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Authors: Marco Polo

Tags: #Aventuras, Histórico

El libro de Marco Polo (13 page)

BOOK: El libro de Marco Polo
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CAPÍTULO 45
De la provincia de Bangala

Bangala se encuentra al mediodía en la frontera de la India y no la había sojuzgado todavía el Gran Kan cuando yo, Marco, estuve en su corte, si bien había enviado sus ejércitos a conquistarla. Tienen rey por sí y hablan lengua propia. Todos los habitantes de esta región son idólatras. Se alimentan de carne, arroz y leche. Hay allí grandísima abundancia de algodón, del que hacen muchos tratos. Abunda también en espique, galanga, jengibre, azúcar y otras muchas especias aromáticas. Los bueyes igualan en tamaño a los elefantes. En esta provincia se venden a mercaderes muchos esclavos, la mayoría de los cuales se convierten en eunucos, que después son llevados a los barones por diversas provincias.

CAPÍTULO 46
De la provincia de Canziga

Después se halla Canziga al oriente, que tiene igualmente rey propio. El pueblo es idólatra. En esta comarca se encuentra oro en grandísima abundancia y muchas especias, pero se hace de ellas poco trato porque la región está muy apartada del mar. Hay allí muchos elefantes y muy abundante caza de alimañas. Los habitantes de la tierra se sustentan de carne, leche y arroz. Carecen de vides, pero preparan bebidas con arroz, aromas y especias finas. Hombres y mujeres se punzan con agujas la cara, cuello, manos, vientre y piernas, y dibujan allí figuras de leones, dragones y aves de manera muy habilidosa, que se fijan en la piel de suerte que nunca desaparecen. Quien tiene más pinturas es considerado más hermoso.

CAPÍTULO 47
De la provincia de Amu

La provincia de Amu se encuentra al oriente; está sometida al Gran Kan. Sus hombres son idólatras. Tienen lengua propia y grandes rebaños de animales y abundancia de alimentos. Poseen muchos y excelentes caballos, que los mercaderes llevan a la India. Hay allí muchos búfalos y bueyes y vacas en gran cantidad. Los hombres y las mujeres llevan en sus brazos collares o ajorcas de oro y de plata de gran valor.

CAPÍTULO 48
De la provincia de Tholoman

Después de Amu se encuentra a ocho jornadas al oriente la provincia de Tholoman, que está sometida al dominio del Gran Kan. Los habitantes tienen su propia lengua y adoran ídolos. Son allí hermosos los hombres y las mujeres, pero de color moreno. Tiene numerosas ciudades y muchas aldeas, y grandes y ásperas montañas. Sus habitantes son aguerridos en las armas y valerosos. Queman los cadáveres de sus muertos y colocan sus huesos en una caja de madera y los esconden en las cavernas de los montes, para que no los puedan tocar ni hombres ni alimañas. Hay allí oro en gran abundancia, y pagan en vez de moneda con porcelana de la India, de la que se ha dicho más arriba.

CAPÍTULO 49
De la provincia de Cinguy

Después de salir de la provincia de Tholoman se encuentra la provincia de Cinguy al oriente, y se camina a la vera de un río durante XII jornadas. Hay allí ciudades y muchas aldeas. Después se encuentra la grande y noble ciudad de Sinulgu. Esta región está sometida al Gran Kan. Sus habitantes son idólatras. En esta comarca se hacen muy bellos paños de corteza de árbol, con los que se visten en verano. Son hombres muy arrojados y aguerridos. En esta región hay tan gran número de leones que nadie se atreve a dormir de noche fuera de casa, porque los leones comen a todos con los que topan; hasta las naves que van por el río no atracan en la orilla por miedo a los felinos, sino que lo hacen en la mitad de la corriente, ya que los leones se introducen de noche en los barcos fondeados en la ribera y devoran a cuantos encuentran. Aunque los leones de esta región son muy grandes y feroces, sin embargo, los perros son allí tan valientes y tan fuertes que se atreven a atacar a los felinos, pero es menester que vayan dos perros junto con un hombre; en efecto, cuando un varón arrojado atraviesa a caballo la llanura, suele dar muerte a un león si lleva consigo un par de mastines. Cuando la fiera se acerca, inmediatamente los perros con grandes ladridos corren en su alcance, si el hombre los sigue a caballo. Los perros muerden al león en sus cuartos traseros o en la cola, El felino se revuelve al punto contra ellos, pero los perros saben apartarse de él, de modo que no les puede causar daño. Entonces el león reanuda su camino, y de nuevo los perros lo acosan ladrando y mordiéndolo. El ladrido de los canes hace temer al león que acudan otros perros y más hombres, y por ello vaga sin rumbo; y cuando ve un árbol grueso, apoya sus cuartos traseros en el tronco, para que no lo muerdan los perros, y les planta cara. El hombre que va a caballo no cesa de disparar flechas con su arco, de suerte que a menudo sucede que la fiera recibe graves heridas; en efecto, presta tanta atención a los perros que el hombre puede asaetearlo a placer. De esta suerte es posible dar muerte al león. Esta provincia abunda en seda y por el río susodicho se transportan muy grandes mercaderías.

CAPÍTULO 50
De las ciudades de Cantafu, Cianglu y Cianoli

Después de salir de la provincia de Cinguy se encuentran en cuatro jornadas bastantes ciudades y muchas aldeas. Tras esas cuatro jornadas está la ciudad de Cantafu, que pertenece a la provincia de Cathay y se encuentra al mediodía; abunda en seda y se hacen allí muchos paños de oro y de seda y lienzos en grandísima abundancia. Desde esta ciudad se marcha al mediodía durante tres jornadas y se da con la ciudad de Cianglu, muy grande, que también forma parte de la provincia de Cathay, donde se hace sal en cantidad infinita; en efecto, la tierra es allí muy salina, y de ella hacen rimeros sobre los cuales arrojan agua; después recogen el agua que escurre al pie del montículo y, poniéndola en un gran caldero, la hacen hervir al fuego largo tiempo; después cuaja en sal bella y blanca. Más allá de la ciudad de Cianglu se encuentra a cinco jornadas la ciudad de Cianoli, por medio de la cual pasa un gran río por el que bajan numerosas naves con muchas mercaderías.

CAPÍTULO 51
De la ciudad de Candifu y Singuimatu

Más allá de la ciudad de Cianglu se encuentra a seis jornadas al mediodía la gran ciudad de Candifu, que solía tener rey hasta que fue sometida al Gran Kan. Tiene bajo su dominio XII ciudades, en todas las cuales hay huertos y abundan los frutos y la seda. Marchando de nuevo al mediodía está a tres jornadas la noble ciudad de Singuimatu, a la que baña al mediodía un gran río que han partido los habitantes en dos brazos, uno de los cuales se dirige al oriente hacia Mangi, otro al occidente hacia Cathay; por estos ríos pasan naves medianas sin cuento con mercancías infinitas. Avanzando desde Singuimatu al mediodía se encuentran en XVI jornadas ciudades y villas, en las que se hace grandísimo trato de mercaderías. Todos los habitantes de la región son idólatras y la tierra entera está bajo el poder del Gran Kan.

CAPÍTULO 52
Del gran río de Caromoran y de las ciudades de Coiganguy y Cianguy

Al cabo de las XVI jornadas susodichas se topa con el gran río de Caromoran, que fluye de las tierras del llamado Preste Juan. Tiene de anchura un espacio de una milla; su profundidad es tan grande que pasan por él sin tropiezo naves gruesas con su cargazón. Se pescan allí peces en suma abundancia. En este río junto al mar Océano están fondeadas a una jornada XV mil naves, que tiene el Gran Kan aprestadas para llevar, si fuere preciso, sus ejércitos a las islas del mar. Son tan grandes que cada una de ellas transporta XV caballos a una región remota con sus jinetes y los mantenimientos necesarios para los jinetes, sus monturas y la tripulación, que en cualquier nave es de XX hombres. Donde atracan las naves se levantan dos ciudades, una de las cuales, la que es grande, está situada a este lado del río; la otra se halla en la orilla de enfrente. Una se llama Coiganguy, la otra Caiguy. Nada más pasar el río susodicho se abre la entrada a la nobilísima provincia de Mangi; su maravillosa magnificencia será descrita en los capítulos siguientes.

CAPÍTULO 53
De la nobilísima provincia de Mangi, y en primer lugar de la piedad y justicia de su rey

En la gran provincia de Mangi hubo un rey llamado Facfur, muy poderoso y rico; y no se encontraba en su tiempo otro príncipe mayor que él salvo el Gran Kan. Su reino era fortísimo y se consideraba inexpugnable, y nadie osaba atacarlo; en consecuencia, el monarca y su pueblo no hacía ejercicio de armas ni de guerra. Todas las ciudades estaban cercadas de profundas cárcavas llenas de agua, que tenían de anchura cuanto podía alcanzar un tiro de arco. Carecían de caballos, porque no sentían miedo de nadie. Por tanto, el monarca no se dedicaba a más que a vivir placenteramente. En su corte tenía cerca de mil pajes y doncellas. Vivía con honra y amaba la paz, la justicia y la misericordia. En todos sus dominios reinaba maravillosa paz, y nadie se atrevía a ofender a su prójimo, porque el soberano guardaba justicia para todos. A menudo las tiendas de los artesanos quedaban abiertas por la noche, y no había quien osara entrar en ellas ni inferirles daño alguno. Los viandantes iban de noche y de día por todo el reino libremente, sin angustias ni sobresaltos. El rey era piadoso y misericorde con los pobres y cuantos sufrían necesidad y penuria. Todos los años hacía que se recogiesen los niños abandonados por sus madres, obra de XX mil, que mandaba criar de la mejor manera a su costa, pues en aquella región las mujeres pobres dejan a sus propios hijos para que los cojan otros, si no los pueden criar ellas mismas. Los niños que el rey hacía recoger los repartía entre los hombres ricos del reino que carecían de descendencia, para que los adoptasen, y cuando habían crecido, los casaba con doncellas recogidas y proveía a sus necesidades con holgura.

CAPÍTULO 54
De cómo Bayan, príncipe del ejército del Gran Kan Cublay, venció la provincia de Mangi y la sometió a su dominio

En el año del Señor de MCCLXVIII el Gran Kan Cublay subyugó a su poder la provincia de Mangi de la siguiente manera. Envió allí a uno de sus príncipes, llamado Bayan Chinsan, que quiere decir en nuestra lengua «el que tiene cien ojos», porque es lo mismo Bayan que «cien ojos». A éste le confió un gran ejército de jinetes y peones y multitud de naves, para conquistar la provincia de Mangi. Bayan, al llegar a la región susodicha, conminó antes que nada a los habitantes de la primera ciudad, llamada Coyanguy, a obedecer a su rey. Al rechazar éstos su requerimiento, no realizó ningún ataque, sino que avanzó hasta la segunda ciudad, que igualmente rehusó someterse. Entonces se dirigió a la tercera, después a la cuarta y luego a la quinta, recibiendo de todas ellas una respuesta similar; y no temía dejar atrás las ciudades enemigas y continuar su camino hasta otras, ya que su hueste era numerosa y muy aguerrida, tenía consigo a hombres que eran soldados muy arrojados, y el Gran Kan enviaba en pos suyo otro ejército grande y poderoso. A la sexta ciudad la atacó con gran denuedo y la rindió por la fuerza; prosiguiendo así su avance tomó en breve por asalto XII ciudades. Entonces se estremecieron los corazones de los hombres de Mangi, y Bayan se acercó a la inmensa ciudad real de Quinsay y desplegó su ejército ante ella. El rey de Mangi, al oír las proezas y la valentía de los tártaros, quedó muy espantado, y embarcando en un bajel con una gran comitiva se trasladó a una isla inexpugnable, llevando consigo unas mil naves, y dejó la guardia de la ciudad de Quinsay a la reina con una gran hueste. La soberana, comportándose en todo con prudencia, atendía cuidadosamente a la defensa de la tierra con sus barones. Pero cuando se enteró de que el príncipe del ejército de los tártaros se llamaba Bayan Sinsay, es decir, «cien ojos», desfalleció del todo su valor, pues había oído decir a sus astrólogos que la ciudad de Quinsay no podría ser tomada por nadie sino por quien tuviera cien ojos; como parecía imposible que alguien tuviera cien ojos, no temía a ningún príncipe. Así, pues, la reina, conocido el significado de su sobrenombre, entregó la ciudad y su reino sin condiciones al tártaro Bayan. Al oír esta nueva, todas las ciudades acataron las órdenes del Gran Kan salvo la ciudad de Sanfu, que se negó a rendirse durante tres años. La soberana se dirigió a la corte del Gran Kan, que la recibió con máximos honores. El rey Facfur, que había huido a las islas, no quiso partir de allí en toda su vida y en ellas acabó sus días.

CAPÍTULO 55
De la ciudad de Coigarguy

La primera ciudad con la que topan los que entran en la provincia se llama Coigarguy, que es grande, noble y de muchas riquezas. Hay allí un sinfín de naves, pues se encuentra a la orilla del río Caromora. Se hace allí sal en tan gran cantidad que abastece a XL ciudades; de ella el Gran Kan percibe grandes ganancias, así como de las mercancías de la ciudad y del puerto. Todos los habitantes de la provincia y de esta ciudad de Mangi son idólatras, y queman los cadáveres de los muertos.

CAPÍTULO 56
De las ciudades de Panthi y Cain

Al término de una jornada al siroco más allá de la ciudad de Coigarguy se encuentra la grande y noble ciudad de Panthi. Allí se hace muchísimo trato de mercaderías y hay abundancia suma de seda y vituallas. En toda aquella región se paga en moneda de la corte del Gran Kan. El camino que conduce de la ciudad de Coigarguy a esta ciudad está todo él empedrado de hermosas losas, y a su derecha e izquierda hay mucha agua. No existe otra vía de entrada o acceso a la provincia de Mangi salvo esta calzada. Al término de otra jornada está la noble ciudad de Cain, donde hay pescado en gran cantidad. Hay allí también mucha caza de animales y aves. Abundan los faisanes de tal manera, que por el peso de la plata que tiene un veneciano se venden tres faisanes excelentes.

CAPÍTULO 57
De las ciudades de Tinguy y Yanguy

Después se marcha durante una jornada y por el camino se encuentran caseríos y muy buenas labranzas de la tierra; al final de la jornada está la ciudad de Tinguy, que no es grande, pero tiene suma abundancia de vituallas. Hay allí también muy muchas naves: asimismo se encuentra cerca del mar Océano, a tres jornadas, y en aquel trecho hay muchas salinas. En ese territorio de salinas hay una gran ciudad que se llama Tinguy. Después de salir de la ciudad de Tinguy al cierzo se camina durante una jornada por una región bellísima; al cabo de la jornada se encuentra la noble ciudad de Yanguy, bajo cuya jurisdicción se encuentran XXVII ciudades de grandes mercaderías. Yo, Marco, por orden del Gran Kan tuve durante tres años en aquella ciudad el cargo de gobernador.

CAPÍTULO 58
De cómo se tomó con máquinas de guerra la ciudad de Sianfu

Al occidente se encuentra en la provincia de Mangi una región que se llama Nainguy, muy opulenta y hermosa. Allí se hacen muchos paños de oro y seda. Hay también abundancia de grano y de toda suerte de vituallas. Allí se encuentra la ciudad de Sianfu, que tiene bajo su jurisdicción XII ciudades. Esta ciudad se mantuvo tres años en rebeldía, y durante ese término no pudo ser tomada por las tropas de los tártaros cuando conquistaron la provincia de Mangi. El ejército, en efecto, no podía colocarse sino en la parte del aquilón, pues por todos los demás flancos se extendían lagos profundos por los que podían entrar y salir naves en la ciudad, de modo que no podía padecer falta de alimentos. Al oír esta nueva se enojó sobremanera el rey Kan; y aconteció que entonces estaba en su corte micer Nicolás, mi padre, micer Mateo, su hermano, y Yo, Marco, con ellos. Presentándonos, pues, todos a una ante el rey nos ofrecimos a construir máquinas muy buenas con las que tomaría sin remisión la ciudad, ya que no se usaban máquinas en aquellas regiones. Teníamos con nosotros a carpinteros cristianos, que fabricaron tres catapultas excelentes, cada una de las cuales lanzaba piedras de CCC libras; el rey, cargándolas en naves, las envió a su ejército. Cuando fueron asentadas delante de la ciudad de Sianfu, la primera piedra que arrojó la máquina sobre la plaza cayó sobre una casa y destrozó gran parte de la misma. Los tártaros que estaban en el ejército, al verlo, quedaron estupefactos, y los sitiados fueron presa de gran pánico; temerosos de ver destruida tan gran ciudad por las máquinas y de morir ellos mismos a manos de los tártaros o perecer bajo los derrumbamientos de las casas, rindieron de inmediato pleitesía al Gran Kan.

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