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Authors: Ernst Jünger

Tags: #Bélico

Tempestades de acero

BOOK: Tempestades de acero
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¿La guerra?… ¿Qué es eso? preguntaban los niños al ver desfilar los primeros voluntarios de la guerra de 1914, cuenta el gran escritor y pensador alemán
Ernst Jünger
, quien, a los 19 años, se encaminaba también entre éstos hacia el frente. Por mucho que nosotros sepamos hoy de aquel infierno que llamaron la Gran Guerra, no conoceríamos el auténtico horror que fue de no ser por estos
diarios
escalofriantes, escritos desde la primera línea de combate, en trincheras, hospitales y subterráneos. No sólo seguimos de cerca el desarrollo de una guerra que se convirtió en campo de prueba de hasta entonces desconocidas armas mortíferas, —creando el moderno concepto de Exterminio— sino que nos adentramos en los tortuosos sentimientos que van apoderándose del soldado corroído poco a poco por la implacable mecánica de la muerte organizada. Difícilmente un documento escrito ha sabido transmitir, con tanta estremecedora lucidez, el espanto de semejante experiencia.

Ernst Jünger

Tempestades de acero

Incluye

El bosquecillo 125 y

El estallido de la guerra de 1914

ePUB v1.1

Joselín
04.08.12

Título original:
: In Stahlgewittern, Das Wäldchen 125, Kriegsstausbruch 1914

Ernst Jünger, 1920

Traducción del alemán: Andrés Sánchez Pascual

Portada: Detalle del tríptico
La guerra
(1929-1932) de Otto Dix

Editor original: Joselín (v1.0 [14.06.2012] a v1.1)

ePub base v2.0

Nota aclaratoria

Los tres escritos que componen este volumen
—Tempestades de acero
(primera edición, 1920)
, El bosquecillo 125
(primera edición, 1925) y
El estallido de la guerra de 1914
(primera edición, 1934)— representan, junto con un cuarto texto, el titulado
Fuego y sangre
(primera edición, 1925; no incluido en este volumen por voluntad del autor), la totalidad de la obra de índole narrativa dedicada por Ernst Jünger a la primera guerra mundial

Para muchos millones de europeos constituyó esa guerra un acontecimiento central en sus vidas. Para la generación de Jünger, cuyos últimos supervivientes aún habitan entre nosotros, fue no sólo un suceso capital, sino el verdadero cimiento de sus existencias. La primera guerra mundial representó el nacimiento, doloroso y ensangrentado, del siglo XX; es, pues, también la base, muchas veces interesadamente sumida en el olvido, de nuestro propio vivir

Como tantos otros centenares de millares de adolescentes en casi todos los países de Europa, Ernst Jünger se presentó voluntario para acudir al frente el mismo día en que estalló la guerra (véase en
El estallido de la guerra de
1914 el vivo relato que hace de esa jornada). Además de las armas, llevó consigo al campo de batalla una libreta de apuntes; en ella se proponía fijar, para su rememoración posterior, aquellos acontecimientos

Catorce fueron las libretas que consiguió llenar con frases breves, croquis, exclamaciones, relatos detallados, durante los cuatro años de lucha; de ellas ofrece una precisa descripción al comienzo de
El bosquecillo 125
. Basándose en los mencionados apuntes, Jünger publicó en 1920, a su propia costa, su libro más famoso y divulgado
: Tempestades de acero.
De los millares de «recuerdos de la guerra» editados en todos los países después del conflicto, muy pocos han resistido el paso del tiempo. Por parte alemana
, Tempestades de acero
es de hecho el único que ha permanecido, y sin duda permanecerá en el futuro, como el documento literario y artístico de aquel acontecimiento

Según sus propias declaraciones, Ernst Jünger había leído poco antes de la guerra, con gran entusiasmo, el libro de Stendhal
El rojo y el negro;
por ello decidió inicialmente dar a su propia obra el título
El rojo y el gris,
pues éstos, añade, fueron efectivamente los colores de aquella guerra; no hubo en ella, como en las anteriores, uniformes rutilantes. Hoy el autor piensa a veces que debería haber conservado este título. Pero, mientras redactaba su obra, Ernst Jünger leía los antiguos poemas islandeses, y en uno de ellos tropezó con la expresión «tempestades de acero», que dio título definitivo al libro

Tempestades de acero
es la «primera» obra de Jünger, y lo es en los varios sentidos de ese adjetivo; es también, en consecuencia, una obra primeriza. En su larga historia editorial —sesenta y ocho años de continua presencia pública y varias decenas de ediciones en su idioma original, este libro ha sido sometido por su autor a varias revisiones. Es preciso subrayar este hecho, ya que existen seis «versiones» distintas de esta obra

La primera versión es, claro está, la edición original de 1920. Dos años más tarde, la segunda edición (1922) fue ya revisada por su autor. Lo mismo ocurrió con la quinta edición (1924) y con la décimo cuarta (1934); a ésta la calificó el propio Jünger de «versión definitiva». Sin embargo, sólo un año después, la décimo sexta edición (1935) fue otra vez corregida y revisada. En 1961, por fin, al incluir esta obra en la primera edición de sus
Obras completas
en diez volúmenes, volvió Ernst Jünger a realizar una detalladísima revisión y mejora de su obra

La lectura comparada de las seis versiones de este libro deja claro su sentido: hay algo que no ha sido nunca Jünger en su vida, un oportunista. Más bien cabría decir que ha sido siempre un inoportuno o, si se quiere, un intempestivo, en el sentido que a esta palabra daba Nietzsche

La primera versión del libro (1920) era un híbrido de partes narrativas y partes reflexivas; en estas últimas hacía el autor consideraciones de índole teórica sobre la conducción de la guerra. Muy pronto se dio cuenta Jünger de la escisión que ese método introducía en su obra y por ello procedió a eliminar en las sucesivas versiones tales partes reflexivas, que concentró en un libro célebre
: La lucha como vivencia interior
(primera edición, 1922). Siempre intempestivo, Jünger dio a la tercera versión de su obra (1924) un giro nacionalista. En un momento en que los alemanes pretendían «reprimir», en sentido freudiano, el concepto de Alemania, el autor de
Tempestades de acero
agregó a su obra esta frase final: «Aunque la violencia del exterior y la barbarie del interior se amontonen formando oscuras nubes, mientras en la oscuridad brillen y flameen las espadas habrá que decir: Alemania está viva, Alemania no perecerá». Retroactivamente, esta frase (que únicamente figura en esa versión) desteñía sobre todo el texto anterior y lo coloreaba con un matiz muy concreto. Algo similar, en el mismo sentido de la inoportunidad, hizo Jünger en la quinta versión, la de 1935: eliminó del libro su retrato, la reproducción facsimilar de su firma, la dedicatoria y los prólogos que habían figurado en todas las ediciones anteriores; extirpó, además, todos aquellos elementos que pudieran dar pie a su aprovechamiento por los nazis y agregó frases que hacían imposible su obra para éstos. Un verdadero y peligroso desafío

Las versiones cuarta (1934) y sexta (1961) representan sobre todo un esfuerzo estilístico para corregir la inmadurez literaria de la primera edición; puede decirse que en su versión actual y definitiva no hay ni una sola frase que no haya sido revisada y mejorada

La traducción que aquí se ofrece está hecha, claro está, sobre la versión que su autor establece como de «última mano» en la segunda edición de sus
Obras completas
en dieciocho volúmenes (Klett-Cotta, Stuttgart, 1978
).

Así como
Tempestades de acero
abarca en veinte capítulos la totalidad de la primera guerra mundial, el segundo de los libros incluidos en este volumen, y nunca antes traducido al castellano,
El bosquecillo 125
, está consagrado exclusivamente a un mes del conflicto. Publicada por vez primera en 1925, como antes se dijo, también esta obra fue sometida por el autor a una profundísima revisión en su sexta edición (1935). La versión definitiva, que ha servido para esta traducción, es la incluida por Jünger en la última edición de
sus Obras completas
.

En un apunte que aparece manuscrito en su
Diario
el 18 de marzo de 1946, pero que luego no fue incluido en la obra
Años de ocupación
(perteneciente a los
Diarios
de la segunda guerra mundial), dice Jünger: «Una página de prosa revisada una y otra vez para hacer mejoras en ella se asemeja a una herida a la que no dejamos cicatrizar». De esta herida sin cicatrizar, que halló su expresión artística en
Tempestades de acero,
dejó escrito André Gide en su
Diario
(1 de diciembre de 1942) estas significativas palabras
: «Le livre d'Ernst Jünger sur la guerre de 1914,
Orages d'aceir
, est incontestablement le plus beau livre de guerre que j'ai lu; d'une bonne foi, d'une véracité, d'une honnéteté parfaites».

A. S. P.

Tempestades de acero

A los caídos

En las trincheras gredosas de Champaña

El tren paró en Bazancourt, pueblo de Champaña. Nos apeamos. Con un respeto incrédulo escuchamos atentamente los lentos compases de la laminadora del frente, una melodía que había de convertirse por largos años en algo habitual para nosotros. Allá muy lejos se diluía en el cielo gris de diciembre la bola blanca de una granada de metralla, un
shrapnel
. El aliento de la lucha soplaba hacia nosotros y nos hacía estremecer de un modo extraño. ¿Presentíamos acaso que, cuando aquel oscuro ronroneo de allá atrás creciese hasta convertirse en el retumbar de un trueno incesante, llegarían días en que todos nosotros seríamos engullidos —unos antes, otros después?

Habíamos abandonado las aulas de las universidades, los pupitres de las escuelas, los tableros de los talleres, y en unas breves semanas de instrucción nos habían fusionado hasta hacer de nosotros un único cuerpo, grande y henchido de entusiasmo. Crecidos en una era de seguridad, sentíamos todos un anhelo de cosas insólitas, de peligro grande. Y entonces la guerra nos había arrebatado como una borrachera.

Habíamos partido hacia el frente bajo una lluvia de flores, en una embriagada atmósfera de rosas y sangre. Ella, la guerra, era la que había de aportarnos aquello, las cosas grandes, fuertes, espléndidas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas en que la sangre era el rocío.

Kein schönrer Tod ist auf der Welt

[No hay en el mundo muerte más bella…]

¡Ah, todo menos quedarnos en casa, todo con tal de que se nos permitiese participar!

—¡A formar en columna de a cuatro! La enardecida fantasía se iba serenando mientras caminábamos a paso de marcha por el suelo legamoso de Champaña, un suelo difícil de andar. Como plomo pesaban las mochilas, los cartuchos, el fusil.

—¡Acortar el paso! ¡Los de allá atrás no dormirse!

Por fin llegamos a la aldea de Orainville, lugar de descanso del 73.º Regimiento de Fusileros y uno de los villorrios más míseros de aquella región; lo formaban unas cincuenta casuchas construidas con ladrillos o con adobes agrupadas en torno a una mansión señorial que estaba rodeada por un parque.

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