Read El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo Online

Authors: H. G. Wells

Tags: #Ciencia Ficción, Clásico, Cuento

El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo (4 page)

BOOK: El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo
12.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Recibió otro golpe en la espalda y oyó el rasgarse de la chaqueta, luego la cosa golpeó la cubierta del observatorio. Woodhouse se escurrió como pudo entre el asiento de madera y el ocular del instrumento, y giró el cuerpo de forma que fueran principalmente sus pies los que quedaran expuestos. Con ellos al menos podía dar patadas. Se encontraba todavía en un estado de perplejidad. La extraña bestia andaba dando golpes en la oscuridad, pero en seguida se agarró al telescopio haciendo que se balanceara y que crujiera el engranaje. Una vez aleteó junto a él y Woodhouse dio patadas como loco y sintió un cuerpo suave con los pies. Entonces estaba terriblemente asustado. Tenía que ser algo realmente grande para balancear el telescopio de esa manera. Durante un momento vio la silueta de una cabeza negra contra la luz de las estrellas, con unas orejas muy afiladas y erectas y una cresta entre ellas. Le pareció tan grande como un mastín. Luego empezó a dar gritos lo más alto que pudo pidiendo ayuda.

A los gritos, el animal respondió bajando de nuevo contra él. Al hacerlo, la mano de Woodhouse tocó algo que estaba junto a él en el suelo. Dio una patada y al instante siguiente su pierna era cogida y sujetada por una fila de aplicados dientes. Gritó de nuevo y trató de liberar la pierna dando patadas con la otra. Entonces se dio cuenta de que tenía a mano la botella de agua rota y, cogiéndola rápidamente, forcejeó hasta lograr una postura sedente; después, palpando en la oscuridad en dirección al pie, agarró una oreja aterciopelada, como la de un gato grande. Había cogido la botella rota por el cuello y con ella asestó un tembloroso golpe contra la cabeza de la extraña bestia. Repitió el golpe y luego la empleó como cuchillo lanzando, en la oscuridad, la parte rota del cristal contra el sitio en que juzgó que podía encontrarse la cara.

Los pequeños dientes relajaron su presión e inmediatamente Woodhouse liberó la pierna y dio fuertes patadas. Sintió la nauseabunda sensación del pelaje y el hueso cediendo bajo su bota. El animal lanzó un mordisco desgarrador al brazo y él le golpeó de nuevo en la cara, según creía, y dio contra un pelaje húmedo.

Hubo una pausa. Luego oyó el ruido de garras y el arrastrarse de un cuerpo pesado alejándose de él por el suelo del observatorio. Siguió un silencio roto sólo por su propia respiración sollozante y un ruido como de lamer. Todo estaba negro salvo el paralelogramo de luz de cielo azul con el luminoso polvo de estrellas contra el que se dibujaba ahora la silueta del telescopio. Esperó, al parecer, un tiempo interminable.

¿Iba a volver de nuevo aquella bestia? Buscó cerillas en el bolsillo del pantalón y encontró una que le quedaba. Intentó encenderla, pero el suelo estaba húmedo y chisporroteó y se apagó. Profirió una maldición. No pudo ver dónde estaba situada la puerta. Con el forcejeo había perdido completamente la idea de su posición. La extraña bestia, perturbada por el chisporroteo de la cerilla, comenzó a moverse de nuevo.

—¡Ya es hora! —gritó Woodhouse con un repentino destello de jovialidad, pero la bestia ya no venía a acosarle de nuevo. Pensó que debía de haberla herido con la botella rota. Notó un dolor sordo en el tobillo. Probablemente estaba sangrando. Se preguntó si le sostendría si trataba de ponerse de pie. Fuera, la noche estaba muy serena. No se oía un ruido de nada que se moviera. Los estúpidos durmientes no habían oído aquellas alas aporreando la cúpula, ni sus gritos. No servía de nada gastar energías en gritar. La bestia agitó las alas y él, con un sobresalto, se puso en actitud defensiva. Se dio con el codo contra el asiento, y éste cayó haciendo mucho ruido. Maldijo primero al asiento y después a la oscuridad.

De repente la zona rectangular de luz de las estrellas pareció balancearse de un lado a otro. ¿Iba a desmayarse? No le haría ningún bien. Cerró los puños y apretó los dientes para darse fuerzas. ¿Dónde se había metido la puerta? Se le ocurrió que podía saber su posición por medio de las estrellas visibles con la luz del cielo. La banda de estrellas que veía estaba en Sagitario y en dirección sur-este; la puerta estaba al norte, o ¿era al noroeste? Trató de pensar. Si conseguía abrir la puerta podría huir. Quizás el animal estuviera herido. La incertidumbre era terrible.

Atiende —dijo—, si no vienes tú, iré yo.

Entonces el animal empezó a trepar por el lateral del observatorio y él vio cómo su negra silueta tapaba gradualmente la luz del cielo. ¿Estaba huyendo? Olvidó la puerta y observó cómo se movía y crujía la bóveda. De alguna manera, ya no se sentía ni muy asustado ni excitado. Sentía en su interior una curiosa sensación de hundimiento. La zona de luz, perfectamente delimitada, parecía disminuir cada vez más con la forma negra cruzándola. Era curioso. Comenzó a sentir mucha sed, pero no sentía inclinación por conseguir algo de beber. Parecía como si se deslizara por un larguísimo embudo.

Tuvo una sensación ardiente en la garganta y luego se dio cuenta de que estaba a plena luz del día y que uno de los sirvientes Dyak le miraba con expresión curiosa. Después vio la parte superior del rostro de Taddy al revés. Un tipo divertido, Taddy, ¡ir por ahí de esa manera! Entonces captó mejor la situación y percibió que tenía la cabeza en la rodilla de Taddy, que le estaba dando brandy. A continuación vio el ocular del telescopio, que tenía muchas manchas rojas. Empezó a recordar.

—Has convertido el observatorio en una verdadera maraña —dijo Taddy.

El sirviente Dyak estaba batiendo un huevo en brandy. Woodhouse lo tomó y se incorporó. Sintió una aguda punzada de dolor. Tenía vendado el tobillo y también el brazo y un lado de la cara. Los trozos de cristales rotos manchados de sangre yacían por el suelo, el asiento del telescopio estaba patas arriba, y junto a la pared de enfrente había un charco oscuro. La puerta estaba abierta y vio la cumbre gris de la montaña destacarse contra un brillante trasfondo de cielo azul.

—¡Puaf! —exclamó Woodhouse—. ¿Quién ha estado aquí matando terneros? Sacadme de aquí.

Entonces recordó la bestia y la lucha que había tenido con ella.

—¿Qué era —preguntó a Taddy— esa cosa con la que luché?

—Tú eres el que mejor lo sabe —respondió Taddy—. Pero, de todas formas, no te preocupes por eso ahora. Bebe algo más.

No obstante, Taddy tenía bastante curiosidad y tuvo que soportar una dura lucha entre el deber y la inclinación para mantener a Woodhouse tranquilo hasta que le pusieron decentemente en la cama y hubo dormido con la copiosa dosis de extracto de carne que el consideró aconsejable. Después los dos juntos abordaron el asunto.

—Era —dijo Woodhouse— más parecido a un gran murciélago que a ninguna otra cosa. Tenía orejas pequeñas y afiladas, y un pelaje suave y las alas curtidas. Sus dientes eran pequeños, pero diabólicamente afilados, y su mandíbula no podía ser muy fuerte o de lo contrario me habría destrozado el tobillo.

—Ha estado muy cerca —intervino Taddy.

—Me pareció que golpeaba muy a su gusto con las garras. Eso es prácticamente todo lo que sé de la bestia.

Nuestra conversación fue íntima, por decirlo así, pero sin llegar a la confidencialidad.

—Los sirvientes Dyak hablan de un Gran Colugo, un Klangutang, sea lo que sea. No ataca a menudo al hombre, pero supongo que le puse nervioso. Dicen que hay Gran Colugo, Pequeño Colugo, y algo distinto que suena como zampar. Todos vuelan de noche. Por mi parte sé que por aquí hay zorros y lémures voladores, pero ninguno de ellos es muy grande.

—Hay más bestias en el cielo y en la tierra —dijo Woodhouse, y Taddy gruñó a la cita bíblica—, y más especialmente en los bosques de Borneo, de las que somos capaces de soñar en nuestras filosofías. En general, si la fauna de Borneo va a desparramar ante mí alguna más de sus novedades, preferiría que lo hiciera cuando no estuviera ocupado en el observatorio por la noche y solo.

LOS TRIUNFOS DE UN TAXIDERMISTA

He aquí algunos de los secretos de la taxidermia. Me los contó un taxidermista en estado de euforia, entre el primero y el cuarto whisky, cuando se ha dejado de ser cauteloso y todavía no se está borracho. Estábamos sentados en su guarida, exactamente en la biblioteca, que era a la vez sala de estar y comedor. Una cortina de cuentas la separaba, por lo que al sentido de la vista se refiere, del maloliente rincón donde ejercía su oficio.

Estaba sentado en una hamaca y, con los pies, en los que llevaba puestas, a modo de sandalias, las reliquias sagradas de un par de zapatillas, daba golpecitos a los carbones que no ardían bien o los quitaba de en medio poniéndolos sobre la chimenea, entre la cristalería. Los pantalones, dicho sea de pasada pues no tienen nada que ver con sus triunfos, eran del más horrible amarillo de tela escocesa, de los que hacían cuando nuestros padres llevaban patillas y había miriñaques en el país. Además tenía el pelo negro, la cara rosada y los ojos de un marrón fiero, y su chaqueta consistía fundamentalmente en grasa sobre una base de pana. La pipa tenía una cazoleta de porcelana con las Tres Gracias, y llevaba siempre las gafas torcidas de forma que el ojo izquierdo, pequeño y penetrante, le fulminaba a uno desde su desnudez, mientras que el derecho aparecía oscuro, engrandecido y suave a través del cristal.

Se expresaba en los siguientes términos:

—No hubo jamás un hombre que disecara como yo, Bellows, jamás. He disecado elefantes, he disecado polillas, y todo lo que he disecado parecía mejor y más animado que al natural. He disecado seres humanos, principalmente ornitólogos aficionados, aunque también disequé una vez a un negro. No, no hay ninguna ley que lo prohíba. Lo hice con todos los dedos extendidos y lo utilicé como percha para sombreros, pero ese tonto de Homersby tuvo una pelea con él una noche, ya muy tarde, y lo estropeó. Fue antes de que nacieras. Es muy difícil conseguir pieles, si no haría otro.

»Desagradable? No lo creo. A mi entender, la taxidermia es una prometedora tercera alternativa a la inhumación y a la cremación. La gente podría mantener a su lado a los seres queridos. Chucherías de ese tipo distribuidas por la casa harían tan buena compañía como la mayor parte de la gente, y mucho más barata. Se les podría poner mecanismos para que hicieran cosas. Por supuesto habría que barnizarlos, pero no tendrían que brillar más de lo que mucha gente brilla por naturaleza. La cabeza calva del viejo Manningtree… De todos modos, se podría hablar con ellos sin que interrumpieran. Incluso las tías. La taxidermia tiene un gran futuro por delante, ya lo verás. Están también los fósiles…

De repente se quedó en silencio.

—No, creo que no debería contarte eso —chupó pensativo la pipa—. Gracias, sí. No demasiada agua. Desde luego, se entiende que lo que te cuente ahora no saldrá de aquí. ¿Sabes que he hecho algunos dodos y una gran alca? ¡No! Evidentemente no eres más que un aficionado a la taxidermia. Mi querido amigo, la mitad de las grandes alcas que hay en el mundo son tan auténticas más o menos como el pañuelo de la Verónica, como la Sagrada Túnica de Tréveris. Los hacemos con plumas de somormujo y cosas así. ¡Y también los huevos de la gran alca!

—¡Santo cielo!

—Sí, los hacemos de porcelana fina. Te aseguro que merece la pena. Llegan a valer… uno llegó a trescientas libras justo el otro día. Ése era realmente auténtico, según creo, pero desde luego nunca se está seguro. Es un trabajo muy fino, y posteriormente hay que envejecerlos porque ningún poseedor de estos preciosos huevos comete jamás la temeridad de limpiarlos. Eso es lo bonito del negocio. Incluso cuando sospechan de un huevo no les gusta examinarlo demasiado detenidamente. En el mejor de los casos es un capital tan frágil…

»No sabías que la taxidermia alcanzara semejantes cimas. Pues, amigo mío, las ha alcanzado mayores. Yo he rivalizado con las manos de la mismísima Naturaleza. Una de las grandes alcas auténticas —su voz se convirtió en un susurro— …una de las auténticas, la hice yo. »No. Tienes que estudiar ornitología y descubrirlo por ti mismo. Es más, una agrupación de comerciantes me ha planteado poblar con especímenes uno de los inexplorados islotes rocosos al norte de Islandia. Quizá lo haga… algún día. Pero en estos momentos tengo otra cosita entre manos. ¿Has oído hablar del
Diornis
?

»Es uno de esos grandes pájaros que se han extinguido recientemente en Nueva Zelanda. Comúnmente se les llama
moa
, justo porque están extinguidos: no hay ningún
moa
vivo. ¿Comprendes? Bueno, se conservan huesos, y en algunas marismas han aparecido incluso plumas y fragmentos secos de la piel. Pues bien, yo voy a… bueno, no hay por qué ocultarlo, voy a falsificar un
moa
disecado completo. Conozco a un tipo por ahí que pretenderá haberlo encontrado en una especie de ciénaga antiséptica y dirá que lo disecó inmediatamente porque amenazaba con hacerse pedazos. Las plumas son muy peculiares, pero he logrado un método sencillamente maravilloso de trucar trozos chamuscados de pluma de avestruz. Sí, ése es el nuevo olor que has notado. Sólo pueden descubrir el fraude con un microscopio y difícilmente se molestarán en hacer pedazos un bonito espécimen para eso.

»De esta manera, como ves, aporto mi empujoncito al avance de la ciencia. Pero todo esto es pura imitación de la Naturaleza. En mi carrera profesional he hecho más que eso. La he… vencido.

Quitó los pies de la chimenea y se inclinó confidencialmente hacia mí.

—He creado pájaros —dijo en voz baja—. Pájaros nuevos. Mejoras. Pájaros jamás vistos.

En medio de un silencio impresionante recobró su postura.

—Enriquecer el universo, realmente. Algunos de los pájaros que hice eran clases nuevas de colibríes, y eran animalitos muy bonitos, aunque alguno era simplemente raro. El más raro creo que fue el
Anomalopteryx Jejuna
. Del latín
jejunus —a —um
, vacío, se llamaba así porque realmente no tenía nada, era un pájaro totalmente vacío, salvo el disecado. El viejo Javvers es el que lo tiene ahora, y supongo que está casi tan orgulloso de él como yo mismo. Es una obra maestra, Bellows. Tiene toda la estúpida torpeza de tu pelícano, toda la solemne falta de dignidad de tu loro, toda la desgarbada delgadez de un flamenco con todo el extravagante conflicto cromático de un pato mandarín. ¡Qué pájaro! Lo hice con los esqueletos de una cigüeña y un tucán, y un montón de plumas. Para un verdadero maestro en el arte, querido Bellows, esa clase de taxidermia es puro gozo.

»¿Que cómo se me ocurrió? De manera bastante sencilla, como ocurre con todos los grandes inventos. Uno de esos jóvenes genios que nos escriben
Notas Científicas
en los periódicos se hizo con un folleto alemán sobre los pájaros de Nueva Zelanda, y tradujo parte de él a base de diccionario y de sentido común —con lo poco común que es este sentido—, y se hizo un lío con el
Apteryx
vivo y el
Anomalopteryx
extinto. Hablaba de un pájaro de cinco pies de altura que vivía en las selvas de la Isla del Norte, raro y asustadizo, cuyos ejemplares eran difíciles de obtener, y cosas así. Javvers, que incluso como coleccionista es una persona terriblemente ignorante, leyó esos párrafos y juró que conseguiría el ejemplar a cualquier precio. Acosó a los comerciantes con pesquisas. Eso muestra lo que puede hacer un hombre persistente, el poder de la voluntad. Ahí estaba un coleccionista de pájaros jurando que conseguiría un espécimen de un pájaro que no existía, que nunca había existido, y que a causa de la mismísima vergüenza de su propia y blasfema inelegancia probablemente no existiría en estos momentos de haber podido impedirlo. Y lo consiguió. Lo consiguió.

BOOK: El bacilo robado y otros incidentes - Cuentos del espacio y del tiempo
12.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Jubilee by Patricia Reilly Giff
Rosa by Jonathan Rabb
Dark Moon Walking by R. J. McMillen
Dark Stain by Appel, Benjamin
Forever As One by Jackie Ivie
Made with Love by Tricia Goyer
Immortal Max by Lutricia Clifton