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Authors: Ernest Hemingway

Tags: #Memorias y Biografías

París era una fiesta

BOOK: París era una fiesta
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París era una fiesta
, el primer escrito de Hemingway que vio la luz póstumamente, despliega el mítico panorama de la ciudad de París, la capital de la literatura americana hacia 1920. La obra es una mezcla fascinante de paisajes líricos y agudamente personales, con otros más contundentes y anecdóticos en torno a sus años de juventud en aquel encantado lugar en el que fue «muy pobre pero muy feliz», en un tiempo de ilusión entre dos épocas de atrocidad.

Diario del hombre y del escritor, crónica de una época y una generación irrepetibles, este texto alinea en sus páginas a figuras como Gertrude Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald o Ford Madox Ford. El París cruel y adorable, poblado por la extraordinaria fauna de la «generación perdida» y sus precursores, el ideal de juventud para Hemingway, protagoniza este vivaz testamento tan entremezclado de realidad, deseo y remembranza que Manuel Leguineche prologa sin escatimar entusiasmo.

Ernest Hemingway

París era una fiesta

ePUB v1.0

vidadoble
30.12.11

Título original:

A Moveable Feast

Primera edición

en Biblioteca Formenlor: junio 2001

Segunda edición: enero 2003

Tercera edición: marzo 2005

© Hemingway Foreign Rights Trust

Derechos exclusivos de edición

en castellano reservados para todo el mundo:

© Editorial Seix Barral, S. A., 1964,2005

Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona

wwiv.seix-barral.es

© Prólogo: Manuel Leguineche, 2001

© Traducción: Gabriel Ferrater

ISBN: 84-322- 1969-X

Depósito legal: M. 10.889 - 2005

Impreso en España

Prólogo

Su amigo Charles Ritz, el dueño del hotel del mismo nombre en París, descubrió en un sótano situado bajo la cocina dos polvorientas maletas con papeles, notas, borradores, viejos libros, recortes de periódico. Pertenecían a Hemingway. Veintiocho años después Hem, o Papa, o Tatie, o Ernesto recibió los olvidados materiales. A partir de aquí, según algunos de sus biógrafos, se puso a escribir
París era una fiesta
, con los apuntes de aquella feliz época de entreguerras. Para otros
A Moveable Feast
, que es el título original de las memorias parisienses, estaba en el telar Hemingway sin que hubiera necesitado de notas o reminiscencias escritas.

Éste es uno de tantos misterios en torno a la obra. Mary Welsh, ex periodista de
Time
y última esposa de Hemingway, aseguró que Ernesto, como me pidió que le llamara cuando lo conocí en una corrida de toros en Calahorra (Rioja), había puesto la palabra «fin» meses antes de su suicidio. Pero Gianfranco Ivancich, un invitado y amigo de la familia, hermano de Adriana, de la que el suicida estaba enamorado, y que se alojó en su casa un día después de su muerte, encontró sobre el carro de la máquina de escribir un folio que correspondía a
París era una fiesta
. Este titulo se utiliza hoy para todas las ocasiones, «Madrid era una fiesta», «El estadio era una fiesta» o, hasta como leí una vez, «la fiesta era una fiesta».

Mary Welsh tomó el título del libro de la carta de Hemingway a un amigo en 1950: «Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue
["a moveable feast"].»
La excitación de la posguerra, la recuperación de los traumas que sufrió con sus múltiples heridas en Fossalta, donde servía en ambulancias, el reposo del guerrero, las delicias de Capua, de la gastronomía francesa, el amor por Hadley, su primera esposa, a la que tanto echaría luego de menos, la práctica de los deportes (boxeo, pesca, esquí), la afición a las apuestas en los hipódromos, la galería de amigos, todo está aquí palpitante, vivo, elegíaco, cargado de infinita nostalgia. El manuscrito de
París era una fiesta
pasó por turbulentas fases, entre una corrida y un disparo contra un elefante. Los cambios de residencia, tan frecuentes, la parte final agónica, con electrochoques en la Clínica Mayo y un delirio generalizado, complicaron la terminación del libro, Mary puso orden en el caos porque Hemingway no era ya capaz de escribir. Un párrafo destinado a la toma de posesión del presidente Kennedy le había costado todo un día de dolorosa redacción.

Pero el mejor Hemingway está en
París era una fiesta
. Aunque la estructura aparece confusa y desordenada, quedan el estilo, la frescura, el sentido del humor, los diálogos rápidos e intencionados, la descripción de caracteres (tan cruel para con Ford Madox Ford, por ejemplo), un tempo de felicidad conyugal (hasta que aparece Pauline al final del libro), una ciudad a la altura de sus sueños, caprichos y hedonismos... «París —decía su amiga-enemiga Gertrude Stein— es donde está el siglo xx.» Para el crítico Frank Kermode, en estás páginas el viejo Hemingway escribe sobre el joven pero «con la prosa del segundo, del joven». Es su mejor prosa desde hace por lo menos cuarenta años.

«Fui muy pobre y muy feliz» en el París de la que un garajista llamó «la generación perdida». Mentirá, al menos en la primera parte de la frase. Hemingway aprovecha literariamente el narcisismo de la miseria. Hadley Richardson, de San Luis (el novelista sentía una clara predisposición hacia las chicas de San Luis), recibía anualmente una pensión de tres mil dólares, mas los ocho mil que le tocaron de una herencia. Hem trabajaba como corresponsal del
Toronto Star
, cubrió desde la pesca en Vigo hasta los efectos de la inflación en Alemania, y cobraba, algo, de las revistas literarias que publicaba entre otros su querida amiga Sylvia Beach, dueña de la librería Shakespeare & Company. Francia como puente hacia Italia, España (Pamplona en San Fermín o Valencia en ferias), hacia África o Key West. En París, escribió Henry James, tan admirado por Hadley, hasta el aire está lleno de estilo. Pero no eran tan pobres como aseguraba Ernesto. En algún momento confiesa con remordimiento que se acercó a Hadley con una mezcla de amor e interés.

Hemingway llega a París con cartas de recomendación de Sherwood Anderson (al que luego tratará muy mal) para Gertrude Stein, Sylvia Beach y Ezra Pound, al que adora. «Sabéis que he nacido para disfrutar de la vida —escribe a sus padres— pero Dios se olvidó del dinero.» La preocupación por las finanzas, los medios de subsistencia, es una obsesión en estas páginas. Exagera. Pero la lucha por la vida, mientras centenares de expatriados malvivían en la orilla izquierda y el Barrio Latino queda bien, induce a la piedad, invita al aplauso. Hem corrió la voz de que boxeaba por diez francos el asalto y que cazaba pichones en los parques públicos para tener algo que llevarse a la boca. La realidad es que no se privaba de nada por muchas que sean sus quejas. La vida era barata. Se calcula que entre 1922 y 1927 unos 35.000 estadounidenses se instalaron en la Ciudad Luz atraídos por la leyenda bohemia y el sentido de libertad y la baratura de los precios. Por un dólar recibías, cuando Hemingway llego a París, nada menos que quince francos. París, a la que Hem llamó su «querida», bullía de talentos literarios que bebían y se intercambiaban textos. Por allí circulaban Joyce, Pound, Dos Passos o Scott Fitzgerald al que devuelve admiración por paternalismo. «Eres —le dijo Scott Fitzgerald— el primero y el último norteamericano al que quiero conocer en Europa.» El autor de
El viejo y el mar
confiesa que siente un complejo de superioridad hacia Scott, que ya para entonces había publicado con éxito, entre otros,
El gran Gatsby
. Zelda Fitzgerald no lo soportaba. «Lo odiaba —señala Aubrey Dillon-Malone— porque era igual que Hemingway.»

Nuestro hombre llamó a la puerta de la casa de Gertrude Stein, en el 27 de la calle Fleurus, en marzo de 1922. La escritora norteamericana («una rosa es una rosa es una rosa») vivía con su amante Alice Toklas, a la que nunca le cayó bien el escritor de Illinois. Veía en él a un rival, «un tipo oportunista empeñado en fabricar su propia leyenda» e hizo todo lo que estuvo en su mano para sabotear esa amistad. Al fin lo logró. De Stein, el Nobel de 1954 dijo que tenía «cara de india pero hablaba como los àngeles». Se hacía llamar Ernest Hemingstein. Gertrude hacía el papel de madre adoptiva del mismo modo que, pasados los años, Hemingway convertiría en «hijas» suyas a Ingrid Bergman o Ava Gardner.

Hemingway, en tiempos de decadencia física, con grandes dificultades, trata de recuperar los años felices de París y lo consigue. Es como volver a vivir una segunda juventud. «Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él —aconsejó a su amigo el pescador cubano Samuelson—, porque ese alejamiento te da una mayor perspectiva. Después de ver algo puedes trazar una descripción perfecta pero nunca será una escritura creativa.» En efecto, el periodista le puede al novelista. Hem escribe años después, con perspectiva.

Una selección de
París era una fiesta
se publicó el 10 de abril de 1964 en la revista
Life
. Tres semanas y media más tarde el libro, editado por Mary Welsh para Scribner's, salió a las librerías con una tirada inicial de 85.000 ejemplares más 204.000 del Club del Libro del Mes. Desde el 24 de mayo hasta el 6 de diciembre aguantó en la lista de libros más vendidos del
New York Times
, con diecinueve semanasen el primer lugar. La acogida no pudo ser más extraordinaria. Stanley Kauffman del
New Republic
llamó a las memorias «una pequeña mina de diamantes». «El mejor libro de Hemingway desde los años 20», aplaudía otro respetado crítico. El novelista George Plimpton lo vio de otra manera. Más allá del catálogo de comidas y de vinos, de las calles y cafés de París, «el
París era
... rezuma caos y muerte». Es la muerte, la «gran puta», la llamada que le espera en la boca de una escopeta inglesa de caza de cañones paralelos. Enfermo, deprimido y paranóico («el FBI me sigue» y algo había de cierto en ello), Ernesto sufre constantes crisis de llanto. El hombre puede ser derrotado pero no vencido. París quedaba ya muy lejos cuando, como todas las noches, en su casa de Ketchum, Idaho, Mary le cantó una canción italiana que le gustaba mucho
Tutti mi chiamano bionda (Todos me llaman rubia)
a lo que Hemingway, de 61 años, respondió como siempre «pero no soy rubia». Después le deseó buenas noches a su esposa y, aunque Mary había escondido sus armas de fuego, Ernesto sabía donde estaba la llave. Bajó a la cocina, tomó la llave, sacó del armario la escopeta del 12 y se pegó un tiro que le voló el cráneo. Había perdido la última batalla contra sí misrno.

Manuel Leguineche

Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven,

luego París te acompañará,

vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida,

ya que París es una fiesta que nos sigue.

De una carta de Ernest Hemingway a un amigo (1950).

Nota

Ernest empezó a escribir este libro en Cuba en el otoño de 1957, lo trabajó en Ketchum (Idaho) en el invierno de 1958-1959, se lo llevó a España en nuestro viaje de 1959, y siguió con el libro de vuelta a Cuba y luego a Ketchum, a fines de otoño. Lo terminó en la primavera de 1960 en Cuba, después de una interrupción para escribir otro libro,
El verano peligroso
, que trataba de la violenta rivalidad entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín por las plazas de toros españolas en 1959. Retocó el libro en el otoño de 1960 en Ketchum. El libro trata de los años que van de 1921 a 1926, en París.

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