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Authors: Jude Watson

Muere la esperanza (2 page)

BOOK: Muere la esperanza
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Qué lección tan impresionante,
pensó
Qui-Gon, aprender que la felicidad es algo tan sencillo.
Emanaba sólo de una única fuente. Ella dijo que sí. Ella dijo que sí
.

***

Mientras recorrían la corta distancia que les separaba del museo, Qui-Gon tuvo que esforzarse mucho para recordar su entrenamiento Jedi. Sabía que su padawan estaba preocupado por su comportamiento. Era cierto que, por primera vez desde que era un joven estudiante del Templo, le costaba concentrarse.

En mitad de cada batalla, de cada problema, Qui-Gon siempre había sido capaz de encontrar su centro de paz. Y ahora intentó hallarlo, pero no estaba. En su lugar había un núcleo de caos turbulento, iracundo, alimentado por su culpa y su temor.

Y aquél era uno de esos momentos en los que tenía que operar con máxima eficiencia. En aquel momento tenía que actuar con plena concentración.

El miedo gélido que sentía en su interior no sólo era por Tahl. También tenía miedo de sus dudas.

Nunca había estado tan perdido porque nunca se había sentido así antes. Hacía unas horas, Tahl y él se habían jurado amor eterno. La emoción y la necesidad les había cogido a ambos por sorpresa. Una vez lo aceptaron, les pareció lo más normal del mundo. Qui-Gon estaba asombrado por haber descubierto que había una persona que le importaba más que cualquier otra cosa en la galaxia.

Y ahora la había perdido.

—¿Qui-Gon?

Obi-Wan le sacó bruscamente de su ensimismamiento. Vio que se habían detenido frente a las grandes puertas dobles del museo.

—El museo está cerrado —dijo Obi-Wan—. Es demasiado pronto.

—Abrirá dentro de quince minutos. Seguro que los guías ya están aquí.

El museo fue construido poco después de que el Gobierno de Ápsolon se reorganizara y el planeta se rebautizara como Nuevo Ápsolon. Como muestra de buena voluntad, el Gobierno abrió al público las puertas del odiado cuartel de los Absolutos, para que la gente pudiera entrar con toda libertad y conocer los horrores que se habían llevado a cabo allí. En opinión de los líderes, era una forma de impedir que se repitiera. Se reveló la identidad de aquellos que fueron víctimas de la represión de los Absolutos, y se les dio trabajo como guías del complejo. Y así fue cómo los Jedi habían conocido a Irini.

Qui-Gon pulsó el timbre. Lo escuchó resonando en el interior. No vino nadie.

Aporreó la puerta. No podía esperar quince minutos. No podía esperar ni un segundo más de lo necesario.

La puerta se abrió y apareció Irini con su uniforme de guía. La joven miró con expresión de enfado a los Jedi.

—El museo aún no está abierto.

—Ya lo sabemos —dijo Qui-Gon, entrando.

—Esto es un agravio —dijo Irini—. Yo acudí a vosotros para suministraros información sobre la muerte de Roan. Confié en vosotros. Lo siguiente que supe fue que os habíais escapado, y luego los guardias de seguridad me echaron de la residencia del Gobernador.

—Balog ha secuestrado a Tahl —le dijo Qui-Gon, esforzándose por mantener el tono firme.

Irini dio un respingo. Después, tras un visible esfuerzo, su rostro retomó su máscara inexpresiva. Su voz se endureció.

—Entiendo —dijo al cabo de un momento—. Así que el traidor a nuestra causa es Balog. El está detrás del secuestro de las gemelas y del asesinato de Roan.

A pesar del control de Irini, Qui-Gon se dio cuenta de que saber aquello le había afectado profundamente.

—Será un formidable enemigo —murmuró ella.

—Lo único que sabemos es que Balog secuestró a Tahl —dijo Obi-Wan—. No sabemos por qué.

—Necesitamos una sonda robot —dijo Qui-Gon—. Es la forma más rápida de localizar a Balog. Alani nos dijo que se lo pidiéramos a Lenz.

—Lenz no me informa de sus movimientos —dijo Irini bruscamente—. No soy su niñera.

Qui-Gon sintió que su impaciencia crecía por momentos. Cada minuto que pasaba alejaba más a Tahl de él, y enfriaba su rastro. Irini les cerraba el paso.

Él la contempló un momento. Irini llevaba una túnica azul abotonada hasta el cuello, y el pelo engominado y peinado hacia atrás. En sus ojos no había ni un asomo de calidez. Estaba dedicada a la causa de los Obreros, y pensaba que los Jedi simpatizaban con la facción de los Civilizados. Qui-Gon sabía por experiencia lo seria y difícil que podía ser Irini. Pero no iba a marcharse de allí hasta que consiguiera lo que quería.

Ella vio algo en sus ojos y se dio la vuelta rápidamente.

—Tengo que trabajar —dijo.

—No —la voz de Qui-Gon era suave, pero ella se quedó clavada en el suelo. El Maestro Jedi se dijo a sí mismo que tenía que ir despacio. Irini no respondería ante amenazas o intimidaciones. Se opondría de forma obstinada.

—Hace unas horas viniste a ofrecernos información —dijo él—. Confiaste en nosotros. Nosotros confiamos en tu información.

—Vuestra Jedi ha sido secuestrada —dijo Irini con la cabeza mirando hacia otro lado y la voz ahogada—. Lo siento mucho, pero no es asunto mío. Es un tema Jedi. Pero sí sé que los Absolutos no se toman nada bien la traición.

—¿Cómo sabes que Tahl se infiltró en los Absolutos? —preguntó Qui-Gon rápidamente. Dio tres pasos al frente para poder verle la cara a ella—. ¿Y por qué piensas que tienen algo que ver con su secuestro?

Ella alzó la barbilla, desafiante.

—¿Y eso qué importa? No estamos en el mismo lado, Jedi.

—Yo creo que sí —dijo Obi-Wan—. Tú estás en contra de los Absolutos. Si ellos secuestraron a Tahl, quizás ella sepa cosas que a ti te interesen.

Lo que decía Obi-Wan tenía lógica, pero Qui-Gon pensó que a Irini le daría igual. Y, aun así, algo en las palabras de su padawan hizo que ella se detuviera y les mirara fijamente.

—Quizá pueda encontrar a Lenz —dijo reticente.

—Entonces vámonos —dijo Qui-Gon con firmeza. Tenía que seguir presionando. Tenía que eliminar sus peores temores con algo de acción.

***

El primer vistazo que tuvieron de Lenz había sido fugaz, pero Qui-Gon le recordaba bien. No tenía un rostro fácil de olvidar. Había sido marcado por el sufrimiento y la enfermedad, pero tenía nobleza y fuerza. Su cuerpo estaba debilitado, pero su alma seguía emanando mucha fortaleza. Quizá no destacara entre una multitud, pero Qui-Gon supo a primera vista que tenía madera de líder.

Allí estaba Lenz, mientras Irini guiaba a los Jedi hacia una pequeña sala en la sección Obrera de la ciudad. Irini había avisado a Lenz por el intercomunicador de que estaban en camino, y por qué.

Lenz miró a Irini, interrogante.

—¿Ahora confías en los Jedi? ¿Qué ha pasado?

—En algo tienen razón —dijo Irini—. Ellos tienen más posibilidades de encontrar a Tahl. Si Balog nos traicionó por los Absolutos, tenemos que saberlo.

Lenz miró fijamente a Irini y asintió con lentitud.

—Es posible.

Con los nervios alerta, Qui-Gon percibió algo entre Irini y Lenz. Había sido un intercambio mudo de información. Se dio cuenta de que ambos se conocían muy bien. Lo suficiente como para hablar sin palabras, como hacían su padawan y él.

—Irini me ha contado que queréis una sonda robot —dijo Lenz.

Obi-Wan asintió.

—Alani nos dijo que nos ayudarías.

Lenz esbozó una sonrisa.

—Cuando Irini o Alani me piden que haga algo no me queda otra opción que hacerlo —les indicó que se sentaran en una abollada mesa metálica—. He de advertiros que corremos el riesgo de ser arrestados. Desde el asesinato de Roan, el Gobierno ha arremetido contra los que dirigen el mercado negro. El poder se les escapa de las manos, y piensan que una demostración del mismo les salvará. La Legislatura Unida está sumida en un conflicto para nombrar al sucesor de Roan.

—Muchos Obreros piensan que es hora de entrar en acción —dijo Irini—. Y los hay que quieren que llevemos a cabo otra campaña de sabotaje industrial para obtener lo que queremos. Obviamente, nosotros buscamos que un Obrero obtenga el puesto de Gobernador Supremo; pero Lenz y yo debemos ser cautelosos. Si emprendemos otra campaña de sabotaje, perderemos el apoyo que tenemos entre los Civilizados. Funcionó en su momento, pero no creemos que vuelva a ser así. No queremos provocar agitación social.

—Aunque estemos cerca de hacerlo —dijo Lenz.

—¿Creéis que Balog es un Absoluto? —preguntó Obi-Wan.

Lenz e Irini intercambiaron una mirada.

—Nació Obrero —dijo Irini, vacilante—. Y estaba muy cercano a Ewane, el gran líder Obrero...

—Pero sí, creemos que su lealtad ha cambiado —dijo Lenz en tono sombrío—. Cuando nos contasteis que había secuestrado a Tahl, todo encajó. Es bastante probable que lleve trabajando para los Absolutos desde hace tiempo. Por eso secuestró a Alani y Eritha. Siempre tuvo en mente liberarlas... Su verdadero objetivo era Roan.

—Así que atrajo a Roan con la excusa del rescate —dijo Obi-Wan—. Y entonces lo mató.

Qui-Gon recordó la demostración de dolor por parte de Balog cuando encontraron el cadáver de Roan. Balog era un gran actor. Sí, debía de serlo para haber estado compinchado con los Absolutos durante todo ese tiempo.

—Hay una cosa que me asombra —dijo Qui-Gon—. Puede que Balog sea el jefe de seguridad, pero no es rival para Tahl. Ni siquiera sin su sable láser. ¿Cómo pudo dominarla?

—Los Absolutos solían emplear una droga paralizadora —dijo Irini—. Sigues consciente, pero te deja inmovilizado. Es fácil de administrar. Si ella le dio la espalda en algún momento...

—¿Esa droga es peligrosa? —preguntó Qui-Gon, aunque le daba miedo la respuesta.

—No, si se trata de una única dosis —dijo Lenz—. O dos. El problema es que desgasta mucho, y si se utiliza varias veces en un corto periodo de tiempo puede provocar daños permanentes. El deterioro muscular es un efecto secundario —Lenz se señaló a sí mismo—. Como podéis ver.

—Lenz tuvo suerte —añadió Irini tranquilamente—. La droga puede producir daños permanentes en los órganos internos, que se quedan totalmente inutilizados en poco tiempo. Hubo muchos que... —su voz se fue apagando, y su rostro se encendió.

Me está diciendo que quizá Tahl haya muefrto.
Qui-Gon se apretó las manos con fuerza bajo la mesa. Pensar en Tahl indefensa, con la mente activa pero el cuerpo deteriorado, le hizo desear destrozar la habitación.

Volvió a tener la visión que le había empujado hasta Nuevo Ápsolon. Tahl débil, con los músculos de las piernas incapaces de sostenerla. Se apoyaba en él, con la mano agarrándole la nuca.
Es demasiado tarde para mí, querido amigo...

—Nos estáis ocultando algo —dijo Qui-Gon, mirando directamente a Irini, y luego a Lenz—. ¿Qué es?

—Nada —respondió Irini—. Hemos accedido a ayudaros para encontrar una sonda robot...

—Pero hay algo sobre el secuestro que vosotros sabéis y nosotros no —dijo Qui-Gon, y su tono se hizo más iracundo—. Admitís que tenemos más posibilidades de encontrar a Tahl. Dadnos toda la información que necesitemos, y las posibilidades serán todavía más —se inclinó hacia delante. Había llegado el momento de ejercer un poco de intimidación. No le gustaba hacerlo, pero su impaciencia había hecho efecto. Necesitaba actuar, y aquellas personas no iban a impedirle avanzar—. Os recuerdo que no es buena idea interponerse en el camino de los Jedi.

Obi-Wan se sumó a su apremio.

—Hemos perdido a una de los nuestros —dijo—. Eso es algo realmente serio.

La doble amenaza de los Jedi pareció sorprender a Lenz.

—No es algo que sepamos. Es algo que sospechamos.

—Lenz...

—No, Irini. Tienen razón. Deberían saberlo —Lenz la hizo callar con una mirada, y volvió a centrar su atención en los Jedi—. Sabemos que los Absolutos empleaban informadores secretos cuando estuvieron en el poder. Hay una lista de los que ejercieron esa tarea. Esa lista ha sido codificada para que no se pueda copiar. Sólo unos pocos miembros del Gobierno conocían su existencia, y son menos los que la han visto. Además, creemos que la mayoría (puede que todos) están muertos. Uno de ellos era Roan. El tenía la lista, pero se la robaron antes de morir. Eso es todo lo que sabemos.

—Al principio pensamos que Balog había conseguido quitársela a Roan —dijo Irini—. Ahora hemos cambiado de opinión. Creemos que fue otra persona.

—Balog debe de estar buscándola —dijo Lenz—. Después de todo, su nombre está en ella. Si eso se descubriera, perdería toda credibilidad entre los Obreros. Sería nuestra palabra contra la de Balog, y eso no bastaría para volver a la gente en su contra. Necesitamos pruebas. Él necesita destruirlas. Creemos que sus ambiciones apuntan incluso más alto que al despacho del Controlador en Jefe de Seguridad. La persona que tiene la lista tiene mucho poder. Él, o ella, será quien decida delatar a los informadores o mantener su identidad en secreto, sobornarles a cambio de silencio o encontrar un héroe que los descubra. Carreras y reputaciones serían destruidas. Se dice que la lista contiene nombres muy relevantes.

—¿Y qué tiene que ver Tahl con todo esto? —preguntó Obi-Wan.

—La lista estuvo en manos de los Absolutos durante un tiempo, y luego desapareció —dijo Irini—. Eso lo sabemos. ¿Y si Balog piensa que Tahl la tiene? Es la única explicación que se me ocurre para que Balog la haya capturado y, aun así, la mantenga con vida.

Qui-Gon negó con la cabeza.

—Si Tahl tuviera la lista, nos lo habría dicho.

—¿Así que no creéis que la tenga? —preguntó Lenz.

—Quizá no sepa que la tiene —supuso Irini—. Quizá sepa dónde encontrarla. Pero simplemente no sabe lo relevante que es.

Aquello era inquietante. Implicaba que Balog podía mantenerla con vida sólo hasta que supiera la verdad. Tahl no tenía esa lista. Cuando Balog lo descubriera, la mataría.

Qui-Gon vio en la cara pálida de Obi-Wan que su padawan había llegado a la misma conclusión. Se puso en pie.

—Si tu teoría es correcta, Balog no tendrá paciencia alguna. Y yo menos. Vamos a por la sonda robot.

Capítulo 3

Lenz e Irini les guiaron hacia las profundidades del sector Obrero, cerca de las afueras de la ciudad. La zona había sido abandonada por los Obreros cuando, a raíz de la elección de Ewane como gobernante, viviendas mejores estuvieron disponibles. Una manzana tras otra, las casas abandonadas mostraban los efectos de la negligencia y el desorden. Edificios a medio demoler se erigían junto a otros intactos, que tenían las ventanas rotas o completamente ausentes. Las calles estaban llenas de escombros, y las pilas de planchas de duracero se amontonaban en las plazas de aparcamiento vacías.

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