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Authors: Jude Watson

El único testigo (9 page)

BOOK: El único testigo
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—Hemos preparado unos aposentos en el consulado fregano para ti —dijo Mace—. Creemos que el senador Crote estará fuera del edificio hasta que se produzca la vista. Pero si nos lo encontramos tenemos que comportarnos como si no supiéramos nada de su relación con los Cobral.

—Entiendo —dijo Lena—. Pero espero que tengas razón en lo de que no va a estar en el edificio.

Mace guió a Lena a su dormitorio temporal, y los Jedi esperaron mientras ella se aseaba rápidamente y se cambiaba de ropa.

Obi-Wan se quedó boquiabierto al verla aparecer de nuevo, unos minutos después. Tenía el pelo recogido en un elaborado moño y un par de pendientes de relucientes piedras preciosas colgaban de sus lóbulos. Llevaba un vestido sencillo de color azul claro que le llegaba hasta los pies. Estaba preciosa, y no aparentaba en absoluto haber pasado una noche larga y horrible.

El grupo salió del consulado y fue directamente hacia el Senado.

Lena se quedó de piedra al entrar en la cámara del Senado.

—¡No tenía ni idea de que la galaxia fuera tan grande! —susurró a Obi-Wan nerviosa.

Obi-Wan sonrió para tranquilizarla.

—No pasa nada —dijo él, también entre susurros—. Recuerda que estás haciendo lo correcto.

Lena estiró los hombros y asintió mientras el grupo se iba acomodando en la gran plataforma flotante. Ella se sentó mientras la plataforma flotaba suavemente hacia la parte central de la cámara gigante. La sesión estaba comenzando, y senadores de toda la galaxia estiraban el cuello para ver quién iba a tomar la palabra en aquella sesión especial.

Tras unos minutos, el murmullo que resonaba en toda la estancia comenzó a apagarse. El Canciller Valorum indicó a Lena que había llegado el momento de que hablara.

Apoyándose en la silla, se puso en pie. Por un momento se quedó en silencio, mientras contemplaba los miles de rostros que a su vez la miraban a ella. Obi-Wan no tenía ni idea de lo que estaría pasando por su cabeza. Había pasado por mucho y había llegado muy lejos. Y ahora su destino estaba en manos extrañas. ¿La creerían? ¿Les importaría?

A Lena no le falló la voz al hablar sobre los Cobral. Cuando relacionó a la familia de criminales con el senador Crote hubo un murmullo en la sala seguido de un respetuoso silencio. Obi-Wan se dio cuenta de que Lena había atraído la atención de todos los asistentes mientras hablaba de delitos, abuso de poder y de la maldad ejercida por los Cobral en Frego. Y después, ella contó su propia historia, incluida la muerte de su marido y su prima. Y, por último, relató el intento del senador Crote de matarlos a todos.

Hubo una conmoción en la cámara y el senador Crote se puso en pie de un salto.

—¡Mientes! —gritó— ¡Yo no he hecho más que el bien a tu planeta!

Pero Obi-Wan se dio cuenta por la expresión del senador de que sabía que la situación se había puesto en su contra cuando Lena presentó las pruebas: no sólo su relación con el matón que la atacó, sino transmisiones que le relacionaban de forma definitiva con la destrucción del
Degarian II
. Su carrera política, por no hablar de su vida como hombre libre, había tocado a su fin.

El recuento de votos duró poco. El senador Crote fue destituido del cargo y los Cobral quedaron bajo orden de arresto para ser juzgados por sus crímenes. Cuando se eligiera un nuevo Gobierno, se nombraría un nuevo senador.

Obi-Wan estaba resplandeciente y muy orgulloso de Lena, de todo lo que había conseguido para su planeta y su pueblo.

Y, gracias a ella, Frego tendría por fin un nuevo comienzo, una oportunidad de empezar una nueva vida.

Capítulo 19

Una pequeña fiesta tuvo lugar en los aposentos de Lena en el consulado fregano. Se habló mucho del éxito de su testimonio y de lo que quedaba por hacer. Unos pocos senadores quedaron tan impresionados con el testimonio de Lena que le sugirieron que presentara su candidatura para el puesto de senadora de Frego.

—No me interesa el puesto —respondió ella—. Volveré a Frego para ayudar en la transición gubernamental, pero después será hora de que empiece una nueva vida en otro planeta.

Le guiñó un ojo a Obi-Wan, y él supo que la política estaba sin duda en el futuro de Lena. Quizá conseguiría un puesto como asistente de algún tipo en Coruscant. Y se dio cuenta de que, si así fuera, quizá podrían verse de vez en cuando...

Después de que el pequeño grupo compartiera un almuerzo de celebración. Lena anunció que quería descansar.

—Han pasado muchas cosas y me gustaría tener un rato para asimilarlo todo. Volveré muy pronto a Frego, y me temo que allí no voy a tener mucho tiempo para descansar...

Qui-Gon asintió. Sabía lo que costaba realizar un cambio de Gobierno.

—Sí, yo también creo que se impone un descanso —dijo—. El Maestro Jedi Mace Windu y yo tenemos cosas que hacer en el Templo, pero volveré enseguida. Obi-Wan puede quedarse aquí contigo, si quieres.

—Es muy amable, pero me gustaría estar sola, si puede ser —respondió Lena suavemente.

Obi-Wan intentó ocultar su decepción y asintió.

—Claro —dijo.

Mientras Mace y Qui-Gon salían rumbo al Templo, Obi-Wan se quedó indeciso tras la puerta de Lena. Quería respetar sus deseos, pero también quería quedarse por allí, en caso de que la chica cambiara de idea. La puerta de la habitación de al lado estaba abierta, y la estancia estaba vacía. Obi-Wan entró y tomó asiento en un cómodo sillón. Desde allí podría oír lo que pasaba en la habitación de Lena.

Obi-Wan acababa de cerrar los ojos cuando escuchó una voz conocida.

—¿Sorprendida de verme, Lena querida? —dijo—. Supongo que sí. Pero yo pensaba que te encantan las sorpresas.

Luego hubo un ruido apagado, como si el intruso estuviera forcejeando con ropa. Después. Obi-Wan oyó a Lena gritar.

Obi-Wan llegó al pasillo en menos de un segundo. Con la mano en su sable láser, pulsó los controles de apertura de la puerta, pero no pasó nada. Estaba bloqueada.

Obi-Wan encendió su sable láser. Tendría que cortarla para entrar, pero cuando la hoja tocó la superficie, algo le dijo que no siguiera.

Se concentró y cerró los ojos. Escuchó un ruidito justo delante de él. Lena estaba a apenas unos centímetros, justo al otro lado de la puerta. No había forma de destruirla sin hacer daño a la chica.

—Tendría que haber hecho esto hace años —continuó la intrusa—. Quizá así podría haber salvado a mi hijo predilecto. Al que quería más. A mi ojito derecho.

Zanita.

—Intenté salvarle, de verdad que sí —dijo la intrusa—, pero en cuanto se supo que iba a traicionar a la familia..., que le habías convencido para que testificara contra su propia sangre, no pude hacer nada. Para mí fue una gran pérdida, sí, pero necesaria.

Lena dejó escapar un sollozo.

—¿Necesaria? —repitió sin poder creerlo—. ¡Pero si era tu propio hijo!

—Lo sé, Lena. Y, de hecho, siempre deseé que fuera una niña. Ya sabes que los chicos y los hombres no son más que tontos manejables. Siempre hay que decirles lo que tienen que hacer, y la mitad de las veces lo hacen mal. Las cosas en Frego eran un desastre hasta que llegué yo. Yo organicé nuestro ejército y conseguí que el Gobierno viera las cosas como nosotros. Todo iba perfectamente hasta que llegaste tú. Tú me robaste el corazón de mi Rutin y manipulaste su opinión.

—Rutin sabía opinar por sí solo —dijo Lena en voz baja.

Escaneando la pared, Obi-Wan intentó recordar la posición de todo lo que había en la habitación. Tenía las manos empapadas de sudor, y el corazón se le salía del pecho. No le quedaba mucho tiempo para actuar y apenas tenía margen de error.

Zanita actuaba como si no escuchara a su nuera.

—Y ahora, por tu culpa, es probable que también pierda a mis otros dos hijos —prosiguió—. Pero es obvio que no voy a permitir que eso pase.

Obi-Wan escuchó un horrible clic. Tenía que actuar. Sólo esperaba que ya no fuera demasiado tarde. Alzó el sable láser y lo hundió en la pared.

—¿Quieres que te deje un momento para peinarte, querida? —preguntó Zanita—. Quizá veas a Rutin en breves momentos.

Obi-Wan cortó la pared a una velocidad impresionante y entró justo a tiempo para ver a Lena cayendo al suelo a unos metros de distancia. Se desplomó con todo su peso y se quedó completamente inmóvil.

Todavía con la pistola láser en la mano, Zanita empuñó el arma en dirección al pecho de su nuera. No parecía haberse percatado de la presencia de Obi-Wan.

Obi-Wan dejó de mirar a Lena para centrarse en Zanita y avanzó hacia ella. Ella se dio la vuelta de repente, apuntando con su láser hacia el Jedi.

—Ah, un Jedi —dijo—. Era de esperar.

Disparó varias veces. A Obi-Wan le sorprendió su increíble puntería, y tuvo que esquivar y saltar para evitar que le dieran dos de los proyectiles, y al mismo tiempo rechazó otros tres con el sable láser.

Dando un paso adelante, sintió que uno de los disparos le rozaba la túnica. Giró y se impulsó, y de un salto aterrizó junto a Zanita, quitándole el arma. Ella se abalanzó hacia Lena. Sus hombros se estremecieron violentamente cuando comenzó a sollozar.

La verdadera líder de los Cobral había sido derrotada y probablemente se había acordado del tiempo que iba a pasar en prisión.

Obi-Wan desactivó el sable láser y volvió a ponérselo en el cinto. Tenía un pequeño agujero en la túnica, en la parte que había rozado el láser. Lo tocó con el dedo, agradecido de no haber sufrido daño alguno. No como Lena...

De repente, Obi-Wan escuchó un ruido a sus espaldas.

—¡Obi-Wan, cuidado! —gritó alguien. Era Qui-Gon.

Por una décima de segundo, Obi-Wan no supo dónde mirar. Luego vio el brillo de un arma en la mano de Zanita. Era una vibrocuchilla.

Antes de que Obi-Wan pudiera desarmarla. Zanita se había clavado la reluciente hoja en el pecho.

Un momento después, cayó muerta al suelo junto a Lena.

Capítulo 20

Qui-Gon alzó la mirada desde su catre en su dormitorio del Templo Jedi y vio a su padawan de pie en la puerta.

—Pensé que quizá querrías venir conmigo a ver a Lena —le explicó.

Obi-Wan arrastró los pies, inquieto, y Qui-Gon se acordó del chico que adoptó como aprendiz hacía más de cuatro años. Impaciente y cabezota, pero también inseguro. Habían pasado por mucho desde entonces. Pero en ese momento, Qui-Gon era muy consciente de que el joven Jedi seguía necesitando su cariño y su aprobación. Qui-Gon no podía culparle por ello, incluso se sentía agradecido. Muy pronto, Obi-Wan sería un Caballero Jedi por derecho propio, y ya no le necesitaría, pero, de momento, seguía siendo un niño.

Las cosas entre ellos no habían ido muy bien últimamente, pensó Qui-Gon. Sintió una punzada de culpabilidad. No sabía por qué le costaba tanto confiar en el chico en cuanto a sus sentimientos. Simplemente era así, como muchas otras cosas.

—Sí, me gustaría —dijo Qui-Gon, poniéndose en pie—. ¿Qué tal está?

—Se dio un golpe muy fuerte en la cabeza al caer —respondió Obi-Wan—. Pero se recupera bien y le van a dar el alta esta tarde. Quiere volver a Frego pasado mañana.

Qui-Gon apuró el paso para alcanzar a Obi-Wan mientras bajaban por el pasillo.

—Las heridas físicas se curan pronto —dijo el Maestro—. Las emocionales requieren más tiempo.

Se quedó callado mientras avanzaban por el pasillo. Luego habló:

—Cuando Tahl murió, la herida era tan grande y tan profunda que estaba seguro de que no iba a sobrevivir. No podía seguir así. Y en mi dolor me cegué ante los demás... ante los que también querían a Tahl y lloraban por ella.

—Yo también lo pasé mal —dijo Obi-Wan—, pero sabía que mi dolor era mucho menor que el tuyo, que jamás lo igualaría. No sabía cómo ayudarte. Estaba perdido.

De repente, Qui-Gon se detuvo y miró frente a frente a su padawan.

—Soy yo el que estaba perdido, padawan. Tú fuiste generoso y paciente conmigo. Y yo necesitaba esa paciencia. Sigo portando la herida que sufrí cuando perdí a Tahl. Y ahí estará hasta el fin de mis días.

Obi-Wan asintió solemne.

—Lo sé —dijo en voz baja.

Qui-Gon puso las manos en los hombros de Obi-Wan.

—Te doy las gracias por tu esfuerzo para ayudarme a soportar el dolor. Durante mucho tiempo no me he sentido preparado para oír tus palabras, pero, aun así, tú me las decías. Gracias a ti me he vuelto a encontrar a mí mismo... he encontrado la forma de continuar. Tus palabras... Tú eres mi consuelo. Gracias.

Obi-Wan respiró profundamente y sonrió.

—De nada —dijo.

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