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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (2 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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Todos aquellos ciudadanos no muertos vivían en la Zona Cinco. Para vivir y trabajar bajo la protección de Eric, todos le habían jurado pleitesía. Así, de ellos se esperaba que dedicasen parte de su tiempo a satisfacer sus necesidades, aunque no trabajasen en el bar. La población vampírica había aumentado ligeramente en Shreveport durante los últimos días, desde lo del huracán Katrina. Al igual que muchos humanos, tenían que ir a alguna parte. Eric aún no había decidido qué hacer con los refugiados no muertos, y no habían sido invitados a la reunión.

Aquella noche había dos visitantes en el Fangtasia, uno de los cuales superaba a Eric en rango.

Andre era el guardaespaldas personal de Sophie-Anne Leclerq, la reina de Luisiana. La reina era una de las evacuadas de Baton Rouge. Andre parecía muy joven, puede que unos dieciséis años; su piel era suave como la de un bebé y su cabello pálido y denso. Andre había pasado una larga existencia sirviendo a Sophie-Anne, su creadora y salvadora. Esa noche no llevaba su sable, ya que no ejercía como guardaespaldas, aunque yo estaba segura de que iba armado de alguna forma (ya fuese un cuchillo o una pistola). Andre era, de por sí, un arma letal, con o sin ayuda.

Justo cuando éste se disponía a decirme algo, una profunda voz manó de detrás de su silla.

—Hola, Sookie.

Era nuestro segundo visitante, Jake Purifoy. Me forcé a quedarme quieta, cuando cada una de mis neuronas me impelía a salir del despacho. Me estaba portando como una idiota. Si no me puse a gritar al ver a Andre, Jake no sería quien me descolocara. Me obligué a hacer un gesto con la cabeza hacia el joven de buen aspecto que aún parecía vivo, pero era consciente de que mi saludo era de todo menos natural. Me llenó con una terrible fusión de lástima y miedo.

Jake, licántropo de nacimiento, había sufrido el ataque de un vampiro que lo había desangrado hasta la muerte. En lo que probablemente fuera un gesto de piedad equivocado, mi prima Hadley (otra vampira) descubrió el cuerpo moribundo de Jake y lo convirtió para traerlo de vuelta. Esto podría considerarse como un gesto noble, pero al parecer nadie apreció la generosidad de Hadley… Ni siquiera el propio Jake. Nunca antes se había oído hablar de un licántropo convertido en vampiro: a los licántropos no les gustaban los vampiros y desconfiaban de ellos, y el sentimiento era prácticamente recíproco. El trance fue muy duro para Jake, que se encontró en una solitaria tierra de nadie. La reina le dio un lugar a su servicio, ya que nadie más dio un solo paso en ese sentido.

Jake, en su frenética sed de sangre, se abalanzó sobre mí como su primer aperitivo de vampiro. Como resultado, yo aún lucía una cicatriz roja en el brazo.

La noche se volvía maravillosa por momentos.

—Señorita Stackhouse —dijo Andre, levantándose de la segunda silla de invitados de Eric. Hizo una reverencia. Se trataba de amabilidad genuina, y me alegró un poco el alma.

—Señor Andre —contesté, devolviendo la inclinación. Andre extendió una mano para indicar educadamente el asiento que había dejado vacío, y dado que aquello resolvía el problema de dónde ponerme, acepté.

Clancy parecía disgustado. Como vampiro de menor rango, se esperaba que él me cediese su sitio. La acción de Andre lo resaltó como si le hubieran puesto encima una flecha de neón parpadeante. Me esforcé por reprimir una sonrisa.

—¿Cómo está su majestad? —pregunté, tratando de mostrarme tan cortés como Andre lo había sido. Decir que me gustaba Sophie-Anne hubiera sido una exageración, pero no cabía duda de que contaba con mi respeto.

—Ella es parte de la razón que me ha traído aquí esta noche —respondió—. ¿Podemos empezar ya, Eric?

Supuse que aquello era una suave reprimenda por las tácticas que empleaba Eric para perder el tiempo. Pam se sentó en el suelo, junto a mi asiento.

—Sí, ya estamos todos. Adelante, Andre. Tienes la palabra —dijo Eric con una leve sonrisa y su particular terminología moderna. Se recostó en su sillón, extendiendo sus largas piernas sobre la esquina de su escritorio.

—Vuestra reina está viviendo en la casa del sheriff de la Zona Cuatro, en Baton Rouge —reveló Andre al pequeño grupo—. Gervaise ha sido de lo más amable brindándole su hospitalidad.

Pam arqueó una ceja hacia mí. Gervaise habría perdido la cabeza de no haberlo hecho.

—Pero permanecer en la casa de Gervaise no pasa de ser una solución temporal —prosiguió Andre—. Hemos ido varias veces a Nueva Orleans desde el desastre. A continuación os presento un informe del estado de nuestras propiedades.

Aunque nadie se movió, pude sentir cómo se aguzaba su atención.

—La sede de la reina ha perdido la mayor parte del tejado, por lo que se han producido importantes daños materiales en el primer piso y en la zona del ático. Además, parte de otro tejado ha caído en el edificio, causando destrozos, boquetes en las paredes y demás problemas del mismo estilo. Mientras secamos el interior, el techo sigue cubierto con un plástico azul. Una de las razones por las que he venido es para encontrar a un contratista que comience de inmediato con las labores de reconstrucción del tejado. Hasta el momento, no he tenido ninguna suerte al respecto, así que si alguno de vosotros tiene influencia en algún humano que se dedique a esto, necesito su ayuda. En el piso bajo se han producido muchos daños estéticos. Ha entrado algo de agua. Y también algunos saqueadores.

—Quizá la reina debería quedarse en Baton Rouge —dijo Clancy, maliciosamente—. Estoy seguro de que Gervaise estaría abrumado ante la feliz expectativa de ser su anfitrión permanente.

Estaba claro que Clancy era un idiota suicida.

—Una delegación de los líderes de Nueva Orleans ha visitado a la reina en Baton Rouge para pedirle que regrese a la ciudad —continuó Andre, omitiendo por completo los comentarios de Clancy—. Los líderes humanos creen que si los vampiros vuelven a Nueva Orleans, el turismo lo hará con ellos. —Clavó una gélida mirada en Eric—. Mientras tanto, la reina ha hablado con los otros cuatro sheriffs acerca del aspecto económico de la restauración de los edificios de Nueva Orleans.

Eric realizó una imperceptible inclinación de la cabeza. Era imposible decir lo que pensaba acerca de verse gravado por las reparaciones de la reina.

Nueva Orleans se había convertido en la meca de los vampiros y de todos aquellos que deseaban estar cerca de ellos desde que se demostrara que Anne Rice tenía razón acerca de su existencia. La ciudad era como la Disneylandia de los vampiros. Pero desde lo del Katrina, todo aquello se había ido al infierno, por supuesto, junto con la mayoría de las demás cosas. Incluso en Bon Temps se habían sentido los efectos de la tormenta. Nuestra pequeña ciudad seguía atestada con todos los que habían huido del sur.

—¿Qué hay de la finca de entretenimiento de la reina? —preguntó Eric. La reina había comprado un antiguo monasterio al borde del Garden District para entretener a un gran número de invitados, tanto vampiros como no vampiros. A pesar de estar rodeada por muros, la finca no gozaba de una fácil defensa (dado que era un edificio protegido como patrimonio histórico, las ventanas no podían modificarse para bloquearlas), y era impensable que la reina se fuera a vivir allí. Yo lo consideraba más bien el rancho donde celebraba sus fiestas.

—No ha sufrido muchos daños —admitió Andre—. También hubo saqueadores. Por supuesto, dejaron un rastro de su olor. —Los vampiros sólo se veían superados por los licántropos en cuanto a las habilidades de rastreo—. Uno de ellos le disparó al león.

Lamenté aquello. En cierto modo, el león me caía bien.

—¿Necesitáis ayuda con las capturas? —preguntó Eric.

Andre arqueó una ceja.

—Sólo lo pregunto porque andáis mal de personal —dijo

Eric.

—No, ya nos hemos encargado de ello —apuntó Andre, con la sombra de una sonrisa.

Preferí no pensar en los detalles.

—Aparte de lo del león y el pillaje, ¿cómo estaba la finca? —preguntó Eric, para devolver la conversación a su curso original.

—La reina puede quedarse allí mientras revise las demás propiedades —prosiguió Andre—, pero sólo durante una o dos noches, como mucho.

Todos asintieron levemente.

—Nuestra pérdida de personal —prosiguió Andre con su agenda. Todos los vampiros se tensaron un poco, incluso el novato de Jake—. Como sabéis, nuestras estimaciones iniciales se quedaron cortas. Supusimos que algunos reaparecerían después de la tormenta. Pero sólo han vuelto diez: cinco aquí, tres en Baton Rouge y dos en Monroe. Parece que hemos perdido a treinta de los nuestros sólo en Luisiana. Misisipi ha perdido al menos a diez.

Se produjeron murmullos y movimientos incómodos por toda la habitación al tiempo que los vampiros de Shreveport digerían las noticias. La concentración de vampiros, residentes y visitantes, había sido muy importante en Nueva Orleans. Si el Katrina hubiese visitado Tampa con la misma fuerza, el número de muertos y desaparecidos habría sido muy inferior.

Levanté una mano para hablar.

—¿Qué ha sido de Bubba? —pregunté después de que Andre me hiciera un gesto con la cabeza. No veía a Bubba desde el Katrina. Bubba no es de los que pasan desapercibidos. Cualquiera podría reconocerlo, al menos cualquiera con cierta edad. No había muerto del todo en el suelo de ese cuarto de baño de Memphis. No del todo. Pero su cerebro había sido afectado antes de volver a la vida, y no se le daba muy bien eso de ser vampiro.

—Bubba está vivo —dijo Andre—. Se escondió en una cripta y sobrevivió a base de pequeños mamíferos. No está muy bien mentalmente, por lo que la reina lo ha enviado a Tennessee para que se quede un tiempo con la comunidad de Nashville.

—Andre me ha dado una lista de los desaparecidos —explicó Eric—. La colgaré después de la reunión.

También conocía a algunos de los guardias de la reina, así que me alegraría de saber cómo les había ido.

Tenía otra pregunta, así que volví a hacer una señal con la mano.

—¿Sí, Sookie? —preguntó Andre, clavando su vacía mirada en mí. No tardé en arrepentirme de haber pedido la palabra.

—¿Sabes lo que más me intriga? Me pregunto si alguno de los reyes o las reinas que iban a acudir a la cumbre, o comoquiera que la llaméis, tendrá un…, un hombre del tiempo o algo parecido en plantilla.

Una multitud de miradas en blanco convergió en mí, aunque Andre parecía interesado.

—Porque, mira, la cumbre, conferencia o como sea estaba prevista originalmente para finales de primavera. Pero no dejó de haber aplazamientos, ¿no? Y, de repente, llega Katrina. Si la cumbre se hubiera celebrado cuando estaba prevista originalmente, la reina habría quedado en una posición de fuerza. Habría contado con un gran fondo para la guerra y un montón de vampiros estremecidos, y quizá no habrían estado tan ansiosos por acusarla de la muerte del rey. Probablemente, la reina habría obtenido todo lo que hubiera pedido. Por el contrario, irá prácticamente en calidad de… —iba a decir «mendiga», pero me lo pensé dos veces al ver a Andre—, de alguien con mucho menos poder.

Temí que fueran a reírse en mi cara o a ridiculizarme, pero el silencio que siguió dio mucho que pensar.

—Ésa es una de las cosas que tendrás que averiguar durante la cumbre —dijo Andre—. Ahora que me has dado la idea, me parece posible, por muy extraño que suene. ¿Eric?

—Sí, creo que puede ser —añadió Eric, mirándome—. A Sookie se le ocurren siempre ideas ingeniosas.

Pam me sonrió desde la altura de mi codo.

—¿Qué hay del pleito interpuesto por Jennifer Cater? —le preguntó Clancy a Andre. No había dejado de sentirse cada vez más incómodo en la silla que se había empeñado en monopolizar.

Podía oírse una mosca. No tenía la menor idea de lo que estaba hablando el vampiro pelirrojo, pero concluí que sería mejor averiguarlo escuchando la conversación antes que preguntando.

—Sigue en marcha —dijo Andre.

Pam suspiró.

—Jennifer Cater se estaba entrenando para convertirse en la lugarteniente de Peter Threadgill. Se encontraba en Arkansas, gestionando sus asuntos, cuando estalló el conflicto.

Asentí para indicar a Pam que le agradecía que me pusiera al día. A pesar de que los vampiros de Arkansas no habían tenido que pasar por un huracán, habían perdido un gran número de su gente frente al grupo de Luisiana.

Andre recuperó la palabra:

—La reina ha respondido al pleito testificando que tuvo que matar a Peter para salvar su propia vida. Por supuesto, ha ofrecido una indemnización al fondo común.

—¿Por qué no a Arkansas directamente? —le pregunté a Pam.

—Porque la reina considera que, dado que Peter está muerto, ella se queda con Arkansas, según las estipulaciones del contrato de matrimonio —murmuró Pam—. No va a indemnizarse a sí misma. Si Jennifer Cater gana el pleito, la reina no sólo perderá Arkansas, sino que tendrá que pagar una multa. Una gorda. Además de otro desagravio.

Andre empezó a pasear por la habitación sumido en el silencio, única indicación de que el asunto del que se hablaba no era de su agrado.

—¿Tenemos tanto dinero después del desastre? —preguntó Clancy. No era una pregunta muy inteligente por su parte.

—La reina tiene la esperanza de que el pleito no vaya a más —dijo Andre, volviendo a ignorar a Clancy. El permanente rostro adolescente de Andre era del todo inexpresivo—. Sin embargo, el tribunal está dispuesto a celebrar el juicio. Jennifer argumenta que la reina engañó a Threadgill para que acudiera a Nueva Orleans, lejos de su territorio, con la intención de asesinarle e ir a la guerra.

—Pero eso no fue lo que pasó —dije. Y Sophie-Anne no mató al rey. Yo presencié el momento. El vampiro que había detrás de mí justo en ese instante fue quien lo mató, y entonces me pareció justificado.

Sentí cómo los gélidos dedos de Andre me acariciaban el cuello. Cómo supe que eran sus dedos, no tenía la menor idea; pero el toque leve, el segundo de contacto, hicieron que cayera de repente en un hecho terrible: yo era la única testigo de la muerte del rey, además de Andre y la propia Sophie-Anne.

Nunca me había visto desde esa perspectiva, y juro que, por un momento, el corazón dejó de latirme. En esa fracción de segundo, aglutiné las miradas de la mitad de los vampiros que ocupaban la habitación. Los ojos de Eric se ensancharon mientras me miraba a la cara. Y entonces, el corazón reanudó sus latidos, y el momento pasó como si nunca hubiese existido. Pero la mano de Eric se crispó en el escritorio, y supe que él nunca olvidaría ese segundo, y que querría saber qué significó.

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