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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

El cerebro supremo de Marte (7 page)

BOOK: El cerebro supremo de Marte
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Ras Thavas me miró durante un minuto y pude ver que temblaba de rabia, pero no levantó la voz al replicar:

—¿Qué más quieres?

—¿Te acuerdas del 4.296-E-2.631-H?

—¿El sujeto que tiene el cuerpo de Xaxa? Sí, me acuerdo. ¿Qué pasa?

—Quiero que se le devuelva su propio cuerpo. Este es el precio que me pagarás por la operación.

Ras Thavas me miró fijamente.

—Es imposible. Lo tiene Xaxa. Aun cuando me atreviera, nunca podría recobrarlo. ¡Empieza la operación!

—Cuando me hayas concedido lo que te pido.

—No puedo prometer un imposible. Pídeme cualquier otra cosa; no me opongo a una demanda razonable.

—Y yo no quiero más que eso; pero no insisto en que rescates tú el cuerpo. Si yo traigo aquí a Xaxa, ¿querrás tú hacer la transferencia?

—Eso traería consigo la guerra entre Toonol y Fundal.

—Me importa muy poco. ¡Pronto, decídete! Dentro de cinco
tais
oprimiré el botón. Si me concedes lo que te pido, tendrás un cuerpo nuevo y hermoso. Si rehusas, quedarás para siempre en la inconsciencia. RasThavas contestó, silabeando las palabras:

—Prometo que, cuando me traigas el cuerpo de Xaxa, trasladaré a ese cuerpo el cerebro que elijas entre todos mis sujetos.

—¡Está bien! —exclamé, apretando el botón.

CAPÍTULO V

Peligro

Ras Thavas despertó convertido en una nueva y espléndida criatura, un joven de tan exquisita belleza que más parecía celestial que humana; pero aquella hermosa cabeza albergaba el cerebro milenario del sabio cirujano. Al abrir los ojos me miró fríamente.

—Has trabajado bien.

—Lo he hecho por amistad, quizás por amor-le repliqué—; de modo que puedes agradecer al sentimiento el éxito de la empresa.

No contestó.

—Y ahora —continué—, espero que cumplirás la promesa que me has hecho.

—Cuando traigas el cuerpo de Xaxa le injertaré el cerebro que quieras; pero, en tu lugar, yo no arriesgaría mi vida en una aventura tan descabellada. ¿Por qué no eliges otro cuerpo, entre los muchos hermosos que tengo, para albergar el cerebro de 4.296-E-2.631-H?

—Tu promesa se refiere sólo al cuerpo que ahora detenta la Jeddara Xaxa.

Se encogió de hombros, y por sus labios encantadores vagó una sonrisa irónica.

—Muy bien; pues dedícate a buscar a Xaxa. ¿Cuándo piensas empezar?

—Todavía no estoy preparado. Ya te avisaré a tiempo.

—¡Pues ahora vete...! Pero espera. Ve primero al despacho y entérate si hay algún caso que no requiera mi atención personal y que puedas desempeñar tú, para ponerte en seguida a la tarea.

Al salir noté en él una ladina sonrisa de satisfacción. ¿A qué obedecía? No me gustó lo más mínimo, y mientras me dirigía al despacho, traté de imaginarme qué podía haber pasado en aquel admirable cerebro, para hacerle sonreír de un modo tan desagradable en aquel preciso momento.

Cuando salí al pasillo, le oí llamar a su esclavo favorito, un gigante llamado Yamdor, cuya lealtad había conquistado con innumerables favores. Tan grande era la influencia del individuo, que una palabra dirigida a él por el amo podía mandar a cualquiera de los subalternos a reposar eternamente en una de las mesas de piedra. Se rumoreaba que Yamdor era el resultado de un experimento antinatural, en que Ras Thavas había combinado el cerebro de una mujer y el cuerpo de un hombre, y muchas de sus acciones y maneras confirmaban esta creencia general. Cuando trabajaba al lado de su amo, era ágil y suave y se movía con gracia, pero su mente era celosa, vengativa e inexorable.

Creo que me detestaba por la autoridad y preponderancia que yo había adquirido en el establecimiento de Ras Thavas, pues no podía dudarse de que yo era el lugarteniente, mientras él no pasaba de esclavo. No obstante, me trataba siempre con el máximo respeto. Pero como al fin y al cabo no era más que una simple ruedecilla de la maquinaria que presidía la mente soberana de Ras Thavas, nunca le había concedido más que una ligera atención, como hice entonces mientras bajaba al despacho del jefe.

Llevaba recorrida una pequeña distancia cuando recordé un asunto bastante importante, para el que precisaba con urgencia instrucciones de Ras Thavas, por lo cual retrocedí volviendo a su laboratorio privado, por cuya puerta abierta oí la nueva voz del cirujano. Siempre había hablado en voz baja, quizás a causa de su sordera; pero ahora que poseía unas cuerdas vocales jóvenes y frescas, sus palabras resonaban claras y distintas en el pasillo que conducía a la habitación.

—Por tanto, Yamdor —estaba diciendo—, vas a elegir inmediatamente dos esclavos de cuya discreción puedas fiarte, y entre los tres destruiremos por completo al sujeto que hay en las habitaciones de Vad Varo, sin dejar vestigios del cuerpo ni del cerebro. En seguida me llevarás los dos esclavos al laboratorio F-30-L, y yo les reduciré al silencio y al olvido por toda la eternidad.

“Vad Varo descubrirá la ausencia del sujeto, y vendrá en seguida a comunicármelo. Tú confesarás que ayudaste a 4.296-E-2.631-H a huir, pero que no tienes idea del sitio donde pueda haber ido. Yo te condenaré a muerte, pero a última hora explicaré que necesito tus servicios y que te perdonaré la vida bajo tu solemne promesa de no volver a delinquir. ¿Has comprendido bien todo el plan?

—Sí —contestó Yamdor.

—Pues marcha y busca a los dos esclavos.

Rápida y silenciosamente, me deslicé por el corredor hasta la primera bifurcación que me permitía esconderme de cualquiera que saliera de las habitaciones de Ras Thavas, y luego me dirigí a la habitación que ocupaba Valla Dia. Abrí la puerta y la llamé.

—Date prisa. No hay tiempo que perder. Al intentar salvarte he atraído sobre ti la destrucción. Hay que buscar en seguida un escondite para ti; luego ya veremos lo que se puede hacer.

Lo primero que se me ocurrió como escondite fueron las bóvedas medio olvidadas en los subterráneos del laboratorio y hacia ellas me dirigí con Valla Dia. En el camino la referí lo que había ocurrido y ella, en vez de reprochármelo, me expresó su gratitud por lo que se empeñaba en llamar amistad desinteresada, e insistió en que prefería morir sabiendo que poseía tal amigo a vivir sola y sin alguien que se interesara por ella.

Llegamos por fin a la bóveda que yo buscaba, L-42-X, en el edificio 4-J-21, donde reposaban los cuerpos del hombre y del mono, cada uno de los cuales poseía la mitad del cerebro del otro. Aquí me vi obligado a dejar a Valla Dia para tener tiempo de llegar al despacho y cumplir lo que me había ordenado Ras Thavas, antes de que Yamdor le llevara la noticia de que había encontrado vacías mis habitaciones.

Sin que me descubrieran, llegué al despacho y, con gran satisfacción, vi que no había casos que esperaran. Luego me dirigí a mis habitaciones adoptando un continente despreocupado, y tarareando, según costumbre que irritaba grandemente a Ras Thavas, estribillos de los más populares en la Tierra cuando la dejé. En esta ocasión era
¡Oh, Frenchy!

En el pasillo me encontré a Yamdor, que venía de la dirección de mi cuarto, acompañado de dos esclavos. Le saludé según tenía por costumbre, y me contestó mirándome con miedo y sospecha. Seguí hasta mis habitaciones, abrí la puerta de la que había ocupado Valla Dia y corrí inmediatamente a las de Ras Thavas, donde lo encontré conversando con Yamdor. Entré en la cámara sin aliento y simulando una gran excitación.

—Ras Thavas —grité—, ¿qué has hecho con 4.296-E-2.601H? Ha desaparecido, y cuando me dirigía a su cuarto me encontré con Yamdor y otros dos esclavos que venían en dirección opuesta.

Me volví al favorito y extendí un índice acusador.

—¡Yamdor! —exclamé—. ¿Qué has hecho con esa mujer?

Ras Thavas y Yamdor expresaron la más completa estupefacción, lo que me convenció de que les había despistado. El cirujano declaró que inmediatamente iba a hacer una investigación ordenando la busca de Valla Dia por toda la isla. Yamdor negó que conociera siquiera a la mujer y, aunque yo estaba convencido de la sinceridad de su protesta, no así Ras Thavas; y pude ver un punto de suspicacia en su mirada al interrogar a su esclavo favorito; pero, naturalmente, no encontraba motivo que justificara tan traicionero acto por parte de Yamdor, como era el rapto de aquella mujer y la consiguiente desobediencia a las órdenes de su amo.

La investigación que ordenó Ras Thavas no dio resultado alguno, y creo que empezó a albergar la sospecha de que yo sabía de la desaparición de Valla Dia más de lo que mi actitud indicaba, pues pronto me dí cuenta de que estaba sometido a un espionaje agradablemente disimulado. Hasta entonces, había conseguido alimentar secretamente a Valla Dia todas las noches después de que Ras Thavas se había retirado pero, de pronto, en una ocasión, tuve el presentimiento subconsciente de que me seguían y, en vez de continuar hasta los subterráneos, volví al despacho, donde añadí algunas notas al informe de un caso que me había tenido ocupado aquel día. De vuelta en mi habitación, tarareé algunos cuplés de
allá arriba
fingiendo una despreocupación que estaba muy lejos de sentir. Desde que salí de mis habitaciones hasta que volví a ellas, estoy seguro de que hubo muchos ojos que acecharon hasta mi menor movimiento. ¿Qué hacer? Valla Dia necesitaba alimento, sin el cual moriría, pero del mismo modo moriría; si al llevárselo me seguían hasta su escondite. No pude dormirme hasta muy tarde, estrujando mi cerebro para encontrar una solución al dilema. No veía más que un camino: burlar el espionaje despistando a los esclavos de Ras Thavas. Con que lo consiguiera una sola vez, podría poner en práctica un plan que se me había ocurrido, y que me parecía el único seguro para lograr la resurrección de Valla Dia en su propio cuerpo. El camino era largo y los riesgos innumerables, pero yo me sentía joven, fuerte y enamorado, y capaz de aceptar la eventualidad, aun arriesgando la vida.

Formulado el plan, permanecí despierto en mi cama de sedas y pieles, esperando que llegara el momento de ponerlo en ejecución. La ventana de mi habitación, situada en el tercer piso, dominaba el recinto amurallado por donde yo había caído en Barsoom. Con la ventana abierta esperé la puesta de Clorus, la luna más lejana; no tardaría en seguirla su inquieta hermana Thuria. Al cabo de cinco
xats
(unos quince minutos), ambas traspusieron el horizonte. Era aproximamente la hora que en la Tierra llamaríamos cuatro menos cuarto y, excepto por la luz de las estrellas, la oscuridad era lo suficientemente profunda para poder realizar lo que yo proyectaba.

Seguramente, en el corredor acechaban los ojos implacables; pedí a Dios que no se movieran de allí, al subir a la ventana sosteniendo una larga cuerda que había fabricado yo mismo con las pieles y sedas de mí lecho, mientras esperaba la desaparición de las dos lunas. Había atado uno de los extremos a la pata de un diván de
sorapus,
que acerqué a la ventana. Comencé el descenso. Como no tenía acostumbrados mis músculos terrestres a tales acrobacias, no quise dar un salto hasta el suelo; claro que me hubieran servido, pero no quise comprometer el éxito de la empresa con alguna innecesaria probabilidad de fracaso. En consecuencia, me deslicé silenciosamente por la cuerda.

No sabía si me espiaban o no; pero no tenía tiempo que perder. Antes de cuatro horas volvería a salir Thuria, casi al mismo tiempo que la repentina aurora barsoomiana, y yo tenía que llegar hasta Valla Dia, convencerla de la necesidad de mi plan, llevarle a cabo con todos sus detalles, y volver a mi habitación antes de que la luz me delatara a cualquier vigilante incidental. Llevaba mis armas e iba decidido a matar al primero que se atravesara en mi camino y me reconociera, por inocentes que fueran sus intenciones hacia mí.

El silencio de la noche solo era turbado por los familiares sonidos lejanos que ya había oído todas las noches transcurridas desde mi llegada; sonidos que yo interpretaba como gritos de fieras salvajes. En cierta ocasión había interrogado a Ras Thavas sobre ellos, pero le sorprendí de mal humor y no me quiso contestar.

Rápidamente llegué al suelo y sin vacilar me dirigí a la entrada más próxima del edificio. No ví ser viviente alguno y, cuando llegué a las bóvedas subterráneas, me convencí de que nadie me había visto. Valla Dia expresó al verme una gran felicidad.

—Temí que te hubiera ocurrido algo —me dijo—, pues sabía que por tu voluntad no permanecerías tanto tiempo ausente.

La comuniqué mi convicción de que me espiaban, y que, en lo sucesivo, no podría volver a traerla alimentos sin exponerme a que la descubrieran, lo cual significaba su muerte segura.

—No hay más que una solución que apenas me atrevo a proponerte. Tienes que permanecer oculta durante mucho tiempo para que se desvanezcan las sospechas de Ras Thavas, pues mientras dure este espionaje no puedo realizar los planes encaminados a conseguir la devolución de tu cuerpo y tu viaje a Duhor.

—Tus deseos son órdenes para mí. Vad Varo.

—Es que lo que voy a proponerte es más duro de lo que te imaginas. — Veamos.

Señalé con el dedo la mesa de operaciones.

—Debes pasar de nuevo por esta prueba para que yo pueda esconderte en la bóveda hasta que llegue el momento de poner en ejecución de mi plan. ¿Te encuentras con fuerzas...?

—¿Por qué no? —me interrumpió sonriendo—. Sólo se trata de dormir. Y aunque fuera el sueño eterno...

Me quedé sorprendido de la tranquilidad con que aceptaba la idea pero, al mismo tiempo, muy satisfecho, pues era lo único que podía hacerse. Sin esperar mi ayuda, ella misma se acomodó en la mesa de piedra.

—Estoy lista, Vad Varo —me dijo—; pero, ante todo, tienes que asegurarme que no te arriesgarás en esta aventura insensata. No puedes triunfar. Si mi resurrección depende del éxito de esa loca empresa, sé que ésta será la última vez que cierre
los ojos
y, sin embargo, soy dichosa, porque veo que me procesas la más grande amistad a que puede aspirar una mujer.

Mientras hablaba, yo había estado ajustando los tubos, y luego permanecí quieto, con el dedo apoyado en el interruptor del motor.

—Adiós, Vad Varo —susurró ella.

—No, Valla Dia. Vas a dormir un sueño dulce, que para ti tendrá una duración infinitesimal. Te parecerá que cierras los ojos y los vuelves a abrir en seguida. Tal como me ves ahora, me veras a tu lado al despertar como si no me hubiera movido de aquí. Y, así como seré para ti la última visión de este momento, seré la primera cuando despiertes al nuevo y hermoso día; pero entonces no me mirarás a través de los ojos de Xaxa, sino desde las límpidas profundidades de los tuyos hermosísimos.

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