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Authors: Maite Carranza

El clan de la loba (11 page)

BOOK: El clan de la loba
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— No —respondió, pero no dejó libre a la niña—. Espera un momento, ahora que me fijo..., has crecido y has engordado mucho.

— Cinco kilos y nueve centímetros... —confirmó Anaíd.

— ¿Y por qué no me lo has dicho?

Anaíd se encogió de hombros.

— Tía Criselda está enfadada porque he aumentado dos tallas.

Criselda lo confirmó. Había refunfuñado cada vez que Anaíd, desolada, le mostraba la ropa inservible. Anaíd era una ruina.

Karen lo celebró.

— Ojalá Selene pudiera verte. Estaba tan preocupada... Pero yo sabía que cualquier día pegabas el estirón.

Anaíd calló.

— ¿No estás contenta? —inquirió Karen extrañada.

— Sí, aunque me siento un poco rara y tropiezo bastante —dijo señalando sus piernas y sus brazos desmañados. Y tampoco entiendo por qué empecé a crecer cuando dejé de tomar la medicina.

Anaíd lo dijo con un cierto reproche en el tono. Y ciertamente se sentía engañada. Cuatro años bebiendo aquel asqueroso brebaje con la fe ciega de conseguir lo imposible y una vez lo dejaba de tomar enfermaba, pero luego... crecía.

Criselda se llevó una mano a la boca asombrada. No había reparado en la coincidencia.

Pero fue Karen quien la asombró más si cabe con su respuesta.

— ¿Qué medicina?

— El jarabe y la poción que Selene me daba. Tía Criselda me los tiró a la basura y tú no estabas para reponerlos —aclaró Anaíd.

— ¿Te refieres a la poción del cabello? —se encalló Karen sin asumir el equívoco.

Criselda estuvo a punto de caer de la silla y cruzó una rápida mirada de entendimiento con Elena. Sus peores suposiciones se confirmaban.

Afortunadamente, Anaíd no estaba atenta y no pudo interferir los gestos que hicieron Criselda y Elena a Karen para hacerla callar.

Anaíd no dio importancia al apuro de Karen y su tía. Estaba preocupada por otro motivo. Había confiado en aquella reunión para plantear el tema que la preocupaba. Compuso su mejor sonrisa y se dirigió a las cuatro brujas:

— Os quería pedir a todas un favor especial.

Las cuatro mujeres se la quedaron mirando. Tía Criselda cogió un bombón para asimilar mejor la sorpresa. ¿Por dónde saldría Anaíd?

— Os pido permiso para adelantar mi iniciación. Tía Criselda me ha enseñado muchas cosas, pero yo querría aprender más rápido.

— ¿Por qué? ¿A qué vienen esas prisas? —se extrañó Karen.

— Quiero encontrar a mi madre.

— ¿Y cómo piensas encontrarla? -continuó Karen con cariño.

Anaíd meditó la respuesta.

— Sé que está viva, lo noto.

— La intuición no basta. A veces te confunde. ¿Qué pruebas tienes?—la interrogó Elena.

— Ahora que tía Criselda me ha enseñado a escuchar, puedo... escucharla.

Hasta tía Criselda quedó desconcertada.

— No me lo habías dicho.

Anaíd calló que no le había dicho ni eso ni muchas otras cosas. Si su tía supiera todos los conjuros que había aprendido y las voces de los animales que era capaz de comprender e imitar, a buen seguro le daba un patatús.

Elena miró a su alrededor.

— ¿Alguien ha escuchado a Selene hasta el momento?

Todas lo negaron. Elena aprobó con un gesto.

— No está mal. Es más de lo que nosotras podemos hacer.

Gaya era sumamente reticente.

— Y supongamos que te concedemos el honor de iniciarte pronto, aumentas tu poder telepático y llegas hasta mi madre. ¿Qué harás entonces?

Anaíd no dudó ni un instante.

— Ayudarla a escapar.

— ¿De las Odish?

— Pues claro.

Gaya chasqueó la lengua.

— ¿Con qué armas?

Anaíd se sintió ofendida, pero no se arredró, sacó su vara de abedul de su bolsillo. ¿Por qué la trataban como a una niña boba? ¿No se daban cuenta de que podía aprender mucho más deprisa de lo que ellas suponían?

Y con altanería, balanceó su vara de abedul una vez, dos, marcó una ese en el espacio vacío y detuvo una mosca en pleno vuelo, la mosca quedó suspendida en el aire hasta que Anaíd marcó con su vara el recorrido inverso que había trazado unos segundos antes. La pobre mosca, aturdida del susto, continuó con su vuelo y Anaíd pudo entender perfectamente su comentario: «Malditas brujas».

Gaya le dirigió una mirada oblicua, Karen y Elena miraron a Criselda y Criselda palideció.

— ¿Cómo lo has aprendido?

Criselda estaba en falso. Ella era la responsable de Anaíd y no podía permitir que su alumna aprendiese conjuros sin su consentimiento.

Pero Anaíd, en lugar de disfrazar su desobediencia hizo alarde de ella:

— Yo sola. Y puedo aprender muchas más cosas.

Criselda titubeó.

— A su debido tiempo.

— ¡No hay tiempo! —protestó Anaíd.

— El tiempo no es cosa tuya —le advirtió Gaya.

— ¿Ah, no? Pues estáis muy equivocadas. Yo soy la única que puede llegar hasta Selene y soy la única que puede ayudarla.

— ¿Tú?

Anaíd se delató. Estaba muy alterada.

—He leído las profecías y he encontrado el libro de Rosebuth. Sé leer en la lengua antigua y Rosebuth considera que sólo el amor verdadero podrá arrancar a la elegida de las Odish. ¿Quién quiere a Selene? ¿Quién daría su vida por Selene como hizo Deméter? Ella lo intentó.

Anaíd, retadoramente, paseó su mirada entre las cuatro mujeres que, a pesar de mantener los ojos en ella, no se manifestaron. Estaban atónitas.

Anaíd se señaló a sí misma.

— ¡Yo soy la única que la quiero de verdad! Vosotras no la queréis, vosotras no la estáis ayudando, ni siquiera la buscáis. ¿Os creéis que no me he dado cuenta?

Elena intervino:

— Basta, Anaíd. Eso no estaba incluido en tu petición.

Criselda hizo un gran esfuerzo para que su voz sonara autoritaria. Anaíd la había desbordado completamente.

— Vete..., vete a dar un paseo y tranquilízate.

Anaíd recogió a Apolo y salió como una tromba de su casa.

Dudó entre irse a pasear al bosque o refugiarse en la cueva. Pero no hizo ni una cosa ni otra. Una agradable sorpresa se cruzó en su camino. La señora Olav en persona al volante de su magnífico 4 x 4 se detuvo a su lado, tocó la bocina, abrió la portezuela del asiento del copiloto y, con una sonrisa encantadora, la invitó a subir a bordo.

Anaíd suspiró aliviada. Era justo lo que necesitaba, una buena amiga, una amiga que la escucharía y le levantaría los ánimos.

Por un momento Anaíd pensó, intuitivamente, que tal voz las cuatro mujeres estuviesen decidiendo su destino y que lo que le convendría sería espiar su conversación. Perola intuición le duró sólo un instante.

Criselda, con manos temblorosas, se sirvió un té bien caliente. Removió lentamente el azucarillo y tras un largo sorbo observó detenidamente el poso de su taza. No hacía falta ser muy ducha en adivinaciones. El futuro le deparaba grandes complicaciones y las com-plicaciones, sus complicaciones, no habían hecho más que comenzar.

Las cuatro mujeres compartían el mismo estado de ánimo de Criselda. Ninguna se de-cidía a hablar. Anaíd había puesto sobre la mesa demasiadas cuestiones candentes V se enfrentaban a un grave dilema.

Anaíd las había acusado de posponer la búsqueda de Selene.

Todas sabían que era cierto.

Criselda, la responsable de las pesquisas, había distraído una y otra vez las conclusiones de sus averiguaciones. No obstante, había llegado el momento. Un momento delicado, puesto que tampoco podían permitir que Anaíd, una niña sin iniciar, les perdiera el respeto y desobedeciese sus órdenes.

Criselda se llevó un bombón a la boca. Elena tomó otro y se decidió a romper el hielo.

— Y bien, Criselda... ¿Tienes algo que decirnos sobre Selene? ¿Qué has averiguado?

Criselda dejó la taza de té sobre la mesilla. Las evidencias se habían ido acumulando, cada vez había más pruebas en contra de la inocencia de Selene, no podía defender lo indefendible por más tiempo. Criselda se puso en pie, no sabía permanecer sentada, y con la cabeza gacha y voz queda, comenzó a hablar.

— Querría equivocarme, me gustaría no haber llegado a las conclusiones a las que he llegado, pero tengo la sospecha de que Selene no ha sido víctima de ningún secuestro.

Todas contuvieron la respiración. Criselda continuó hablando con voz grave.

— Selene no se defendió del supuesto ataque de las Odish. No hubo lucha ni resistencia. Selene no dejó ninguna pista, ningún hilo para que la siguiéramos y rompió inmediatamente cualquier contacto telepático. Selene no profirió ningún conjuro protector de su casa como hizo su madre. Selene destruyó pruebas de sus contactos anteriores con las Odish de los que la tribu tenía conocimiento y ella misma u otra persona regresó a la casa e intentó camuflar su desaparición como una huida por amor.

Todas callaron expectantes. Criselda no se atrevía continuar y, hecha un manojo de nervios, estiró un hilo de lana de su deshilachado jersey.

—Tengo casi, casi la certeza de que Selene abrió la ventana a las Strigas y voló con ellas por propia voluntad.

La confesión sólo pilló desprevenida a Karen.

— ¿Selene, una traidora?

Se hizo el silencio y todas dejaron volar su imaginación a la busca de evidencias. Había muchas, demasiadas. Gaya fue la primera en ponerlas una tras otra en fila.

— ¿No os acordáis de lo discreta y obediente que era Selene cuando vivía Deméter? ¿Y lo imprudente y atrevida que se volvió cuando murió? Está clarísimo. No pudo en-tregarse a las Odish antes porque su madre se lo impidió. La protección que conjuró la matriarca Tsinoulis fue poderosa y perduró hasta un año después de su muerte, pero el conjuro perdía fuerza. Selene lo ignoraba con sus continuas provocaciones. Cada vez que bebía, cada vez que se metía en un lío... ¿Recordáis las discusiones? ¿Recordáis sus des-plantes? Y sus risas cuando la advertíamos... Se burló de nosotras. Ya había pactado con las Odish y únicamente esperaba el momento oportuno para huir con ellas.

Criselda bajó la cabeza avergonzada, no diría nada sobre sus deudas, sobre sus compras desaforadas, sobre la hipoteca de la casa. Quizá Gaya estuviera en lo cierto, pero aún había más, mucho más. Tal vez no haría falta exponerlo todo con tanta crudeza.

Por su parte, Karen, la gran amiga de Selene, se resistía a asimilarlo.

— Es absurdo. De acuerdo que era imprudente y apasionada, algo egoísta también, pero siempre fue una Omar, hija de la jefa de un clan, oficiante de coven, madre de una Omar.

Elena sacó a la luz el aspecto más delicado de la dudosa actuación de Selene.

— Impidió a Anaíd desarrollar sus poderes.

— Querrás decir que no la inició en su debido momento —corrigió Karen.

— No—intervino Criselda con todo el dolor de su corazón—. La medicina que Selene le preparaba era un potente bloqueador. Hasta hoy creía que tú misma se la habías proporcionado por algún motivo.

— ¿Quieres decir que Selene administraba una poción a Anaíd que bloqueaba sus poderes?—Karen, pensando rápidamente, enseguida comenzó a reaccionar y a cambiar su óptica—. ¡Y de ahí su retraso en el crecimiento!

Elena afirmó.

— Desde que dejó de tomar la poción, Anaíd se ha convertido en una verdadera bomba de relojería.

— Ya lo ha sido siempre—puntualizó Gaya, que no podía desvincular a Anaíd de su madre.

Criselda aprovechó para manifestar su preocupación.

— No controla sus poderes, le han surgido demasiado de golpe, necesita ayuda y contención. Igual que su crecimiento aumenta a razón de talla por mes.

Karen, a pesar de aceptar la evidencia, no podía admitir los motivos.

— Pero ¿por qué? ¿Por qué Selene bloqueó los poderes de su propia hija?

La respuesta era tan evidente que Elena no tuvo más que recoger la sugerencia que flotaba en la mente de todas las presentes.

— Para no verse obligada a luchar contra ella.

Karen suspiró.

— Entonces la preservó. Preservó a Anaíd.

Gaya lanzó una carga de profundidad:

— O se preservó ella de su hija.

Elena ordenó las confusas ideas que había ido elaborando durante los últimos días.

— Escuchad. Selene siempre supo que era la elegida. Su madre, la matriarca Tsinoulis, también, y por ello lo mantuvo en secreto y la preparó concienzudamente para su papel de salvadora de las Omar. Pero la naturaleza frágil y apasionada de Selene no pudo resistir las tentaciones de las Odish; sabéis que ofrecen mucho, ofrecen placeres eternos, juventud eterna, riquezas, poder infinito. Todas la conocíais. A diferencia de su madre, Selene era volátil, caprichosa, poco sensata. En su vida hay un episodio oscuro del que evitaban hablar ella y Deméter. Selene estuvo desaparecida durante algún tiempo... Estoy segura de que Selene pactó con las Odish su cetro y urdió su traición hace mucho, mucho tiempo. A lo mejor Criselda sabe más cosas del pasado de Selene.

Criselda se vio obligada a hablar.

— Deméter siempre calló sobre ese tiempo en que Selene desapareció. Pero la hizo sufrir. Sé que Deméter ocultó algo, algo muy desagradable. No puedo daros detalles, mi hermana era orgullosa y no quiso llorar en mi hombro.

Karen se hizo eco del sentir colectivo.

— Eso es muy grave.

— Mucho —ratificó Elena—, y debemos elevar una propuesta a las tribus. Tienen los ojos puestos en nosotras y i-n nuestro informe.

— No sabemos nada de las tribus.

— Ahora que lo dices...

— Eso también comienza a ser preocupante.

— Debe de ser una medida de seguridad.

— O de aislamiento preventivo.

Criselda agradeció que su hermana estuviera muerta. Le ahorraba ese episodio tan doloroso.

— Las pruebas que tenemos, pues, ¿son suficientes para considerar a Selene sospechosa de traición?

Todas afirmaron. Criselda las miró una a una.

— ¿Hay alguna de nosotras que la defienda?

Todas callaron.

— En ese caso, si Selene es la elegida, cosa de la cual también estamos seguras...

— Yo no —se apresuró a objetar Gaya.

Criselda rectificó:

— Todas, excepto Gaya, creemos que Selene, la elegida, ha optado por abandonar la mortalidad de las Ornar y acogerse a la inmortalidad de las Odish. La profecía anuncia que la elegida será tentada y unas u otras perecerán de su mano.

Criselda las miró a todas. Estaban sin aliento.

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