Una vida de lujo (54 page)

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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

BOOK: Una vida de lujo
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Yo ya sabía matar por aquel entonces, pero todavía no había aprendido cómo funcionaba la organización que rodeaba todo. Si el que conozca este sector hubiera estudiado mi modus operandi cuando me cargué al turco, se habría reído de mis errores. Pero hoy en día esto forma parte del pasado, al igual que el fracaso en el parking
.

No miro hacia atrás
.

En Suecia, el tiempo transcurría lentamente. Ella había aprendido de los errores de su padre. Tomaba más precauciones que una
avtoritet
en una guerra contra Putin
.

Pero eso daba lo mismo. Me pagaban por esperar
.

Capítulo 49

J
-boy: el rey de muchos nombres. El Bernadotte, el Bhumibolo, el
Fucko the Policía
. Le dio tiempo a pensar: «Podéis llamarme lo que queráis; no tengo intención de volver a chirona».

FTP,
Fuck the Police
.

Cuatro maderos de asalto vestidos de negro entraron corriendo. Cascos, chalecos, mp5 apuntados hacia Jorge, Javier y Hägerström. Gritando y metiendo ruido como solo hacen los polis. Ordenaron a los taxistas que se largasen. Dos de ellos empujaron a Javier contra el suelo. Dos empujaron a Martin Hägerström sobre la mesa. Otros dos entraron por la puerta de un salto. Se abalanzaron sobre Jorge.

Él los esquivó.

Ellos: profesionales.

Ellos: gritaron que se tumbara sobre el suelo.

Los puntos rojos de sus miras bailaron sobre el cuerpo de Jorge.

Ellos: unos ceros a la izquierda.

Jorge se lanzó a por uno de ellos. Le dio un puñetazo. No era un experto en peleas, pero esta vez: suerte, le dio en plena cara. Notó cómo los nudillos se clavaban en la nariz del guripa.

Pero el jodido poli no se inmutó. En lugar de eso agarró los brazos de Jorge. Los dobló detrás de su espalda. Le dobló hacia delante. Crujió. Le hizo un daño de tres pares de cojones.

—¿Qué coño hacéis? —gritó.

—¿Estáis mal de la cabeza o qué? —gritó Javier desde el suelo.

—Tranquilizaos, joder —gruñó Hägerström.

Los maderos hicieron su trabajo de manera eficaz. Esposaron a Javier. Le pusieron las esposas también a Hägerström.

Tuvieron que trabajar un poco más con J-boy. Ahora estaba cabreado de verdad. El chute de adrenalina: se convertía en Hulk, combinado con un luchador MMA. Daba patadas, puñetazos, se tensaba como un loco. Daba vueltas con los brazos, mordió a unos de los maderos en el dedo, a través del guante. Hizo todo lo que pudo por escurrirse de las esposas. Jorge: salvaje. Loco. CHIFLADO.

Sin embargo, consiguieron doblar sus brazos tras la espalda otra vez. Rodillas en la espalda. Pensaba que se iba a romper en dos. Masticó el suelo de linóleo. Oyó cómo Javier bramaba. Escuchó el ruido de las esposas que iban a ponerle.

Se había terminado. La planificación con los colegas, los encuentros con el Finlandés, el ATV, el golpe de su vida. La época en Tailandia.

Pensó en Mahmud; por lo menos el colega de la cafetería se libraría. Se preguntó si Tom y Jimmy seguirían por allá abajo.

Sujetaban su mano de una manera extraña. Apretando entre el pulgar y el dedo índice. Comenzaron a ponerle las esposas.

Entonces ocurrió algo. Un movimiento rápido. Uno de los policías cayó hacia un lado.

Otro gritó algo. Jorge giró la cabeza. La presión contra la espalda se alivió. Levantó la mirada.

Andrés, el tío que curraba en la cafetería, se había tirado sobre uno de los maderos.

Una lucha en el suelo al lado de Jorge. Uno de los policías trataba de mantener un brazo sobre la espalda de Jorge a la vez que intentaba quitarse de encima a Andrés. Uno de los polis que habían esposado a Hägerström se metió en la pelea.

Andrés: un tío grandullón. Los maderos tenían problemas.

J-boy: el profesional de las carreras, el gato del gueto con siete vidas. El rey de muchos nombres; esta era su oportunidad.

Se levantó de un empujón.

Javier estaba tumbado con los brazos en la espalda. Seguía con dos maderos encima. Imposible salvar al colega ahora.

Jorge salió corriendo.

Oyó cómo gritaban los maderos a su espalda. Pero Andrés era un héroe; tenía dos polis bajo su cuerpo.

Seguía lloviendo. Estaba oscuro en la calle a pesar de la iluminación de las farolas. Le esperaban cuatro maderos. De fondo: unos taxistas cagones que de repente se habían visto metidos en medio de la detención del año y no podían dejar de mirar.

Sacó su pequeña sorpresa.

En el hoyo donde ocultaba la bolsa con el dinero, también había escondido una Taurus 9 mm Parabellum que había sobrado tras el ATV. Ahora la sujetaba en la mano.

Se lanzó sobre uno de los taxistas.

Clavó la pistola contra la sien del pobre hombre.

—Si os movéis, le vuelo la cabeza —gritó.

Los cuatro polis se detuvieron.

Vio dos coches avanzar despacio por la calle.

—Ahora vas a correr delante de mí —susurró Jorge al taxista—, lo más rápido que puedas, hasta tu coche.

El tío tendría unos treinta años. Una barba corta y oscura le cubría las mejillas.

Jorge lo empujaba por delante de él con el arma. Parecía real, era una copia de aire comprimido de un modelo de Parabellum.

El taxista comenzó a andar deprisa.

—Más rápido —ordenó Jorge.

Las gotas de lluvia impactaron contra su cara como pequeños disparos de pistola.

El taxista resoplaba. Los maderos se quedaron como petrificados durante unos segundos. Después gritaron que se detuviera.

A Jorge se la sudaba. Contestó que ellos eran los que tenían que detenerse, o le volaría la cabeza.

Treinta metros más adelante: el taxi.

—Saca las llaves de tu coche, ábrelo ya —dijo.

El taxista hurgó en el bolsillo mientras corría. Sacó la llave. El coche hizo clic.

Jorge abrió la puerta del conductor, empujó al taxista al interior. Él se sentó en el asiento trasero. Con la réplica clavada en la nuca del pobre hombre todo el rato. Vio a los polis a unos metros de distancia.

El taxista giró la llave. Sollozó.

—Tengo hijos. Tengo hijos.

—Conduce lo más rápido que puedas hacia Odenplan.

Jorge estuvo a punto de caerse cuando el taxista arrancó derrapando. El taxi: un Saab 9-5 con asientos de cuero negro. Un ejemplar de
Aftonbladet
metido en el bolsillo del asiento delantero. Una pegatina con información sobre las tarifas en la ventanilla. Así eran todos los taxis suecos por dentro.

Los limpiaparabrisas barrían el cristal de un lado a otro.

Vio cómo los dos coches de policía camuflados negros les perseguían.

Estaba tranquilo. Reclinó el cuerpo en el asiento. Dejó que los pensamientos corrieran libremente.

Se preguntó por qué Andrés le había ayudado. Agresión, protección a un delincuente, quizá algo más. Andrés se condenó a sí mismo al trullo por ayudar a Jorge. Un auténtico ser humano. Un ángel. Jorge le devolvería el favor.

Vio imágenes. La primera vez que la policía le había llevado a casa. Tenía once años. Llevaba meses haciéndolo; él y los colegas iban de tienda en tienda cada tarde, robando todo lo que pudieran llevarse. A menudo tenían que tirar la mierda al cubo de la basura. Era un deporte.

Pero una vez le pillaron. Había robado dos bolsitas de chuches. Sergio y él tenían que esperar en una habitación donde contaban el dinero de las cajas hasta que llegó la policía. Pero antes llegó el jefe de la tienda.

—Os creéis muy listos, ¿verdad? Putos moracos.

Jorge le miró.

El jefe de la tienda apretó sus mejillas. Le hizo daño.

—Creo que te voy a dar una paliza.

Sergio se levantó, diciendo:

—Corta el rollo.

En realidad: todavía amaba a Sergio por haberle apoyado allí en la habitación interior de la tienda. Algunos tíos eran auténticos por naturaleza. Tal vez Andrés fuera uno de ellos.

El taxi le llevó hacia Odenplan. Tomó una curva pronunciada a la derecha. Subió por la calle Karlbergsvägen. Los neumáticos chillaron. Los putos polis seguían por detrás.

Jorge se sujetaba en las asas del techo.

Pensó en el
cash
del ATV que había desenterrado en el bosque. Vale: había seiscientas mil. Pero
mierda
: la mayoría de los billetes estaban manchados de tinta. No era el tipo del Finlandés el que había ayudado a abrir estos maletines, lo había hecho él solo. Y tampoco comprobó los billetes con la misma atención que había prestado al resto de la pasta.

Llamó a JW para preguntarle si era posible lavar los billetes, o, dicho de una manera más sencilla, no necesitaba que la pasta fuera blanca como la nieve, solo quería poder cambiarla y usarla en Tailandia. Quedaron, JW hojeó los montones de
cash
.

—Sí que se los puede lavar —constató—, pero llevará tiempo, hay que secarlos. Recomiendo que los cambiemos en una oficina de cambio de divisas donde conozco a gente. Ellos aceptan estas cosas, lo único que hacen es que rebajan un poco el tipo de cambio. Me va a llevar unos días.

Otro contratiempo. Jorge se vería obligado a quedarse demasiado tiempo en Suecia. Ahora se arrepentía de ello, más que nunca.

El taxi tomó la salida de la calle Norrbackagatan. Edificios de cinco pisos por todas partes.

—Para aquí ahora. Y sal —dijo Jorge.

Los coches de policía camuflados acababan de entrar por la calle. Jorge oyó el ruido de sirena que venía desde el otro lado.

Empujó al taxista delante de él. Había dejado de llover.

Se acercaron a una puerta. Jorge rompió la parte que era de cristal. Metió la mano izquierda. Abrió la puerta desde dentro. Mantenía la pistola de juguete apuntando a la cabeza del taxista todo el tiempo.

Entraron. Dijo al taxista que se sentara.

Vio dos coches de polis oficiales que se detenían al lado de los otros. Polis que salían. Se preguntarían qué estaba haciendo.

Abrió la puerta del portal un poco. Colocó el pie del taxista en la rendija de la puerta. Mantenía la puerta abierta con el pie. Jorge enseñó cómo tensaba el percutor. Después colgó el arma de la manilla de la puerta.

Miró al taxista.

—¿Lo pillas? Si retiras la pierna, la puerta se cierra y entonces puede que esta pistola se dispare contra ti.

El tío asintió con la cabeza. Jorge pensó: «Tengo que enviarle flores y pedirle disculpas cuando esto se acabe».

Subió las escaleras del portal de dos en dos.

Oyó los gritos de los maderos en el portal de abajo.

Capítulo 50

H
ägerström estaba en el lado equivocado de la mesa. Había estado más veces de las que podía recordar en el lado de enfrente, donde se encontraban la jefa del interrogatorio y el otro, el testigo del interrogatorio, el otro policía. Sonrió por dentro al pensar en la situación. Hoy, el inspector criminal Martin Hägerström no era el que interrogaba, sino el interrogado. Pravat solía pedirle que jugaran al juego del mundo al revés. Hoy Hägerström jugaría al mundo del revés con la inspectora Jenny Flemström y el inspector Håkan Nilsson.

Esto sería un interrogatorio rutinario, después deberían dejarle salir. No podían mantenerlo arrestado más de seis horas a no ser que un fiscal ordenara su ingreso en prisión. Además, no habría sospechas contra él. No había hecho más que tomar un café en la cafetería de los taxistas con Jorge y Javier. Había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. A pesar de todo, estaba decepcionado. En realidad, no se había defraudado a sí mismo, porque la culpa de que el asalto se convirtiera en un fiasco no había sido suya. La unidad de asalto había actuado como unos aficionados. Deberían haber metido a policías de paisano dentro de la cafetería y haber cortado la calle fuera. Tendrían que haberle puesto las esposas a Jorge primero, no intentar apresarlo
después
de Hägerström.

Se preguntaba si Jorge había conseguido escapar.

Se preguntaba cómo estaba Javier.

La inspectora Flemström explicó las formalidades.

—De acuerdo, Martin, ahora vamos a interrogarte. Eres un expolicía, así que ya conoces la rutina. En breve activaré la grabadora. ¿Quieres tomar algo antes de empezar? ¿Café, agua?

Hägerström volvió a sonreír por dentro. Intentaron invitarle a tomar algo para que se sintiera cómodo. Negó con la cabeza, declinando la oferta.

Jenny Flemström encendió el dictáfono.

—Bien, vamos a interrogar a Martin Hägerström; están presentes la inspectora de policía Jenny Flemström y el inspector de policía Håkan Nilsson. Es el 8 de octubre y son las tres de la madrugada. Estamos grabando el interrogatorio.

Hägerström miró a Flemström. Sujetaba un bolígrafo en la mano, metía y sacaba la punta.

—Cuéntame lo que estabas haciendo en la cafetería Koppen esta noche.

—He ido a tomar un café con un conocido, él se llama Javier.

—¿Y cómo lo conoces?

—Nos conocimos en Tailandia hace unas semanas, no lo conozco desde hace mucho tiempo.

—¿Sois buenos amigos?

—No, nos conocemos desde hace poco.

—¿Y cuánto tiempo estuviste en Tailandia?

—Alrededor de tres semanas.

—¿Qué hiciste allí?

—Vacaciones. He trabajado en Bangkok antes, así que conozco a un poco de gente allí.

—¿Cómo conociste a Javier?

—Estábamos alojados en el mismo hotel en Phuket.

—¿Pasasteis mucho tiempo juntos?

—Sí, estuvimos juntos casi todos los días hacia el final, pero solo unos días.

—¿Y cuál es el apellido de Javier?

—No tengo ni idea.

—¿Cómo puedes no conocer su apellido, no te parece un poco raro?

—Para nada, no teníamos ese tipo de relación. No hacíamos más que tomar cervezas juntos, íbamos a bares y eso.

Flemström continuó haciendo preguntas. Apuntaba cosas. Nilsson también tomaba notas al fondo. Cuando esto terminara, Hägerström llamaría a la inspectora Flemström para enseñarle un par de cosas sobre técnicas de interrogatorio. Iba demasiado rápido, quería avanzar en el interrogatorio con demasiadas prisas. No le daba tiempo a establecer estructuras.

Tal vez debiera decir la verdad, que era un agente UC que formaba parte de una operación importante. Pero podría poner en riesgo toda la investigación. Habían entrado en una fase delicada. Tenía que seguir actuando, no había más. No había nada que temer: era solo un policía normal en una situación poco normal.

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