Un rey golpe a golpe (33 page)

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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

BOOK: Un rey golpe a golpe
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TRÁFICO DE ARMAS

Otro de los sectores con los que se han relacionado «amigos íntimos» del rey es el tráfico de armas.

En la década de los setenta Manuel Prado ya estaba al frente de la sociedad Alkantara Iberian Export, una mercantil mixta impulsada por los gobiernos de España y de Arabia Saudí para canalizar, en principio, la venta de bienes de equipo a Riad. En la empresa participaron Focoex y el INI, por parte española, y Triad International (la sociedad de Adhnan Kashogui) por parte saudí, en la que, además, trabajaba Borja Prado, el hijo del mejor amigo del rey. Alkantara más tarde se reconvirtió para canalizar la venta de armamento.

En la época del PSOE, la intendencia del Ejército pasó a ser controlada por las autoridades civiles del Ministerio de Defensa. Desde aquel momento, la compra de armamento y las dotaciones se dictaron con intereses gubernamentales, que a veces no entendía ni el mismo Ejército. Una de las empresas que hizo buenos negocios en esta etapa fue Simulación, Mando y Control SA, que tenía por objeto elaborar programas informáticos aplicables a aviones de combate y barcos de guerra.

Compartían capital Mario Conde y Borja Prado Eulate (hijo de Manuel Prado), a través de BTA Internacional (que se dedica a vender tecnología para la defensa, es decir, armamento); y era consejero Juan Alfonso Cardenal Pombo (hermano de Jaime, el socio de Miguel Arias en el restaurante Las Cuatro Estacionas, íntimo amigo del rey).

ESPECULACIÓN FINANCIERA

Es difícil clasificar otras actividades económicas de los «amigos» del rey, que para la gente común se fundamentarían básicamente en «manejar millones»: operaciones de bolsa, gestión de créditos, fondos de inversión especulativa…, para las cuales hace falta disponer de un capital, o mejor dicho, que no son aptas para pobres. Juan Carlos, en principio, no tenía dinero para jugar a este juego tan divertido. Pero tan pronto ocupó el trono después de que muriera el dictador, Manuel Prado se dedicó a remitir una serie de misivas reales a otros tantos monarcas reinantes, especialmente del mundo árabe, para pedirles dinero en nombre del rey de España. Y después el mismo Prado invertía, especulaba, gestionaba aquellos fondos de la manera más conveniente. En concreto, de la corte de Arabia Saudí (en aquel momento se trataba del rey Halid, y Fahd era el primer ministro) recibieron la nada despreciable cantidad de 100 millones de dólares (unos 10.000 millones de pesetas), como crédito a devolver en diez años sin intereses (no podían ser usureros entre hermanos), en respuesta a una carta, fechada el 22 de junio de 1977, en la que sólo se solicitaban 10 millones para apoyar al partido de Adolfo Suárez en las elecciones municipales y, de este modo, proteger a la monarquía. Manuel Prado, encargado de administrar los dineros del rey, invirtió la suma como mejor le pareció. Y al cabo de unos años, la Casa Real dijo que no tenía dinero para pagar el crédito. Pero los saudíes, en contra de lo que Prado habría podido pensar, estaban decididos a recuperarlo, y de la tarea de reclamar la devolución se encargó un hermano del rey Fahd, que tenía una espléndida mansión en la Costa del Sol.

En Mallorca se cuentan divertidas anécdotas de esta época. Al parecer, una vez que el príncipe saudí fue a comer con el rey a Palma, quienes le habían ido a recibir, Prado y Tchokotua, se equivocaron de aeropuerto. En su lugar recibieron a los duques de York en el aeropuerto militar, mientras en el aeropuerto civil, al ver que no le había ido a recibir nadie, el hermano del rey Fahd volvió a Marbella muy enfadado. Cuando se enteró, el rey tuvo uno de sus fantásticos ataques de ira, rompió sillas y muebles del Patrimonio Nacional en Marivent, pero consiguió arreglar el asunto pidiendo disculpas al príncipe y, al final, le dieron cinco años más para devolver el dinero. Como cuando venció el plazo, en 1996, Prado insistía en el hecho de que no había dinero, Conde le facilitó un crédito de 3.500 millones, los cuales se justificaron oficialmente como si se hubieran destinado a solucionar los problemas de la ruinosa urbanización de Castillo de los Gracianos. No se sabe si al final Prado pagó o no pagó, o si el tema todavía está pendiente. Por Palma de Mallorca, durante bastante tiempo, corrió de boca en boca una frase chistosa sólo para iniciados: «¡Que viene el moro cabreado y quiere cobrar!»

Tampoco se sabe dónde pudieron ir a parar los 100 millones de dólares gestionados por Prado. Fue una época en la que los negocios especulativos eran la monda, la edad dorada del «clan de la
beautiful
», cuando los más listos del PSOE pusieron las bases de la cultura del pelotazo, con Miguel Boyer como ministro de Economía y Hacienda y Mariano Rubio como gobernador del Banco de España. Y en aquella época, en las que denominaban «cenas de amor», el rey solía acudir como invitado de lujo. Alrededor del monarca se sentaban Antonio Garrigues Walker, Claudio Boada, Plácido Arango, José Antonio Ruiz de Alda, Mariano Rubio, José María Entrecanales, Manolo de la Concha, José María Echevarría, Carlos Bustelo, Rafael Pino, Carlos Solchaga, Juan Tomás de Salas y unos cuantos más. Como se debe recordar, durante el escándalo de la trama Ibercorp acabó saliendo a la luz una lista trucada de beneficiarios por la venta de acciones de Sistemas Financieros, en la que figuraban muchos de los asistentes a aquellas cenas, como Mariano Rubio, Miguel Boyer y Leopoldo Calvo Sotelo, entre otros. Y, también, la infanta Pilar de Borbón, hermana del rey, y un tal «Arias y Rey», que resultó que era Miguel Arias Molino, el dueño del restaurante Las Cuatro Estaciones. Nunca se encontraron pruebas de que el rey, personalmente, tuviera más implicaciones en la trama de Manuel de la Concha.

NEGOCIOS INMOBILIARIOS

Para acabar, es preciso destacar un sector de la actividad económica en el que ya habían dado los primeros pasos Alfonso XIII y Don Juan, el conde de Barcelona, aprovechando los regalos que les hacían los súbditos: el sector inmobiliario. El rey tenía buenos contactos en el mundillo de la construcción, desde los tiempos de Camilo Mira y su urbanización de Las Lomas. Otro buen amigo suyo era Joaquín Vázquez Alonso, el constructor que remodeló en su día el palacio de La Zarzuela, emprendió a su vez varias obras en el de La Moncloa, y también se encargó de construir la finca Los Carrizos de Mario Conde. Joaquín Vázquez era, además, socio de Borja Prado Eulate (hijo de Prado) y Jaime Cardenal Pombo (el copropietario, con Miguel Añas, de Las Cuatro Estaciones) en Spengler SA. Esta pequeña inmobiliaria consiguió que le adjudicaran por las buenas la remodelación de todas las fachadas de las sucursales de (un negocio de 1.058 millones), en los mejores tiempos de la amistad entre Mario Conde y el rey. Luis Roldán también le adjudicó la construcción de dos cuarteles de la Guardia Civil.

En la década de los noventa, el Ayuntamiento de Monachil (Granada), por un acuerdo en pleno, reservó para la estación de esquí de Sierra Nevada una parcela de la empresa pública Promonevada, de 1.113 metros cuadrados, con el fin de construir una residencia para don Juan Carlos. Como tantos otros municipios que antes habían probado suerte con Alfonso XIII, querían que la presencia del monarca sirviera para atraer el turismo. El rey no se negó y aceptó agradecido el obsequio por escrito. Pero en una extraña operación, Promonevada acabó vendiendo la parcela a la sociedad Pequeños Hoteles de Montaña por una cantidad ridícula, 60 millones, y en lugar de la residencia real se construyó el Hotel Lodge. La operación fue avalada por la sociedad Daude, de Miguel Arias Molino. Pequeños Hoteles de Montaña, creada con este fin en 1992, era propiedad de Vázquez Alonso y Cardenal Pombo. Miguel Arias Molino también tenía unas cuantas acciones.

Otro de los negocios inmobiliarios relacionados con el rey fue el de Castillo de los Gracianos, un proyecto urbanístico faraónico en Jerez de la Frontera ideado por Manuel Prado, para aprovechar el que sería el boom en el sur de la Expo 92. Prado compró la finca a través de su empresa Trebolquivir a la familia Calle Vergara, y el alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, le dio todas las facilidades. A comienzos de 1990 se hizo socio Javier de la Rosa, con quien firmó un acuerdo a través de Prima Inmobiliaria. En las 200 hectáreas de terreno, Prado quería construir chalés, un hotel y hasta un campo de golf de 28 agujeros, en una zona castigada por la sequía. El desastre se veía venir y, en efecto, el negocio acabó resultando ruinoso. Tras la guerra del Golfo, en 1992, las deudas de Prima Inmobiliaria (que formaba parte del imperio de KIO) eran de más de 45.000 millones. Aquí empezaron los problemas entre Prado y De la Rosa, que acabaron como el rosario de la aurora con el contencioso del grupo KIO. Conde acabó facilitándole un crédito de 3.500 millones para solucionar los problemas de Castillo de los Gracianos, que no solucionaron nada, puesto que, al parecer, los millones fueron a parar a otro sitio. Al final, ante la ruina del proyecto, la propiedad acabó en manos de Banesto, que vendió el complejo a la sociedad belga que la explota actualmente.

CAPÍTULO 15

FORTUNAS Y AVENTURAS DEL «BRIBÓN»

Pasión por el mar

El rey de España tiene tanta afición por los barcos, que se merece todo un capítulo para hablar de ella. Su amor por el mar y los deportes náuticos está muy relacionado con las frecuentes escapadas de fin de semana a Palma de Mallorca, en cualquier época del año y, si es posible, sin la reina, que, en cambio, prefiere Londres (donde, al parecer, se ha comprado una casita que está amueblando). Y también con su pasión por la velocidad, ya legendaria en el rey, que abarca todas las modalidades: tierra, mar y aire. Su colección de coches de gran cilindrada es digna del magnate más caprichoso, aunque el monarca se la ha hecho gracias a regalos de los súbditos o de los mismos fabricantes.

BMW, por ejemplo, le suele regalar los modelos nuevos que va sacando; los que están a su altura, claro está, porque los utilitarios a Juan Carlos no le interesan. Y también le regalan motos, otra de sus pasiones. Le gusta salir de La Zarzuela a gran velocidad, con el anonimato que le proporciona el casco. Presume de que nunca le han puesto una multa «porque la Policía no llega a alcanzarme», aunque ya hemos explicado en otro capítulo un incidente en el que, cuando todavía no tenía carné, atropelló a un ciclista, y si no lo detuvieron fue porque se escaqueó pagando una cantidad al herido.

De todos modos, todo el mundo pudo ver su falta de habilidad en aquel polémico documental de la familia real, de producción británica y firmado por la periodista Salina Scott, en 1992, que tanto disgustó a Sabino Fernández Campo, en el que el rey salía al jardín de La Zarzuela llamando a los mecánicos porque no sabía poner en marcha una moto a la que no le pasaba nada. Dice su amigo Mario Conde que es como si siempre estuviera huyendo de algo, o persiguiendo un más allá inalcanzable, casi como una manía patológica. De la vela, por ejemplo, no le gustan los paseos, como la mayor parte de los forofos. Tan sólo le atraen las regatas, la competición. Y, en todo caso, prefiere los yates para poder correr. El que tiene ahora lo suele estirar al máximo, forzando la velocidad a 70 nudos hasta que las turbinas no resisten más. En esto consisten básicamente los paseos que hace por aguas mallorquinas: a llegar lo más pronto posible a las costas de San Conillera, con un viento en la cara que no invita en absoluto a disfrutar del mar, para llegar, pararse brevemente y volver al puerto de Palma a toda pastilla.

Todos los años participa en la regata Copa del Rey a bordo del Bribón, y algunos años su tripulación gana, como en 1994, y le dan el trofeo a él para que la prensa pueda sacar bonitos titulares: «El Bribón del rey gana su propia copa». Es un deporte para ricos, que se basa fundamentalmente en tener un barco caro, al cual también son aficionados otros miembros de la familia real. El príncipe Felipe ha participado varias veces, a bordo de la Aifos de la Armada española, y la infanta Cristina es habitual en la tripulación de un velero que hace publicidad de una conocida marca de colonia (aunque también tiene un barco propio, de tipo familiar —con dos camarotes, baño, cocina y salón —, adquirido en diciembre de 1997 al Salón Náutico de Barcelona por 26 millones de pesetas). También participa ocasionalmente, con su velero Fram, el rey Harald de Noruega, el primer novio de la reina Sofía, que suele seguir las regatas a cierta distancia, cómodamente instalada en el yate Fortuna. A toda la familia la afición le viene, sin duda, de Don Juan, que, como marino de carrera, siempre sintió una gran atracción por la vela, de la que pudo disfrutar al máximo en sus largos años de exilio portugués.

A sabiendas perfectamente de cómo podía hacerlo feliz, cuando el banquero Juan March fue a ver a Don Juan a Estoril en marzo de 1946, le ofreció el barco Saltillo para que disfrutara un poco de la vida en familia. Era un velero de dos palos, de 30 toneladas y 26 metros de eslora, propiedad de Pedro Galíndez Vallejo, que, gracias a las gestiones de March, se lo dejó todos los veranos, con tripulación y con todos los gastos pagados. En la que sería su última travesía, en la primavera de 1962, el Saltillo salió de la bahía de Cascais rumbo al puerto griego de Turkolimans para asistir a la boda de Juan Carlos y Sofía, terminado de embellecer con velas nuevas de dacró que sustituían a las viejas de lona. Posteriormente, el conde de Barcelona lo devolvió, después de haber disfrutado durante 17 años, cuando ya estaba para el desguace, y su legítimo propietario lo cedió a la Escuela Náutica de Bilbao para que durmiera su último sueño atracado en el puerto. El mismo año que se quedó sin el Saltillo, unos amigos regalaron a Don Juan un barco de regatas que había sido construido en Dinamarca y que bautizaron como Giraldilla. Pero, pasado un tiempo, llegaron a la conclusión de que era muy pequeño para una persona tan importante. Entonces un grupo de monárquicos se asociaron para hacer una colecta y comprar otro más grande. Al parecer, los dineros no llegaron y Don Juan acudió a Franco, y le dijo que, si no le ayudaba, el barco tendría que traer bandera extranjera, puesto que matricularlo en España, para un hombre como él que vivía en el exilio, resultaba prohibitivo. Con un argumento de esta clase, el Caudillo no tuvo más remedio que resolverle el asunto. El nuevo barco se llamó Giralda, sin diminutivo. Siempre muy apañado, el conde vendió el anterior, la Giraldilla, a unos amigos (Bernardo Arnoso, Manolo Lapique y Rodolfo Bay), por 2.700.000 pesetas, que le fueron de gran ayuda para sufragar los gastos de la reciente boda de su hijo Juan Carlos.

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