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Authors: Marcela Paz

Tags: #infantil

Papelucho en la clínica (11 page)

BOOK: Papelucho en la clínica
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Al fin, mi papá dijo que bueno y fuimos al otro día a ver al doctor Jefe y papá le contó mi idea y preguntó que cuánto necesitaba y el doctor Soto dijo:

—Ochocientos millones.

Papá se puso pálido y preguntó:

—¿No será mucho?

—Para una persona sí, pero para ochocientos enfermos, no es mucho...

—y mi papá tuvo que hacer el cheque.

Yo me sentía bien aliviado, pero lo malo fue que al pasar por el patio de entrada, el Dr. Soto me mostró el caballero de fierro negro que termina en piedra, y me dijo:

—¿Te gustaría verte inmortalizado en bronce algún día? Quizá más adelante tendrás una estatua como esa... —Y soñé toda la noche con que me habían plantado en el suelo como un árbol y me dolían mis raíces de tanto tironear para zafarme de ahí. Y cuando desperté, tenía los pies metidos en un hoyo de la sábana, y la sábana hecha tiras amarrada en mis tobillos.

Y mi mamá tuvo que pagar la sábana porque era del hotel.

XXII

Al principio mi mamá estaba muy feliz en casa propia, pero ahora se está aburriendo de que tenga que venir el maestro todos los días a componer algo. Y también ya se está cansando de limpiar y encerar y por fin dejó el sótano en paz para limpiarlo este otro año. Y esa fue la suerte mía, porque me dieron ahí un taller o Laboratorio.

Apenas había instalado mi oficina ahí, cuando descubrí que era una cueva o criadero de ratones. Y son de esos ratones grandes y forzudos que corren y galopan. Y son lo más inteligentes que hay. Ellos saben que la gente los persigue y por eso se esconden; duermen de día y viven de noche. Y lo único malo es que son desconfiados y tímidos y nerviosos y cuesta bastante enseñarlos y hacerse amigo. Pero yo les preparo unas comidas sabrosas y les llevo los diarios. Tenemos a medias una fábrica de hueveras. Yo les pongo una tabla de tapa en su cueva y ellos le hacen un hoyo y otro y otro y así la dejan lista para colocar huevos.

Con el Casi estamos entrenando al Salomón, que es el más grande, para mandarlo a Marte como prueba, y ya ni nos cuesta agarrarlo, porque le damos queso y vino en su jarro-cohete. Es un jarro de lavatorio antiguo que encontramos en mi laboratorio y tiene varios lentes o perforaciones en el fondo, que nos sirven para ver a Salomón mientras él come. En ese mismo jarro irá de satélite y llevará todo lo necesario para su viaje: ropas de lana por si hiela, limones por si hace calor y una radio a pila para trasmitir sus palpitaciones.

En lugar de dispararlo como un cohete, lo elevaremos en un volantín gigante, que es menos peligroso y lo puede llevar mucho más lejos, porque arriba hay corrientes fantásticas, y contamos con que Marte también tendrá su imán propio, como la tierra.

Tenemos que vender las hueveras para comprar hilo de nylon por kilómetros y los materiales para hacer el volantín gigante. El Casi me convidó a Osorno en Semana Santa y desde ahí veremos pasar a Salomón en su satélite porque estará en «órbita»

Cuando veamos cómo vuelve Salomón, ensayaremos de ir nosotros y como queremos ir los dos, hemos tenido que buscarnos un socio nuevo. Este socio es un amigo del Casi, que es el Genio de la clase y el más inteligente de su colegio. Se llama Mateo Eneas Verdugo y tiene cara de mellizo. Vino ayer a ver mi laboratorio y se llevó dos ratones para estudiarlos y hoy me llamó por teléfono para pedirme si le podía prestar ocho más porque se le escaparon en la prueba. Yo reuní catorce para elegir y escogí los ocho más gordos y los tengo en una maleta con tapa de alambre, y estaban tan hambrientos que les tuve que dar dos libros completos y algo de queso que encontré por ahí. Y les vino tanta vitamina que se escaparon con maleta y todo y ni los podía agarrar, así que tuve que encerrarlos en mi laboratorio con llave. Todo esto resulta bien complicado ahora que volví al Colegio y hay tan poco tiempo para preparar la cuestión satélite. Por suerte que en la noche sueño todas las ideas que no alcanzo a pensar en el día y aunque se me olvidan cuando despierto, en todo caso me sirven de práctica.

El Verdugo me regaló una cosa rara que no sé para qué sirve, pero en todo caso la voy a aprovechar en Salomón. Porque hay que entrenar muy bien al individuo que va a Marte, y por eso yo lo entreno todos los días dándole cien vueltas bien ligero en su jarro, y para que resista los cambios de temperatura, le pongo una vela prendida debajo hasta que el jarro se pone negro y quema al tocarlo. Y por fin en la noche lo meto al refrigerador mientras comemos y después le doy su comida propia.

Javier anda tremendamente amargado porque parece que la Verónica ya no le da bola. Y todo porque ahora ella tiene un amigo de la Escuela Naval, aunque según Javier no es más que uno con olor a leche. En todo caso hay otra chiquilla que se lo pasa llamando por teléfono y cuando uno contesta, ella corta. Y tiene una risa chinche que se queda sonando en el fono después que corta. Y yo ya la tengo cachada porque se pasa casi todo el día asomada al balcón de la casa de enfrente y cada vez que me ve me dice: «QUIUBO» y se esconde. Pero Javier dice que es una mocosa y no la mira tampoco. ¡Qué le importará la edad si le da bola! Javier es de esa gente que tiene que tener polola, si no, revienta.

Esta tarde, cuando estábamos en reunión con el Casi y el Eneas, movimos un pedazo de ropero que hay en mi laboratorio y resultó un DESCUBRIMIENTO. Arriba, en la parte alta, una ventanita extraña, y abajo, en la parte baja una Cueva misteriosa sin fin. Es lo bueno de una casa antigua como la nuestra, que tiene Pasos Secretos, seguramente del tiempo de la persecución de los Cristianos. Aunque apenas cabíamos de a uno, nos fuimos metiendo, y arrastrándonos por su oscuridad que tenía olor a Catacumba y aunque nos arrastramos kilómetros, ni llegamos a otra parte. Pero vamos a organizar una pesquisa con linterna, y ahí veremos.

Cuando salimos a la luz, o sea al laboratorio, había en la ventanita de arriba unos ojos mirándonos. Eneas quedó como hipnotizado y era inútil hablarle. Por fin se movió de ahí sin contestar, salió afuera y no volvió más. Cuando fuimos a ver qué le pasaba, resulta que estaba conversando con la chiquilla de la casa de enfrente, esa que me dice: QUIUBO. Pero a Eneas, ya no le interesaba lo de la cueva ni lo del satélite.

Así que con el Casi lo dejamos ahí, y nos volvimos a trabajar al laboratorio, sin sospechar lo que ahí pasaba...

Apenas entramos, nos dimos cuenta que había la más tremenda invasión y todo el suelo, y todos los instrumentos de trabajo, y las murallas y todos los cachivaches estaba lleno, pero lleno de ratones vivos y felices. El Casi y yo tratamos de entrar, pero nos hacían zancadillas, nos estrellaban, saltaban por arriba y por abajo sin tenernos ningún miedo. Era como una revolución y ellos ya no tenían complejo, sino que se sentían dueños de la cancha. Se habían apoderado hasta del Paso Secreto y salían de él como espectadores del Estadio en día de campeonato.

Casi y yo nos reíamos de verlos tan felices, pero luego oímos unos gritos atroces y salimos a ver. Y era el Eneas y la «Quiubo» chillando a grito pelado mientras los perseguían por la calle a todo galope los ratones. Desde ese momento no hemos vuelto a saber más de ellos ni ha aparecido más en su ventana la chiquilla. ¡Quién sabe hasta dónde corrieron!

Y en esta casa y en todo el barrio se armó tanta pelotera que tuvieron que venir las Bombas, la policía y las grúas de la refinería y con gases lacrimógenos corrieron a los ratones y los mil perros que los perseguían ladrando.

Cuando uno ve esa propulsión a chorro de animales que han perdido el miedo, se da cuenta que los pobres son verdaderos esclavos de las mañas y el egoísmo del hombre... ¿Por qué serán así? —digo yo. Y a uno le dan ganas de darles un mundo propio, como Marte, por ejemplo, para que ellos puedan hacer su vida tranquilos y no escondidos. Y más apuro le da en fabricar el volantín para elevarlos luego, antes que los criminales los acaben con Venenos.

El Casi y yo corríamos con los perros y los ratones y los perseguidores tratando de salvar algunos para nuestro invento, pero todos iban desapareciendo por una cueva en la duna y los perros con ellos. Llorando con los gases lacrimógenos nos volvimos en la Bomba a nuestra casa y de repente nos acordamos que teníamos los ratones «a prueba» guardados en la maleta, así que estábamos salvados... Les dimos su almuerzo y los dejamos guardados en el comedor, porque ahí siempre hay discusión y no se oyen los ruidos y el papá del Casi estaba tan alborotado con la «Invasión de Ratones» que mandó un teletipo a Osorno que costó veinte mil pesos para que lo publicaran en la primera página de su diario.

Y hemos decidido con el Casi disparar hoy mismo el volantín marciano con Salomón y dos esposas y apenas esté en órbita prepararnos nuestro viaje definitivo, porque hay que preocuparse que cuando llegue allá Salomón, tenga sus comodidades y no se pierda correteando en planeta desconocido.

Y ahora mismo guardo mi diario hasta mi vuelta, que será cuando la Jimena del Carmen cumpla tres años y nos vamos a trabajar con el Casi en nuestro genial invento. Así sea.

Acerca de la autora

Marcela Paz —pseudónimo de la escritora Ester Huneeus Salas—fue una mujer excepcional, capaz de construir una prosa fresca y natural.

Educada en su casa por profesores particulares quienes le enseñaron, además de las asignaturas habituales, los idiomas inglés, francés y alemán, comenzó a escribir desde muy joven en revistas y periódicos. Usó diferentes pseudónimos, entre los cuales se quedó definitivamente con Marcela Paz; Marcela, por ser admiradora de la escritora francesa Marcelle Auclair, y Paz porque —según ella misma decía— necesitaba ese don.

Cuando, antes de casarse, su novio, José Luis Claro, le regaló una agenda, Ester decidió escribir en ella el diario de vida de un niño. Y fue así como nació su hijo más célebre: Papelucho, de quien puede decirse, sin duda, que es ya un clásico de la literatura infantil chilena.

Creadora además de una singular galería de personajes como los Pecosos, el Soldadito Rojo, la Colorina, Sebastián, Catita y Perico, entre otros, fue también la fundadora del IBBY (International Board of Books for Young People) en Chile.

Con un amplio reconocimiento tanto en el país como en el extranjero, entre los varios premios y distinciones que recibió a lo largo de su vida, obtuvo dos muy importantes: el diploma de mérito que la incluyó en la lista de honor "Hans Christian Andersen" concedido por el Congreso Internacional del IBBY reunido en Suiza en el año 1968 —y que fue otorgado por primera vez a un autor latinoamericano— y el Premio Nacional de Literatura 1982, que coronó su infatigable desempeño en el mundo de las letras.

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