El sonido de la voz de su hija distrajo a Palas, quien obedeció a Ariadna y, tras recoger a Creonte, siguió los pasos de su hermano. El clan Delos se marchó del centro del pueblo y desapareció en el páramo.
Helena observaba con suma atención el vaso de agua que tenía enfrente, contemplando la humedad condensada que empapaba la mesa de la cocina. Le daba la sensación de haberse bebido una bañera repleta de agua; a decir verdad, no tenía más sed, pero decidió conservar este último vaso para mirar algo distinto a los rostros desamparados que la rodeaban.
—Toda su vida es esta familia. Esta casa —dijo Ariadna, que tenía los ojos enrojecidos, abiertos de par en par y, por lo visto, era incapaz de pestañear, como si hubiera estado demasiadas horas sin dormir.
De hecho, toda la familia tenía el mismo aspecto, como si acabaran de despertarse en la otra punta del planeta.
—¿Cómo es posible que Héctor sea un paria de la casta de Tebas?
—Podría haberle parado —dijo Jasón con adusta seguridad.
—Apenas puedes mantenerte erguido en la silla ahora mismo, Jase —rebatió Ariadna, meneando la cabeza. Jasón no acudió al muelle porque aún no se había recuperado de la sanación de Claire y, además, su hermana jamás le hubiera permitido responsabilizarse de algo que no había visto—. Yo estaba allí. Yo debería haberlo parado.
—Tú no estabas en la calle India cuando Héctor mató a Creonte, Ari —dijo Helena sin apartar la vista del vaso de agua—. Yo sí.
—Ya basta, Helena —añadió Lucas—. Tú y tu madre habéis salvado a esta familia o, al menos, a lo que quedaba de ella.
Las palabras de Lucas provocaron un raudal de lágrimas por la muerte de Pandora. Tras varios minutos de lloros y lamentos, todos se sumieron en un silencio absoluto. Estaban pensando lo mismo: si hubieran hecho algo diferente ese día, habrían podido evitar todo el dolor que en esos momentos sufrían. Casandra había repetido una y otra vez que no había forma de predecir lo que iba a ocurrir, pero el mero hecho de reconocer ese acto le hacía cargar con todo el peso de la culpabilidad. Parecía estar encerrada en su propia cabeza, incapaz de ignorar el hecho de que ella, entre toda su familia, debería haber sido la encargada de proteger su linaje.
—Llama a tu madre —ordenó de repente Noel a Helena, rompiendo el silencio, dispersando los pensamientos torturadores—. Soy la única que puede resistir estar cerca de Héctor ahora, y quiero ver a mi sobrino. Él me necesita.
Helena asintió con la cabeza y sacó el teléfono móvil. Era el mismo aparato que Héctor le había regalado después de que Lucas le diera una buena paliza, dejándole casi sin dientes y con las manos amoratadas. Helena decidió enterrar ese recuerdo y marcó el número de su madre. Mientras se establecía la llamada, la joven se levantó de la silla y salió de la cocina hacia el jardín delantero, una zona que solía estar más tranquila.
Escuchó dos tonos al mismo tiempo, uno por el auricular de su teléfono y otro en algún lugar de la casa. Helena registró su alrededor y descubrió el bolso de su madre colgado en un gancho del vestíbulo. Dafne había sido secuestrada, así que era más que evidente que no se había llevado ningún objeto personal. Helena pulsó el botón para colgar y escuchó cómo el teléfono del bolso dejaba de sonar. Clavó la mirada en el bolso de su madre y, de pronto, un impulso irresistible la superó. Justo en el instante en que Helena rebuscaba el teléfono en el bolso, oyó unos golpes en la puerta principal, a pocos metros de distancia.
Helena escudriñó el bolso a toda prisa y sacó el teléfono móvil de su madre. Rápidamente revisó la lista de las últimas llamadas mientras unos pasos se acercaban desde la cocina. Concentrada en la pantalla, distinguió una serie de números privados, además de una llamada realizada a un tal Dédalo. Acto seguido guardó el teléfono de nuevo en el bolso.
Ariadna salió al vestíbulo para abrir la puerta y, un segundo más tarde, Cástor y Palas aparecieron tras ella. Estaban en tensión y, muy probablemente, esperaban encontrarse a algún agente de la Policía o a algún miembro de los Cien Primos. Tras una pausa, asintieron a Ariadna, indicándole así que podía abrir la puerta. Al hacerlo, descubrieron que Dafne estaba en el umbral.
—Quiero convocar una reunión entre la casta de Atreo y la casta de Tebas —anunció Dafne mientras cruzaba los brazos formando una X sobre su pecho e inclinaba el torso hacia delante, un gesto que sugería una leve reverencia.
Cástor y Palas intercambiaron varías miradas. Ambos sabían que, en esos momentos, debían dejar a un lado el odio que sentían hacia aquella mujer.
Palas tragó saliva y, al fin, dijo que sí con la cabeza.
—Eres bienvenida a esta casta y cuentas con nuestra hospitalidad —ofreció Cástor en un tono formal mientras la saludaba también con una reverencia. Después, la invitó a cruzar el umbral como su invitada más sagrada.
Celebraron la reunión oficial entre las castas en la biblioteca, donde todos los presentes se acomodaron alrededor de la silla de Casandra. Helena ocupó su lugar al lado de su madre, en el sofá, y procuró no mirar a Lucas, aunque él estaba sentado justo delante de ella.
—Antes que nada, me gustaría reparar el agravio de haber violado tu seguridad mientras te hospedabas en mi casa… —empezó Cástor mostrando su humildad, pero Dafne le interrumpió antes de que él pudiera finalizar su frase.
—Pandora estaba consternada. Ella y Áyax tenían una relación muy especial y precisamente por ese motivo jamás podré guardarle rencor por intentar vengarse, sobre todo ahora, que no está con nosotros —dijo menando una mano en el aire, como si quisiera desterrar esa idea—. Por lo que a mí respecta, las leyes de la hospitalidad no fueron violadas.
Al pronunciar estas últimas palabras, Helena se dio cuenta de que Lucas abría los ojos como platos, como si hubiera percibido la mentira en la voz de Dafne, pero el joven decidió pasar por alto ese detalle por el bien de todos.
—He solicitado esta reunión para tratar dos temas muy importantes que afectan a ambas castas —continuó Dafne con voz suave—. El primer asunto está relacionado con Héctor y su futuro; el segundo, con mi hija y su papel en la profecía.
Helena volteó la cabeza para mirar a su madre cara a cara.
—¿Qué? —preguntó la joven, que no entendía nada.
Helena no era la única en la biblioteca de los Delos que no había entendido el comentario de Dafne. Cástor y Palas miraron a su alrededor, confundidos, e incluso Casandra se encogió de hombros, admitiendo que no tenía ni idea de a qué se refería Dafne.
Jasón se levantó y dio un paso hacia delante algo rígido. —Helena es la Descendiente que el Oráculo mencionó en su profecía, la que afirma que el Descendiente liberará a las castas del ciclo de la venganza —explicó desde detrás del asiento de su padre—. No tenía la menor idea hasta esta tarde, cuando Helena describió el páramo con tantos detalles; entonces supe que había estado allí. Al principio me confundió, porque sé que no es una curandera. Entonces me dijo que bajaría y nos arrastraría a Claire y a mí de ese desierto si no tenía la fuerza suficiente de hacer el viaje yo solo. Me lo dijo con tal confianza y seguridad que enseguida supe que lo decía en serio, así que empecé a sospechar que había estado allí, físicamente, más de una vez.
—¡El polvo de tus pies! —exclamó Ariadna al recordar los pies mugrientos de Helena y el misterio de los cascabeles.
—¿Y qué? —preguntó Helena, mirando los rostros inmóviles del resto.
—El Descendiente no solo sueña sobre el Infierno, sino que literalmente desciende hasta él en cuerpo y alma —respondió Ariadna, atónita—. ¿Físicamente bajabas hasta el Infierno cada noche?
—Las pesadillas —añadió Lucas que empezaba a atar todos los cabos sueltos.
—Tú estabas conmigo en una de esas pesadillas —respondió Helena con voz confusa—. La noche en que nos caímos, antes de despertarnos en la playa, bajé a buscarte, ¿te acuerdas? Estabas perdido y ciego, y yo te ayudé a levantarte y a cruzar el páramo. Te obligué a seguirme…
Helena se quedó muda de repente. Obligar a Lucas a atravesar el Infierno había sido como operar a un animal sin anestesia. El chico no comprendía que Helena lo hacía por su propio bien, solo sabía que le estaba sometiendo a un dolor insoportable.
—¿Eso fue real? —musitó Lucas.
Helena afirmó con un gesto de cabeza y alargó el brazo para tomarle de la mano, pues necesitaba asegurarse de que Lucas ya no la temía. Sin embargo, Dafne le agarró la mano en el aire y la apartó, sacudiendo la cabeza en desaprobación.
—Tú lo sabías —dijo Lucas, dirigiéndose a Dafne.
—Al igual que Jasón, descubrí el talento de Helena esta tarde —replicó—. Esa es una de las razones por las que he pedido esta reunión.
—¿Y cuáles son las otras razones? —preguntó Casandra frívolamente mientras destellos de su aura empezaban a iluminar la silueta de su rostro.
Dafne hizo una reverencia a las múltiples presencias que se congregaron en la figura de la niña.
—Como Eneas, mi hija necesitará la ayuda de Sibila en el Infierno —dijo Dafne en tono formal—. Solicito que la casta de Tebas cuide a su prima, Helena, heredera de la casta de Atreo, mientras cumple su destino en el Infierno. A cambio yo, Dafne, cabeza de la casta de Atreo, garantizaré el refugio y la protección a Héctor Delos, paria de la casta de Tebas.
Todos se lanzaron miradas entre sí, sorprendidos tanto por la petición como por la oferta que Dafne había puesto encima de la mesa. La sala quedó sumida en el silencio mientras calibraban sus palabras.
—¿Por qué estás dispuesta a hacer esto por mi hijo? —preguntó Palas levantándose de la silla, dividido entre el agradecimiento y la indignación.
—Porque es uno de los vástagos más poderosos que jamás he visto, pero también uno de los más orgullosos. Haber perdido su lugar en esta casta le cambiará, y sin un guía se podría convertir en un peligro para todos. No sería la primera vez que viera algo así —dijo Dafne sin alterar la voz. Entonces se giró hacia Lucas y le miró a los ojos para que el joven reconociera su verdad—: Somos parte de la misma familia, y ha llegado el momento en que empecemos a actuar como tal.
—No hay ni un ápice de falsedad en lo que dice —afirmó Lucas mirando a Palas, quien asintió aliviado. Él, en cambio, parecía devastado. Había escuchado la verdad de la boca de Dafne: Helena era parte de su familia.
Cástor y Palas intercambiaron miradas, mostrando su acuerdo y después miraron de reojo a Casandra, buscando su consentimiento final. La pequeña asintió con la cabeza y, de repente, se levantó y salió de la biblioteca sin decir otra palabra.
—Una última cosa —continuó Dafne, ignorando con diplomacia la grosera salida de Casandra—. Héctor quiere saber qué ha ocurrido con el cuerpo de Creonte.
—Nos pondremos en contacto con Mildred para que venga hasta aquí y recupere a su hijo —explicó Cástor mirándose las manos—. Querrá llevárselo hasta su padre, para que pueda estar presente en el funeral.
—Desde luego —dijo Dafne con tono triste—. ¿Me avisarás cuando esté por aquí? Héctor mencionó algo sobre presentarse ante ella para pedirle perdón… —Su voz perdió intensidad y seguridad, como si no se fiara de que Héctor estuviera dispuesto a hacer eso.
—Te llamaré —prometió Palas con frialdad. Después, salió escopeteado de la biblioteca, sin dar más explicaciones.
Dafne se quedó en la estancia un poco más para convencer al resto de la familia de que Héctor físicamente se recuperaría, aunque fue tajante y no se anduvo con rodeos al asegurarles que emocionalmente era otro cantar. Después de prometerles que le expresaría todo el amor de su familia, se fue a toda prisa, con la excusa de haber dejado a Héctor a solas demasiado tiempo. Helena la acompañó hasta la puerta.
—¿Héctor te vio como Pandora en la playa? —le preguntó a su madre en voz baja cuando llegaron a la puerta principal.
—No, y nunca puede enterarse —respondió ella, mirando fijamente a su hija—. Tú y yo somos ahora la única familia que tiene, y Héctor necesita confiar en mí. Como tú.
Helena sabía que su madre había arriesgado la vida para ayudar a Héctor, pero, tal y como ella lo veía, la confianza era algo que se ganaba, no algo que una persona pudiera exigir a otra, aunque fuera tu propia madre.
—Me pondré en contacto contigo durante los próximos días para informarte sobre el plan —prometió Dafne antes da coger su bolso del gancho y abrir la puerta.
—Una última cosa —añadió Helena, que mantenía la puerta abierta—. No diré una palabra de lo que vi en la playa si aceptas liberar a Jerry de la influencia del cesto. Tú jamás le quisiste, pero Kate le adora, y creo que ha llegado el momento de que dejes que alguien de tu entorno sea feliz, ¿no crees?
Dafne observó a Helena, sorprendida de que su hija al fin hubiera expresado un pensamiento propio. Después apartó la mirada distraídamente, como si estuviera oyendo un sonido muy lejano.
—Hecho —dijo con voz enérgica, saliendo de golpe de su trance momentáneo—. No puedo prometerte que la relación con Kate funcione a las mil maravillas, pero el corazón de Jerry vuelve a ser libre.
—Ya era hora —refutó Helena con tono glacial.
—Todo el dolor y el sufrimiento que causé fue para protegerte. Y funcionó. Así que no me arrepiento de nada —puntualizó Dafne, dedicándole una sonrisa triste a su hija antes de dar media vuelta y marcharse.
Helena cerró la puerta y deambuló por la casa con la frente arrugada, sumida en sus reflexiones. En cuanto entró en el salón, Lucas volteó la cabeza para mirarla. Con un gesto la invitó a que entrara. Aunque sabía que era lo último que debía hacer, lo cierto era que le apetecía más que nada en el mundo.
—Tengo que irme a casa —le dijo en cuanto se sentó a su lado, procurando controlar el temblor en su voz—. Dejé una nota de despedida para mi padre sobre mi escritorio cuando pensé que… —La joven tuvo que parar para tomar aire. Después, continuó—: Así que tengo que deshacerme de ella antes de que se despierte y la encuentre. Jerry ya ha sufrido demasiado.
Lucas apretó el puño de la mano derecha y lo introdujo en el bolsillo. Helena jamás le había visto hacer ese gesto antes; se estaba reprimiendo para no cogerla de la mano.
—Vamos a tu casa, entonces —dijo Lucas apartando la mirada de Helena.
—Pero pensé que nos alejaríamos… —titubeó Helena.
Lucas sacudió la cabeza con decisión.