—¿No comprueba los mensajes? —preguntó Hendel, recordándole de manera poco sutil sus sospechas.
—Sólo tengo que encontrar una boya de comunicaciones… Vale, aquí hay una. Conectando.
Tras un breve pitido, uno de los monitores se encendió para indicar que había descargado un nuevo mensaje de la red interestelar de comunicaciones, que las boyas usaban para transmitir mensajes a través de la inmensidad de la galaxia.
—Vamos a verlo —dijo Hendel.
Grayson apretó un botón y la cara de Pel apareció en la pantalla mientras su voz llenaba la cabina.
—He recibido tu mensaje. Siento que las cosas hayan ido así, pero ya te avisé de que tenías que ir con cuidado —dijo, levantando una ceja—. Tienes suerte de que te pueda ayudar. Te voy a mandar las coordenadas de una plataforma de acoplamiento cerca de mi almacén en Omega. Estaré allí con parte de mi tripulación para recibirte cuando llegues.
Hubo una breve pausa y Pel rio.
—Sabes que esto no es gratis, ¿verdad? Ya sabes lo poco que me gusta encargarme de los líos de otros.
El monitor pitó de nuevo y la imagen se congeló. El mensaje había finalizado. Grayson dejó escapar mentalmente un suspiro de alivio, aunque no mostró cómo se sentía. Ya esperaba que el mensaje de Pel fuera discreto; los agentes de Cerberus estaban bien entrenados en el arte de la conversación ambigua cuando usaban líneas de comunicación no seguras. Igualmente, tener a Hendel encima le había hecho sentir un escalofrío de aprensión al reproducir el mensaje.
—Es bastante vago —murmuró el jefe de seguridad.
—Es un canal público —replicó Grayson, aún con los nervios tensos y notando cómo necesitaba una nueva dosis de arena roja—. ¿De verdad pensaba que iba a decir que es traficante de drogas?
—Creo que esta confirmación es lo máximo que podemos esperar —le dijo Kahlee a su compañero.
Hendel pensó durante un largo momento y luego asintió.
—De acuerdo, pero sigue sin gustarme. Llévenos a través del relé.
Grayson casi dio un salto al oír lo que parecía una orden directa; al fin y al cabo, aquélla era su nave. De todos modos, hizo lo que le decían, poniendo en marcha la trayectoria que había programado antes de recibir el mensaje.
—Creo que necesitas dormir algo —le dijo Kahlee al jefe de seguridad—. Ve a tumbarte un rato. Yo vigilaré a Gillian.
«Y a mí también, seguro», pensó Grayson. Pero no iba a intentar nada por el momento. Podía esperar simplemente a que llegaran a Omega, y Pel y su equipo se encargarían de todo.
Mientras la nave avanzaba hacia el rayo de energía titilante que salía del relé, Grayson no pudo evitar dibujar una sonrisa por lo bien que iba a salir todo. Se dio cuenta de que Kahlee, que no sabía lo que realmente estaba pensando, le sonreía también.
Lemm miró por los prismáticos hacia el almacén. Llevaba observándolo varias horas desde el tejado de un edificio de cuatro plantas de la manzana vecina. Hasta ahora no había visto nada raro, aunque todas las ventanas estaban hechas de cristal tintado por una cara y era imposible ver qué ocurría dentro.
—No he visto ningún guardia —murmuró.
—Están ahí —le aseguró Golo—. Y armados hasta los dientes. Pel no se fía de los no humanos.
Lemm no se molestó en preguntar por qué un xenófobo tenía establecidas sus operaciones en un sitio como Omega. La codicia podía superar cualquier prejuicio.
El almacén, como la mayoría de los edificios que lo rodeaban, era una estructura baja de sólo dos plantas.
—Si me puedo acercar lo suficiente para subir por la pared, quizá pueda colarme por una de las ventanas de la planta de arriba —dijo, pensando en voz alta.
—Tendrán cámaras de seguridad en la calle —le avisó Golo—. Lo mejor será que entres desde arriba.
Se dio cuenta de que el otro quariano tenía razón. Desde su posición actual podía saltar al edificio contiguo de tres plantas y descender un piso para aterrizar sobre él. De la manera que estaba construida la manzana, podría continuar desde allí y saltar de tejado en tejado hasta llegar al almacén.
—Buena idea —admitió.
Seguía sin gustarle el otro quariano; Golo nunca dejaría de ser un traidor despreciable a sus ojos. Pero tenía que admitir que le había ayudado extraordinariamente en la preparación del asalto de Lemm al almacén. Era casi suficiente para que empezara a fiarse de él; casi, pero no del todo.
Golo parecía determinado a demostrar que era de confianza, sin embargo. Incluso había conseguido los planes arquitectónicos del interior del almacén: un amasijo alucinante de pasillos y escaleras que volvían sobre sí mismas, como si su único objetivo fuera confundir y desorientar a las personas que estuvieran dentro. Pese a lo enrevesado del diseño, Lemm ya había memorizado los planos. En pocas palabras, la parte anterior del edificio estaba dividida en dos plantas. Las oficinas se habían reconvertido en barracones en el piso de abajo; el de arriba consistía básicamente en pequeñas salas de almacenaje. La parte posterior del edificio era un garaje abierto de alto techo, tan grande que podía alojar docenas de cajones de transporte y varios vehículos.
Mientras Lemm la observaba, la puerta del garaje subió y un par de Rovers salieron a gran velocidad hacia el espaciopuerto. No se molestó en moverse; no había prácticamente ninguna posibilidad de que le vieran estirado boca abajo sobre el tejado a cientos de metros de distancia.
—¿Qué están haciendo?
—¿Recoger un envío, quizá? —sugirió Golo.
Lemm consideró brevemente sus posibilidades de colarse para echar una mirada rápida antes de que volvieran. Golo le había dicho que había cinco hombres y tres mujeres trabajando para Pel. Nueve humanos en total. No tenía idea alguna de cuántos habían salido en los vehículos, pero era muy posible que hubieran quedado sólo unos pocos vigilando el edificio. Si la tripulación de la
Cyniad
estaba prisionera dentro, como sospechaba, aquélla podría ser su mejor oportunidad de rescatarlos.
—Voy a entrar.
—No seas idiota —dijo Golo entre dientes, agarrando a Lemm del hombro mientras intentaba ponerse en pie—. ¡A plena luz del día! ¡Te verán llegar!
—Ahora probablemente no hay más que dos o tres personas dentro. Tengo más posibilidades contra ellos que contra los nueve.
—Los vehículos pueden volver en cualquier momento —le recordó Golo—. Seguirán superándote en número y entonces serán ellos los que te pillarán a ti por sorpresa.
Lemm dudó. Su instinto le decía que tenía que actuar, pero lo que el otro quariano le decía tenía sentido.
—No cambies el plan original. Entra mañana por la noche. Tendrás más tiempo para prepararte. Además, estará oscuro y la mayor parte de ellos estarán dormidos.
Lemm lanzó un suspiro, volvió a estirarse y siguió vigilando. No le gustaba estar allí sin hacer nada, pero Golo tenía razón otra vez. Tenía que ser paciente. Los vehículos volvieron en menos de media hora y desaparecieron en el garaje. La pesada puerta de metal se cerró tras ellos.
—Ya hemos visto todo lo que vamos a ver —le dijo Golo—. Vamos. Necesitas descansar para estar a punto mañana por la noche. Puedes dormir en mi apartamento.
Golo notó que Lemm vacilaba y añadió:
—Ya lo sé. No te fías de mí. Puedes dormir con la escopeta bajo la almohada, si así te sientes más seguro.
Grayson hizo aterrizar la lanzadera tras una aproximación lenta y larga. Los sensores detectaron dos vehículos aparcados al otro lado del muro que separaba las plataformas de acoplamiento del interior de la estación; supuso que eran Pel y su equipo.
Aterrizaron con un golpe suave. Desconectó los controles, apagó los motores y abandonó la cabina para reunirse con los demás.
Hendel y Kahlee estaban uno a cada lado de Gillian, esperándolo junto a la esclusa de aire. Gillian ya no llevaba la bata de hospital, sino uno de sus viejos suéters y unos pantalones que habían encontrado en la parte de atrás de la nave. Era obvio que había seguido creciendo desde la última vez que había llevado aquella ropa. Las mangas le llegaban hasta medio antebrazo y los bajos del pantalón se detenían varios centímetros por encima de los tobillos. Aún llevaba puestas las sandalias del hospital.
Sonrió al ver acercarse a Grayson. El hombre se puso a su lado, interponiéndose a propósito entre su hija y el jefe de seguridad, que frunció el ceño.
—Dejadme hablar a mí —avisó Grayson, activando la esclusa de aire.
La puerta que tenían detrás se cerró y los dejó sellados dentro. Hubo una ráfaga de aire mientras los sistemas de la nave ecualizaban la presión del exterior y la del interior; se abrió la puerta y se extendió la plataforma cubierta de aterrizaje, que les permitiría atravesar a salvo el vacío de las plataformas hasta llegar al aire respirable de la estación.
Grayson y Gillian iban delante, seguidos de Kahlee y Hendel. Caminaron lentamente por la rampa hasta llegar al nivel de la superficie de Omega, donde los esperaban Pel y cinco personas que Grayson no reconoció: tres hombres y dos mujeres, todos con armadura y armas. Pese al equipo militar que llevaban, parecían relajados y en calma. Varios de ellos incluso sonreían.
—¿Cómo andamos, Asesino? —dijo el hombre fornido, adelantándose para saludarlos.
—¿Asesino?
Grayson oyó lo que Hendel había murmurado, pero ignoró el comentario y dio un paso adelante para estrecharle la mano a Pel.
—¿Éstos son todos? —preguntó Pel sonriente, al tiempo que casi le pulveriza los dedos a Grayson con la fuerza de su apretón—. ¿Todos a punto para ponerse en marcha?
—Sólo somos cuatro —confirmó Grayson, haciendo un gesto de dolor mientras soltaba la mano y daba un paso atrás—. Déjame que te presente a…
No pudo acabar la frase. Pel y los otros levantaron las armas y les apuntaron en un inconfundible gesto de hostilidad. Su actitud relajada había desaparecido y ahora parecían duros y peligrosos.
Grayson dejó escapar una maldición silenciosa; le había dicho a Pel que actuara con discreción para no afectar a Gillian. Iba a decir algo en ese sentido cuando se dio cuenta de que una de las mujeres le estaba apuntando a él también.
—¿Qué pasa, Pel?
—Todo el mundo tranquilo y a nadie le pasará nada —avisó Pel, y después se giró hacia uno de sus hombres—. El hombre alto y la niña. Son bióticos. Encargaos de ellos primero.
El hombre guardó su arma y sacó lo que parecía una aguja hipodérmica automática múltiple. Avanzó con precisión y se puso junto a Hendel.
—Extiende el brazo —le ordenó Pel.
Hendel simplemente le lanzó una mirada de odio.
—Extiende el brazo o mato a la mujer —aclaró Pel, apuntando a Kahlee a la cara.
El jefe de seguridad hizo con renuencia lo que le pedían y extendió el brazo con la palma de la mano hacia arriba.
El hombre le agarró las puntas de los dedos, las dobló ligeramente y luego extendió la hipodérmica para apretarla contra la parte expuesta de la muñeca. Un muelle de alta tensión se disparó con un silbido, Hendel gruñó al tiempo que la punta de una aguja invisible le penetraba la piel y le inyectó alguna droga desconocida. Un segundo más tarde cayó inconsciente.
—¡Hendel! —gritó Kahlee y dio un salto para agarrarlo antes de que se golpeara la cabeza contra el suelo.
Su peso hizo que Kahlee se tambaleara y cayó a los pies del hombre de la hipodérmica, con el cuerpo de Hendel extendido sobre ella.
El hombre se agachó y le puso la aguja en el cuello. El muelle silbó de nuevo y un segundo más tarde Kahlee perdía también el conocimiento.
—¿Papi? —dijo Gillian con voz temblorosa.
Tenía la mirada llena de miedo e incomprensión.
—¡La niña! —chilló Pel—. ¡Rápido!
—No, por favor —suplicó Grayson.
Pero su antiguo compañero ni siquiera le miró. La mujer que le apuntaba con su arma movió la cabeza ligeramente, y le avisó de que no se moviera.
El hombre agarró a Gillian por la muñeca y le estiró el brazo bruscamente. La niña torció el rostro de dolor y lanzó un largo grito lloroso. Sin hacerle ningún caso, el hombre le clavó la aguja y soltó otra dosis del narcótico de acción rápida. El grito de Gillian se cortó y la niña se desmayó en brazos del hombre.
Con cuidado, pero sin dulzura, la dejó sobre el suelo. Después se acercó a Grayson.
—¿Ha dicho al menos por qué? —preguntó Grayson, inmóvil mientras el hombre le ponía la hipodérmica en el cuello.
—Ya no obedecemos las órdenes del Hombre Ilusorio —replicó Pel.
Se oyó de nuevo el sonido familiar del muelle y el mundo desapareció para Grayson antes de que tuviera tiempo de preguntarle qué quería decir aquello.
Grayson despertó sin saber cuánto tiempo había pasado, pero sintió que al menos había estado varias horas fuera de combate. El ansia familiar por otra dosis de arena roja le esperaba, pero era algo más psicológico que físico. La arena roja era una droga que desaparecía rápido del cuerpo; los síntomas físicos del síndrome de abstinencia normalmente tardaban entre doce y dieciséis horas en desaparecer.
Aquello era positivo si consideraba que se encontraba en lo que parecía ser un calabozo improvisado. En la pared había una puerta, seguramente cerrada con llave, y la única iluminación procedía de una lámpara de diodos electroluminiscentes. La habitación carecía de mobiliario y decoración, pero había una pequeña cámara instalada en una esquina para vigilarlo.
Cuando logró erguirse lo suficiente para quedarse sentado, su mente nublada tardó unos instantes en darse cuenta de que no estaba solo. Kahlee estaba sentada con la espalda apoyada en la pared en la esquina opuesta.
—Supongo que su amigo nos va a entregar a Cerberus, después de todo —dijo la mujer.
Grayson se quedó un momento confundido, hasta que se dio cuenta de que no había oído su conversación con Pel. Aún creía que era un traficante de drogas y no tenía ni idea de para quién trabajaba Grayson en realidad.
—No creo que trabaje para Cerberus —admitió, pensando que aquella información no podía hacerle ningún daño—. ¿Sabe qué le ha pasado a Gillian?
La mujer negó con la cabeza.
—No la he visto. Ni a Hendel.
Grayson se mordió el labio, pensando tan rápido como podía.
—Pel sabe que son bióticos —murmuró—. Debe de haber tomado precauciones extra con ellos. Probablemente los mantenga inconscientes hasta que…
Las palabras del hombre se extinguieron, porque se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que Pel planeaba hacer con ellos.