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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (39 page)

BOOK: Fuego mágico
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—¿Estás diciendo que de nuevo la guerra vendrá al valle porque aquí está la fuente del fuego mágico? —preguntó lady Shaerl.

—Sí —respondió Elminster—, y debemos estar preparados. ¡Armados y alertas! Debemos defender a Shandril con nuestras espadas y utilizar el arte que conocemos para defenderla de los numerosos magos que vendrán en busca de su fuego mágico. Ella no podrá estar en todas partes para combatirlos a todos, aunque fuese la más encarnizada destructora del mundo. Debemos dirigir también nuestros conjuros a Shandril, para alimentar su fuego mágico; Narm es quien mejor hace esto. Me temo que se avecinan días de sangre.

Mourngrym les habló entonces desafiantemente; levantándose para mirar a todos los presentes, dijo:

—No es justo, poderosos y experimentados aventureros, arrastrar a estos jóvenes a una batalla que casi con toda seguridad significará su muerte, utilizarlos como armas contra aquellos que vengan hasta aquí.

—Están ya inmersos en esa batalla, tan cierto como que respiramos —dijo con severidad Elminster—. Ya una vez los eximimos de ella, del mismo modo en que un caballero arrastra a un exhausto camarada fuera de la reyerta durante un rato para que recobre el aliento, alivie su dolor y vuelva a ella de nuevo. Es el precio de ese conflicto llamado aventura. Y no me digas que ellos no son aventureros. Uno anduvo de correrías con una experimentada compañía, mientras el otro regresaba a Myth Drannor por su propia voluntad, solo y desarmado, a «probar fortuna» tras la muerte de su maestro a manos de los demonios. No pretendemos, señor, «utilizarlos como armas», sino intentar que conozcan plenamente sus poderes.

El viejo mago paseó su mirada por todos los caballeros y añadió:

—¿Por qué invitamos a un peligro semejante? ¿Por qué vemos a una joven doncella convertirse en una amenaza para nuestros propios poderes? ¿Por qué alimentamos su fuerza y la de su compañero, convirtiéndolos así en una amenaza todavía mayor? Porque... porque, después de todos estos años, todavía nos sentimos bien ayudando a alguien a acometer una empresa justa. Esta primera lucha es una parte de ello y no podemos evitarla. Cuando haya terminado, es nuestro deber dejarlos marchar a donde deseen, sin coaccionarlos ni tomar decisiones por ellos.

Una gran botella verde de cristal que había sobre la mesa, llena de vino y todavía sin abrir, como muchas de sus compañeras, comenzó de pronto a cambiar de forma. Mientras todos observaban atónitos, creció hasta convertirse en Simbul arrodillada sobre la mesa con ojos orgullosos y solitarios. La reina-bruja saludó con la cabeza a Narm y a Shandril y luego miró a Elminster.

—¿Vas a dejar a estos dos caminar por ahí en completa libertad? —preguntó—. ¿Es eso cierto?

El archimago asintió.

—Sí. Lo haré. Todos nosotros lo haremos.

—Entonces os doy mi bendición —añadió con suavidad y, transformándose en un pájaro, desapareció ágilmente por la chimenea.

Los caballeros se relajaron visiblemente.

—Supongo que un día terminaré acostumbrándome a esto —dijo Torm—. Anciano mago, ¿puedes adivinar por tu arte cuándo ella está cerca?

Elminster sacudió la cabeza:

—No, a menos que utilice su propio arte. Su capa mágica es tan buena como la de cualquier mago superior, es decir, casi perfecta.

—¿Como la tuya, quizás? —insistió Torm.

Elminster hizo una amplia sonrisa y, de repente, ya no estaba allí. Su asiento estaba vacío, y sin el menor resplandor ni sonido. Sólo el suave olor del humo de su pipa flotaba en el aire diciendo que había estado allí. Jhessail suspiró y lanzó un sortilegio para detectar magia. Miró con atención a todas partes y, después, sacudió la cabeza.

—Tenue magia, por todas partes —dijo—, y las cosas encantadas que nosotros llevamos. Pero, del mago, nada.

—¿Lo ves? —dijo Elminster apareciendo detrás de su hombro y dándole un rápido beso en la mejilla—. No es tan fácil como podría parecer, pero funciona.

—Vaya, no daría yo nada por aprender ese truco... —dijo Torm encantado.

—Mucho te costará —respondió Elminster—. Pero, basta ya de trucos. Dad gracias, todos vosotros, a que Simbul favorece nuestros deseos en este asunto. De no ser así, tendría que emplear todo mi tiempo en frustrar sus intentos, y mi arte estaría perdido para vosotros. ¿Quién sabe todavía lo que los enemigos son capaces de arrostrar en un asunto como éste? Es muy posible que me necesitéis.

—Nosotros siempre te necesitamos, mago —respondió Mourngrym con un centelleo en sus ojos—. ¿Hay alguien más que desee hablar de esto? Narm y Shandril, no es necesario que habléis si no queréis ni tampoco estáis obligados a responder a pregunta ninguna que se os haga.

Hubo un breve silencio.

—Yo quisiera hablar, Señor del Valle —dijo Storm Mano de Plata con un tono suave. Se levantó, con su pelo plateado columpiándose levemente en torno al oscuro cuero que cubría sus hombros, y mirando a Narm y Shandril dijo—: Nosotros los Arpistas estamos interesados en vosotros. Pensad si os gustaría seguir nuestro camino.

Todas las cejas se elevaron en silencio alrededor de la mesa. Rathan miró a todo el mundo y después vociferó:

—¿Ha terminado ya toda la verborrea protocolaria, entonces? ¿Podemos divertirnos ahora y dejar a los otros que vuelvan a entrar, señor?

Mourngrym sonrió de oreja a oreja:

—Creo que has dado en el corazón del jabalí, escogido de Tymora. ¡Abrid las puertas! ¡Celebremos un banquete! ¡Elminster, no te vayas ahora, te lo ruego!

El mago ya se había levantado:

—Yo soy viejo para todo el parloteo y el coqueteo que tienen lugar en tus fiestas. Me paso el rato mirando a todas las muchachas bonitas y sólo veo en ellas los rostros de aquellas que conocí en otras fiestas hace mucho tiempo, en ciudades que ahora son sólo polvo...; con sinceridad, Mourngrym, ya no es divertido. Además, tengo trabajo que hacer. Mi arte no está nunca quieto, y son muchas las cosas que se revelan bajo los ojos de Selune y no sólo la cuestión del fuego mágico, ¿sabes? Que lo paséis bien todos —y, alejándose a grandes pasos, se agachó delante del fuego. Entonces, Elminster se convirtió en una gran águila de plumas grises y desapareció por la chimenea tal como había hecho Sumbul.

—Fanfarrón... —dijo con cariño Jhessail viéndolo marchar.

Shandril miraba a Rathan, con una botella en cada mano, mientras se inclinaba sobre la mesa para hablar con Jhessail. Su tutora inclinó con amabilidad la cabeza, haciendo que su pelo casi cayera dentro de una fuente de champiñones rellenos de queso.

—Señora —dijo Shandril en voz baja—. ¿Por...?

—¡Llámame Jhess! —respondió la maga con tono enérgico—. ¡Todo eso de «señora» hace que crea que hay alguna noble matrona dentro de mí, desaprobando cada movimiento que hago!

—Está bien, Jhess, perdona. ¿Por qué bebe tanto Rathan? Nunca parece emborracharse, o al menos yo no lo he visto, pero...

—Pero bebe como una esponja, ¿no? —convino Jhessail—. Sí..., debes saberlo. Por esa razón nuestro compañero Doust Sulwood cedió su señorío del valle.

—¿Qué..., la bebida de Rathan?

—No, no... Quiero decir, ambos se enfrentaban con el mismo problema. Un buen sacerdote de Tymora debe correr riesgos de continuo... Son gente temeraria a los ojos de la mayoría. Adorar fielmente a Tymora y confiar en la Dama Fortuna puede ser un problema si uno es al mismo tiempo sensible a lo que su temeridad hace a otros, o es por naturaleza cauto y considerado. Confiar en la suerte, por un lado, y contemplar las consecuencias de las propias acciones o velar por la seguridad y la tranquilidad de la rutina y la prudencia por otro son dos cosas que no encajan bien entre sí, ¿comprendes?

—Sí —asintió Shandril—. Pero ¿qué...?

—Ah, sí. Doust, como señor de este valle, tenía que tomar decisiones que afectaban las vidas de la gente que vivía en él. Es decir, que su deber era preocuparse por su seguridad. Pero no era posible hacer esto y servir a la Dama Fortuna al mismo tiempo con eficacia. Por fin, su vocación se reveló más fuerte y renunció a su cargo antes que gobernar de un modo deficiente. Ya quisiera yo que fuesen muchos más los que, viviendo dentro de sí mismos esa lucha entre oficio y creencia, reconocen su dilema y adoptan oportunamente la decisión adecuada.

Jhessail miró con afecto a Merith desde el otro lado de la estancia:

—Como también mi esposo ha hecho... Pero ésa es otra historia —y volvió su mirada hacia Rathan—. En cuanto a ese bufón, su bufonería no es más que pura representación. Es muy sensible y romántico, y de lágrima floja. Pero lo esconde, y combate las pullas de su mejor amigo, Torm, con su número de «borrachín».

»Bebe porque es sensible y prudente... y sabe que debe favorecer más a la suerte y vivir en peligro. Para hacer eso, se endurece con la bebida. Y como no quiere convertirse en un borracho de capa caída, come como un lobo hambriento. Eso lo hace engordar, como bien puedes ver, y a su vez lo capacita para absorber más bebida sin tambalearse por ahí y echar a perder sus bufonadas. No creas que es un borracho, Shandril; no lo es. Ni tampoco es un lujurioso o un tramposo, sino un verdadero sirviente de Tymora. Yo me siento orgullosa de cabalgar con él.

—Me has dado unos nuevos ojos para verlo, señora —dijo Shandril mirando pensativamente a Rathan, que se deshacía en risas ante una broma de Storm.

—Jhess, ¿recuerdas? —dijo con dulzura la maga—. Si quieres que te dé un consejo, has de saber que lo más valioso que he aprendido de Elminster en todos estos años es a mirar las cosas, y también a las personas, por extrañas que puedan parecer, desde todos los ángulos posibles.

»No te olvides de actuar como debes, pero intenta pensar mientras actúas. Verás cosas mientras los demás actúan, así como el modo en que sueles pensar. Si caminas con los Arpistas —añadió señalando con la cabeza hacia Storm—, ellos te dirán lo mismo disfrazado con palabras más grandiosas.

La sala se iba llenando en torno a ellas a medida que se congregaba allí la buena gente del Valle de las Sombras junto con el personal y los guardias de la torre. Todo eran risas y charla. Narm se unió a Shandril en medio del tumulto y la besó.

—Parecen festejar siempre de muy buena gana aquí, diría yo —dijo Shandril.

—Así es —asintió Narm—. Puedo jurar que algunos de los guardias tenían resaca esta mañana.

—Sin duda —les dijo Jhessail—. Beben, aman, ríen y comen como si se acabara el mundo mañana. Y es que la muerte pende sobre ellos.

—¿Cómo? —preguntó Narm sobrecogido.

—El castillo de Zhentil nos amenaza diariamente... Sus ejércitos podrían caer sobre nosotros cualquier día. En colinas lejanas hay un nuevo gobernante cuyas intenciones desconocemos, y los demonios acechan en Myth Drannor, por un lado, y en el Valle de la Daga por otro. Ahora estáis aquí y ellos saben que poderosos enemigos pueden atacar en cualquier momento, con el fin de capturaros o mataros. Algunos consideran su deber el defenderos; otros sólo temen ser atrapados por la gran fuerza cuando sea liberada. Te temen también a ti, Shandril, y no poco. En la cantina de La Vieja Calavera se habla a menudo, y con vividez, de la escena del fuego mágico en la colina.

Los dos jóvenes la miraron sorprendidos.

—Debemos irnos —susurró Shandril.

Jhessail la cogió de la manga y sonrió.

—¡No! Quedaos aquí. La gente del valle os acepta, y luchará por vosotros como lo haría por cualquier invitado a su hogar, paisano o extranjero.

»¿Quién puede seguir el camino de la aventura, o siquiera ser fuerte en estos reinos, sin hallar enemigos en todas partes, a menudo más de cuantos parece que uno puede manejar? Vosotros sois bienvenidos, de verdad. Además, decepcionaríais a Elminster si huyeseis ahora. él no ha terminado todavía con vosotros. Pero... ¡estoy moviendo la lengua más que el propio mago! ¡Vamos, bailemos, vosotros dos, Merith y yo!

—Pero... yo...

—Nunca hemos aprendido...

—No importa... Merith nos enseñará a todos una danza de la Corte élfica. Los tres seremos aprendices por igual. ¡Probad y podréis rendir cortesía a cualquier elfo que conozcáis! ¡Venid!

Y la hermosa maga de largo cabello tiró de ellos hasta un espacio abierto y lanzó una llamada semejante al trino de un pájaro. De inmediato, Merith levantó la mirada y, excusándose con sonrisas ante dos granjeras gordas, fue a unirse a ellos.

—¡Storm! —voceó el elfo—. ¿Quieres tocar el arpa para nosotros?

La barda asintió con la cabeza y sonrió, y cogió el arpa. ésta estaba hecha de madera de palo negro con incrustaciones de plata y colgaba de la pared del salón entre viejos escudos partidos y medio oxidados pertenecientes a nobles del Valle de las Sombras muertos hacía mucho tiempo.

Mientras Jhessail contaba a la pareja que el arpa había sido un regalo de los elfos de Myth Drannor, Merith apareció entre ellos.

—¿Querrás bailar, amor mío? —preguntó con dulzura.

—Desde luego... una de las más suaves melodías, mi señor, una que puedan seguir unos pies humanos. Narm y Shandril, y tú y yo... ¿podemos?

Merith inclinó la cabeza.

—Por supuesto —dijo, mientras Storm se les unía—. ¿Qué dices de la danza que antiguamente solíamos bailar en las orillas del Ashaba? Storm, tú conoces la melodía.

Era tarde, o más bien muy temprano. Felizmente soñolientos y con los pies cansados, los jaraneros observaban las estrellas brillando en el oscuro cielo desde cada ventana a medida que subían juntos las escaleras.

—Los elfos deben de ser más fuertes de lo que pensaba —murmuró Narm mientras ascendían el último tramo hasta el piso donde estaba su dormitorio. La Torre Torcida estaba silenciosa en torno a ellos. Mucho más abajo, la fiesta continuaba con el mismo entusiasmo, pero ningún sonido llegaba hasta ellos. Los guardias se erguían silenciosos en sus puestos.

Al llegar al final de las escaleras, Shandril se quitó los zapatos y apoyó sus doloridos pies sobre la fría piedra. La helada sensación en su carne desnuda la sacó un poco de su adormecimiento. Entonces se soltó del brazo de Narm y, entre risas, corrió con ligereza hacia adelante. Con gesto cansado, él sonrió, sacudió la cabeza y corrió tras ella. Ambos corrían cuando el golpe cayó.

Shandril oyó un ruido sordo detrás de ella, como si algo pesado y hecho de cuero se hubiese desplomado. A continuación oyó unos golpes y un ruido de cuerpos que se revuelven, como si alguien hubiese caído al suelo.

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