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Authors: Marcela Paz

Tags: #infantil

Papelucho en la clínica (6 page)

BOOK: Papelucho en la clínica
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Porque en la casa había un bailoteo fenómeno y la radio tocaba a grito pelado y era la fiesta más animada con
ula ula y rock and roll y jidibugy
qué sé yo. Y toda era gente conocida porque estaban los de la cajetilla, y las de la verdulería y la carnicería y el zapatero y la gente más alegre.

Pero mi mamá se puso verde de rabia y mi papá como que no estaba bien seguro si ponerse furioso o soltar la risa y así la fiesta se vino abajo como un desmorono y la casa quedó pelada y la radio siguió tocando sola. Y lo peor de todo fue que no quedaba ni un solo tarro de conserva de los que trajo mi papá y nada de comer. Y la única que tenía su alimento, que era la guagua, era la que más chillaba. Así que el día fue un verdadero fracaso porque tuvimos que acostarnos sin comer y también con la Grace enojada con llave en su cuarto y ni siquiera dijo que se iba.

La Grace amaneció con jaqueca y tuvimos que llamar al doctor de la refinería porque se moría y se moría. Y mientras se moría había una gran confusión en la casa, hasta que llegó el doc y dijo que era pura esteria y con dos palmadas en la cara quedó lista. Y de repente me acordé de mi reloj y fui a buscarlo y había desaparecido.

Yo no se lo podía decir a mi mamá porque ella iba a salir con su eterno: «Eso te pasa por no dármelo a guardar a mí, etc.» Y no entiende que una cosa guardada es igual que una cosa perdida porque no sirve para nada.

En fin, que después del almuerzo todo el mundo se acostó a dormir la siesta para acortar el día. Y resultó igual que otro día más.

Parece que en la cuestión del bailoteo de ayer no tuvo ninguna culpa la Grace, porque se trataba de un «malón». Y un «malón» es una cosa como un asalto o salteo y la gente amiga llega a la casa de uno sin preguntar y arma la fiesta con comida y todo.

También papá y mamá amanecieron con jaqueca y decidieron perdonar a la Grace porque ella se levantó tempranito y enceró la casa y les dio un rico desayuno. La gente grande es así; siempre cambia de idea en la mañana.

Pero lo único malo de todo esto es que no puedo encontrar el reloj que me regaló el doctor y ni puedo decir que se perdió porque nadie sabe que lo tenía. Desrellené entera mi almohada y la de Javier y no está, y voy a tener que desrellenar todas las almohadas de la casa hasta que lo encuentre porque en el malón de la Grace se confundieron todas las cosas de esta casa y también se me olvidó dónde escondí mi reloj.

X

Resulta que va a pasar una desgracia tremenda y no se puede decir y es bastante terrible estar esperándola y ver que nadie sospecha nada.

Anoche, cuando yo le estaba secando los platos a la Grace, ella me contó que cuando iba a suceder una desgracia en una casa siempre había mucha alegría y entonces en la noche se sentía llegar un coche. Es un coche negro, tirado por un solo caballo sin cochero. Cuando llega este coche a una casa, se oye el trote de su caballo que viene desde lejos y a medida que se acerca uno se pone nervioso porque no está seguro si se va a detener en la puerta de su casa o en la de al lado. Y en la casa donde se detiene, ¡zas! sucede la desgracia.

Y anoche, cuando me fui a acostar después que todos dormían, sentí el trote del caballo negro, que venía desde muy lejos. Y a medida que se acercaba iba agarrando galope, como si lo apuraran y su caballo negro piafaba impaciente.

Yo me tapé la cabeza con la ropa para no oírlo y rezaba porque siguiera de largo al pasar por la casa. Y se venía acercando y acercando, cada vez más.

No podía dormir con el galope del caballo del coche fantasma que parecía metido dentro de mi propia casa y se me confundía con el galope de mi propio corazón. Hasta que, por fin, me puse a pensar en que si estaba en la puerta de mi casa era bueno saber cuáles desgracias nos podrían pasar. Y pensaba que la peor de todas sería que nos muriéramos todos carbonizados, pero tampoco importaría mucho porque cuando se mueren todos no queda nadie para que le importe.

Y en eso estaba pensando cuando decidí ser valiente y levantarme de una vez. Y me asomé a la ventana.

Había luz de luna de esa celeste con sombras negras y la del coche fantasma con su caballo gigante estaba en la propia puerta de nosotros. Era muy inmensa, tan inmensa que apenas se podía saber lo que era, y se movía para acá y para allá. Su caballo piafaba y relinchaba con las patas levantadas al aire como si fueran alas y daba como terror. Yo miraba a la casa de enfrente que estaría tan aliviada de ver que el coche maldito se había detenido frente a nuestra puerta y no a la suya. Pensaba en la Grace que si no se hubiera dormido con mi radio en la oreja, lo estaría sintiendo como yo. Pensaba en mi papá que se lo pasaba haciendo proyectos de cosas, en mi mamá que siempre está imaginándose tragedias de nosotros y de la guagua, en Javier que cree que la Verónica le da bola, en mi reloj perdido.

Y de repente, allá lejos, vi el incendio de la refinería, ese incendio que arde todas las noches y da un olor de sopa de rancho.

Y no sé cómo, ni cuándo, pero esta mañana desperté en la cama de mi mamá y junto con despertar, ¡zas! me acordé del coche y su caballo fantasma y la famosa desgracia.

Es raro, pero de día me daban ganas de ver al caballo alado con su coche negro y sin cochero, porque las desgracias de día no resultan.

Y por fin me vestí, salí con mi papá a su trabajo muy feliz, y cuando llegamos a almorzar supimos que la Grace se había ido porque se le murió una tía por telegrama. ¡Y esa era la famosa desgracia que llegó en el coche fantasma!

XI

A mí me revienta cuando mi papá me trata de «usted» y peor todavía cuando me dice «tengo que hablarle», ¡como si alguien lo obligara!

A uno le da por hurguetearse adentro para saber qué cosas malas ha hecho y por qué lo andan tratando como con respeto. Y uno trata de pensar en otra cosa y de hacer servicios a todo el mundo y sigue pensando en lo mismo y en lo ídem.

Y esta mañana mi papá me saludó con esa amenaza y todo el día me tuvo embromado y no pude hacer más que cosas buenas esperando el reto. Y ya en la tarde estaba cansado de esperar y de hacer mandados y servicios y tenía ganas de que me retaran de una vez.

Pero se acabó el día y ¡nada! Parece que al papá se le olvidó. Y no se dan cuenta lo que cansa estar todo el tiempo adivinando lo que quieren ellos y tratar de quererlo uno, y hacerlo por fin, aunque no lo quiera.

Total que estoy completamente decidido a no casarme jamás. Las mujeres y los hombres no se avienen: ellas hablan de empleadas, de ollas y de vestidos y nosotros de negocios y de inventos. Y nadie oye a nadie.

A mi mamá le ha dado ahora con que la Domi era macanuda y quiere que vuelva, después que no hacía más que criticarla. Y mi papá no quiere porque dice que no nos tiene respeto. Y él habla de la refinería y su «producción» y mi mamá le dice:

—Eso no interesa— y vuelta a hablar de la Domi.

Y uno ni puede decir sus ideas porque no le dan hueco. Y total que uno ni tiene la culpa de que pase lo que pasó, porque si no puede preguntarle a nadie, tiene que contestarse solo.

Hoy era domingo, y el cura dijo en la misa que en cada hombre hay un tesoro escondido. No sé dónde estará el de mi papá, pero ya sería bueno que lo encontrara, porque a veces hace falta. Y con esta idea del señor cura y la otra de que me iban a retar, se me pasó el día haciendo servicios, pensando en «ser útil» y preocupado de encontrar el tesoro de Javier y el mío que debe ser todavía un poco chico.

Era tanto lo que había trabajado recogiendo los diarios, lavando los platos, zamarreando a la guagua y lustrando zapatos, que a ratos me confundía y guardé los zapatos en el aparador con las tazas y los diarios en la cuna y lustré con unto las ollas. Y todo porque estaba pensando en mi tesoro y me daba miedo que se perdiera mientras yo hacía de empleada.

Así que cuando se me fue metiendo la idea de que sería bueno aprovechar el gas de la refinería y hacer un cohete chileno para ir a Marte, me di cuenta que era como un mandato. Porque era una idea muy económica la de aprovechar lo que se pierde. Y yo quería preguntarle a mi papá y decirle que lo hiciéramos juntos, pero él dale que dale tratando de hablar inglés con el gringo técnico. Y lo único que le resultaba era reírse en inglés. Porque se veía que no entendían nada.

Y antes de cumplir «el mandato» que yo sentía en mi «adentro» como el tesoro de que habló el señor cura, traté también de consultar al gringo técnico. Y le dije:

—Oiga, mister, ¿por qué no hace una cosa útil?

Pero él se rió y dijo:

—¡No comprender!

Entonces lo acompañé a la refinería a dar su vuelta y cuando se hizo noche, le mostré la luna.

Y tampoco me entendió. Hasta que me vino la desesperación de que fuera tan idiota y me fui con violencia.

Iba caminando, cuando me topé con el propio Casi. Con razón dicen que el culpable siempre vuelve al lugar de su crimen, y Casi vuelve y vuelve y seguramente volverá mientras tenga mi apéndice. También parece que su papá quiere hacer negocios con el mío.

Total que entramos a la petrolera y le fui explicando al Casi mi idea. Y él también está interesado de irse a Marte conmigo porque si no tal vez lo van a operar de mi apéndice y no quiere. Porque la única manera de vivir en paz es partir. Y hasta en la refinería le preguntan a uno todo el tiempo a quién anda buscando o qué quiere. Por eso resulta que para poder conversar tranquilos nos fuimos al cementerio.

—¿Le tienes miedo a los muertos? —le pregunté al Casi.

—Cuando están enterrados, no —me contestó el Casi con voz gruesa.

Ya era de noche, pero la tremenda luna era como un sol azul en la oscuridad y las tumbas se veían muy bien con sus crucecitas blancas un poquito chuecas y nada más. Así que nos sentamos en un rincón para planear nuestro viaje.

—Es fácil hacer el cohete —le dije al Casi—. No cuesta ni plata. En la casa tenemos gas licuado y hay siempre un balón vacío. En ése nos metemos los dos y sin ropa, y creo que cabemos. El otro, el con gas, se lo ajustamos bien al que nos va a llevar a nosotros, y cuando esté listo, nos disparamos.

—¿Y cómo nos disparamos?

—Con una honda gigante y a presión.

—¿A presión de qué?

—Eres un idiota. A presión de gas —le dije.

—El idiota eres tú, porque si fuera a presión de gas el balón se dispararía solo.

—Oye —le dije con rabia—, ¿tú quieres que resulte o te da miedo? Porque lo único que haces es poner tropezones.

—Es que en mi casa hubo un incendio cuando yo dejé abierta la válvula esa... Y si la cosa estalla debe de ser el fin del mundo.

—¡Ya me liquidaste mi plan! Ahora voy a tener que inventar otro sistema para ir a Marte. Pero cuando lo tenga no te voy a convidar a ti. Iré solo. —Y el Casi se picó y se fue del cementerio.

Y yo me quedé perpetuo, sin ganas de volver a casa a lavar ollas, sin mi invento del cohete y sin Casi.

XII

Justo ahora que volvió la Domi se enfermó todo el mundo.

Ya estamos en el tiempo de la grippe, otra vez. Igual que el año pasado, después del trompo, la grippe. Casi nadie va al colegio y los que no están en cama tienen que hacer de enfermeros.

Lo que pasa es que unos se agripan de veras y otros se hacen los griposos. Por ejemplo, aquí están mal papá, mamá y la Domi y Javier se hace el enfermo, todo para obligarme a mí a estar sano, porque alguien tiene que atender la puerta, buscar las aspirinas, las limonadas, el termómetro y zangolotear la guagua. Ese alguien soy YO.

Mi mamá quiere dormir y manda que le cierre el postigo impermitidor de luz. Entonces mi papá quiere leer y enciende luz. Mamá se tapa la cabeza y tose hasta reventar. Entonces la guagua se despierta y papá me llama para que se la pase y la zangolotea y le canta hasta que vomita. Entonces me piden pañales, sábanas, lavatorio, colonia, jabón y termómetro. Todo a un tiempo. Y hay que ver lo que cuesta encontrar todo eso en ese cuarto donde ya ni puedo entrar de tantos pañales, polvos de talco, vasos sucios, cáscaras de limón y desparramos de azúcar.

Entretanto, Javier anuncia que se va a levantar porque yo no soy capaz de pasarle el atornillador, la escopeta, el matamoscas, la plancha y el cajón de tornillos. Mi mamá dormida me reta por mal hermano y mi papá pide que le traiga a él un alicates, alambre, cinta aisladora, etc., para componer la luz del velador. Mi mamá dice que es más urgente la plancha para secar pañales.

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