

Mientras, en Bebbanburg, donde el mar gris jamás cesa de romper contra las pálidas arenas y el viento frío agita el estandarte de la cabeza del lobo por encima de la fortaleza, temían mi regreso.

Pues no se puede engañar al destino, nos gobierna, y todos somos sus esclavos.

N
OTA
H
ISTÓRICA

Los señores del norte
comienza más o menos un mes después de la increíble victoria de Alfredo en Ethandun, una historia narrada en
Svein, el del Caballo Blanco.
Guthrum, el líder del ejército derrotado, se había retirado a Chippenham, donde Alfredo lo sitió, pero las hostilidades tuvieron un fin rápido cuando Alfredo y Guthrum firmaron la paz. Los daneses se retiraron de Wessex, y Guthrum y sus condes más importantes se convirtieron en cristianos. Alfredo, a su vez, reconoció a Guthrum como rey de Anglia Oriental.

Los lectores de las dos novelas anteriores de la serie sabrán que Guthrum no tenía una palabra de oro a la hora de mantener los acuerdos de paz. Había roto la tregua firmada en Wareham, y la siguiente tregua negociada en Exeter, pero aquel último tratado de paz se mantuvo. Guthrum aceptó a Alfredo como su padrino y tomó el nombre bautismal de Æthelstan. Cuenta la tradición que fue bautizado en una fuente que todavía puede verse en la iglesia de Aller, en Somerset, y parece que su conversión fue genuina, pues, de vuelta a Anglia Oriental, gobernó como monarca cristiano. Las negociaciones entre Guthrum y Alfredo prosiguieron; en 886 firmaron el Tratado de Wedmore que dividía Inglaterra en dos esferas de influencia. Wessex y el sur de Mercia serían sajonas, mientras que Anglia Oriental, el norte de Mercia y Northumbria quedarían bajo la ley danesa. Así se estableció el
Danelaw,
la mitad nororiental de Inglaterra que, durante un tiempo, fue gobernada por reyes daneses y aún mantiene, en los topónimos y los dialectos, la señal de aquella época.

El tratado era un reconocimiento por parte de Alfredo de que carecía de las fuerzas necesarias para expulsar por completo a los daneses de Inglaterra, y le permitía ganar tiempo para fortificar Wessex. El problema era que Guthrum no era rey de todos los daneses, no digamos de los noruegos, y no podía evitar posteriores ataques sobre Wessex. Llegarían con el tiempo, y serán descritos en futuras novelas, pero una buena parte de la victoria en Ethandun y su posterior acuerdo con Guthrum aseguraron la independencia de Wessex y le permitieron a Alfredo y sus sucesores reconquistar el
Danelaw.
Uno de los primeros pasos de Alfredo en aquel largo proceso fue casar a su hija mayor, Æthelflaed con Æthelred de Mercia, una alianza concebida para unir a los sajones de Mercia con los de Wessex. Æthelflaed, con el tiempo, resultaría ser una gran heroína en la disputa contra los daneses.

Pasar de la historia de Wessex a finales del siglo IX a la de Northumbria es pasar de la luz a la confusa oscuridad. Ni siquiera las listas de reyes del norte, que proporcionan los nombres de los reyes y las fechas en las que reinaron, coinciden, pero poco después de Ethandun un rey llamado Guthred (algunas fuentes lo citan como Guthfrith) tomó posesión del trono de York (Eoferwic). Reemplazó a un rey sajón, que sin duda era un monarca títere, y gobernó hasta la década de 890. Guthred es notable por dos cosas; primero, porque siendo danés era cristiano, y segundo, porque existe el rumor persistente de que había sido esclavo, y con esos dos frágiles cimientos he compuesto la historia. Estaba desde luego asociado al abad Eadred, el guardián del cadáver de Cutberto (también de la cabeza de san Osvaldo y de los Evangelios de Lindisfarne), y Eadred acabó construyendo el gran santuario de Cutberto en Cuncacester, hoy Chester-le-Street, en el condado de Durham. En 995 el cuerpo del santo reposó por fin en Durham (Dunholm), donde aún sigue.

Rjartan, Ragnar y Gisela son personajes ficticios. Hubo un Ivarr, pero me he tomado grandes libertades con su vida. Es conocido sobre todo por sus sucesores, que causarían muchos problemas en el norte. No hay ningún indicio de que hubiera una fortaleza del siglo IX en Durham, aunque me cuesta creer que un lugar tan defendible fuera ignorado, y es más que probable que cualquier resto de aquella fortaleza quedara destruido durante la construcción de la catedral y el castillo, que llevan ocupando la cima más de mil años. Había una fortaleza en Bebbanburg, transformada con el tiempo en las actuales glorias del castillo de Bamburgh, y en el siglo XI estaba gobernado por una familia de nombre Uhtred, que son mis ancestros, pero apenas sabemos nada de las actividades de la familia a finales del siglo IX.

La historia de Inglaterra de finales del siglo IX y principios del X es un relato que va desde Wessex hacia el norte. El destino de Uhtred, que en esta novela se empieza a reconocer, se encontrará en el corazón de esa reconquista que Wessex hará de la tierra conocida como Inglaterra, así que sus guerras no han hecho más que empezar.

Volverá a necesitar a
Hálito-de-serpiente.

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