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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (4 page)

BOOK: Predestinados
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En secreto, siempre se había sentido distinta a los demás, pero estaba convencida de que se las había apañado bastante bien para disimularlo toda su vida. Al parecer, sin darse apenas cuenta, había dejado entrever ciertas pistas que evidenciaban el bicho raro que habitaba en su interior. Mantenía la cabeza agachada en todo momento, pero ahora comenzaba a preguntarse cómo podría seguir haciéndolo si seguía creciendo cada maldito día.

—¿Qué ocurre? —preguntó Claire en cuanto Helena se acomodó en la silla.

—Solo era otra charla de motivación de Hergie. Opina que no me esfuerzo mucho en las clases —respondió Helena del modo más jovial que pudo.

—Y no te esfuerzas. De hecho, nunca haces los deberes —protestó Zach más ofendido de lo que debería.

—Cierra el pico, Zach —espetó Claire cruzando los brazos de manera agresiva. Después, se giró hacia Helena y, con un tono de disculpa, agregó—: Aunque tiene razón, Lennie. Nunca haces los deberes.

—Sí, sí. Cerrad el pico los dos —dijo entre risas para zanjar el tema.

El timbre sonó y Helena recogió sus cosas. Matt Millis le dedicó una sonrisa, pero enseguida se apresuró a salir de clase.

Con una sensación de culpabilidad, Helena se percató de que aún no le había saludado. No había sido su intención ignorarle y mucho menos el primer día de clase.

Según Claire, todo el mundo sabía que Matt y Helena supuestamente estaban juntos. Matt era inteligente, atractivo y capitán del equipo de golf, aunque a veces se comportaba como un cretino. Además, Helena era considerada una paria desde que Lindsey empezó a difundir rumores sobre ella, así que debía tomarse como un cumplido que todos pensaran que era lo bastante buena para alguien como Matt.

Desafortunadamente, nunca sintió algo especial por él. Ni un mínimo hormigueo en el estómago. La única vez que habían estado solos fue en una fiesta, cuando algunos compañeros los encerraron en un armario para que se besaran y el resultado fue catastrófico. A Helena le dio la sensación de estar besando a su hermano y Matt se sintió rechazado. Después de aquel episodio, él se había mostrado dulce y comprensivo, y siempre bromeaba sobre el tema para quitarle hierro al asunto. Sin embargo, se creó una extraña tensión entre ellos desde entonces.

Helena le echaba muchísimo de menos, pero temía que si se lo decía, él pudiera tomárselo del modo equivocado. «Parece que todo lo que hago últimamente me sale mal», pensó.

Durante el resto de la mañana, estuvo deambulando de aula en aula de forma automática. No conseguía concentrarse en nada; cada vez que intentaba centrarse, lo único que lograba era irritarse.

Había algo que no cuadraba. Todo el mundo la incordiaba, empezando por sus profesores preferidos y acabando por sus pocos amigos, a los que, por cierto, debería haberse alegrado de ver.

Además, cada dos por tres sentía que estaba en el interior de un avión a miles de metros de altura; se le tapaban los oídos, de forma que todos los sonidos se amortiguaban, y sentía que en cualquier momento la cabeza le iba a estallar. Entonces, con la misma repentina rapidez con la que había empezado, ese malestar se desvanecía. Pero incluso entonces podía notar una presión, una especie de energía eléctrica, como si estuviera a punto de descargarse una tormenta, pero el cielo estaba azul y despejado.

A mediodía la situación empeoró. Desgarró a toda prisa el envoltorio de su bocadillo porque estaba convencida de que el dolor de cabeza se debía a un nivel bajo de azúcar, pero estaba equivocada. Jerry le había preparado su bocadillo favorito, pavo ahumado, manzana verde y queso
brie
en pan de baguete; sin embargo, en cuanto probó el primer bocado, lo escupió con disgusto.

—¿Tu padre te ha preparado otra birria asquerosa? —preguntó Claire.

Cuando Jerry se asoció con Kate se animó y empezó a experimentar con almuerzos creativos. El desastroso bocadillo de extracto de levadura y pepino de primer año de instituto se había convertido en una leyenda en su mesa.

—No, es el número tres de siempre. Simplemente no puedo comer —admitió Helena envolviéndolo otra vez.

Con cierto regocijo, Claire lo recogió y se lo zampó.

—Mmm, está buenísimo —farfulló con la boca llena—. ¿Qué te pasa?

—Es solo que no me encuentro bien —contestó Helena.

Claire dejó de masticar y miró a su amiga con preocupación.

—No estoy enferma. Así que puedes tragártelo —le aseguró.

Entonces vio a Matt acercándose y le saludó con un alegre «¡Hola!» en un intento de enmendar el no haberle dirigido la palabra en toda la mañana.

Él estaba inmerso en una conversación con Lindsey y Zach y no respondió, pero aun así se acomodó, como de costumbre, en la mesa de los pazguatos. De hecho, tanto Lindsey como Zach estaban tan absortos en lo que comentaban que ni siquiera se dieron cuenta de que estaban merodeando por el territorio de los marginados.

—Oí que eran estrellas de cine en Europa —explicaba Zach.

—¿Dónde lo has oído? —preguntó Matt con incredulidad—. Es absurdo.

—También me han llegado noticias de otras dos personas que aseguran que Ariadna era modelo. Y tenemos que admitir que es muy guapa —contestó Zach apasionadamente; odiaba no estar en lo cierto, aunque solo era un vulgar chismorreo.

—Por favor. Está como una foca como para ser modelo —dijo entre dientes Lindsey, implacable. Tragó saliva y añadió—: Por supuesto, estoy de acuerdo en que es guapa, si te gusta el estilo exótico y voluptuoso. Pero no le llega ni a la suela de los zapatos a su hermano gemelo, Jasón. ¡Por no mencionar a su primo! Lucas es de otro mundo, no cabe una explicación diferente —finalizó con efusividad.

Los chicos se lanzaron una mirada cómplice, acordando, en silencio, que estaban en desventaja y que lo más sensato era dejar pasar el tema. —Jasón es incluso demasiado guapo —resolvió con solemnidad Claire después de unos instantes de reflexión—. Lucas, sin embargo, está cañón. De hecho, es posible que sea el chico más atractivo que jamás he visto. Y Ariadna es un bombón, Lindsey. Lo que pasa es que tienes envidia.

Lindsey se enfurruñó y posó el puño sobre la cadera.

—Como si tú no la tuvieras —fue lo único que respondió.

—Por supuesto que sí. Estoy casi tan celosa de ella como de Lennie.

Helena advirtió que Claire se giraba para ver su reacción, pero la joven tenía los codos apoyados sobre la mesa y se masajeaba las sienes.

—¿Lennie? —llamó Matt tras acomodarse junto a ella—. ¿Te duele la cabeza?

El chico alargó el brazo para rozarle el hombro, pero Helena se puso en pie de repente, murmuró una excusa y se apresuró a salir del comedor.

Cuando al fin llegó al baño de chicas, ya se sentía mucho mejor, pero igualmente se mojó el rostro con agua fría por si acaso. En ese instante se acordó de que se había aplicado máscara de pestañas por la mañana en un intento de arreglarse.

Cuando se miró en el espejo parecía un mapache y no pudo evitar explotar a reír. Sin duda, este era el peor primer día de escuela de toda su vida.

Superó como pudo las últimas tres horas de clase. Cuando al fin sonó el último timbre, Helena se dirigió hacia el vestuario femenino para cambiarse de ropa y prepararse para el entreno. La entrenadora Tar parecía estar entusiasmada. Dio un lamentable discurso lleno de optimismo que avergonzó a todas las presentes; habló sobre las posibilidades de ganar carreras esta temporada y les repitió varias veces cuánto creía en ellas, como atletas y como jovencitas. Y entonces se dirigió a Helena.

—Hamilton, esta temporada competirás con el equipo masculino —dijo con rotundidad. Al resto les ordenó que se pusieran en marcha.

Helena permaneció sentada en el banquillo durante unos instantes, considerando sus opciones, mientras el resto del equipo desfilaba por la puerta. No quería montar un escándalo, pero aquella idea la mortificaba. De repente, los músculos de la parte inferior de su abdomen empezaron a contraerse.

—¡Ve a hablar con ella! No permitas que te toree —le aconsejó Claire antes de irse, mostrando así su indignación.

Algo confundida y asustada, Helena asintió con la cabeza y se puso en pie.

—¿Entrenadora Tar? ¿No podemos seguir como hasta ahora? —comentó. La mujer se detuvo y se giró para escucharla, pero no parecía estar muy contenta con la idea. Helena continuó—: Me refiero a que… ¿por qué no puedo entrenar con el resto de las chicas? Yo soy una chica —finalizó de modo poco convincente.

—Hemos decidido que debes empezar a esforzarte más —respondió la entrenadora Tar con tono serio. Siempre había tenido la sensación de no caerle demasiado bien a la entrenadora, pero ahora no tenía la menor duda.

—Pero no soy un chico. No es justo que me obliguen a correr por todo el país con ellos —intentó discutir Helena mientras se apretaba el vientre.

—¿Retortijones? —preguntó la entrenadora Tar con un ápice de compasión en su voz. La joven dijo que sí con la cabeza—. El entrenador Brant y yo nos hemos fijado en un detalle interesante sobre tus tiempos, Helena. Da igual con quién compitas ni lo rápidas o lentas que sean tus oponentes, siempre acabas segunda o tercera. ¿Cómo puede ser? ¿Tienes una respuesta para ello?

—No. No lo sé. Simplemente corro, ¿vale? Intento hacerlo lo mejor posible.

—No, no lo intentas —la interrumpió la entrenadora con brusquedad—. Y si quieres una beca, vas a tener que empezar a ganar carreras. He tenido una pequeña charla con el señor Hergeshimer…

Helena dejó escapar un quejido, pero la entrenadora Tar siguió impertérrita.

—Es una escuela pequeña, Hamilton, así que acostúmbrate.

El señor Hergeshimer me ha comentado que esperas obtener una beca de atletismo, pero si de veras la quieres, vas a tener que ganártela. Quizá competir con los chicos te enseñe a tomarte tu talento con seriedad. Helena temía esos los retortijones, así que empezó a tener un pequeño ataque de pánico y comenzó a balbucear.

—Lo haré, lo prometo, ganaré carreras, pero, por favor, no me aíslen de esta manera —suplicó. Articulaba las palabras a una velocidad increíble mientras aguantaba la respiración para contener el dolor.

La entrenadora Tar era estricta e inflexible, pero no era cruel. —¿Estás bien? —preguntó un tanto angustiada mientras acariciaba la espalda de Helena—. Coloca la cabeza entre las rodillas.

—Estoy bien, son solo nervios —contestó apretando los dientes. Tras recuperar el aliento, añadió—: Si juro ganar más carreras, ¿podré correr con las chicas?

La entrenadora estudió la expresión de desesperación de Helena y asintió, un tanto conmocionada tras haber sido testigo del ataque de pánico. Dejó que fuera con el resto del equipo, pero le advirtió que esperaba victorias. Y no solo unas pocas.

Mientras corría por la pista, Helena no podía separar la mirada del suelo. Una beca académica sería genial, pero eso significaría competir con Claire en las notas y eso no entraba en absoluto en sus planes.

—¡Eh, Risitas! —la llamó adelantando a su amiga. A estas alturas, Claire ya estaba jadeando y sudando.

—¿Qué ha pasado? Dios mío, ¡qué calor! —exclamó casi sin aliento.

—Creo que todo el profesorado está intentando comprobar hasta dónde pueden tensar la cuerda.

—Bienvenida a mi vida —resolló Claire—. Los niños japoneses… japoneses… crecen así… Te acostumbrarás. —Tras unos momentos aún más fatigosos por intentar seguir el ritmo de Helena, Claire añadió—: ¿Podemos… ir más… despacio? No todos venimos del planeta Krypton.

Helena ajustó el paso a sabiendas de que podría tomar la delantera en los últimos metros de pista. Raras veces se esforzaba cuando corría en la pista, pero sabía, sin tan siquiera haberlo intentado, que podría acabar la primera sin problema alguno.

La idea le aterrorizaba, así que obró como siempre lo hacía cuando aquel asunto de su alarmante velocidad aparecía de repente: lo ignoró y continuó charlando con Claire.

Mientras las dos chicas avanzaban por Surfside y cruzaban los páramos hasta llegar al estanque de Miacomet, Claire no dejó de hablar sobre los chicos de la familia Delos. Le dijo a Helena, al menos tres veces, que Lucas le había sujetado la puerta al final de clase. Esa acción demostraba no solo que era todo un caballero, sino también que estaba enamorado de ella.

Jasón, según decidió Claire, o bien era gay, o bien era un esnob, porque solo le había echado un vistazo y muy fugaz. Y no dejó de alabar su estilo a la hora de vestir, como si fuera europeo o algo.

—Ha estado viviendo en España unos tres años, Claire. Podríamos decir que es europeo. Y, si no te importa, ¿podríamos dejar de hablar de ellos? Me está dando dolor de cabeza.

—¿Sabes que eres la única persona en todo el instituto que no muestra interés alguno por la familia Delos? ¿No te pica la curiosidad?

—¡No! Y, para ser sincera, me parece patético que todo el mundo se quede paralizado y con la boca abierta, ¡como si no fuéramos más que un puñado de pueblerinos! —gritó Helena.

Claire se detuvo en seco y miró a su amiga. No era muy típico de Helena ponerse a discutir en medio de la calle y menos todavía chillar de esa manera, pero, por lo visto, no podía parar.

—¡Estoy harta de oír hablar de la familia Delos! —continuó a pesar de haber visto la expresión de estupefacción de Claire—. Esta fijación que tenéis todos me pone enferma. ¡Espero no tener que encontrármelos, ni verlos, ni compartir el mismo espacio vital con ninguno de ellos!

Reemprendió la carrera y dejó a su amiga plantada en mitad de la pista. Acabó primera, tal y como había prometido, pero lo hizo demasiado rápido; la entrenadora Tar la miró perpleja al comprobar el tiempo. Helena resopló y se fue a toda prisa hacia el vestuario. Recogió sus cosas y huyó como un rayo sin cambiarse ni despedirse de ninguna de sus compañeras.

De camino a casa, rompió a llorar. Dejó atrás las aceras limpias y pulcras de las casas de tejas grises con sus contraventanas blancas o negras e intentó calmarse. El cielo parecía aposentado sobre una tierra especialmente rasa, como si estuviera presionando los gabletes de los antiguos balleneros e intentara aplanarlos después de varios siglos de desafío persistente.

Helena no podía imaginarse el motivo de su descomunal enfado y no lograba comprender cómo había sido capaz de abandonar a Claire de aquella forma. Necesitaba un poco de paz y tranquilidad.

En Surfside, al parecer, un gigantesco todoterreno había intentado girar hacia una calle secundaria angosta y cubierta por una capa de arena, y al derrapar había dado una vuelta de campana.

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