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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los vigilantes del faro

BOOK: Los vigilantes del faro
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Desde que Patrik se ha reincorporado al trabajo, Erica se dedica de lleno a sus gemelos, que nacieron prematuros. Apenas tiene tiempo para ir a visitar a Annie Wester, una compañera de instituto que acaba de regresar a Fjällbacka después de muchos años. Junto con su hijo Sam, Annie se ha instalado en el faro abandonado de la isla de Gråskär, propiedad de su familia. A pesar de los rumores que circulan por el pueblo sobre la leyenda de la «isla de los espíritus», en la que los muertos vagan libremente, no parecen importarle las voces extrañas que oye por la noche. Además, su antiguo novio Matte Sverin, quien también ha pasado unos años en Estocolmo y acaba de empezar a trabajar en el Ayuntamiento de Fjällbacka, aparece asesinado. Annie es la última persona que lo ve con vida.

Estos sucesos le depararán a Patrik y a su eficaz colaboradora Paula muchos quebraderos de cabeza. Por su parte, Erica, que realiza su propia investigación en paralelo, conseguirá atar algunos cabos sueltos que serán de gran ayuda para la resolución del caso.

Camilla Läckberg

Los vigilantes del faro

Fjällbacka - 7

ePUB v1.0

Crubiera
03.05.13

Título original:
Fyrvaktaren

Camilla Läckberg, 2009.

Traducción: Carmen Montes Cano

Diseño portada: Alejandro Colucci

Editor original: Crubiera (v1.0)

ePub base v2.1

Para Charlie

S
olo cuando colocó las manos en el volante se dio cuenta de que las tenía ensangrentadas. Notaba las palmas pegajosas sobre la funda de piel. Pero no hizo caso, metió marcha atrás y salió derrapando del acceso al garaje. Oyó el chisporroteo de la grava impulsada por los neumáticos.

Tenían por delante un largo viaje. Echó una ojeada al asiento trasero. Sam dormía envuelto en el edredón. En realidad, debería ir sentado y con el cinturón puesto, pero no tuvo valor de despertarlo. Tendría que conducir con el mayor cuidado posible. Instintivamente, levantó el pie del acelerador.

Ya empezaba a clarear la noche estival. Las horas más oscuras se terminaban casi antes de empezar. Aun así, aquella noche se le antojaba eterna. Todo había cambiado. Fredrik tenía los ojos castaños clavados en el techo, y ella comprendió que no podía hacer nada. Debía salvarse y salvar a Sam. No pensar en la sangre, no pensar en Fredrik.

Solo existía un lugar en el que refugiarse.

Seis horas después ya habían llegado. Fjällbacka empezaba a desperezarse. Aparcó el coche delante del edificio de Salvamento Marítimo y reflexionó un instante sobre cómo llevarlo todo. Sacó un paquete de pañuelos de la guantera y se limpió las manos lo mejor que pudo. No era fácil eliminar la sangre. Luego sacó el equipaje del maletero y, tan aprisa como le fue posible, arrastró las maletas hacia Badholmen, donde se encontraba el barco. Le preocupaba que Sam se despertara, pero había cerrado el coche para que no pudiera salir y caer al agua. Con mucho esfuerzo, metió las maletas en el barco y soltó la cadena que impedía que lo robaran. Luego corrió de vuelta al coche y sintió un gran alivio al ver que Sam seguía durmiendo. Lo llevó en brazos al barco sin destaparlo. Trató de mirarse los pies al entrar, y lo consiguió sin dar un resbalón. Con mucho cuidado, dejó a Sam en el pañol y giró la llave de arranque. El motor emitió un sonido ronco y se puso en marcha al primer intento. Hacía mucho tiempo que no lo conducía, pero tenía la sensación de que no le costaría gobernarlo. Retrocedió para salir del amarradero y se alejó por la bocana del puerto.

El sol brillaba, pero aún no había empezado a calentar. Notó que la tensión iba cediendo, que la tenaza bajo la cual la había tenido el horror de aquella noche iba perdiendo fuerza. Miró a Sam. ¿Y si lo ocurrido le hubiera afectado para toda la vida? Un niño de cinco años era un ser frágil, ¿quién sabe qué habría podido rompérsele por dentro? Pero ella haría cuanto estuviera en su mano para repararlo. Para que expulsara el dolor, igual que cuando se caía con la bicicleta y se magullaba las rodillas.

La bocana del puerto le resultaba tan familiar… Conocía cada isla, cada atolón. Puso rumbo al faro de Väderö y se fue alejando más y más por la costa. Las olas empezaban a batir más altas y la proa restallaba contra la superficie del agua después de superar cada cresta. Le encantaba la sensación del agua marina salpicándole en la cara y se permitió cerrar los ojos unos segundos. Cuando volvió a abrirlos, avistó el islote de Gråskär en lontananza. El corazón le brincó en el pecho. Como siempre que la isla surgía ante su vista, con la cabaña y el faro irguiéndose blanco y orgulloso hacia el cielo azul. Aún se hallaba lejos para poder distinguir el color de la casa, pero recordaba el tono gris claro y las ventanas pintadas de blanco. Igual que recordaba el rosa pálido de las malvarrosas que crecían al pie de la fachada que se alzaba al socaire. Aquel era su refugio, su paraíso. Su querido Gråskär.

L
a iglesia de Fjällbacka estaba abarrotada hasta el último banco y se veía el coro rebosante de flores. Coronas, ramos y preciosas cintas de seda para el último adiós.

Patrik no era capaz de mirar el ataúd blanco que surgía en el centro de aquel mar de flores. Reinaba entre los muros de la iglesia un silencio sobrecogedor. En los entierros de gente mayor siempre se oía un tenue murmullo. Frases del tipo «ha sido una bendición, teniendo en cuenta cuánto sufría», que la gente intercambiaba mientras aguardaba el momento de tomar café en la iglesia, después de la ceremonia. Aquel día, en cambio, no se oía el susurro de una charla semejante. Todos guardaban silencio sentados en sus bancos, con el corazón encogido y con un sentimiento de injusticia en su interior. Esas cosas no debían suceder.

Patrik carraspeó un poco y miró al techo tratando de controlar el llanto. Le apretó la mano a Erica. El traje le rozaba y le picaba, y se aflojó el cuello de la camisa en busca de más aire. Se sentía como si estuviera asfixiándose.

Las campanas de la torre empezaron a repicar, y el eco de su sonido resonó entre las paredes. Muchos se sobresaltaron al oírlas y volvieron la vista al ataúd. Lena salió de la sacristía y se encaminó al altar. Ella fue quien los casó en aquella iglesia en lo que se les antojaba un tiempo remoto, otra realidad. En aquella ocasión el ambiente era distinto, alegre, animado y luminoso. Ahora la vieron seria. Patrik trató de interpretar la expresión de su cara. ¿Pensaría Lena, como él, que aquello era un error? ¿O estaría convencida de que todo lo que ocurría tenía sentido?

El llanto volvió a aflorarle a los ojos y Patrik se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Erica le pasó un pañuelo muy discretamente. Cuando se extinguió el resonar del último acorde del órgano, todo quedó en silencio unos segundos, hasta que Lena tomó la palabra. La voz le tembló ligeramente al principio, pero fue cobrando firmeza poco a poco.

—La vida puede cambiar radicalmente en un instante. Pero Dios está con nosotros, incluso un día como hoy.

Patrik la veía mover la boca, pero pronto dejó de prestar atención a sus palabras. No quería oír aquello. La escasa fe de la infancia que lo había acompañado a lo largo de la vida acababa de desaparecer. Lo sucedido no tenía sentido alguno. Una vez más, volvió a apretar la mano de Erica entre las suyas.

-T
engo el orgullo de comunicaros que vamos manteniendo el calendario. Dentro de algo más de dos semanas, se celebrará por todo lo alto la inauguración de Badis, los baños de Fjällbacka.

Erling W. Larson se irguió y paseó la mirada por los miembros del consejo municipal, como si esperase un aplauso. Tuvo que contentarse con unos gestos mudos de aprobación.

—Es un triunfo para la comarca —explicó—. La renovación total de lo que casi puede considerarse una joya, al tiempo que ofrecemos un centro de salud moderno y competitivo. O un centro de
spa
, que es la forma elegante de llamarlo. —Hizo el gesto de las comillas en el aire—. No queda ya más que perfilar los últimos detalles, invitar a varios grupos a que prueben las instalaciones y, naturalmente, rematarlo todo para la grandiosa fiesta de apertura.

—Suena fenomenal. Solo tengo unas dudas. —Mats Sverin, que ocupaba desde hacía dos meses el puesto de jefe de la sección de economía, blandía el bolígrafo para atraer la atención de Erling.

Pero este fingió no haberlo oído. Detestaba todo lo relacionado con la administración y la contabilidad. Se apresuró a declarar cerrada la sesión y se retiró al espacioso reducto que era su despacho.

Tras el fracaso del programa de telerrealidad
Fucking Tanum
, nadie creyó que fuese a recuperarse, pero allí estaba otra vez, con un proyecto más grandioso aún. Él, por su parte, nunca había abrigado la menor duda, ni siquiera cuando los vientos críticos soplaban con toda su dureza. Él era un triunfador nato.

Cierto era que le había costado mucho, y por esa razón se fue a descansar al centro de salud Ljuset, en la región de Dalecarlia. Fue un golpe de suerte, porque de no haber ido allí, no habría conocido a Vivianne. Aquel encuentro supuso un giro copernicano, tanto en lo profesional como en el ámbito privado. Ella lo cautivó como ninguna mujer hasta entonces, y lo que él estaba a punto de hacer realidad era el sueño de Vivianne.

No pudo resistir la tentación de echar mano del teléfono y llamarla. Era la cuarta vez aquel día, pero el sonido de su voz se extendía como un cosquilleo por todo el cuerpo. Contuvo la respiración mientras oía el tono de llamada.

—Hola, cariño —dijo cuando ella respondió—. Solo quería saber cómo estabas.

—Erling —dijo Vivianne con ese tono de voz tan especial que lo hacía sentir como un muchacho enfermo de amor—. Estoy tan estupendamente bien como cuando me llamaste hace una hora.

—¡Cómo me alegro! —respondió Erling sonriendo como un bobo—. Solo quería asegurarme de que estás bien.

—Lo sé, y te quiero por eso. Pero tenemos mucho que ultimar antes de la inauguración, y no querrás que tenga que quedarme trabajando por las noches, ¿verdad?

—Desde luego que no, querida.

Decidió no volver a molestarla más con sus llamadas. Las noches eran sagradas.

—Sigue trabajando, que yo haré lo mismo. —Lanzó un par de besos al auricular antes de colgar. Luego se retrepó en el sillón, cruzó las manos en la nuca y se permitió soñar un rato con los deleites inminentes de aquella noche.

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