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Authors: Mario Vargas Llosa

Tags: #Erótico, Humor, Relato

Pantaleón y las visitadoras

BOOK: Pantaleón y las visitadoras
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Pantaleón Pantoja, un capitán del Ejército recientemente ascendido, recibe la misión de establecer un servicio de prostitución para las Fuerzas Armadas del Perú en el más absoluto secreto militar. Estricto cumplidor del deber que le ha sido asignado, Pantaleón se traslada a Iquitos, en plena selva, para llevar a cabo su cometido, pero se entrega a esta misión con tal obcecación que termina por poner en peligro el engranaje que él mismo ha puesto en movimiento. Así arranca la novela de Mario Vargas Llosa Pantaleón y las visitadoras, publicada en 1973 y llevada posteriormente al cine.

Mario Vargas Llosa utiliza esta anécdota para subrayar la hipocresía de las instituciones que se llaman ejemplares y del oficio más viejo del mundo. El eterno debate entre verdad y mentira, entre necesidad y virtud, y las perniciosas consecuencias que depara a veces la observancia rigurosa del deber son valores fundamentales de esta extraordinaria novela.

Concebida y ensamblada con pericia de maestro, Pantaleón y las visitadoras supone un giro en la obra narrativa de Mario Vargas Llosa. El realismo social presente en sus primeras obras da paso a una precisa dosificación del sentido del humor, la sátira y la ironía que enriquecen sin mesura el desarrollo de su peculiar universo literario.

Mario Vargas Llosa

Pantaleón y las visitadoras

ePUB v1.0

ebookofilo
07.08.12

Título original:
Pantaleón y la visitadoras

Mario Vargas Llosa (1973).

Imagen de cubierta: Pep Carrió

Editor original: ebookofilo (v1.0)

ePub base v2.0

PRÓLOGO

E
SCRIBÍ ESTA
novela en una apretada casita de Sarrià, en Barcelona, ente 1973 y 1974, al mismo tiempo que su versión cinematográfica. Debía filmarla José María Gutiérrez, pero, por los absurdos malabares del cine, terminá dirigiendo la película al alimón con él (acepto toda la responsabilidad de la catástrofe).

La historia está basada en un hecho real —un «servicio de visitadoras» organizado por el Ejército peruano para desahogar las ansias sexuales de las guarniciones amazónicas—, que conocí de cerca en dos viajes a la Amazonía —en 1958 y 1962—, magnificado y distorsionado hasta convertirse en una farsa truculenta. Por increíble que parezca, pervertido como yo estaba por la teoría del compromiso en su versión sartreana, intenté al principio contar esta historia en serio. Descubrí que era imposible, que ella exigía la burla y la carcajada. Fue una experiencia liberadora, que me reveló —¡sólo entonces!— las posibilidades del juego y el humor en la literatura. A diferencia de mis libros anteriores, que me hicieron sudar tinta, escribí esta novela con facilidad, divirtiéndome mucho y leyendo los capítulos a medida que los terminaba a José María Gutiérrez, y a Patricia Grieve y Fernando Tola, mis vecinos de la calle Osio.

Algunos años después de publicado el libro —con un éxito de público que no tuve antes ni he vuelto a tener— recibí una llamada misteriosa, en Lima: «Yo soy el capitán Pantaleón Pantoja», me dijo la enérgica voz. «Veámonos para que me explique cómo conoció mi historia». Me negué a verlo, fiel a mi creencia de que los personajes de ficción no deben entrometerse en la vida real.

M
ARIO
V
ARGAS
L
LOSA

Londres, 29 de junio de 1999

A José María Gutiérrez

Il y a des hommes n'ayant

pour mission parmi les autres

que de servir d'intermédiaires; on

les franchit comme des ponts,

et l'on va plus loin.

FLAUBERT

L'éducation sentimentale

I

—D
ESPIERTA
, Panta —dice Pochita—. Ya son las ocho. Panta, Pantita.

—¿Las ocho ya? Caramba, que sueño tengo —bosteza Pantita—. ¿Me cosiste mi galón?

—Sí, mi teniente —se cuadra Pochita—. Uy, perdón, mi capitán. Hasta que me acostumbre vas a seguir de tenientito, amor. Si, ya, se ve regio. Pero levántate de una vez, ¿tu cita no es a?

—Las nueve, si —se jabona Pantita—. ¿Dónde nos mandarán, Pocha? Pásame la toalla, por favor. ¿Dónde se te ocurre, chola?

—Aquí, a Lima —contempla el cielo gris, las azoteas, los autos, los transeúntes Pochita—. Uy, se me hace agua la boca: Lima, Lima, Lima.

—No sueñes, Lima nunca, que esperanza —se mira en el espejo, se anuda la corbata Panta—. Si al menos fuera una ciudad como Trujillo o Tacna, me sentiría feliz.

—Qué graciosa esta noticia en
El Comercio
—hace una mueca Pochita—. En Leticia un tipo se crucificó para anunciar el fin del mundo. Lo metieron al manicomio pero la gente lo sacó a la fuerza porque creen que es santo. ¿Leticia es la parte colombiana de la selva, no?

—Qué buen mozo te ves de capitán, hijito —dispone la mermelada, el pan y la leche sobre la mesa la señora Leonor.

—Ahora es Colombia, antes era Perú, nos la quitaron —unta de mantequilla una tostada Panta—. Sírveme otro poquito de café, mamá.

—Cómo nos mandaran de nuevo a Chiclayo —recoge las migas en un plato y retira el mantel la señora Leonor—. Después de todo, allá hemos estado tan bien ¿no es cierto? Para mí, lo principal es que no nos alejen mucho de la costa. Anda, hijito, buena suerte, llévate mi bendición.

—En el nombre del Padre y del Espíritu Santo y del Hijo
QUE MURIÓ EN LA CRUZ
, —eleva los ojos a la noche, baja los ojos a las antorchas el Hermano Francisco—. Mis manos están amarradas, el leño es ofrenda, ¡persígnense por mí!

—Me espera el coronel López López, señorita —dice el capitán Pantaleón Pantoja.

—Y también dos generales —hace ojitos la señorita—. Entre nomás, capitán. Sí, ésa, la puerta cafecita.

—Aquí está el hombre —se levanta el coronel López López—. Adelante, Pantoja, felicitaciones por ese nuevo fideo.

—La primera nota en el examen de ascenso y por unanimidad del jurado —estrecha una mano, palmea un hombro el general Victoria—. Bravo, capitán, así se hace carrera y patria.

—Siéntese, Pantoja —señala un sofá el general Collazos—. Y agárrese bien para oír lo que va a oír.

—No me lo asustes, Tigre —mueve las manos el general Victoria—. Se va a creer que lo mandamos al matadero.

—Que para comunicarle su nuevo destino hayan venido los jefazos de Intendencia en persona, le indica que la cosa tiene sus bemoles —adopta una expresión grave el coronel López López—. Sí, Pantoja, se trata de un asunto bastante delicado.

—La presencia de estos jefes es un honor para mí —hace sonar los talones el capitán Pantoja—. Caramba, me deja usted muy intrigado, mi coronel.

—¿Quiere fumar? —saca una cigarrera, un encendedor el Tigre Collazos—. Pero no se esté ahí parado, tome asiento. ¿Cómo, no fuma?

—Ya ve, por una vez el Servicio de Inteligencia acertó —acaricia una fotocopia el coronel López López—. Tal cual: ni fumador, ni borrachín ni ojo vivo.

—Un oficial sin vicios —se admira el general Victoria—. Ya tenemos quien represente al arma en el Paraíso, junto a Santa Rosa y a San Martín de Porres.

—Tampoco exageren —se ruboriza el capitán Pantoja—. Algunos vicios tendré que no se me conocen.

—Conocemos de usted más que usted mismo —alza y deposita otra vez en el escritorio un cartapacio el Tigre Collazos—. Se quedaría bizco si supiera las horas que hemos dedicado a estudiar su vida. Sabemos lo que hizo, lo que no hizo y hasta lo que hará, capitán.

—Podemos recitar su foja de servicios de memoria —abre el cartapacio, baraja fichas y formularios el general Victoria—. Ni un solo castigo de oficial y de cadete apenas media docena de amonestaciones leves. Por eso ha sido el elegido, Pantoja.

—Entre cerca de ochenta oficiales de Intendencia, nada menos —levanta una ceja el coronel López López—. Ya puede inflarse como un pavo real.

—Les agradezco el buen concepto que tienen de mí —se empaña la vista del capitán Pantoja—. Haré todo lo que pueda para responder a esa confianza, mi coronel.

—¿El capitán Pantaleón Pantoja? —sacude el teléfono el general Scavino—. Te oigo apenas. ¿Que me lo mandas para qué, Tigre?

—En Chiclayo ha dejado un magnífico recuerdo —hojea un informe el general Victoria—. El coronel Montes estaba loco por conservarlo. Parece que el cuartel funcionó como un reloj gracias a usted.

—«Organizador nato, sentido matemático del orden, capacidad ejecutiva» —lee el Tigre Collazos—. «Condujo la administración del regimiento con eficacia y verdadera inspiración». Caracoles, el zambo Montes se enamoró de usted.

—Me confunden tantos elogios —baja la cabeza el capitán Pantoja—. Siempre he tratado de cumplir con mi deber y nada más.

—¿El Servicio de las qué? —suelta una carcajada el general Scavino—. Ni tú ni Victoria pueden tomarme el pelo, Tigre, ¿se han olvidado que soy calvo?

—Bueno, al toro por los cuernos —sella sus labios con un dedo el general Victoria—. El asunto exige la más absoluta reserva. Me refiero a la misión que se le va a confiar, capitán. Suéltale el cuco, Tigre.

—En síntesis, la tropa de la selva se anda tirando a las cholas —toma aliento, parpadea y tose el Tigre Collazos—. Hay violaciones a granel y los tribunales no se dan abasto para juzgar a tanto pendejón. Toda la Amazonía está alborotada.

—Nos bombardean a diario con partes y denuncias —se pellizca la barbilla el general Victoria—. Y hasta vienen comisiones de protesta de los pueblitos más perdidos.

—Sus soldados abusan de nuestras mujeres —estruja su sombrero y pierde la voz el alcalde Paiva Runhuí—. Me perjudicaron a una cuñadita hace pocos meses y la semana pasada casi me perjudican a mi propia esposa.

—Mis soldados no, los de la Nación —hace gestos apaciguadores el general Victoria—. Calma, calma señor alcalde. El Ejército lamenta muchísimo el percance de su cuñada y hará cuanto pueda para resarcirla.

—¿Ahora le llaman percance al estupro? —se desconcierta el padre Beltrán—. Porque eso es lo que fue.

—A Florcita la agarraron dos uniformados viniendo de la chacra y se la montaron en plena trocha —se come las uñas y brinca en el sitio el alcalde Teófilo Morey—. Con tan buena puntería que ahora esta encinta, general.

—Usted me va a identificar a esos bandidos, señorita Dorotea —gruñe el coronel Peter Casahuanqui—. Sin llorar, sin llorar, ya va a ver cómo arreglo esto.

—¿Se le ocurre que voy a salir? —solloza Dorotea—. ¿Yo solitita delante de todos los soldados?

—Van a desfilar por aquí, frente a la Prevención —se esconde detrás de la rejilla metálica el coronel Máximo Dávila—. Usted los va espiando por la ventana y apenas descubra a los abusivos me los señala, señorita Jesús.

—¿Abusivos? —salpica babas el padre Beltrán—. Viciosos, canallas y miserables, más bien. ¡Hacerle semejante infamia a doña Asunta! ¡Desprestigiar así el uniforme!

—A Luisa Cánepa, mi sirvienta, la violó un sargento, y después un cabo y después un soldado raso —limpia sus anteojos el teniente Bacacorzo—. La cosa le gustó o qué sé yo, mi comandante, pero lo cierto es que ahora se dedica al puterío con el nombre de Pechuga y tiene como cafiche a un marica que le dicen Milcaras.

—Ahora indíqueme con cuál de estas personitas quiere casarse, señorita Dolores —pasea frente a los tres reclutas el coronel Augusto Valdés—. Y el capellán los casa en este instante. Elija, elija, ¿cuál prefiere para papá de su futuro hijito?

BOOK: Pantaleón y las visitadoras
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