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Authors: Fannie Flagg

Tags: #Autoayuda

Me muero por ir al cielo (3 page)

BOOK: Me muero por ir al cielo
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Menos mal que en tres días vendieron la casa con vistas de naranjos con un fideicomiso de un mes. Pero, aun así, fue triste mudarse de nuevo. Gracias a Dios ella no había vendido todas sus chucherías; había guardado su caja de música de cerámica con cigüeñas danzantes y su chistera vaso de leche. La habían consolado mucho en momentos de apuro.

Mientras volvían a Misuri, con el gato
Sonny
maullando todo el rato, Norma intentó no seguir quejándose, como solía hacer su madre, pero, cuando desde el asiento de atrás la tía Elner soltó en broma:

—Norma, mira el lado positivo, al menos no vendiste tu parcela para la tumba.

Eso la encendió de nuevo.

—Precisamente cuando estaba iniciando una nueva vida, aquí estamos, volviendo a casa a morirnos, como una manada de elefantes viejos encaminándose a su cementerio —soltó.

Y para colmo, durante los dos años que habían estado en Florida, debido a las nuevas empresas de
software
que se instalaban y a la gente que se trasladaba allí, el precio de la propiedad inmobiliaria de Elmwood Springs casi se había doblado. Lo que en otro tiempo había sido una ciudad pequeña, con sólo dos manzanas en el centro, ahora estaba experimentando una expansión suburbana. Y a causa de otro enorme centro comercial inaugurado en el cuarto cinturón, la mayoría de la ciudad se había trasladado al extrarradio, y su bonita casa de ladrillo de cuatro habitaciones situada en un acre de terreno había sido derribada para construir un edificio de apartamentos.

Elner había sido la más lista. No había vendido su casa, sino que la había alquilado a amigos de Ruby, que ya la habían dejado, por lo que podía volver a su antiguo hogar. Pero cuando estuvieron de regreso, lo máximo que Norma y Macky pudieron permitirse fue comprar una casa de dos plantas y dos habitaciones en una urbanización nueva llamada Arbor Springs, e incluso entonces Macky debió ir a trabajar al Almacén del Hogar para poder pagarla. Norma había pedido a la tía Elner que se fuera a vivir con ellos, o al menos que considerara la posibilidad de mudarse a un centro asistido, pero ella había preferido volver a su casa, y, como de costumbre, Macky se puso de su lado. Y gracias a él ahora Norma iba a ver a su pariente vivo más viejo, que seguramente se había roto la cadera, un brazo, una pierna o algo peor. Por lo que Norma imaginaba, su tía podía haberse roto el cuello y haber quedado totalmente paralítica, con lo que probablemente tendría que ir en silla de ruedas el resto de su vida.

«Oh, no —pensó—. La pobre tía Elner se sentirá fatal si no puede andar de un lado a otro.» Quizá pudieran adquirir una de esas nuevas sillas motorizadas, y, por supuesto, eso tendría que ser ahora, que acababan de instalarse en una casa con escaleras y sin acceso para las sillas de ruedas. Bueno, seguramente Macky construiría una rampa, porque era imposible que los tres vivieran en la pequeña casa de una habitación de la tía Elner, sobre todo estando Linda y el bebé todo el tiempo de visita.

—¡Estarás contento, Macky! —soltó—. ¡Si me hubieras escuchado, esto no habría ocurrido!

Las tres personas del coche que esperaban a su lado en el semáforo echaron una ojeada a Norma, que ahora hablaba sola en voz alta, y pensaron que quizás estaba loca. Cuando llegó al semáforo siguiente, y a medida que su mente seguía acelerada, Norma barruntó que acaso Macky no era el único culpable. Tal vez se podía haber evitado todo si ella se hubiera mantenido firme y se hubiera negado a trasladarse a vivir a Florida. Entonces le dijo a Macky que tenía un mal presentimiento con respecto a la mudanza, pero claro, tenía malos presentimientos sobre tantas cosas que no estaba segura de si era realmente eso o sólo otro síntoma de su trastorno de ansiedad. No saber si debía imponerse o no era muy frustrante. El resultado era que nunca adoptaba una actitud firme sobre nada. Cuando se hallaba a una manzana de la casa de su tía, Macky ya estaba totalmente perdonado y ella se estaba echando todas las culpas por la caída de la tía Elner. «Todo es culpa mía —decía entre gemidos—-. ¡Nunca debí haberla dejado volver a esa vieja casa!»

En aquel preciso instante, Norma miró casualmente y vio a las tres personas del coche que la habían estado observando en el último semáforo. Bajó la ventanilla y dijo:

—Mi tía se ha caído de una higuera.

Justo entonces se puso la luz verde, y los del segundo coche salieron disparados.

Verbena recibe la noticia

8h 41m de la mañana

Verbena Wheeler ya estaba trabajando en Lavandería automática Pelusa y Arruga y Productos de limpieza Cinta Azul cuando su esposo, Merle, llamó y le dijo que Elner se había vuelto a caer de la escalera y esta vez había quedado inconsciente.

—En este mismo instante están esperando la ambulancia —señaló.

—¡Oooh! A Norma le va a dar un ataque, ya sabes cómo se preocupa por Elner. Tan pronto sepas algo, llámame y cuéntame.

Verbena, callada, con una pequeña y apretada permanente gris, era una persona sensata, sumamente religiosa y orgullosa de ello, pentecostal estricta, de la Iglesia de Dios, que tenía una cita de las Escrituras para cada ocasión. También se preocupaba mucho por su vecina, no sólo porque solía caerse de la escalera sino también por lo rápidamente que podía cambiar de opinión. A su juicio, recientemente Elner Shimfissle se había vuelto bastante radical, y estaba convencida de que el inicio de los cambios se remontaba al día en que su vecina se conectó a la televisión por cable y empezó a ver Discovery Channel. Verbena, que sólo veía la TBS y canales religiosos, se angustiaba profundamente. «Demasiada ciencia, demasiado poca religión», decía siempre. Para demostrar que estaba en lo cierto, refería el episodio en el que, sólo una semana después de engancharse, Elner la llamó alarmada.

—Verbena —dijo Elner—. Ya no estoy tan segura de la historia de Adán y Eva.

Verbena se quedó pasmada al oír algo así de una reputada metodista de toda la vida.

—Oh, Elner —exclamó Verbena mientras se agarraba a la encimera en busca de apoyo—. Esto que dices es tremendo… ¡La próxima será que te has vuelto atea!

—Oh, no, cariño, aún creo en Dios; sólo tengo una duda sobre lo de Adán y Eva.

Se disparó una alarma cuando Verbena captó las verdaderas repercusiones y las nefastas consecuencias de la palabra «duda». Habló con voz entrecortada.

—No estarás pensando en irte con los evolucionistas, a estas alturas; me sorprende precisamente de ti.

Elner estuvo de acuerdo.

—Bueno, yo también estoy un tanto sorprendida, Verbena, pero si alguna vez has dudado de que descendamos o no del mono, entonces tienes que ver el programa que vi ayer en la televisión sobre unos pequeños monos de nieve que hay en Japón. Están todo el invierno sentados en unas bañeras calientes, y, te lo juro, había uno que se parecía muchísimo a Tot Whooten; sólo le faltaba hablar. En serio, cariño, si le pusieras un vestido y un peine en la mano, te verías en apuros para distinguirlos. El bicho incluso llevaba sombra de ojos azul como Tot… ¡Y tenía su expresión y todo!

Verbena quedó muy afectada por la llamada. Sabía que en cuanto una persona tenía la menor duda sobre Adán y Eva, las historias que seguían —Caín y Abel, Noé y el Arca, etcétera— empezaban a caer como fichas de dominó. Quiso llamar a Norma inmediatamente y decirle que su tía estaba recibiendo peligrosas influencias de aquellos denominados programas educativos y que, si no tenía cuidado, la siguiente noticia sería que Elner estaría suscrita a
The New York Times
o ¡integrada en la Unión Americana para las Libertades Civiles! Verbena sabía que esa clase de ideas eran las que habían quitado la oración de las escuelas y a Jesucristo de la Navidad. Verbena habría llamado, pero tampoco tenía muy claro cuál era la postura de Norma sobre el asunto de la Creación.

Ida, la madre de Norma, había sido una presbiteriana estricta, pero después de su muerte, Norma entró a formar parte de una de esas iglesias
new age
, no confesional, de talla única y «hágalo usted mismo» que se habían apartado tanto de la Biblia que casi nunca la leían. Y cuando lo hacían, su interpretación de las Escrituras era demasiado vaga para satisfacer a Verbena. Ésta intentó advertir a Norma de que afiliarse a esa iglesia
newage
suponía un enorme riesgo para su alma inmortal. Norma no fue grosera, escuchó, y le agradeció la llamada, pero no regresó a la buena iglesia basada en la Biblia. Un montón de personas de la ciudad a las que Verbena había tratado de reconducir de nuevo hacia la Biblia se habían mostrado muy descorteses, llegando incluso a decirle que no se metiera en lo que no le importaba. Algunas habían llegado a cancelar su cuenta de crédito en la lavandería. La economía de Verbena se había resentido, y ésta aprendió que, si uno quiere llevarse bien con sus vecinos, es mejor no andar enredando con asuntos de religión. Pero otra razón por la que no había llamado a Norma era que, poco después de hablar con Elner, Verbena se conectó a internet. No había vuelta de hoja; Tot Whooten era, en efecto, exactamente como un mono de nieve. En su momento eso la había sorprendido, pero no había debilitado su fe; el Génesis 1:27 lo decía muy claro: «Y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza», y era de todo punto imposible que Verbena creyera que Dios se parecía a Tot Whooten ni por asomo, ¡ni a ninguno de los Whooten, si vamos a eso!

En su momento, Verbena no había sido consciente de ello, pero el incidente del mono de nieve no era la primera duda que tenía Elner sobre lo de Adán y Eva. Años atrás, cuando aún vivía en el campo, mucho antes de haber visto el Discovery Channel, estaba escuchando en la radio el parte agrícola de Bud y Jay de primera hora de la mañana, cuando Bud formuló la pregunta del día: «¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?» Después del programa, Elner volvió a sus quehaceres domésticos durante un rato, y luego, mientras estaba dando de comer a sus gallinas, se detuvo en seco, dejó el cazo en el suelo, entró y llamó a Norma.

—Hola —dijo Norma.

—Norma, creo que en la Biblia hay un fallo. ¿A quién se lo digo, a Bud y Jay o al reverendo Jenkins?

Norma miró el reloj. Eran las seis menos cuarto y aún estaba oscuro.

—Espera un segundo, tía Elner. Voy a hablar desde la cocina. Macky todavía duerme.

—Oh, ¿te he despertado?

—No pasa nada, un momentito. —Norma se levantó de la cama y se dirigió a la cocina dando traspiés, encendió la luz y enchufó la cafetera eléctrica. Ya que estaba despierta, prepararía el café. Cogió el teléfono—. Aquí estoy, tía Elner. ¿Qué pasa?

—Creo que he descubierto un error grave en la Biblia. No sé cómo no lo había visto antes.

—¿Qué error?

—¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?

—¿Qué? Esto no está en la Biblia.

—Ya lo sé, pero contesta: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?

—No tengo ni idea —dijo Norma.

—Bueno, no te preocupes, dicen que es un problema antiquísimo que nadie es capaz de resolver, pero hace tan sólo un minuto que he hallado la respuesta, más clara que el agua… ¿Preparada?

—Sí —dijo Norma entre bostezos.

—Fue primero la gallina, evidentemente.

—Aaah… ¿Y cómo has llegado a esta conclusión?

—¡Muy sencillo! ¿De dónde viene un huevo? De una gallina; luego el huevo va después de la gallina, el huevo no puede ponerse a sí mismo. Y entonces he pensado que si la gallina fue antes que el huevo… ¿Cómo es que fue primero Adán, si Eva era la única que podía dar a luz?

Norma cogió una taza del armario.

—Tía Elner, creo que olvidas que, según la Biblia, nadie dio a luz. Dios creó a Adán y después le arrancó una costilla y creó a Eva.

—Ya sé que dice esto, Norma, pero la secuencia es errónea… Es la gallina la que pone los huevos con el gallo dentro…, el gallo ni siquiera pone huevos.

—Sí, cariño, pero tiene que haber un gallo para fertilizarlos.

En el otro extremo de la línea se hizo un largo silencio. Luego Elner habló de nuevo.

—Bueno, en eso tienes razón. Creo que tengo que pensar algo más en este asunto. Jolín, creía que había resuelto uno de los grandes misterios de la humanidad; de todos modos, me parece que hay una posibilidad de que Eva fuera la primera y que los hombres que escribieron la Biblia lo cambiaran todo a última hora para poder ser ellos los primeros; y si esto es así, quizá tengamos que replantearnos la Biblia entera.

Aproximadamente a las siete y media, cuando Macky entró en la cocina, vio a Norma sentada a la mesa, totalmente despierta.

—¿Qué haces levantada tan temprano? ¿No podías dormir?

Ella lo miró.

—Habría podido…, si no me hubiera despertado el teléfono antes de amanecer.

—Vaya —dijo Macky mientras alcanzaba su taza—. ¿Qué quería saber esta mañana?

—¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? —Macky se rio mientras Norma iba a la nevera por la nata—. Sí, ríete, Macky, pero estaba a punto de llamar a la emisora de radio y decirles que en la Biblia había un fallo; menos mal que la atajé.

—¿Dónde cree ella que está el error?

—Está convencida de que Eva fue creada antes que Adán. ¿Te das cuenta del revuelo que habría provocado?

Macky sonrió.

—Bueno, al menos se puede decir en su favor que tiene una mente abierta.

—Oh, sí, muy abierta —soltó Norma—. Sólo desearía que no la abriera tan temprano. La semana pasada me despertó para saber si yo sabía cuánto pesaba la Luna.

—¿Por qué quería saber eso?

—Ni idea. Sólo sé que puede formular más preguntas en un día que la mayoría de la gente en un año.

—Sí, es verdad.

—Y espera, que en cuanto tenga en marcha lo de Adán y Eva va a estar llamándome todo el día.

Tal como estaba previsto, alrededor de las diez de la mañana, justo cuando Norma había acabado de aplicarse su especial máscara facial Merle Norman para pieles secas sensibles, sonó el teléfono por cuarta vez.

—Norma, si Adán y Eva eran las dos únicas personas que habitaban en la Tierra, ¿dónde conocieron Caín y Abel a sus esposas?

—Oh, no lo sé, tía Elner… ¿Quizás el club Med? No me preguntes. Ni siquiera sé por qué el pollo cruzó la carretera.

—¿No? ¡Pues yo sí! —soltó la tía Elner—. ¿Quieres que te lo diga?

Norma se dio por vencida y se sentó.

—Pues claro —dijo—. Me muero de ganas.

—Para demostrarle a la comadreja que se puede hacer.

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