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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (103 page)

BOOK: Taiko
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Estas palabras de Naoie pusieron fin a la discusión entre sus servidores. La conferencia finalizó y escribieron una carta en la que prometían la cooperación del clan Ukita. Hikoemon llevó la misiva al monte Hirai. De este modo Hideyoshi obtuvo una victoria en la retaguardia de su ejército sin lanzar una sola flecha. Las dos provincias de Bizen y Mimasaka se hicieron aliadas de los Oda sin derramamiento de sangre.

Naturalmente, Hideyoshi quería informar a su señor de este feliz acontecimiento, pero pensó que una carta podría ser peligrosa. El asunto requería el máximo secreto: hasta que se presentara la oportunidad apropiada, sería necesario ocultar la alianza al clan Mori.

Hideyoshi envió a Kanbei a Kyoto para que informara a Nobunaga.

Kanbei partió de inmediato a la capital, y al llegar solicitó una audiencia con Nobunaga.

Mientras escuchaba el informe de Kanbei, Nobunaga pareció disgustarse en sumo grado. En la ocasión anterior, cuando Takenaka Kanbei acudió al palacio de Nijo y le comunicó la sumisión de los Akashi, Nobunaga se mostró exultante y le alabó. Esta vez, sin embargo, su reacción fue totalmente distinta.

—¿Quién te dio la orden de hacer eso? ¡Si ha sido Hideyoshi, tendrá que responder a un interrogatorio intenso! Que llegue a un acuerdo con las dos provincias de Bizen y Mimasaka es la peor de las audacias. ¡Regresa y díselo así a Hideyoshi! —Entonces, como si pensara que esta brusca reprimenda no era suficiente, añadió—: Según la carta de Hideyoshi, vendrá a Azuchi dentro de unos días con Ukita Naoie. Dile que no veré a Naoie aunque venga. ¡Ni siquiera veré a Hideyoshi!

Estaba tan encolerizado que ni siquiera Kanbei pudo tratar con él. Tras haber acudido en vano, Kanbei regresó a Harima abrigando un profundo descontento.

Aun cuando le avergonzaba decirle exactamente a Hideyoshi lo que había sucedido en vista de todas las penalidades que su señor había sufrido, difícilmente podría mantener el asunto en secreto. Cuando Kanbei miró a hurtadillas el rostro de Hideyoshi, vio aparecer una sonrisa forzada en sus mejillas ojerosas.

—Sí, comprendo —le dijo Hideyoshi—. Se ha enfadado porque he hecho una alianza innecesaria utilizando mi propia autoridad. —No parecía tan desalentado como Kanbei—. Supongo que el señor Nobunaga quería que destruyéramos a los Ukita a fin de poder repartir sus tierras entre sus servidores. —Entonces, tratando de consolar al alicaído Kanbei, añadió—: Cuando las cosas no salen como uno las había planeado, es una auténtica batalla. Los planes que pensaste durante la noche cambian por la mañana, y los proyectos que tenías por la mañana cambian por la tarde.

Kanbei, por su parte, tuvo la súbita certeza de que su vida dependía de aquel hombre, y en lo más íntimo de su ser supo que, si llegaba a ser necesario, estaría dispuesto a morir por Hideyoshi.

Hideyoshi había interpretado los sentimientos de Nobunaga. Si sabía realmente servir a su señor, era evidente que comprendía su modo de pensar. Sin embargo, ahora Kanbei entendía perfectamente que Hideyoshi se había labrado la confianza y la categoría de que gozaba a través de veinte años de servicio con Nobunaga.

—¿Queréis decir entonces que establecisteis la alianza con el clan Ukita aun cuando sabíais que sería contraria a la voluntad del señor Nobunaga? —le preguntó Kanbei.

—Habida cuenta de las ambiciones del señor Nobunaga, no había ninguna duda de que se enfadaría. Cuando Takenaka Hanbei informó sobre la sumisión de Akashi Kagechika, Su Señoría estuvo tan contento que nos premió a Hanbei y a mí en exceso. Desde luego vio que la sumisión del clan Akashi facilitaría el ataque contra los Ukita, y un ataque con éxito le habría permitido dividir la provincia de los Ukita y ofrecerla como recompensa. Pero como he logrado que los Ukita se nos sometan, difícilmente podrá apoderarse de sus tierras, ¿verdad?

—Cuando lo explicáis así puedo entender los sentimientos del señor Nobunaga. Pero estaba tan enojado que no os será fácil tener ocasión de hablar francamente con él. Dijo que si Ukita Naoie acude a Azuchi, o incluso si vais vos para interceder por él, no concederá una audiencia a ninguno de los dos.

—Tendré que visitarle, por muy enojado que esté. Existen maneras de evitar una disputa cuando un marido y una esposa se enfadan, pero no es bueno evitar la cólera del propio señor. Nada le hará sentirse mejor que si me presento y le pido perdón, aunque me dé una paliza o me grite mientras me postro a sus pies y parezco idiota.

Hideyoshi tenía en sus manos la garantía por escrito que le había dado Ukita Naoie, pero él era sólo el jefe de un ejército expedicionario. Si el tratado no recibía la aprobación de Nobunaga, sería papel mojado.

Además la etiqueta exigía, por razones de formalidad, que Ukita Naoie se personase en Azuchi, tributara homenaje a Nobunaga y le pidiera nuevas órdenes. En la fecha que habían convenido de antemano, Hideyoshi se dirigió a Azuchi en compañía de Naoie. Pero la cólera de Nobunaga aún no se había enfriado.

—No me reuniré con ellos.

Eso fue todo lo que dijo a Hideyoshi a través de su ayudante.

Hideyoshi estaba perplejo. Lo único que podía hacer era esperar. Regresó a la sala de invitados donde Naoie aguardaba y le informó del resultado.

—Hoy Su Señoría no está de muy buen humor. ¿Os importaría esperarme algún tiempo en vuestro alojamiento?

—¿Está indispuesto? —inquirió Naoie en un tono que reflejaba su desventura.

Al pedir la paz, no había buscado la conmiseración de Nobunaga. Aún podía contar con un ejército formidable. ¿Qué ocurría? ¿Cuál era el motivo de aquella fría recepción? Estas cosas no salieron de sus labios, pero no podía evitar pensarlas con indignación.

Naoie no soportaba más humillaciones. Empezaba a pensar que debería regresar a su provincia natal y, una vez más, enviar los saludos que eran apropiados para las provincias enemigas.

—No, no —le dijo Hideyoshi—. Ahora hay un problema, pero podremos verle más adelante. De momento, regresemos al pueblo.

Hideyoshi había dispuesto el alojamiento de Naoie en el templo Sojitsu. Los dos regresaron rápidamente al pueblo, donde Naoie se quitó su atuendo formal y habló con Hideyoshi.

—Abandonaré Azuchi antes de que anochezca y pasaré la noche en la capital. Creo que entonces sería mejor que regresara a Bizen.

—Vamos, vamos, ¿por qué habríais de hacer eso? ¿Por qué queréis marcharos antes de que visitemos de nuevo al señor Nobunaga?

—Ya no tengo ganas de verle. —Por primera vez, Naoie manifestó lo que sentía tanto en la expresión de su semblante como con sus palabras—. Y creo que el señor Nobunaga tampoco quiere verme. Además, ésta es una provincia enemiga con la que no tengo ninguna relación. Probablemente sería mejor para los dos que me marchara cuanto antes.

—Eso comprometerá mi honor.

—Regresaré otro día y os agradeceré como es debido el trato que me habéis dispensado, señor Hideyoshi. Y no olvidaré vuestra amabilidad.

—Os ruego que os quedéis una noche más. No soporto ver a los clanes que he conseguido reunir para que celebren una conferencia de paz convertidos de súbito nuevamente en enemigos. Hoy el señor Nobunaga se ha negado a concedernos una audiencia, y tiene sus razones. Reunámonos de nuevo esta noche y os las explicaré. Ahora voy a regresar a mis aposentos para cambiarme de ropa. Esperadme antes de cenar.

Naoie no podía hacer más que esperar hasta la noche. Hideyoshi se cambió y regresó al templo. Hablaron y rieron mientras cenaban, y al terminar Hideyoshi observó:

—Ah, es cierto. He prometido deciros por qué el señor Nobunaga está tan disgustado conmigo.

Empezó a hablar como si acabara de acordarse del asunto. Deseoso de escuchar la explicación de Hideyoshi, Naoie había pospuesto su partida y ahora le prestaba toda su atención.

Con sencilla inocencia, Hideyoshi le explicó por qué su acuerdo arbitrario había ofendido a Nobunaga.

—Es una descortesía decirlo, pero las provincias de Mimasaka y Bizen se habrían convertido más tarde o más temprano en posesiones del clan Oda, de modo que establecer un tratado de paz con vos no era realmente necesario. Pero si el señor Nobunaga no aplastaba al clan Ukita, no habría podido dividir el territorio entre sus generales como recompensa por sus acciones meritorias. Además, era imperdonable por mi parte que ni siquiera hubiera solicitado permiso a Su Señoría. Por eso está tan enojado.

Se echó a reír mientras hablaba, pero como no había la menor invención en sus palabras, la verdad se manifestaba claramente incluso por detrás de su sonrisa.

Naoie estaba abrumado. Su rostro, enrojecido por el sake, palideció de repente. Pero no tenía ninguna duda de que así era como pensaba Nobunaga.

—Así que está de mal talante —siguió diciendo Hideyoshi—. No quiere darme audiencia y tampoco está dispuesto a veros. Cuando toma una resolución tan firme, no da su brazo a torcer. Estoy confuso y lo siento muchísimo por vos. La garantía que me confiasteis sigue sin autorización y, mientras no reciba el sello bermejo de Su Señoría, no hay nada que yo pueda hacer. Os la devolveré, de modo que podáis romper vuestras relaciones con nosotros, renunciar al tratado y regresar a Bizen mañana por la mañana.

Dicho esto, Hideyoshi extrajo la garantía de Naoie y se la tendió. Sin embargo, Naoie miró fijamente la luz que oscilaba en las altas lámparas y ni siquiera tocó el documento. Hideyoshi guardaba silencio.

—No —dijo Naoie, rompiendo de súbito el silencio, y juntó las manos con un gesto de cortesía—. Voy a rogaros que hagáis de nuevo cuanto os sea posible. Por favor, mediad por mí ante el señor Nobunaga.

Esta vez su actitud era la de un hombre que se ha rendido desde el fondo de su corazón. Hasta entonces había parecido rendirse debido tan sólo a los vigorosos argumentos de Kuroda Kanbei.

—De acuerdo, si tenéis tanta confianza en los Oda —dijo Hideyoshi, asintiendo con vehemencia, y consintió en ocuparse del asunto.

Naoie se alojó en el templo Sojitsu más de diez días, esperando el resultado. Hideyoshi se apresuró a enviar un mensajero a Gifu, confiando en que Nobutada apaciguaría un poco a Nobunaga. Nobutada, quien ya tenía asuntos que resolver en la capital, partió poco después hacia Kyoto.

Entonces Hideyoshi, acompañado por Naoie, fue recibido en audiencia por Nobutada. Finalmente, a través de la intercesión de éste, Nobunaga cedió. Aquel mismo día el sello bermejo fue estampado en la garantía y el clan Ukita cortó totalmente sus vínculos con los Mori y se alió con los Oda.

Sin embargo, apenas siete días después, ya fuese por coincidencia o por razones de oportunidad militar, uno de los generales de Nobunaga, Araki Murashige, traicionó a su señor y se pasó al campo enemigo, alzando la bandera de la rebelión a los mismos pies de los Oda.

La traición de Murashige

—¡Es mentira! ¡Tiene que ser mentira!

Al principio Nobunaga no podía creerlo. Cuando la noticia de la revuelta de Murashige alcanzó a Nobunaga en Azuchi, su primera reacción fue la de desmentirla. Pero la gravedad de la situación se confirmó rápidamente cuando dos de los servidores de alto rango de Murashige, Takayama Ukon de Takatsuki y Nakagawa Sebei de Ibaragi, adujeron obligaciones morales y siguieron a Murashige desplegando la bandera de la rebelión.

La consternación de Nobunaga se intensificó. Lo más extraño era que no mostraba ni cólera ni su habitual genio vivo ante el inesperado giro de los acontecimientos. Sería un error juzgar que el carácter de Nobunaga era de fuego, pero también sería erróneo, al observar su frialdad, clasificarlo como agua. Cuando uno lo consideraba fuego, era agua, y cuando lo consideraba agua era fuego. Tanto el calor de las llamas como la frialdad del agua coexistían en su cuerpo.

—Llama a Hideyoshi —ordenó Nobunaga de repente.

—El señor Hideyoshi ha partido hacia Harima esta mañana temprano —replicó con nerviosismo Takigawa.

—¿Ya se ha ido?

—Probablemente no esté muy lejos. Con vuestro permiso, tomaré un caballo e iré en su busca.

Era extraño que alguien aprovechara la ocasión y rescatara a Nobunaga de su propia impaciencia. Cuando los servidores que estaban presentes se volvieron para ver quién era esa persona, descubrieron que se trataba de Ranmaru, el paje de Nobunaga.

Nobunaga accedió a su petición y le instó a que se apresurase.

Llegó el mediodía y Ranmaru aún no había regresado. Entretanto llegaban con frecuencia informes de los exploradores en las zonas de Itami y el castillo de Takatsuki. Uno de esos informes, que heló la sangre de Nobunaga, anunciaba otro nuevo hecho.

—Esta mañana, al amanecer, una gran flota de Mori se ha aproximado a la costa de Hyogo. Han desembarcado soldados y entrado en el castillo de Murashige en Hanakuma.

La carretera costera a través de Hyogo que pasaba por debajo del castillo de Hanakuma era la única ruta desde Azuchi a Harima.

—Hideyoshi no podrá pasar. —En cuanto Nobunaga comprendió esto, también se dio cuenta del peligro de que cortaran las comunicaciones entre el ejército expedicionario y Azuchi. Casi sentía las manos del enemigo en la garganta—. ¿Aún no ha regresado Ranmaru?

—No, mi señor.

Nobunaga volvió a sumirse en sus pensamientos. Los Hatano, los Bessho y Araki Murashige habían revelado de improviso sus vínculos con el enemigo, los Mori y los monjes del Honganji, y Nobunaga tenía la sensación de que estaba rodeado. Además, cuando miraba al este, veía que los Hojo y los Takeda habían llegado recientemente a un acuerdo.

Ranmaru fustigó a su caballo a través de Otsu y por fin dio alcance a Hideyoshi cerca del templo Mii. Hideyoshi estaba descansando allí, o más bien en aquel lugar le había llegado la noticia de la rebelión de Araki Murashige y había enviado a Horio Mosuke y otros dos o tres para que verificasen los informes y averiguaran los detalles.

Ranmaru se detuvo a su lado.

—Su Señoría me ha ordenado que viniera a buscaros. Desea hablar con vos de nuevo. ¿Regresaréis a Azuchi cuanto antes?

Hideyoshi dejó a sus hombres en el templo Mii y regresó a Azuchi, acompañado sólo por Ranmaru. Por el camino pensó a fondo en lo que probablemente ocurriría. Nobunaga estaría furioso por la rebelión de Murashige. Éste le sirvió por primera vez durante el ataque contra el palacio de Nijo, cuando expulsaron al shogun anterior. Nobunaga era la clase de hombre que favorecía a cualquiera que le agradara un poco, y había reconocido especialmente el valor de Murashige, le había estimado más que a la mayoría de los hombres. Y Murashige había traicionado la confianza de Nobunaga. Hideyoshi podía imaginar cuáles eran los sentimientos de su señor.

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