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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (10 page)

BOOK: Viaje alucinante
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–Lo entiendo perfectamente. Ocurre algo similar en mi país. En realidad, en este momento, no me gustan los soviéticos..., y pienso que es comprensible. Pero –y sonrió– podría fácilmente hacer una excepción con la doctora Kaliinin.

Boranova movió la cabeza.

–Americanos como usted, o rusos como Arkady, hay una forma de pensar masculina que trasciende los límites nacionales y las diferencias culturales.

Morrison no se inmutó.

–No quiere esto decir que vaya a trabajar con ella..., o con cualquier otro. Estoy harto de repetírselo, doctora Boranova, no acepto la miniaturización y no puedo, ni quiero, ayudarlos de ningún modo.

Dezhnev se echó a reír.

–Sabe, uno casi podría creer a Albert. Habla tan en serio.

–Fíjese, doctor Morrison –advirtió Boranova–. Ésta es
Katinka.

Tocó una jaula que Morrison, sobresaltado, veía ahora por primera vez. La doctora Kaliinin había absorbido tanto su atención hasta entonces que, incluso después de haber salido, continuaba con la vista indolentemente puesta en la puerta por la que se fue, en espera de que reapareciera.

Se fijo en la jaula de tela metálica Aparentemente,
Katinka
era un conejo blanco de tamaño normal y aspecto plácido, que iba masticando sus hierbas con la arrebatada concentración de su especie.

Morrison percibía el ruido que hacía y el olor que despedía, que antes debió haber notado y que, inconscientemente, había ignorado.

–Sí, ya lo veo. Es un conejo –dijo.

–No es solamente un conejo. Es la criatura más excepcional. Es única. Ha hecho historia hasta un punto mucho más alto que el catálogo de guerra y desastre al que generalmente llaman Historia. Si excluimos las criaturas puramente accidentales, como gusanos, piojos y parásitos submicroscópicos,
Katinka
es el primer ser viviente que ha sido miniaturizado. En efecto, lo ha sido en tres distintas ocasiones, y lo hubiera sido docenas de veces si hubiésemos podido permitírnoslo. Ha contribuido enormemente a nuestro conocimiento de la miniaturización de formas de vida y, como puede apreciar, sus experiencias no la han afectado adversamente.

–No pretendo mostrarme insultante –comentó Morrison–, pero su declaración de que el conejo ha sido miniaturizado por tres veces, no es ninguna prueba de que haya ocurrido realmente. No pretendo proyectar dudas sobre su integridad, pero, en un caso como éste, creo que comprenderá que nada, excepto ser testigo del hecho, es lo bastante convincente.

–Naturalmente. Y por esta razón es por lo que, y con un gasto enorme,
Katinka
será ahora miniaturizada por cuarta vez.

Sofía Kaliinin se volvió rápidamente hacia Morrison y le espetó:

–¿Lleva usted reloj, o algo metálico?

–No llevo nada mío encima, doctora Kaliinin. Nada excepto las ropas puestas, cuyo único bolsillo está vacío. Incluso este brazalete de identificación que me han colocado, parece ser de plástico.

–Es simplemente que hay un fuerte campo electromagnético y el metal crearía interferencias.

–¿Algún efecto fisiológico? –preguntó Morrison.

–Ninguno. Por lo menos hasta ahora no se ha detectado ninguno.

Morrison, que estaba esperando a que abandonaran su simulacro de miniaturización y, preguntándose cuánto tiempo mantendrían el fraude (iba mostrándose cada vez más crítico sobre aquella cuestión) dijo con un atisbo de malicia:

–¿El exceso de exposición no puede conducir a defectos de nacimiento en el caso de estar embarazada, doctora Kaliinin?

Kaliinin se ruborizó.

–Tengo una niña. Es perfectamente normal.

–¿Estuvo expuesta durante el embarazo?

–Una vez.

–¿Ha terminado con el interrogatorio, doctor Morrison? –interrumpió Boranova–. ¿Podemos empezar?

–¿Sigue sosteniendo que miniaturizará al conejo?

–Naturalmente.

–Entonces, adelante. Soy todo ojos.

(«Pero qué imbéciles –pensó sarcástico–. No tardarían en decirle que algo funcionaba mal, ¿pero qué harían después? ¿Qué era todo aquello?»)

–Para empezar, doctor Morrison, ¿le importaría levantar la jaula?

Morrison no hizo el menor gesto. Miró de uno a uno a los tres soviéticos, incierto y suspicaz.

–Adelante, Albert –lo animó Dezhnev–. No le hará ningún daño. Ni siquiera se manchará las manos. Después de todo, las manos están hechas para mancharlas trabajando.

Morrison colocó las manos a ambos lados de la jaula y la levantó. Pesaba unos diez kilos, supuso. Refunfuñó y quiso saber:

–¿Puedo dejarla ahora?

–Naturalmente –dijo Boranova.

–Pero con cuidado –advirtió Kaliinin–. No asuste a
Katinka.

Morrison la posó cuidadosamente. El conejo, que momentáneamente había dejado de comer cuando levantaron su jaula, olfateó con curiosidad el aire y volvió plácidamente a su lento masticar.

Boranova hizo un movimiento afirmativo y Sofía pasó a un lado de la habitación donde un tablero de controles estaba casi escondido por los cables. Miró hacia la jaula por encima del hombro, como apreciando su posición, después fue a moverla algo. Regresó al panel y tocó un interruptor.

Se oyó un zumbido y la jaula empezó a centellear y relucir como si algo, enteramente invisible, se hubiera interpuesto entre ella y ellos. El resplandor se extendió por debajo de la jaula, separándola del piso de piedra de la mesa, donde había estado descansando. Boranova explicó:

–La jaula está ahora encerrada en el campo de miniaturización. Sólo los objetos que hay dentro del campo serán miniaturizados.

Morrison miraba fijamente y un gusano de incertidumbre empezó a agitarse en su interior. ¿Iban a intentar un inteligente truco de ilusionismo y hacerle
pensar
que había presenciado la miniaturización?

–¿Y cómo han producido precisamente este llamado campo de miniaturización? –preguntó.

–Esto –terció Boranova– no vamos a decírselo. Creo que sabe lo que es información secreta. Adelante, Sofía.

El zumbido aumentó de tono y en cierto modo se intensificó. A Morrison le resultó desagradable, pero los otros parecían soportarlo imperturbablemente. Al mirarlos había apartado la vista de la jaula. Ahora al volver a observarla, le pareció que había disminuido de tamaño.

Frunció el ceño e inclinó la cabeza para alinear el costado de la jaula con la línea vertical de un cable en la pared opuesta. Mantuvo la cabeza inmóvil, pero el costado de la jaula se apartó del punto de referencia. No cabía duda, la jaula era claramente más pequeña. Parpadeó frustrado. Boranova sonrió apenas.

–Se está encogiendo de verdad, doctor Morrison. Seguro que sus ojos se lo dicen.

El zumbido continuó, el encogimiento también. La jaula tenía ahora la mitad de su tamaño original.

Morrison aún dijo con obvia incredulidad:

–Existe algo llamado ilusión óptica.

Boranova ordenó:

–Sofía, detenga el proceso un instante.

El zumbido disminuyó hasta cesar y el brillo del campo de miniaturización se fue apagando hasta acabar también. La jaula estaba encima de la mesa como antes, pero en una versión considerablemente más pequeña de lo que había sido. Dentro estaba el conejo aún..., un conejo más pequeño, pero proporcionado en todo como había sido el original, masticando hojas más pequeñas, con unos trozos de zanahoria, más pequeños, esparcidos por el piso de la jaula. Boranova preguntó:

–¿Cree sinceramente que esto es una ilusión óptica?

Morrison guardó silencio y Dezhnev le increpó:

–Vamos, Albert, acepte lo que ven sus ojos. Este experimento ha consumido muchísima energía y si sigue sin convencerse, nuestros inteligentes administradores se enfadarán con nosotros por malgastar el dinero. ¿Qué nos dice?

Y Morrison, sacudiendo la cabeza en involuntaria confusión, murmuró:

–No sé
qué
decir.

–¿Le importaría volver a levantar la jaula, doctor Morrison? –rogó Boranova.

Morrison volvió a dudar y Boranova a explicar:

–El campo de miniaturización no la ha dejado radiactiva, ni nada parecido. El contacto de su mano no miniaturizada no la afectará, ni el estado de miniaturización lo afectará a usted. ¿Lo ve? –Y posó su mano, plana, suavemente, sobre la jaula.

La duda de Morrison cedió.
Colocó
cautelosamente una mano a cada lado de la jaula y la alzó. Lanzó una exclamación de sorpresa, porque todo ello no pesaría más de un kilo. La jaula tembló en sus manos y el conejo miniaturizado, presa del pánico, alarmado, se refugió de un salto en una esquina.

Morrison posó la jaula y, por lo que pudo apreciar, la dejó en su posición original, pero Kaliinin se acercó e hizo un pequeño ajuste.

–¿Qué piensa ahora, doctor Morrison? –preguntó Boranova.

–Pesa muchísimo menos. ¿Hay alguna forma de hacer el cambiazo?

–¿El cambiazo? ¿Quiere decir remplazar el objeto grande por uno más pequeño mientras usted vigilaba? El más pequeño es exactamente igual que el mayor excepto en el tamaño.
¡Por favor,
doctor Morrison!

Morrison carraspeó y no insistió. Aquello no era plausible, ni siquiera para él.

–Observe, doctor Morrison –insistió Boranova–, que no sólo ha disminuido su tamaño sino también proporcionalmente su masa. Los propios átomos y moléculas de que están compuestos la jaula y su contenido, han disminuido en tamaño y en masa. Fundamentalmente, ha decrecido la constante de Planck, así que nada, dentro, ha sufrido un cambio relativo a sus partes propias. El mismo conejo, su comida y todo lo de la jaula, parece perfectamente normal. El mundo exterior ha aumentado de tamaño en relación al conejo, pero naturalmente él no se percata de ello.

–No obstante, el campo de miniaturización ha desaparecido. ¿Por qué la jaula y su contenido no vuelven a su tamaño ordinario?

–Por dos razones, doctor Morrison. En primer lugar el estado miniaturizado es metastable. Éste es uno de los grandes y fundamentales descubrimientos que hacen posible la miniaturización. En cualquier punto detenemos el proceso, y para mantenerlo así se necesita muy poca energía. Y en segundo lugar, el campo de miniaturización no se ha ido del todo. Está meramente minimizado y atraído hacia dentro de forma que mantiene la atmósfera del interior de la jaula y evita que se disipe hacia fuera y que las moléculas normales de afuera se pasen dentro. También deja que las paredes de la jaula puedan ser tocadas por manos no miniaturizadas... Pero no hemos terminado, doctor Morrison. ¿Continuamos?

Morrison, turbado e incapaz de negar la experiencia directa, se preguntó por un instante si habría sido drogado hasta provocarle un estado de supersugestionabilidad que le haría experimentar cualquier cosa que le aseguraran que estaba experimentando. Medio atragantado, logró decir:

–Me están contando demasiado.

–Sí, pero sólo superficialmente. Si repite todo esto en América probablemente no le creerán y nada de lo que diga tendrá el menor parecido con la realidad de la técnica de la miniaturización.

Boranova alzó la mano y Kaliinin bajó la palanca de nuevo.

Volvió el zumbido y la jaula comenzó a encogerse otra vez. Ahora parecía ir más de prisa y Boranova, como si leyera en la mente de Morrison, explicó:

–Cuanto más encoja, menos masa habrá que retirar, y más rápidamente disminuirá el tamaño.

Morrison, casi en estado de
shock,
miraba fijamente una jaula que sólo medía un centímetro de lado y que seguía encogiéndose.

Pero Boranova volvió a levantar la mano y otra vez el zumbido cesó.

–Tenga cuidado ahora, doctor Morrison, porque solamente pesa unos centenares de miligramos y para cualquiera de nuestro tamaño, es extremadamente frágil. Tome. Pruebe.

Le pasó una lupa enorme. Morrison, en silencio, la cogió y la mantuvo sobre la diminuta jaula. Podía no haber conseguido descubrir lo que era el objeto que se movía dentro si se hubiera encontrado con ella sin previo aviso, pero su mente no habría aceptado un conejo tan increíblemente pequeño.

Lo había visto encogerse, y, no obstante, lo miraba ahora con una mezcla de confusión y fascinación. Volvió a mirar a Boranova y preguntó:

–¿Ha ocurrido
realmente?

–¿Todavía sospecha que se trata de una ilusión óptica, o hipnotismo, o..., qué sé yo?

–¿Drogas?

–Si se tratara de drogas, doctor Morrison, sería un descubrimiento mucho más importante que la miniaturización. Mire a su alrededor, ¿no le parece todo normal? Sería una droga fuera de lo corriente la que alterara el sentido de percepción de un solo objeto en una gran habitación en la que nada más hubiera cambiado. Venga, doctor, lo que ha presenciado es real.

–Hágalo crecer –pidió Morrison jadeante.

Dezhnev se echó a reír pero se contuvo inmediatamente.

–Si me río, el aire desplazará a
Katinka,
y tanto Natasha como Sofía me machacarán con todo lo que hay aquí dentro. Si quiere que aumente, tendrá que esperar.

Boranova lo confirmó.

–Dezhnev tiene razón. Verá, doctor Morrison, ha sido usted testigo de una demostración científica, no de magia. Si fuera magia, chasquearía los dedos y el conejo volvería a ser normal en una jaula normal..., y entonces sabría que ha estado sometido a una ilusión óptica. Sin embargo, hace falta considerable energía para rebajar la constante de Planck hasta una diminuta fracción de su valor normal, incluso tratándose de un volumen relativamente pequeño del Universo, y es por lo que la miniaturización es una técnica tan cara. Para volver a aumentar la constante de Planck debemos servirnos de una producción de energía igual a la que se ha consumido originalmente, porque la ley de la conservación de la energía se mantiene, incluso, durante el proceso de miniaturización. No podemos desminiaturizar a mayor velocidad de la que gastamos el calor producido, así es que lleva mucho tiempo conseguirlo. Más que el necesario para miniaturizar.

Morrison guardó silencio durante un tiempo. Encontraba la explicación relativa a la conservación de la energía más convincente que la propia demostración. Los charlatanes no hubieran sido tan meticulosos en obedecer las leyes de la física. Dijo:

–En mi opinión, su proceso de miniaturización no creo que sea un invento práctico. Como mucho serviría solamente como una herramienta para ampliar y desarrollar la teoría del
quantum.

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