—Pero lo encontraré, gracias a ti —dijo Komodoflorensal—, pues mis indicaciones eran cruzar las habitaciones de Hamadalban y de Kalfastoban, hasta llegar a una galería a la que daban las habitaciones de Palastokar. Quizá si encuentro a Kalfastoban pueda indicarme con más exactitud.
—Kalfastoban ha salido con Hamadalban —respondió la mujer—, pero los espero de un momento a otro. Si quieres aguardar, no tardarán en llegar.
—Gracias —se apresuró a decir Komodoflorensal—, pero estoy seguro de que no nos costará encontrar las habitaciones de Palastokar. ¡Que tus velas ardan mucho tiempo y con fuerza! —Y sin esperar más cumplidos cruzó la habitación y entró en las habitaciones de Kalfastoban, seguido de cerca por Tarzán de los Monos.
—Creo, amigo mío —dijo el príncipe—, que tendremos que obrar con rapidez.
Tarzán echó una rápida mirada alrededor de la primera cámara en la que entraron. Estaba vacía. Varias cámaras se abrían a ella. Todas estaban cerradas con una puerta de madera o con colgaduras. El hombre-mono se acercó apresurado a la que estaba más cerca y probó la cerradura. Ésta cedió y Tarzán entreabrió la puerta. Tras ella todo era oscuridad.
—Trae una vela, Komodoflorensal —dijo.
El príncipe cogió dos de los huecos que había en la pared.
—Un almacén —dijo cuando los rayos de las velas iluminaron el interior de la habitación—. Comida, velas y vestidos. Kalfastoban no es pobre. Los impuestos aún no lo han arruinado.
Tarzán, de pie en el umbral del almacén, detrás de Komodoflorensal, se volvió de pronto y miró hacia la cámara situada al otro lado. Había oído voces en las habitaciones de Hamaadaban; voces de hombre. Reconoció una de ellas un instante después: era la voz del vental Kalfastoban.
—¡Ven! —rugió la voz de toro del vental—. Ven a mis habitaciones, Hamadalban, y te enseñaré a mi nueva esclava.
Tarzán empujó a Komodoflorensal al almacén y lo siguió, y luego cerró la puerta.
—¿Lo has oído? —preguntó en susurros.
—¡Sí, era Kalfastoban!
La puerta del almacén estaba decorada con una pequeña rejilla tapada por dentro con una colgadura de tejido grueso. Al apartar la cortina los dos veían la mayor parte del interior de la cámara exterior y oían todo lo que decían los dos hombres que habían entrado en ella.
—Te diré que es la mayor ganga que jamás he visto —exclamó Kalfastoban—, pero espera, iré a buscarla —y cruzó otra puerta que abrió con una llave—. ¡Sal! —gritó abriendo la puerta.
Con el porte altivo de una reina entró lentamente una muchacha, una esclava que no mostraba trazas de actitud servil. Iba con la cabeza levantada, la mirada al frente. Miraba casi con desprecio al vental. Y era hermosa. Era Talaskar. Komodoflorensal se dio cuenta de que nunca había apreciado realmente la belleza de la joven esclava que había cocinado para él. Kalfastoban le había dado una túnica blanca de buena calidad, que hacía resaltar más el tono oliváceo de su piel y la rica negrura de su pelo que la barata prenda de color verde con la que siempre la había visto.
—Pertenecía a Zoanthrohago —explicó Kalfastoban a su amigo—, pero dudo que jamás la viera; de lo contrario no se habría separado de ella por la insignificante suma que pagué.
—¿La tomarás como mujer y la ascenderás de clase? —preguntó Hamadalban.
—No —respondió Kalfastoban—, pues entonces ya no sería una esclava y no podría venderla. Las mujeres son demasiado caras. La conservaré durante un tiempo y después la venderé mientras su valor aún sea elevado. Sacaré con ella un buen beneficio.
Tarzán apretó los dedos con fuerza, como si con ellos rodeara la garganta de un enemigo, y Komodoflorensal se llevó la mano derecha a la empuñadura de su espada.
Entró una mujer procedente de las habitaciones de Hamadalban y se quedó en el umbral de la puerta.
—Dos de los guardias de la cantera han venido con un esclavo de túnica verde preguntando por Kalfastoban —dijo.
—Hazles entrar —indicó el Vental.
Un instante después entraron los tres; el esclavo era Caraftap.
—¡Ah! —exclamó Kalfastoban—, mi buen esclavo Caraftap, el mejor de la cantera. ¿Qué te trae por aquí?
—Dice que tiene información de gran valor —respondió uno de los guardias—, pero no se la revelará a nadie más que a ti. Ha apostado con su vida el valor de la información y el Novand de guardia le ha ordenado que lo trajeran aquí.
—¿Qué información tienes? —preguntó Kalfastoban.
—Es de suma importancia —exclamó Caraftap—. El noble Zoanthrohago, e incluso el rey, estarán agradecidos por esto; pero si la revelara y tuviera que regresar a las canteras, los otros esclavos me matarían. Siempre has sido bueno conmigo, vental Kalfastoban, y por eso he pedido que me trajeran a ti, pues sé que si prometes que seré recompensado con la túnica blanca, si mi servicio se considera que lo vale, estaré a salvo.
—Sabes que no puedo hacerlo —replicó Kalfastoban.
—Pero el rey sí puede, y si tú intercedes ante él, no se negará.
—Puedo prometerte interceder ante el rey en tu favor si la información que me traes es valiosa; pero es lo único que puedo hacer.
—Es suficiente, si lo prometes —dijo Caraftap.
—Muy bien, lo prometo. ¿Qué sabes que al rey le complazca saber?
—Las noticias viajan deprisa en Veltopismakus —dijo Caraftap—, y por esto en la cantera hemos oído hablar de la muerte de los dos esclavos, Aopontando y Zuanthrol, al cabo de poco rato de haberse descubierto sus cuerpos. Como ambos habían sido esclavos de Zoanthrohago, todos estábamos confinados juntos en una sola cámara y por eso los conocí bien a los dos. Imagina mi sorpresa cuando, al cruzar una de las espirales principales con otro grupo de esclavos, he visto a Zuanthrol y Aoponato vestidos de guerreros y ascendiendo hacia la superficie.
—¿Qué aspecto tienen? —preguntó de pronto uno de los guerreros que habían acompañado a Caraftap desde la cantera.
El esclavo los describió con tantos detalles como le fue posible.
—¡Son los mismos! —exclamó el guerrero—. Estos dos me han parado en la espiral para preguntarme por el paradero de Kalfastoban.
Una multitud de hombres y mujeres se agolpaba en el umbral de la puerta de la cámara de Kalfastoban, atraídos por la presencia de un esclavo de túnica verde acompañado por miembros de la guardia de la cantera. Uno de ellos era una joven esclava.
—A mí también me han abordado esos mismos hombres —exclamó—, hace poco rato, y me han hecho la misma pregunta.
Una de las mujeres de Hamadalban lanzó un pequeño grito.
—Hace un momento han pasado por nuestras habitaciones —exclamó— y han entrado en las de Kalfastoban, pero no han preguntado dónde se encontraban las habitaciones de Kalfastoban, sino que han mencionado un nombre desconocido para mí, un nombre extraño.
—Palastokar —le recordó una de sus compañeras.
—Sí, Palastokar, y han dicho que tenía sus habitaciones en la galería que va de los aposentos de Kalfastoban al corredor exterior.
—No hay nadie con este nombre en la Cúpula Real —dijo Kalfastoban—. No ha sido sino una farsa para entrar en mis habitaciones.
—O para cruzarlas —sugirió uno de los guardias de la cantera.
—Debemos ir tras ellos —dijo el otro.
—Quédate aquí con Caraftap hasta que regresemos, Kalfastoban —indicó el primer guardia—, y registra con atención tus habitaciones y las contiguas. ¡Vamos! —Haciendo una seña al otro guardia cruzó la cámara y se fue por la galería que conducía al corredor exterior, seguido no sólo por su compañero sino por Hamadalban y todos los demás hombres que se habían congregado en la cámara; Kalfastoban y Caraftap se quedaron con las mujeres en las habitaciones del vental.
K
ALFASTOBAN se volvió de inmediato para registrar las diversas cámaras que constituían sus aposentos, pero Caraftap lo detuvo cogiéndolo del brazo.
—Espera, vental —rogó—. Si están aquí, ¿no sería mejor asegurar su captura cerrando las puertas que dan a tus habitaciones?
—Buena idea, Caraftap —respondió Kalfastoban—, y así después podemos registrarlas tranquilamente. ¡Fuera de aquí, mujeres! —ordenó, gesticulando para que las mujeres volvieran a las habitaciones de Hamadalban. Un momento después las dos puertas que iban de la cámara en que se encontraban a las de Hamadalban y la galería estuvieron cerradas con cerrojos.
—Y ahora, mi amo —dijo Caraftap—, como ellos son dos, ¿no estaría bien que me proporcionases un arma?
Kalfastoban se dio unos golpes en el pecho.
—Kalfastoban ha vencido sólo a una docena como ellos —proclamó—, pero para tu protección, coge una espada de aquella habitación mientras yo encierro de nuevo a esta orgullosa gata en su celda.
Mientras Kalfastoban llevaba a Talaskar a la habitación en la que había estado confinada, Caraftap se dirigió hacia la puerta del almacén donde el vental le había dicho que encontraría una arma.
El vental se acercó a la puerta de la habitación que estaba justo detrás de la muchacha y cogió a ésta del brazo.
—¡No tan deprisa, guapa! —exclamó—. Dame un beso antes de irte; y no te apures: en cuanto estemos seguros de que esos esclavos villanos no están en estas habitaciones, me reuniré contigo, o sea que no languidezcas por tu Kalfastoban.
Talaskar giró en redondo y dio una bofetada al vental en la cara.
—¡No me pongas tus sucias manos encima, bestia! —exclamó, y forcejeó para librarse de él.
—¡Vaya, qué genio! —exclamó el hombre; pero no la soltó, y forcejearon hasta que desaparecieron de la vista dentro de la celda. En el mismo instante Caraftap, el esclavo, puso su mano en el cerrojo de la puerta del almacén, la abrió y entró.
Cuando lo hizo unos dedos de acero se cerraron en torno a su cuello. Habría gritado de terror, pero no podía salir ningún sonido por su garganta fuertemente cerrada. Forcejeó tratando de liberarse de aquello que lo sujetaba, que era algo tan poderoso que sabía que no podía ser humano, y entonces una voz baja y aterradora le susurró al oído:
—¡Muere, Caraftap! —dijo la voz—. Recibe el destino que mereces y que sabías que merecías cuando dijiste que no te atrevías a regresar a los alojamientos de los esclavos de Zoanthrohago después de traicionar a dos de los tuyos. ¡Muere, Caraftap! Y entérate antes de morir de que aquél a quien has traicionado es tu asesino. ¡Has buscado a Zuanthrol y lo has encontrado!
Con estas últimas palabras los dedos terribles se cerraron en el cuello del hombre. El esclavo se movía espasmódicamente, haciendo esfuerzos por respirar. Luego las dos manos que lo sujetaban se volvieron lentamente en direcciones opuestas y retorcieron la cabeza del traidor.
Tarzán arrojó el cadáver a un lado y saltó a la cámara principal de los alojamientos del vental. Allí, echó a correr hacia la puerta de la celda de Talaskar, con Komodoflorensal pisándole los talones. La puerta de la pequeña habitación había sido empujada al forcejear la pareja, y cuando Tarzán la acabó de abrir vio a la muchacha en las garras del fornido vental, quien, evidentemente enloquecido por su resistencia, había perdido por completo los estribos e intentaba golpearle la cara, cosa que ella procuraba evitar asiéndole los brazos y las manos.
Una fuerte mano cayó sobre el hombro del vental.
—¿Nos buscabas? —le susurró una voz al oído—. ¡Aquí estamos!
Kalfastoban soltó a la muchacha y giró en redondo, al tiempo que se llevaba la mano a la espada. Ante él se encontraban los dos esclavos y ambos iban armados, aunque sólo Aoponato había sacado su arma. Zuanthrol, que lo sujetaba, no lo había hecho todavía.
—«A una docena como ellos podría Kalfastoban vencer solo» —citó Tarzán—. Aquí estamos, amigo, y sólo somos dos; pero no podemos esperar a que nos muestres lo fuerte que eres. Lo sentimos. Si no hubieras molestado a esta chica, me habría limitado a encerrarte en tus alojamientos, de los que no habrías tardado en salir; pero tu brutalidad sólo merece un castigo: la muerte.
—¡Caraftap! —gritó Kalfastoban. Ya no era un fanfarrón y un engreído. Su voz era estridente a causa del terror y temblaba en las manos del hombre-mono—. ¡Caraftap! ¡Socorro! —gritó.
—Caraftap está muerto —dijo Tarzán—. Ha muerto porque traicionó a sus compañeros. Tú morirás porque has sido bruto con una esclava indefensa. ¡Atraviésalo con la espada, Komodoflorensal! No tenemos tiempo que perder.
Cuando el trohanadalmakusiano retiró su espada del corazón del vental Kalfastoban y el cadáver resbaló al suelo de la celda, Talaskar echó a correr y cayó a los pies del hombre-mono.
—¡Zuanthrol y Aoponato! —exclamó—. Pensé que jamás volvería a veros. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué estáis aquí? Me habéis salvado, pero ahora estáis perdidos. ¡Huid, no sé adónde, pero marchaos de aquí! No dejéis que os encuentren. No entiendo por qué habéis venido.
—Estamos intentando escapar —explicó Komodoflorensal— y Zuanthrol no quería irse sin ti. Te ha buscado en la cantera y ahora en la Cúpula Real. Ha hecho lo imposible, pero te ha encontrado.
—¿Por qué has hecho esto por mí? —preguntó Talaskar, mirando con asombro a Tarzán.
—Porque fuiste buena conmigo cuando me llevaron a la cámara de los esclavos de Zoanthrohago —respondió el hombre-mono— y porque prometí que cuando llegara el momento de escapar los tres estaríamos juntos.
La había ayudado a levantarse y la llevó a la cámara principal. Komodoflorensal permaneció un poco aparte, con los ojos fijos en el suelo. Tarzán lo miró y una expresión de perplejidad asomó a sus ojos, aunque, fuera lo que fuese lo que la había causado, tuvo que dejarlo a un lado para pensar en asuntos más urgentes.
—Komodoflorensal, tú sabes mejor que yo en qué vías de escape correremos menos peligro de ser descubiertos. ¿Vamos por los aposentos de Hamadalban o por la galería que han mencionado? Yo no puedo responder estas preguntas. ¡Mira! —mientras sus ojos habían estado escudriñando obsesivamente la cámara—. Hay una abertura en el techo. ¿Adónde conducirá?
—Podría conducir a cualquier parte o a ninguna —replicó el trohanadalmakusiano—. Muchas cámaras tienen estas aberturas. A veces dan a pequeños desvanes que no están conectados con ninguna otra cámara, llevan a alguna habitación secreta o a corredores que están en otro nivel.
Alguien llamó a la puerta que daba a los aposentos de Hamadalban y una voz la mujer dijo en voz alta:
—¡Kalfastoban, abre! Ha venido un vental de la guardia de la cantera en busca de Caraftap. Han encontrado muerto al centinela de la entrada de las cámaras de los esclavos de Zoanthrohago y quieren interrogarlo, pues creen que entre ellos hay una conspiración.