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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (589 page)

BOOK: Cuentos completos
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Después de cavilar unos instantes, el jefe prosiguió:

—Allí está la dificultad, como ve. Cada uno de los cinco tiene un motivo. Un motivo diferente en cada caso. No hay manera de determinar cuál de ellos tiene más peso ni cuál ha podido traducirse en acción concreta. Tenemos que descubrir algo y tiene que ser ya. Las cosas se mueven con mucha velocidad en el Medio Oriente y en cuestión de días tendremos que eliminar a los cinco a menos que podamos identificar a uno de ellos.

—Y esa tarea me corresponde a mí, ¿eh?

—Si puede hacerlo. Estudie esos motivos y dígame cuál de ellos puede dar origen a un doble agente. Puedo facilitarle todos los datos con que contamos sobre los cinco…

—No es necesario —dije—. Creo que me ha dado ya toda la información que deseo.

—¿En serio? —El jefe parecía estupefacto.

—No puedo tenerla certeza absoluta, claro está, pero calculo las probabilidades en seis contra una de que he identificado al hombre.

—Quiere decir que uno de los motivos…

—Dejemos los motivos. Se ha preocupado tanto por practicar el psicoanálisis que no se ha detenido a contemplar los hechos más simples.

La verdad es que yo estaba en lo cierto. El resultado fue que le tocó a Israel sorprender a las naciones árabes en la Guerra de los Seis Días, en lugar de lo contrario.

Jennings, Baranov y yo nos quedamos mirándonos.

—Estás bromeando, Griswold —le dije belicoso—. No tenías manera de elegir entre los cinco y lo sabes.

Griswold adoptó expresión de sorpresa.

—¿No lo ven? Sin duda saben que un nombre en código para un agente no tiene ninguna utilidad cuando proporciona el menor indicio de la identidad del agente. Ninguno de los agentes aceptaría un nombre que lo delatase. En otros términos, si uno de nuestros agentes es conocido por el enemigo como “Granito” la señal que nos envía es que nuestro agente no tiene nada que ver ni siquiera indirectamente con el granito. Esto es en efecto lo que yo llamo el “envío de una señal”.

Sabemos, por ejemplo, que el agente en cuestión no puede ser de ninguna manera alguien nacido en New Hampshire, al que llamamos el “Estado de Granito” y eso elimina a Leigh Garrett, hijo. También elimina a Saul Stein, ya que Stein es el término alemán para “piedra”, lo cual se aproxima demasiado abiertamente al granito para que sea un buen nombre en código para este último.

—Entonces tiene que haber sido el candidato a jubilarse —dijo Baranov—. Allí no hay relación con “granito”.

Griswold arqueó las cejas.

—Yo les dije que había estudiado en la Universidad de Colorado que está ubicada, como recordarán, en la ciudad de Boulder, o sea “roca”.

—La mujer… —comenzó a decir Jennings. Pero Griswold lo interrumpió.

—Era una feminista que insistía categóricamente en usar su nombre de soltera. Las mujeres como ella reciben popularmente apodos que recuerdan a otras que provocaron el asombro de los Estados Unidos del siglo diecinueve por retener su nombre de soltera. Se trata aquí de Lucy Stoner y Roberta Ann Mowery era obviamente una Lucy Stoner. Queda entonces John Wesley Thorndyke, hijo, el culpable. ¡La lógica es la lógica!

La pieza favorita (1982)

“The Favorite Piece”

No es correcto —no se hace— cantar en la biblioteca de nuestro club. Lo reconozco. Lo que ocurría es que la noche anterior había asistido a uno de nuestros encuentros sobre temas musicales de Gilbert y Sullivan y tenía la cabeza llena de canciones como siempre. Por eso entré muy alegre, saludando con la mano a los otros y entonando, no muy fuerte, diré: “Cuando el viento de la noche presta alas a mi coche y el murciélago en la luna vuela ya… “ con mi resonante voz de barítono.

La expresión de Jennings y de Baranov era estoica, pero Griswold abrió los ojos y preguntó con el tono más desagradable posible.

—Bien. ¿Qué es ese espantoso ruido?

Callé de inmediato y dije:

—No es un ruido. Es un fenómeno que me encanta y que llamo música.

—Sospecho que también te gustará llamarte apuesto, pero nunca lograrás el consenso general en ninguno de los dos casos.

—Lo que te pasa a ti —dije con cierta vehemencia, admito— es que careces totalmente de oído.

—Que tenga oído o no —dijo Griswold— no altera el hecho de que por respeto a la memoria de Sir Arthur Sullivan estás inhibido de estropearle su obra.

Inesperadamente, dijo Baranov:

—No me digas que tú también eres admirador de las operetas de Gilbert y Sullivan, Griswold.

—La verdad es que no, pero una vez…

Griswold se detuvo para beber y los demás esperamos. Sabíamos que nada lo haría callar.

Existen en el mundo individuos tales como los asesinos a sueldo [dijo Griswold]. Son difíciles de manejar, porque trabajan con destreza profesional y no hay manera de relacionar a la víctima con el asesino desde el punto de vista de los móviles. Es muy grande el número de crímenes de este tipo que quedan sin resolver y la policía suele sentirse particularmente frustrada ante su fracaso. La irrita en especial encontrarse en la pista de uno y carecer de ese pequeño último elemento que les permita evitar un asesinato o bien atrapar a un asesino.

Es en circunstancias como ésta cuando se les ocurre llamarme. Por alguna razón, suponen que aun cuando todo los demás fracasen, yo triunfaré. Soy la imagen de la modestia, como saben, pero sin duda los hechos hablan por sí mismos.

El capitán me dijo:

—Hemos hecho grandes progresos, Griswold. Estamos sobre la pista de un grupo muy listo y muy bien pagado de asesinos, pero no hemos logrado llegar al punto de poderlos poner contra la pared delante de un juez y un jurado. Ahora tenemos la oportunidad de sorprender a uno que está apunto de entrar en acción, siempre que nos movamos con rapidez… y que sepamos exactamente qué hacer.

—Supongamos que me cuenta todo lo que sabe.

El capitán carraspeó.

—Mantenemos a estos asesinos a sueldo bajo vigilancia, sabe, dentro de lo posible. Pero tenemos que tener mucho cuidado porque no queremos que lo adviertan y, dadas las condiciones reinantes hoy en día, tenemos recursos limitados y es mucho lo que desearíamos hacer sin tener cómo.

—Doy por sobreentendido todo eso —dije—. ¿Qué sabe usted?

—Solo unos pocos fragmentos de diálogo.

—¿Obtenidos cómo?

—No viene al caso. No podemos presentarlos a la corte, pero son auténticos.

Me encogí de hombros y dije:

—Prosiga.

—Llegó uno de estos personajes diciendo, o mejor dicho, entonando “Un día pasará que encuentren a una víctima… y tengo la listita. Y tengo la listita”. El segundo hombre preguntó: “¿Ah, sí?” y el primero le contestó: “Y la pieza favorita. Y la pieza favorita”. Desgraciadamente no hay nada más. Sólo eso.

—Y ellos se pusieron fuera del alcance del micrófono oculto, ¿no? ¿O lo encontraron?

El capitán hizo un ruido ronco desde el fondo de la garganta.

—Veo que el primero estaba cantando un trozo de opereta de Gilbert y Sullivan.

—Me dicen que es de El Mikado. No estoy muy familiarizado con ese tipo de música.

—Los asesinos parecen tener cierta cultura de clase media.

—No son el tipo del asesino común —dijo el capitán—. Pero son igualmente eficientes.

—¿Les ha sido de alguna utilidad ese fragmento de diálogo?

—¡Hasta cierto punto! Descubrimos su modus operandi. Por lo menos hay dos asesinatos que creemos poder relacionar con ellos, cada uno registrado durante una función teatral del género en el que se oyen esporádicos aplausos y en los que estos aplausos se producen, indefectiblemente en determinados puntos.

—Prosiga.

—Nadie repara en un desconocido durante los aplausos. Todos están concentrados en el escenario, donde los ejecutantes o los actores sonríen haciendo reverencias y muecas. Si entra alguien y ocupa un asiento durante una de estos estallidos de aplausos y se retira cuando se produce el siguiente, nadie, absolutamente nadie, lo ve. Nadie es capaz de describirlo.

—¿Y la gente a quienes les pisa los pies al pasar?

—La platea vacía está en punta de fila. La víctima ocupa la segunda del pasillo. El asesino se sienta junto a la víctima. Durante los aplausos siguientes, el asesino se ubica un pequeño disparador de flechas contra las costillas, lo dispara y se retira. La víctima apenas lo siente, estoy seguro, pero la flecha está envenenada y en tres minutos se produce la muerte. Se inclina hacia adelante y nadie sabe que se ha muerto hasta que termina la función y el hombre no se levanta. Sabemos que alguien estuvo sentado junto a él en algún momento de la función, pero no tenemos testigos que sean de la menor utilidad.

—Muy inteligente, pero sin duda ustedes pueden establecer quién lo planeó. ¿Quién compró la entrada de la víctima y entregó una adyacente al asesino?

—La víctima la adquiere personalmente, dos plateas sobre el pasillo, solo que su mujer no va. Sufre un dolor de cabeza terrible. El hombre entrega la segunda entrada al taquillero y dice que espera a otra persona más tarde. La mujer no llega, pero el asesino, sí.

—Me suena como si la mujer hubiese contratado al asesino.

—Tenemos que probarlo —dijo el capitán—. Supongamos que esperamos que llegue alguien en mitad de la representación y ocupe la platea del extremo de la fila. Si tenemos una mujer policía disfrazada de vieja inválida en una silla de ruedas, podemos entonces moverla por el pasillo hasta la platea del extremo de la fila que está dos filas detrás de la del hombre. El hombre estará mirando al frente porque no quiere volver la cabeza en ninguna dirección para que alguien lo vea mejor, de modo que no verá a nuestra mujer policía. Las sillas de ruedas colocadas en el pasillo no dejan de ser frecuentes hoy, cuando se aboga por derechos iguales para los discapacitados.

»Entonces, en el instante anterior al comienzo del aplauso esperado, la mujer moverá su silla de ruedas hacia adelante hasta colocarla junto a la platea del asesino. Si el hombre es el asesino, extraerá su disparador de flechas, pero ella le pondrá un arma de verdad contra las costillas y otros dos policías lo cercarán. Lo tendremos a nuestra merced y le arrancaremos toda la información que podamos sobre el resto de la gente implicada en la organización. Para eso existe la negociación por proporcionar datos a la policía.

—Me suena muy bien. Vayan y hagan todo esto.

—No puedo —se quejó el capitán—. No sé quién es la posible víctima y por lo tanto no puedo localizarla. No sé cuál es la función donde tendrá lugar ni en qué momento entrará el asesino o se retirará.

—Puesto que usted me describió esos fragmentos de diálogo oídos y al parecer cree que son auténticos, yo diría que la función que buscamos es El Mikado.

—Hasta a mí se me ocurrió, pero no es. Bien, déjeme explicarle lo que hemos hecho.

El capitán se echó hacia atrás en su asiento y me miró de mal talante.

—Para empezar, tenemos motivos para creer que el asesinato tendría lugar en este mes y en algún punto de esta ciudad. No tenemos el ciento por ciento de certeza, pero sí el noventa y cinco… y no se anuncia la representación de El Mikado durante esta primavera en la ciudad ni en ninguna próxima.

»Pensamos entonces que podría tratarse de otra producción de Gilbert y Sullivan. Escribieron una docena de operetas, en las cuales, dicho sea de paso, me he vuelto un experto. Resulta que hay tres producciones este mes a cargo de tres grupos diferentes de aficionados: Iolanthe, Princess Ida y H.M.S. Pinafore.

—De modo que redujo las posibilidades a tres —observé.

—Sí. Pero, ¿cuál de las tres?

—Hay que estudiarlas todas.

El capitán apretó los dientes.

—Hay seis funciones de Iolanthe, cinco de Princess Ida y ocho de H.M.S. Pinafore. Diecinueve en total. ¿Cree usted que yo puedo dedicar una misma cantidad de mis hombres a despilfarrar todo ese tiempo?

—Impedirá un asesinato.

—¿Y cuántos otros crímenes ocurrirán o quedarán impunes, por haber permitido que todos mis hombres estuviesen concentrados en esto? Existe ese factor que se llama efectividad y costo en la policía. De algún modo debo reducir el número de posibilidades. Por eso lo necesito.

—¿Usted me necesita a mí? ¿Qué puedo hacer?

—Decirme la pieza favorita.

—¿Qué?

—El hombre dijo, el hombre que canturreó “y tengo la listita” que era la pieza favorita. Supongo que se refiere ala pieza que puede provocar los aplausos más ruidosos y prolongados, lo cual tiene sentido, salvo que ¿cómo podemos decidir cuál es?

—¿Cómo puedo decírselo yo? —pregunté a mi vez—. No soy un fanático de Gilbert y Sullivan.

—Yo, tampoco. Pero hay un miembro del Departamento que tiene un amigo que sí es un fanático. Hablé con él.

—Muy bien.

—No sirvió para nada. En Iolanthe dice que hay un trío, “Corazón tímido nunca conquistó a una bella mujer” que a menudo hace detenerse la función. Pero también está el “Solo del Centinela”, y la “Pesadilla del Canciller”, y todo el final del primer acto. Dice que cada uno de estos números tiene sus adeptos. En el caso de Princess Ida están el trío, “Altiva, humilde, coqueta o libre” o bien “Una bella dama de alto linaje”, sobre una princesa y un mono; y también la canción de Gama donde dice que es un filántropo. Dice que cualquiera de ellas podrían ser… y en H.M.S. Pinafore, enumeró una docena de temas, se lo juro. “Me llaman Rariunculita”, “Cuando era un Joven”, “Soy capitán del Pinafore”, “No importa el porqué ni el cómo” y otras. Terminó diciendo que no había manera de elegir una pieza favorita porque cada uno tiene su tema predilecto y todos ellos son espléndidos.

—La cosa se presenta mal —comenté.

—Pero estuve pensando. La persona a quien oyeron cantar no dijo “Mi pieza favorita” sino “La pieza favorita” como si no se tratase de una preferencia personal sino general. Reflexioné sobre ese punto y decidí que no es una cuestión de pensar en términos exclusivos de Gilbert y Sullivan. Hay algún truco en esto y lo mejor que podía hacer era consultar a Griswold. Dígame que se le ocurre algo, por favor.

Nunca le había visto una expresión tan suplicante en todos nuestros años de amistad.

—Entiendo que quiere que elija una pieza de una función teatral que será la que verá el asesino, todo basándome en ese pedacito de diálogo que oyeron ustedes.

—Sí. Se lo dije. Era correr un albur, elegir una probabilidad muy remota, pero no pude resistirme a sus ruegos y se dio el caso de que tuve razón.

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