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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

El cerebro supremo de Marte (13 page)

BOOK: El cerebro supremo de Marte
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Según Gor Hajus, a bordo del navío enemigo no habría más que seis hombres y, de estos uno, por lo menos, no podría abandonar las palancas de mando, mientras los restantes manejaban el aparejo de pesca. La ocasión no podía ser más oportuna para invadir la nave.

Hovan Du y yo saltamos, y la fortuna se mostró propicia, aunque el mono consiguió a duras penas agarrarse a uno de los anzuelos gigantes, mientras que mis músculos terrestres me llevaron fácilmente adonde quería. Juntos nos dirigimos rápidamente a la proa de la embarcación y, sin un momento de duda, según teníamos ya convenido, él se encaramó por la banda de estribor y yo por la de babor. Si yo era el más ágil saltarín, Hovan Du me ganaba en escalo, por lo que ya había llegado a la baranda cuando mis ojos estaban aún al nivel del puente; acontecimiento afortunado, pues yo había elegido la banda donde estaba reunida la tripulación de la nave para hacer la maniobra. Si no hubieran vuelto la cabeza, al oír a uno de sus compañeros dar un grito al ver la cara salvaje de Hovan Du aparecer sobre la barandilla, me hubieran despachado con un solo golpe antes de que hubiera logrado poner el pie en el puente. El mono había surgido ante un guerrero toonoliano, que lanzó un grito de sorpresa e intentó sacar su espada; pero el animal no le dio tiempo y, cuando saltó la barandilla, vi cómo el gigantesco antropoide cogía al desgraciado por el correaje y le precipitaba al vacío. En seguida estuvimos los dos en el puente, mientras el resto de la tripulación abandonaba su tarea y corría hacia nosotros. Creo que la vista de la enorme y salvaje bestia les causó un efecto desmoralizador, pues vacilaron y cada cual pareció ceder a su vecino el honor de ser el primero en atacar. Esta vacilación favorecía mis planes, pues de ella dependía el éxito que podía esperarse de los esfuerzos de Gor Hajus y Dar Tarus, cuando la otra embarcación hubiera subido lo suficiente para permitirles llegar hasta donde estábamos nosotros.

Gor Hajus me había dicho que despachara cuanto antes al hombre encargado de la dirección de la nave, pues en cuanto comprendiera que teníamos probabilidades de triunfar, su primer acto sería sabotear la maquinaria, y por eso me dirigí rápidamente a él y le puse fuera de combate. Quedaban ya solamente cuatro, y esperamos a que avanzaran para dar tiempo a que llegaran mis compañeros.

Lentamente se dirigieron a nosotros, y estaban casi a nuestro alcance cuando vi que, por la popa, asomaba la cabeza de Gor Hajus, seguida instantáneamente por la de Dar Tarus.

—¡Mirad! —grité a los enemigos—. Estáis rodeados.

Uno de ellos volvió la cabeza y lanzó una exclamación:

—¡Pero si es Gor Hajus!

Y luego añadió dirigiéndose a mí:

—¿Qué pensáis hacer con nosotros si nos rendimos?

—No tenemos querella pendiente con vosotros —contesté—. Sólo queremos salir de Toonol en paz. No queremos causaros daño.

El guerrero se volvió a sus compañeros y durante unos minutos los cuatro cuchichearon en voz baja. Luego el primero me habló nuevamente.

—Hay pocos toonolianos que no se alegren de servir a Gor Hajus, a quién creíamos muerto hace mucho tiempo; pero entregaros la nave significaría para nosotros la muerte cuando la superioridad se enterara de nuestra derrota. Por otra parte, de continuar la defensa moriríamos probablemente en esta misma nave. Si nos aseguráis que vuestros planes no atentan a la seguridad de Toonol, creo que veo una salida para todos nosotros.

—Resalto que sólo queremos salir de Toonol —contesté—. La empresa que nos guía en nada perjudica a Toonol.

—Bien, ¿y dónde pensáis ir?

—No puedo decírtelo.

—Si aceptas mi proposición puedes confiar en nosotros. Hela aquí: os escoltamos hasta vuestro punto de destino y luego volveremos a Toonol diciendo que os teníamos ya cogidos; pero que después de una lucha en la que perecieron dos de los nuestros, lograsteis escapar aprovechándoos de la oscuridad.

—¿Podemos fiarnos de estos hombres, Gor Hajus?

Mi compañero me aseguró que sí, en vista de lo cual fue aceptada la proposición y nos encontramos volando hacia Funda] en una aeronave del propio Vobis Kan, Jeddak de Toonol.

CAPÍTULO X

Fundal

A la noche siguiente, la tripulación toonoliana hacía trasponer a nuestra nave las murallas de la ciudad de Fundal, siguiendo las instrucciones de Dar Tarus, que era súbdito fundaliano y antiguo guerrero de la guardia de la Jeddara, y había servido en la escuadra fundaliana. Estaba familiarizado con todos los detalles de las defensas de Fundal y su sistema de protección aérea. Sus conocimientos utilísimos nos permitieron aterrizar sin ser vistos, después de lo cual la nave toonoliano se levantó y emprendió su vuelo hacía Toonol con el mismo secreto.

Habíamos descendido en el techo de un edificio bajo, construido dentro de las murallas de la ciudad, en las que se apoyaba. Dar Tarus nos condujo por una rampa inclinada hasta la calle, que en aquel lugar estaba desierta. Era estrecha y obscura, y flanqueada a la izquierda por edificios bajos apoyados en la muralla, y a la derecha por elevadas construcciones, la mayoría de ellas sin ventanas. Dar Tarus nos explicó que había elegido aquel sitio por ser el distrito de los almacenes que, aunque convertido en una colmena durante el día, estaba totalmente desierto durante la noche, pues la completa ausencia del robo en Barsoom hacia superflua la vigilancia.

Por caminos tortuosos nos llevó a una sección de tiendas de segundo orden, donde había hoteles y casas de comidas frecuentados por soldados, obreros y esclavos, entre los que llamamos la atención solamente por la presencia de Hovan Du. Como no habíamos probado bocado desde que salimos del palacio de Mu Tel, nuestra preocupación era encontrar alimento. Gor Hajus había recibido del príncipe dinero suficiente, y así nos dirigimos a una tienda, donde nuestro amigo compró dos o tres kilos de carne de
thoat
para Hovan Du y luego nos encaminamos a una casa de comidas que Dar Tarus conocía. Al principio el dueño se opuso a que penetráramos con Hovan Du, pero después de una discusión muy prolongada nos permitió encerrar al gran mono en una habitación interior, mientras nosotros nos sentábamos a comer. Debo decir que Hovan Du desempeñó muy bien su papel, pues mientras duró la discusión ni el dueño ni ninguno de los presentes sospechó que el cuerpo de aquel animal salvaje estaba regido por un cerebro humano. Sólo cuando comía o luchaba se revelaba la parte simiesca del cerebro de Hovan Du, dominando por completo a la otra mitad; en realidad, esta última no parecía ejercer sobre él mucha influencia, pues siempre estaba taciturno y propenso a la cólera; nunca le vi reír ni apreciar el humorismo de alguna situación. Sin embargo, en cierta ocasión, él mismo me aseguró que la mitad humana de su cerebro le permitía no sólo apreciar, sino hasta disfrutar de los episodios alegres y ocurrencias de nuestra aventura, y de las anécdotas y relatos satíricos y agudos de Gor Hajus; pero su anatomía simiesca no contaba con los músculos que pusieran de manifiesto la expresión de sus reacciones mentales.

Comimos alegremente, aunque las viandas eran bastante inferiores, satisfechos de vernos libres de la curiosidad del vulgo, y de las preguntas del dueño sobre nuestros antecedentes y futuros planes, a las que Dar Tarus contestó del modo más satisfactorio posible. De nuevo nos encontramos en la calle siguiendo a Dar Tarus, que nos conducía a una casa de viajeros. En el camino nos acercamos a un gran edificio de exuberante belleza, en el que entraba y del que salía una continua corriente de público: cuando llegamos a él, Dar Tarus nos pidió que le esperásemos fuera mientras él entraba, diciéndonos que era el templo de Tur, el dios que adora el pueblo de Fundal.

—He estado ausente mucho tiempo y no he tenido ocasión de honrar a mi dios. No os haré esperar mucho. Gor Hajus, ¿quieres prestarme unas monedas de oro?

Gor Hajus sacó silenciosamente, de una de sus bolsas, unas cuantas monedas, y se las entregó a Dar Tarus disimulando una expresión de desdén, pues los toonolianos son ateos.

Quise acompañar a Dar Tarus al templo, lo cual le causó gran alegría, y juntos nos incorporamos al torrente humano que se acercaba al inmenso portal. Dar Tarus me dio dos de las monedas de oro que le prestó Gor Hajus, diciéndome que marchara detrás de él e imitara todas sus acciones. Apenas transpuesto el umbral, vi dos hileras de sacerdotes cubiertos, de pies a cabeza, con una capa de tela blanca. Entre ambas hileras pasaban los fieles al entrar en el templo uno a uno. Ante cada sacerdote había un pedestal, y en él una bandeja llena de dinero. Nos acercamos a uno de ellos y entregamos al religioso una pieza de oro que nos cambió por otras monedas de menor valor, una de las cuales depositamos en otra cajita que había en el pedestal. El sacerdote extendió las manos sobre nuestras cabezas, metió los dedos en un recipiente de agua sucia que tenía al lado, nos frotó con ellos la punta de la nariz, murmuró unas palabras que no comprendí, y se volvió al siguiente en la fila, mientras nosotros penetrábamos en el interior del templo. Nunca he visto un derroche de lujo como el que presencié en el templo de Tur. Una sola columna, de tamaño colosal, interrumpía la inmensa extensión del suelo de piedra y, grabadas sobre ella a intervalos regulares, había muchas estatuas, cada una de las cuales se apoyaba en un pedestal. Había imágenes muy hermosas de hombres y de mujeres, otras de animales y otras de criaturas grotescas y extrañas, la mayoría horribles. La primera a que nos acercamos era una preciosa figura de mujer, alrededor de cuyo pedestal estaban postrados cierto número de hombres y mujeres, que golpeaban siete veces el suelo con la cabeza, luego se levantaban, depositaban una moneda en un receptáculo dispuesto
ad
hoc
y
pasaban a la imagen vecina. Esta representaba un hombre con cuerpo de
siliano,
ante cuyo pedestal había cierto número de fieles arrodillados que repetían. una y otra vez, un ritmo monótono, algo que me sonaba como
bible-bable-blup.

Dar Tarus y yo nos arrodillamos, murmurando aquella letanía durante un minuto, luego nos levantamos, introdujimos una moneda en la caja, y seguimos adelante. Pregunté a Dar Tarus qué significaban aquellas palabras, pero me contestó que lo ignoraba. Insistí en saber si alguien conocía el significado, pero se extrañó mucho, y me dijo que la pregunta era sacrílega y revelaba una total carencia de fe. Ante la imagen contigua, la gente, apoyada en las manos y las rodillas, se arrastraba formando un círculo por delante del pedestal. Siete veces dieron la vuelta los fieles, luego se levantaron, pagaron su óbolo y continuaron sus devociones, revolcándose delante de la figura siguiente y diciendo:
Tur es Tur, Tur esTur, Tur es Tur.

—¿Qué dios era ése? —pregunté en voz baja a Dar Tarus cuando nos separamos de la última imagen, que no tenía cabeza, y cuyos
ojos,
nariz y boca, estaban colocados en el centro del vientre.

—No hay más que un dios —contestó solemnemente Dar Tarus—. Sólo Tur es dios.

—Entonces, ¿era ese Tur?

—¡Calla, desgraciado! —susurró Dar Tarus—. Si te oyen decir tal herejía, serán capaces de destrozarte.

—No he querido causar ofensa a nadie. Ya veo que se trata de uno de vuestros ídolos.

—¡Silencio! Nosotros no adoramos ídolos. No hay más que un dios y ése es Tur.

—Entonces, ¿qué son ésos? —insistí señalando con la cabeza las imágenes ante las que se reunían los miles adoradores.

—No se deben hacer preguntas. Basta con que tengamos fe en la justicia de Tur en todas sus obras. Ven.

Me condujo ante una estatua que representaba una monstruosidad con una boca que la hendía toda la cabeza. Tenía una cola muy larga y pechos de mujer. Alrededor de esta imagen los fieles se mantenían rígidos sobre su cabeza, repitiendo sin cesar
Tur es Tur, Tur es Tur, Tur es Tur.
Durante un tiempo que me pareció interminable, tuve que mantener este ridículo equilibrio, luego pagamos y nos alejamos de allí.

—Tenemos que irnos —dijo Dar Tarus—. Ya he cumplido mis deberes para con Tur.

—He observado que ante esta figura la gente repetía el mismo estribillo:
Tur es Tur...

—¡Oh, no! Decían precisamente lo contrario. Ante la otra rezaban
Tur es Tur
y ante ésta dicen:
Tur es Tur
o sea una expresión completamente opuesta. ¿No ves la gran diferencia?

—A mí me parecen dos frases exactamente iguales.

—Lo cual se debe a que no tienes fe —dijo con tristeza Tarus.

Encontramos a Gor Hajus y Hovan Du esperándonos impacientes en el centro de un inmenso corro de gente, entre la que abundaban guerreros que llevaban las insignias de Xaxa. Jeddara de Fundal. Querían que Hovan Du luciera sus habilidades; pero Dar Tarus les dijo que estaba cansado y de mal humor.

—Mañana, cuando esté descansado, le traeré por las avenidas para que os divierta.

Con dificultad pudimos escabullirnos de la multitud de curiosos, y por una calle extraviada llegamos a la pensión, donde Hovan Du quedó encerrado en una habitación mientras los esclavos nos conducían a los demás a una cámara espaciosa, rodeada por una cornisa elevada sobre el suelo, donde nos acomodamos sobre lechos de pieles y sedas. La cornisa, que sólo se interrumpía en la única puerta de la cámara, estaba ocupada por un considerable número de durmientes. Dos esclavos armados hacían la ronda por el interior del recinto, para proteger a los huéspedes contra los asesinos.

Como era temprano, algunos de aquéllos hablaban entre sí en voz baja, y yo entablé conversación con Dar Tarus sobre su religión, que debo confesar que había despertado mi curiosidad.

—Siempre me han fascinado los misterios de las religiones, Dar Tarus. — ¡Pero si la belleza del culto de Tur estriba en lo contrario! Es una religión sin misterios: sencilla, natural, científica. Todas sus palabras y obras tienen su explicación en las páginas del Turgan, el gran libro que escribió el mismo Tur.

“Tur vive en el sol. Allí, hace cien mil años, creó a Barsoom, le arrojó al espacio, y luego se entretuvo en crear al hombre y a los animales que habían de alimentar al hombre y alimentarse entre sí. Después hizo aparecer el agua y la vegetación, para que el hombre y los animales pudieran vivir. ¿Ves cuán sencillo y científico es todo ello?

Pero fue Gor Hajus quien me explicó la religión de Tur, un día en que Dar Tarus estaba ausente. Según me dijo, los fundalianos sostienen que Tur continúa creando todas las cosas con sus propias manos. Niegan que el hombre tenga el poder de reproducir su especie; dicen a la juventud que esta creencia es vil y sacrílega, ocultan toda evidencia de procreación, y tienen un cuidado exquisito de que jamás trasciendan aun las cosas que ven con sus propios ojos y experimentan en sus propios cuerpos al procrear un hijo.

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