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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

13 balas (27 page)

BOOK: 13 balas
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Al cabo de un rato los siervos levantaron el ataúd del suelo y lo cargaron a pulso. Avanzaban más despacio que antes y Caxton lo agradeció, pues el traqueteo era mucho menor.

Dejó de entrar la luz por el orificio que había dejado la bala en la tapa del ataúd. Los siervos debían de haberlo cubierto con una tela. Caxton metió un dedo en el agujero, aunque procuro que no asomara demasiado: no quería brindarles a los siervos la oportunidad de agarrárselo y hacer algo horrible con él. Tan sólo notó aire frío. Lo intentó por segunda vez, pero tampoco consiguió tocar nada.

De pronto el ataúd se inclinó peligrosamente hacia delante. Caxton se deslizó hacia la parte superior de la caja y el cuello se le torció hacia un lado. Intentó apoyar las manos en el fondo y presionar con fuerza para separar los hombros del fondo del ataúd y darle un respiro a su cuello.

El ataúd se elevó y cayó. Entonces se elevó de nuevo para volver a caer. Tras un instante de tregua, el ataúd se alzó por tercera vez y volvió a caer. En aquel momento Caxton se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. No había luz porque habían entrado en el interior de un edificio. Los siervos estaban bajando el ataúd por un tramo de escaleras y por eso se elevaba y caía una y otra vez.

Caxton intentó contar los escalones que descendía, pero perdía la cuenta en cada sacudida. Estuvieron bajando durante mucho rato, aunque Caxton también había perdido la cuenta del tiempo. Se sentía como si florara por el espacio y de pronto la apresaran unos dedos gigantes, como si una enorme mano espectral la zarandeara violentamente con cada escalón.

Al final llegaron a su destino, pero Caxton tardó un tiempo en darse cuenta de que el trote había cesado. Los siervos soltaron sin miramientos el ataúd, que crujió al caer sobre una superficie de piedra o de cemento. Entonces Caxton oyó que los pasos de los siervos, y los ecos de los mismos, se alejaban.

Al cabo de poco se hizo el silencio.

Caxton golpeó la tapa del ataúd una y otra vez pero no obtuvo ninguna respuesta.

—¿Hola? —dijo ansiosa por obtener una respuesta, aunque fuera de las chirriantes voces de los siervos—. ¿Hola? —gritó de nuevo con el fin de que alguien, quien fuera, le contestara. De acuerdo, les había disparado, pero precisamente por eso deberían tener ganas de burlarse aún más de ella—. ¡Responded, cabrones! —gritó—. ¡Eh! ¡Llamando a los bichos sin rostro! ¡Que alguien diga algo!

Caxton únicamente oyó su propio eco.

—¡No podéis dejarme aquí! —gritó histérica.

Aunque sabía perfectamente que sí podían. Acababan de hacerlo.

CAPÍTULO 36

Caxton se durmió.

Su cuerpo se había rendido, las interminables horas de pánico quedaban ya muy lejos, había consumido todas sus fuerzas y ahora fragmentos de sueño se apoderaron de ella, como olas enormes y oscuras que bañaban la costa de un planeta sin sol. Su respiración se había calmado y se le habían puesto los ojos en blanco. Se había dormido.

Al despertar, tenía el vago recuerdo de que había soñado algo. Junto con la sensación de haberse revolcado en la oscuridad, de haber dado volteretas, de haber caído en picado en un espacio totalmente oscuro. No había nada que temer en aquel sueño, aunque cuando terminó Caxton soltó un alarido que le retumbó por todo su cuerpo. El corazón le latía desbocado. Se le abrieron los ojos de golpe y de pronto estaba despierta, despierta y tumbada sobre la tapicería del ataúd. Carraspeó, pestañeó y trató de asimilar dónde estaba en realidad. No era fácil.

Un hilo de luz se colaba por el orificio de la tapa del ataúd. Era una luz tan pálida y débil que Caxton creyó que debía de tratarse de una alucinación. Sin embargo, fue adquiriendo intensidad ante la atenta mirada de Caxton. El haz danzaba y se movía de un extremo a otro del ataúd y de pronto se oyó ruido, un sonido áspero que se repetía rítmicamente: tac-tac, tac-tac.

Eran unos pies descalzos caminando sobre la piedra. La luz era de un tono amarillo cálido y parpadeaba como la llama de una vela.

—Hola —susurró Caxton, pero tenía la garganta seca, tan dolorosamente seca que sintió como si se le hubiera atascado.

Carraspeó, pero no lograba aclarar la voz. Tosió una y otra vez, y, de repente, los pasos se detuvieron. Caxton contuvo la respiración. Deseaba con todas sus fuerzas que los siervos regresaran; le aterrorizaba la idea de volver a quedarse sola en el interior del ataúd. Sin embargo, sabía que fuera lo que fuera lo que producía ese sonido, el horror que se le estaba acercando, no se trataría de un amigo, ni de nadie con intención de rescatarla.

Sería un monstruo.

Los pies se acercaron y la luz se volvió más intensa. El haz luminoso se desplazó hacia un lado y entonces se quedó fijo, como si el propietario de los pies hubiera dejado la vela junto al ataúd. Caxton trató de controlar la respiración.

EI ataúd se sacudió hacia delante y hacia atrás al tiempo que el monstruo al que aún no había visto arrancaba la tapa. No hizo ningún ruido, ni un resoplido, ni un jadeo. Los clavos del ataúd empezaron a chirriar y a soltarse hasta que, de pronto, la tapa del ataúd se desprendió de cuajo. El aire entró de golpe y la luz de la vela obligó a Caxton a entrecerrar los ojos. Vislumbro el techo, unos cinco metros por encima de ella; se trataba de una superficie abovedada de ladrillos sostenida por una serie de robustas columnas de planta cuadrada. A ambos lados vio paredes del sótano. Estaban cubiertos de estanterías que contenían tarros, cajas de cartón y mantas enrolladas. Caxton no tenía ni idea de dónde se encontraba.

Una cara lívida se interpuso en su mirada. Caxton tenía la esperanza de que se tratara de un siervo, pero su esperanza se truncó enseguida. Estaba delante de una cabeza completamente calva y redonda de orejas triangulares; el rostro de Efraín Reyes la estaba mirando. Sus ojos eran dos oscuras hendiduras, ligeramente rojizas bajo la luz parpadeante. Tenía la boca repleta de dientes. Caxton notó que el vampiro acababa de despertarse, que aún estaba medio dormido, igual que ella. ¿Acabaría de anochecer? ¿Habría estado encerrada en aquel ataúd, sola con sus sueños, durante un día entero?

Reyes no llevaba más que unos pantalones de chándal. Su piel era blanca como la nieve, aunque con un ligero matiz sonrosado que, no obstante, le daba un aspecto más febril que sano. Se inclinó hacia abajo hasta que tuvo la cara a medio metro de la de Caxton. Notó la misma ausencia de calor humano que había percibido junto a Justinia Malvern; en esta ocasión no se sorprendió.

Reyes fijó la mirada en los ojos de Caxton. La agente trató de apartar la cara pero el vampiro la agarró por la barbilla y la sujetó con tanta firmeza que su mandíbula parecía una prolongación de su mano. Caxton nunca llegaría a contar con fuerzas suficientes para soltarse.

Los ojos de Reyes se enfurecieron y Caxton vio que sus pupilas se cubrían de lágrimas rojas, como si la sangre hubiera sustituido todos los fluidos de su cuerpo. Vio cómo se dilataban, hasta ocupar la mitad de su campo de visión. A Caxton ya la había hipnotizado un vampiro antes, pero eso no se parecía en nada a la parálisis que había sufrido entonces. La primera hipnosis le causó una insensibilidad general, le produjo un efecto anestésico. En cambio, esta vez era dolorosamente consciente de lo que le estaban haciendo. Sentía que Reyes le traspasaba algo. Algo que salía de la mente del vampiro y penetraba en la de Caxton. Ese algo se movía en silencio, era invisible, pero Caxton notó una sensación física, muy real y desagradable, de que la estaban invadiendo.

Nunca la habían violado. Sin embargo, en una ocasión, un chico del instituto no había acabado de entender a qué se refería cuando le dijo que quería esperar, reservarse. En realidad ella tampoco lo había comprendido muy bien y nunca había sabido cómo detener al chico cada vez que éste metía las manos por debajo de su ropa y la tocaba, la manoseaba haciéndole daño incluso. Un día, después de clase, habían ido juntos a casa de Caxton y el chico se sacó el miembro. Se lo restregó a Caxton por el dorso de la mano, moviéndolo arriba y abajo, y le pidió que girara la mano y que lo frotara del mismo modo. A Caxton le dio asco el ansia de aquel chico, su desesperación absoluta, y por eso se aparcó. Entonces él se puso de pie junto a la cama y se le acercó. Caxton sabía que estaban solos, que su padre no llegaría a casa hasta después de las seis. «Chúpamela», le había dicho con el pene oscilando justo delante de ella. «Chúpamela». El chico había pronunciado aquella palabra con una voz entrecortada, brusca y potencialmente peligrosa.

Caxton rompió a llorar y a sollozar de pánico, y el chico se sintió tan avergonzado que desapareció y jamás volvió a dirigirle la palabra. Aquélla fue la última vez que Caxton salió con un chico. Seis meses después se enamoró por primera vez de una chica y al fin se encontraría a sí misma. Desde entonces, cada vez que pensaba en aquel chico se estremecía.

Pero ahora Reyes la estaban profanando con una violencia mucho mayor de la que cualquier pardillo adolescente fuera capaz. Reyes estaba imponiendo su presencia en los pensamientos más íntimos de Caxton, en sus secretos, en sus partes más profundas y oscuras. Leía en su interior como quien lee un libro abierto, pasaba revista a todos sus recuerdos. Llegó al episodio del chico y las lágrimas, y Caxton notó que el vampiro se deleitaba en él. Sintió como si Reyes se le hubiera echado encima, la fría palidez de su piel, el calor casi imperceptible de la sangre, el olor a sangre por todo su cuerpo. Reyes la tenía completamente bajo su control. Caxton ni siquiera sentía el instinto de luchar contra él, de oponer resistencia, de intentar liberarse.

Al cabo de un rato Reyes cerró los ojos. El ultraje cesó de golpe, pero ella aún sentía la presencia del vampiro, un vestigio de la intrusión en el interior de su cráneo. Le escocía el cerebro. El maldito amuleto que le había dado Vesta Polder no le había servido para nada. El vampiro extendió los brazos hacia el ataúd, presumiblemente para levantar a Caxton.

A Caxton no se le presentaría otra oportunidad como ésa, de modo que alzó la Beretta a la altura del corazón de Reyes y disparó una y otra vez. El ruido se abrió paso a través del silencio, los fogonazos que salían del cañón de la pistola eran mucho más intensos que la luz de la vela, daba la sensación de que el sol había penetrado en la sala. El humo se arremolinó alrededor de la cara de Caxton, el hedor era opresivo. Percibió un estridente pitido en el interior de sus maltrechos oídos. El vampiro gruño como un animal salvaje.

Cuando Caxton terminó de disparar, Reyes le agarró la pistola con una mano por el humeante cañón y la lanzó a un rincón de la sala. Las balas no le habían herido ni lo más mínimo. Caxton se acordó de lo que Arkeley le había contado cuando un vampiro está tan lleno de sangre ni siquiera un bazooka rasgaría su piel. Con todo, Caxton había logrado algo. La parte del vampi piro que se había infiltrado en su cerebro se encendió de rabia, Caxton sabía que lo había cabreado, notaba la furia ardiendo en su interior. Reyes se agachó, elevó a Caxton con las dos manos y la arrojó con fuerza contra la pared.

La espalda de Caxton chocó contra las estanterías de madera cubiertas de polvo que se desmoronaron al instante. Los tarros de cristal le rebotaron en los hombros y la cabeza, y se hicieron añicos al impactar contra el suelo. El dolor la espabiló al tiempo que la hacía retorcerse; la había hecho cobrar plena conciencia, pero Caxton se moría de ganas de perder el conocimiento.

Reyes iba a matarla, pensó. Le arrancaría la cabeza y bebería directamente de sus arterias, O tal vez se conformaría con partirle la cara. ¡Podía destruirla de tantas formas! Empezaron a caérsele las lágrimas, pero no era capaz de hacer nada más que asustarse. Ni siquiera era capaz de pronunciar el nombre de Deanna. Tampoco tenía tiempo para preocuparse por lo que iba a pensar Arkeley en cuanto descubriera cómo había metido la pata. Ya no tenía energías para nada, salvo para pasar miedo.

Reyes se acercó a ella hecho una furia. Tenía los ojos preñados de rabia y sus musculosas piernas avanzaban con vehemencia. De pronto, justo al llegar al centro del sótano, se detuvo y se quedó mirándola. Caxton no tenía ni idea de qué estaba haciendo, pero notaba que el vampiro sufría. Le tembló el cuerpo durante un breve instante, como si le subiera una horrible arcada, y a continuación abrió la boca y vomitó un espeso hilo de sangre coagulada que le quedó colgando de la mandíbula.

Reyes cayó de rodillas y el impacto contra el suelo de piedra resonó como un trueno dentro de la sala abovedada. Tosió, se atragantó y escupió sangre sobre las losas. Se llevó las manos al pecho y comenzó a desgarrarse la piel con sus despiadadas uñas. Pronto tuvo los pectorales llenos de enormes rasguños. Empezó a temblar violentamente y acto seguido se derrumbó, cayó al suelo y quedó tendido en medio del charco de su propio vómito.

Caxton observó cómo Reyes se retorcía de dolor en el suelo y lo único que pudo hacer fue inspirar varias bocanadas de aire.

La parte del vampiro que aún seguía dentro de su cabeza aulló. Caxton se cubrió las orejas con las manos, pero el sonido provenía del interior de su cráneo. No había forma de acallarlo.

Finalmente Reyes se recuperó del ataque. Caxton no se había movido ni un centímetro. El vampiro se levantó, cogió a la agente por la cintura, se la colocó encima del hombro y empezó a subir la escalera.

CAPÍTULO 37

Reyes no iba a matarla, al menos no de inmediato. Aún estaba demasiado lleno de sangre por digerir tras el asalto a Bitumen Hollow. Cada vez que pensaba en beberse la sangre de Caxton su reacción era de pura náusea.

La agente notaba todas esas cosas dentro de su cabeza. El vampiro había asaltado su cerebro y una parte de él se había quedado allí dentro, como una reliquia, una imagen de sí mismo. Ahora Caxton percibía sus pensamientos. A través de aquel canal no le llegaban palabras, ni siquiera imágenes. Sin embargo, sentía el antinatural latido del corazón de Reyes, que iba a toda máquina para intentar bombear aquella sangre tan espesa, y notaba también que el vampiro tenía ganas de devolver. Percibía breves fogonazos, como presentimientos y fragmentos de pensamientos de Reyes. En cualquier caso existía un vínculo que le permitía a Caxton conocer cuál era su estado de ánimo y sus motivaciones.

No iba a matarla, eso sería un desperdicio de sangre. Se acordó de cuando Hazlitt le había dado a conocer a Malvern y le había explicado que la sangre tenía que ser caliente y recién extraída. Si Reyes la mataba ahora, su sangre se perdería; el vampiro no podía bebérsela en ese momento y tampoco la podía almacenar.

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