Authors: Megan Maxwell
—¿Otra vez con lo mismo? —protestó mirando al cielo de modo cómico—. Creo, señor, que os expresé lo que pensaba sobre ello.
—No pienso como tú, muchacha —aclaró maravillado por el desparpajo y gracia de ella—. Y si me permites, te acompañaré hasta tu casa.
—No necesito protección, señor. Y no os lo toméis a mal, pero no os lo permito —rechazó su oferta mordiéndose el labio inferior.
Él sonrió clavando su inquietante mirada verde sobre ella.
—¿Piensas rebatir todas mis órdenes? —insinuó apretándole el brazo.
—Por supuesto. No soy ningún guerrero —respondió dando un tirón para soltarse.
«Ay, Dios. Otra vez», pensó Megan tras decir aquello.
Duncan, al ver de nuevo aquel gesto preocupado, dijo:
—¿Sabes? No tengo ganas de discutir. Te acompañaré —insistió, resuelto, caminando junto a ella.
Tras rumiar por lo bajo, cosa que hizo gracia a Duncan, ambos pasearon en silencio hasta que la oyó susurrar.
—¿Has dicho algo?
—Hablaba a lord Draco —respondió sin mirarle.
—¿Lord Draco es tu caballo? —preguntó extrañado por el nombre.
—Sí —asintió cerrando los ojos—. Fue el nombre que elegimos mi padre y yo.
—Curioso nombre lord Draco —reflexionó observando los gestos avergonzados de ella—. Nunca había conocido un lord de esta especie.
—Laird
McRae, vuestro caballo es impresionante —dijo para desviar el tema, mientras le entraban ganas de reír por la absurda situación que estaba pasando.
—Duncan —corrigió señalándola con el dedo—. Y antes de que desates esa lengua viva que tienes, déjame decirte que me quedó muy claro que eres pobre y decente, pero también quiero que te quede muy claro que no te obligaré a que calientes mi lecho, ni nada por el estilo. Sólo quiero que me llames por mi nombre, como yo a ti te llamo por el tuyo. ¿Tan difícil es decir Duncan?
«¡Qué bonita es!», pensó el
highlander
.
—De acuerdo —sonrió dejándole sin aliento—. Duncan, vuestro caballo es una preciosidad.
—Dark es un buen caballo —respondió tocando el testuz del caballo, que a modo de agradecimiento frotó su hocico contra su mano—. ¿Sabes? Hoy me he dado cuenta de que mi caballo y tú tenéis el mismo color de pelo.
—¡Por san Ninian! —no ella al escuchar aquello—. Me han dicho muchas cosas, pero nunca que mi pelo era como el de un caballo.
—No he dicho eso —se defendió divertido al escucharla—. Sólo que tu color de pelo y el de Dark es el mismo.
—Pues ¿sabéis lo que os digo? —replicó Megan cogiendo su trenza para ponerla junto al caballo—. ¡Qué tenéis razón! —Tras sonreír preguntó—: ¿Lleváis muchos años juntos?
—Tantos que nos entendemos a la perfección.
—Entiendo —asintió más relajada—. A mí me pasa lo mismo con lord Draco: a veces con mirarnos nos comprendemos. Incluso me ayuda cuando otros caballos se ponen tercos.
—¿Cómo?
—Mi abuelo se encarga de los caballos del clan McDougall —explicó mirando las estrellas—. Por norma, cuando nos traen un caballo nuevo, es él quien lo prepara, pero, cuando uno sale rebelde y salvaje, me lo deja a mí. —Retirándose con la mano un mechón de pelo continuó—: Mauled y el abuelo dicen que yo hablo con los animales, y en cierto modo tienen razón. Les miro a los ojos, les hablo con cariño, y al final hacen lo que yo quiero con la ayuda de lord Draco.
—¿Lo dices en serio? —preguntó con una leve sonrisa.
—Totalmente en serio —asintió mirando aquella sonrisa que él se empeñaba en ocultar—. Lord Draco y yo somos un buen equipo.
—Eso me indica que lleváis mucho tiempo juntos.
—Sí —asintió cambiando el gesto—. Mis padres me lo regalaron cuando cumplí seis años. Con él aprendí a montar y…
—¿Y? —Duncan enarcó la ceja al ver que ella cortaba la frase.
—Nada…, nada. —Negó con la cabeza. Recordar era doloroso.
—Angus y Zac comentaron que tus padres habían muerto.
Recordar a sus padres aún le dolía.
—Sí. Hace años. Por eso vinimos a vivir con el abuelo.
—¿Dónde vivías antes? —preguntó intentando ver hasta dónde era capaz ella de contar.
Pero la reacción a esa pregunta fue desmesurada. Se revolvió contra él y, con la cara contraída por el enfado, le dio tal empujón que lo desconcertó. Sin ningún miedo se le encaró como pocos rivales habían osado hacerlo.
—¿Qué queréis saber exactamente? O mejor dicho: ¡ya lo habéis oído! ¿Verdad? —gritó mirándole con rabia.
—No sé de qué estás hablando —mintió al ver el dolor en su mirada—. Sólo intentaba ser amable contigo.
—¡Oh, sí que lo sabéis,
laird
McRae! —gritó haciendo que la sangre de Duncan se espesara—. Yo vivía en una casa muy bonita, pero asfixiante, lejos de aquí, donde los lujos eran parte de mi vida, como no lo son ahora. Pero os diré, señor —prosiguió señalándole con el dedo—, que por muy humilde que sea este hogar, ¡mi hogar!, con los ojos cerrados lo prefiero por muchas razones que nunca nadie llegará a comprender.
Duncan no pudo resistir. Tenerla tan cerca era una tentación. Estaba acostumbrado a que las mujeres se le echaran encima, aunque las rameras con las que él estaba acostumbrado a tratar no tenían ni la suavidad, ni la mirada retadora, ni el aroma de ella. Sin saber por qué, la atrajo hacia él y tomó sus labios vorazmente.
Megan, al sentirse rodeada por aquellos poderosos brazos y ver cómo Duncan tomaba su boca, intentó apartarse. Pero el desconocido deseo que sintió por él hizo que se dejara besar.
Los labios de Duncan eran exigentes y calientes. Su lengua hizo que Megan abriera la boca, donde él entró y exploró sin miedo, percibiendo un sinfín de sensaciones que hasta el momento nunca había experimentado. ¡Era deliciosa!
Tras un intenso beso, el hocico de lord Draco dio en el hombro de la mujer, trayéndola de nuevo a la realidad. Y dándole un empujón con todas sus fuerzas, consiguió desprenderse de su abrazo con la respiración entrecortada y los labios hinchados por aquel apasionado beso.
—Lo siento —se disculpó Duncan con voz ronca, atontado por lo que su cuerpo había sentido al tomar entre sus brazos a aquella mujer. Al abrazarla había notado que ella se refugiaba en él y eso le había provocado una ternura hasta ahora desconocida—. Te pido disculpas, Megan; no pretendía hacerlo. Pero no sé qué me ha pasado.
—No os preocupéis,
laird
McRae —respondió más confundida que él, mientras sus chispeantes ojos negros lo acuchillaban—. ¡Nunca debería haberme fiado de vos, ni de vuestra palabra! Sois El Halcón —gritó haciendo que se sintiera mal—. La idiota he sido yo al pensar que no reclamaríais nada más que una simple charla. Por lo tanto, olvidemos el tema y buenas noches, ¡señor!
Una vez dicho aquello, comenzó a bajar la colina que llevaba hasta su hogar, temblorosa por el beso y por la extraña atracción y seguridad que había sentido con él.
Mientras ella se alejaba, Duncan la observó con su mirada penetrante. Tras verla desaparecer por la arcada de su cabaña, su boca esbozó una pequeña sonrisa y, montando a Dark, le susurró:
—Volvamos al castillo, la fiera ya está en casa.
Durante los días anteriores a la boda, Megan intentó por todos los medios no cruzarse con Duncan. Pero era imposible, parecía que estaba predestinada a verlo en todos lados. Alana, bastante observadora, se fijó en cómo desde que habían llegado aquellos tres guerreros, Niall, Duncan y Lolach, las mujeres del castillo se habían revolucionado. Todas intentaban ser ellas las que calentaran sus camas, e incluso sus primas habían sido vistas tonteando con un par de guerreros McRae.
Gillian, por su parte, y a pesar de discutir en todo momento con Niall, parecía buscarle desesperadamente, y Axel pudo comprobar con sus propios ojos cómo Niall, en cuanto veía aparecer a Gillian, buscaba excusas para desaparecer.
Megan, desde lo ocurrido, procuraba no estar sola en sitios públicos, como el salón o el patio del castillo. Mientras, Duncan comenzaba a enfurecerse cuando la veía huir de él sin darle oportunidad de hablar.
La única que parecía feliz era Shelma, quien sonreía como una tonta a Lolach al encontrarlo en su camino.
El esperado día de la boda había llegado y el castillo bullía en acción. Las cocinas escupían el olor de los
haggis
, plato indispensable en cualquier cocina escocesa, mientras la cocinera partía salmón y sus ayudantes confeccionaban tortas de harina.
Axel, el orgulloso novio, charlaba junto a los hombres en el salón esperando el comienzo de la boda. Mientras, Megan, Gillian y Shelma vestían a una relajada Alana, que notaba más nervios en las demás que en ella misma.
—Estás bellísima, Gillian —comentó Alana.
Su cuñada haría babear a más de uno vestida con aquel precioso vestido azul cielo.
—Por cierto —indicó de nuevo Alana—. ¿Dejarás alguna vez de discutir con Niall y le darás un respiro?
—No creo —respondió sonriendo—. Me saca de quicio con sus palabras soeces y sus comentarios fuera de lugar.
—Pero si el pobre ni te habla —replicó Megan recordando los hirientes comentarios de Gillian hacia él.
—Y tú, ¿dejarás de correr por el castillo huyendo de Duncan? —dijo Gillian a la defensiva—. Te he observado y, cada vez que él aparece, huyes como alma que se lleva el diablo.
—¿Qué estás diciendo? —respondió Megan intentando disimular.
—No disimules, Megan —murmuró Shelma—. Todas hemos visto cómo le miras cuando crees que nadie te ve.
—También la mira él a ella —añadió Alana—. Lo que no entiendo es por qué se enfurece cuando te ve correr.
«No pienso contar nada», pensó Megan.
—Hermanita, ¿tienes algo que contar? —preguntó Shelma.
«La mato».
—¡Cállate, Shelma! —bufó Megan—. Eres la menos indicada para criticar, cuando no haces más que sonreír como una tonta al
laird
McKenna. Ya te he dicho lo que pienso al respecto.
—Y yo a ti —aclaró mirando a su hermana con los brazos en jarras—. ¿Sabes? Eres muy pesada, hermanita, y no creo que por ser amable con un hombre debas decirme que sonrío como una tonta.
—Megan tiene razón —puntualizó Gillian acercándose a ella—. Estás siendo demasiado descarada con Lolach. Deja de sonreírle de esa manera o pensará que lo que quieres es que te tome en cualquier catre como a una de las que se le ofrecen cada noche.
—¡Por todos los santos! —se ofendió Shelma—. ¿Cómo puedes decir eso, cuando tú no haces más que comportarte como una niña caprichosa y arrogante ante Niall? ¡No me extraña que huya de ti!
La guerra verbal entre ellas estaba a punto de explotar.
—Veamos —indicó Alana, divertida—. ¿Qué os pasa a las tres? ¿Tan difícil es admitir entre vosotras que os gustan esos guerreros y que por eso os comportáis así?
La primera en hablar fue Shelma.
—Lo admito. Me gusta Lolach —asintió pestañeando—. Es tan guapo, tan simpático, tan maravilloso, que caería rendida en sus brazos.
—Oh… ¡Qué sorpresa! —se mofó Megan ganándose un empujón de su hermana.
—¡Vale! Lo admito —indicó con un mohín Gillian sentándose encima de la cama—. Siempre me ha gustado ese burro. Desde pequeña, he soñado con que algún día Niall llegara hasta aquí para declararme su amor. Pero, en vez de eso, ha llegado para declararme la guerra.
Al escucharla, Shelma y Megan se miraron y sonrieron.
—Tranquila, Gillian. Comienzo a conocer a los hombres y creo que, si combates bien, la guerra la ganarás tú —sonrió Alana abrazando a su cuñada—. Pero te recomendaría que pensaras las cosas antes de decirlas.
—Eso mismo me recomendó Duncan la otra noche —se le escapó a Megan, que rápidamente se dio cuenta de lo que había dicho.
Las tres mujeres clavaron la vista en ella, y Megan resopló.
—¿Duncan? —preguntó Alana, sorprendida, acercándose a ella.
—¿La otra noche? —carraspeó Shelma.
—¿Cuándo has estado tú con Duncan? —siseó Gillian levantándose de la cama.
—¡Maldita sea mi lengua! —gruñó al mirarlas—. Hace dos noches, mientras paseaba con lord Draco, me encontré con él por casualidad en el bosque. Hablamos y me acompañó un trecho del camino.
—Eso no me lo habías contado —dijo Shelma acercándose a su hermana—. ¿Pasó algo?
La muchacha, rápidamente, negó con la cabeza.
—Megan, ¿por qué te dio ese consejo? —preguntó Alana, que comenzaba a entender la frustración de Duncan cuando ella no le miraba y salía corriendo.
—Le insulté llamándole «gusano» —sonrió tapándose la boca y mirando con guasa a Shelma, que comenzó a carcajearse—, y él me dijo que mi pelo era del color de su caballo.
—¿Llamaste «gusano» al temible Halcón? —murmuró incrédula Alana riendo con ella. Nadie insultaba a El Halcón y vivía para contarlo.
—También le empujé, le chillé y… me besó —susurró desviando sus ojos al suelo.
—¿Te besó? —gritó Gillian llevándose las manos a la cabeza—. ¡Por san Ninian! ¿Te ha besado El Halcón y no nos lo has contado?
En ese momento, se abrió la pesada puerta y ante ellas aparecieron las dos primas de Gillian, las feas y envidiosas Gerta y Landra, dejándolas a todas con la boca sellada.
—Oh…, estás preciosa, Alana —susurró Gerta, ataviada con un vestido oscuro, nada favorecedor—. El vestido es precioso, estás bellísima.
—El vestido lo hizo Megan —explicó Alana tocando la seda.
—¡Bonito vestido! Y tu pelo está precioso —asintió Landra mirando de reojo a Megan, que tenía un cabello espectacular por su densidad y sus rizos negros—. ¿De qué hablabais cuando llegamos?
—De lo nerviosa que estoy —contestó la novia mientras las demás asentían sin mirarse.
De nuevo la puerta se abrió. Era Zac. Buscaba a sus hermanas.
—¿Qué pasa, Zac? —Todavía acalorada por lo contado, Megan se acercó al niño, que las miraba con los ojos muy abiertos.
—¡Qué guapa estás! —silbó al ver a Alana vestida con aquel rico vestido.
—Gracias, jovencito —rio tocándole el pelo con delicadeza.
—Zac, ¿ocurre algo? —preguntó inquieta Shelma.
—Vine a traeros esto —dijo abriendo su manita, donde reposaban los colgantes que días antes habían originado todo el jaleo con los feriantes—. El Halcón me los dio cuando nos llevó a casa y me dijo que los guardara hasta el día de la boda. Pero esta mañana os habéis ido antes de que pudiera hacerlo.
—¡Oh, gracias, Zac! —gritó eufórica Shelma cogiendo uno color azul—. ¡Es precioso!