—Jochi vendrá con nostros —dijo Temujin—. Tiene edad suficiente para marchar con los caballos de recambio, en la retaguardia. El resto de vosotros os quedaréis aquí a proteger a vuestra madre.
Jochi lanzó una mirada triunfal a Chagadai. Todos ellos marcharían a la guerra dentro de poco; Bortai sintió una punzada de dolor.
—A nuestros pies veo las cabezas de los tártaros y oigo el llanto de sus mujeres —dijo el chamán—. Mi hermano tendrá su victoria.
Quince días después de que el ejército marchase a guerrear con los tártaros, un viejo llegó galopando al campamento de Hoelun con un mensaje. Los primos Jurkin del Kan se habían negado a unirse a la campaña; ahora, en ausencia de todos los guerreros, habían atacado un campamento, matando a diez hombres.
Seche Beiki y Taichu habían decidido finalmente romper con su hijo, después de años de discusiones y protestas. Temujin había sido paciente, y ésta era su recompensa.
Había que avisar a otros campamentos. Hoelun envió a cinco muchachos con el mensaje de que todos se mantuviesen alerta. Los jefes Jurkin seguramente esperaban que Temujin fuera derrotado para de ese modo apropiarse del Kanato.
Doce días después de que el viejo mensajero se hubo marchado, una de las criadas de Hoelun la llamó desde fuera.
—Guchu ha regresado —gritó la mujer.
Hoelun salió corriendo de la tienda. Su hijo adoptivo estaba entre las hogueras hablando con los muchachos que montaban guardia. Otros dos soldados, uno de ellos en compañía de un joven al que Hoelun no conocía, se hallaban junto a Guchu, quien los dejó con los caballos y corrió hacia la mujer.
—Madre —gritó—. ¡Hemos logrado una victoria!—La abrazó, apretándola contra su coraza de cuero—. Pedí ser mensajero, pues quería ser el primero en decírtelo.
Hoelun condujo a Guchu hasta la tienda.
—Confío en que tú y Kukuchu os hayáis comportado con dignidad.
Una criada ayudó al joven a quitarse la coraza; él cayó sobre un cojín.
—Megujin, el jefe tártaro, huyó hacia el bosque. Él y sus hombres levantaron una empalizada con abetos y pinos, pero Temujin no iba a dejar que escapase. Condujo el ataque personalmente, y ninguno de esos tártaros quedó con vida.
La criada entregó un jarro a Guchu; el joven roció unas pocas gotas y luego bebió el "kumiss" de un trago.
—¿Y mis otros hijos? —preguntó Hoelun.
—Todos indemnes, madre, al igual que Munglik-echige y sus hijos. —Ella se reprochó en silencio por haber pensado primero en sus propios vástagos—. Todos alaban a Kokochu… a Teb-Tenggeri, por sus hechizos. Cuando los tártaros huyeron en desbandada, él provocó un viento que hizo caer de las monturas a muchos enemigos.
—Los hechizos serían inútiles sin guerreros valientes. —La mujer hizo rápidamente un signo para alejar la mala fortuna—. Habrá llantos en nuestros campamentos, hijo. En una batalla así, seguramente habremos perdido muchos hombres.
El rostro de Guchu se ensombreció por un instante, pero de inmediato se iluminó.
—Pero muchos más fueron los tártaros que cayeron, y Temujin se ocupará de que nuestras viudas y huérfanos reciban su parte del botín. Él mismo se quedó con la cama tachonada de oro y perlas que perteneciera a Megujin.
—Seguramente robada antes en Khitai. El general Kin debe de haber quedado muy complacido de nuestra ayuda.
—El príncipe Hsiang permitió que nos quedásemos con casi todo el botín —dijo Guchu—, y honró a Temujin y al Kan Kereit con títulos. Toghril es ahora Ong-Kan, el Príncipe de los Kanes, y Temujin es Ja'ud Khuri, el Pacificador.
El hijo de Hoelun ya tenía un título más grandioso que cualquiera de aquellos, pero tal vez los Kin creyeran que sólo sus títulos tenían importancia.
—Como siempre —continuó Guchu—, Temujin no ha reclamado tanto como le correspondería. Incluso regaló unas bellas muchachas que tomó en la cama de Megujin. Teb-Tenggeri tiene una parte tan grande como algunos de los que lucharon en las primeras filas, pero también es cierto que sus hechizos nos ayudaron.
—Hay algo que el Celestial no predijo —dijo Hoelun, olvidando por una vez el temor que sentía hacia su hijastro—. Los Jurkin atacaron a algunos de los nuestros, y mataron a diez hombres mientras vosotros estabais en campaña.
Guchu palideció, después se sentó erguido.
—Durante seis días los esperamos en vano. Temujin estaba furioso. Tuvimos que seguir adelante sin ellos, pero mi hermano va a castigarlos por haberle desobedecido. Jamás creí que se atreverían a tanto.
—Pues se han atrevido. Esto es peor que desobediencia. Deben pensar que si pudieron hacer a un Kan, también pueden deshacerlo. —Cogió el jarro de manos del joven—. Un hombre cabalgó hasta aquí para decírmelo, apelando a mí por ser madre del Kan. Envié mensajes a todos nuestros campamentos, advirtiéndoles que debían estar alerta.
—Temujin ya debe de haberse enterado de la traición. Los Jurkin olvidaron su juramento, y eso no merece perdón. —Guchu se atusó los cortos bigotes—. Han sido una lanza en nuestro costado durante años, calumniando y rumoreando que Temujin reclama demasiado. El Kan da a sus hombres más de lo que les daría cualquier otro.
Su hijo era generoso en todo, pensó ella, salvo en el poder; con eso sí que era egoísta. La alegría de Hoelun al ver a Guchu sano y salvo se mezcló con cierta tristeza. El joven pronto tendría su propia tienda y una esposa; tal vez una muchacha tártara fuera parte de su botín.
—Ahora que lo recuerdo —dijo Guchu, haciendo entrar al niño que antes estaba con un soldado—. Este muchacho se encontraba entre los prisioneros, y Temujin lo pidió para ti. Quise traértelo de inmediato.
El muchacho la miró con sus ojos negros. Tenía las ropas cubiertas de polvo, pero el cinturón que ceñía su túnica era de seda y piel de marta, y en su nariz centelleaba un arete de oro.
—Debes de ser hijo de un Noyan —le dijo suavemente Hoelun—. ¿Cómo te llamas?
—Shigi Khutukhu.
Ella recordó el aspecto que tenía Guchu cuando se lo habían traído.
—¿Y qué te ha dicho de mí mi hijo Guchu?
—Que eres amable, y que tus hijos son los más valientes. Que fuiste una madre para él cuando no tenía a nadie. —Tragó saliva con dificultad—. Perdí a mi madre cuando huíamos de los Kin. Mi padre cayó cuando… —Una lágrima surcó su mejilla, el niño se la enjugó.
De pronto, Hoelun se sintió presa de un profundo horror a los hombres y la guerra. Algunos de los más encarnizados enemigos de Yesugei habían sido castigados, pero este niño, y muchos otros, estaban pagando por actos cometidos antes de que nacieran. Ella había avivado el odio de Temujin contándole cómo había sido envenenado su padre, y otras historias que de tanto relatarlas había terminado por creer en ellas. Éste era el resultado.
Pensamientos tontos, se dijo, cavilaciones débiles indignas de la madre de un Kan.
—Honorable Señora?, ¿serás mi madre ahora? —preguntó Shigi Khutukhu.
—Sí —respondió, tomándolo de la mano—. Serás mi hijo.
—Nuestra madre se ocuparía de todos los niños del mundo si pudiera —dijo Guchu.
—Sí —susurró ella—. Con una sola madre, todos serían hermanos y hermanas… tal vez entonces dejarían de luchar.
Los hombres se rieron: era una esperanza imposible. Hoelun abrazó a su nuevo hijo.
La niebla que ocultaba el valle era un velo alrededor de Jamukha. Cuando empezó a disiparse, las puntas de los abetos y los pinos parecieron flotar en un pálido mar. Los hombres que acampaban al pie de la montaña eran sombras apiñadas en torno al fuego.
Unggur había muerto. Jamukha sintió un nudo en la garganta al mirar la tumba de su hijo. Había perdido a un hijo un año antes, poco después de enterarse de la victoria de su "anda" sobre los tártaros. Había sentido aquello como una burla, pero esta pérdida le resultaba más dura. Su otro hijo había muerto a los pocos días de nacer, en tanto que Unggur era un niño vigoroso de dos años cuando el espíritu del río lo arrastró bajo el agua. Casi volvió a llorar al recordar el pequeño cadáver que su criado le había traído. El criado había pagado caro su descuido. Jamukha le había mutilado los miembros con su propia espada antes de enterrarlo con el niño.
Los espíritus estaban decididos a hacerlo sufrir, a dejarlo sin hijos, a torturarlo con los relatos de los triunfos de su "anda". Temujin no permitía que nada se interpusiera en su camino, ni siquiera sus rebeldes primos Jurkin. Había caído de inmediato sobre Seche y Taichu, decapitándolos con su propia espada; Jamukha ni siquiera había tenido tiempo de correr a defenderlos. El clan Jurkin fue dispersado y su pueblo dividido entre los seguidores de Temujin.
La amargura sobrecogió a Jamukha. La maldita madre de Temujin había reclamado otro hijo adoptivo, un niño Jurkin llamado Boroghul. Temujin estaba rodeado de hermanos: los de su misma sangre, los que había ganado por el matrimonio de su madre y los que la condenada mujer había adoptado. Jamukha no tenía ninguno.
Dos jinetes emergieron de la niebla y desmontaron; un hombre de Jamukha se puso de pie para recibirlos. Todos se apiñaron en torno al fuego y luego Ogin se levantó y fue hacia los caballos. Seguramente el joven ascendería la montaña para decirle a Jamukha que ya era tiempo de abandonar la tumba, que ya había penado por Unggur demasiado tiempo.
Él debería haber atacado la última noche que había hablado con Temujin, luego de que su "anda" se negase a responder a su pregunta. En cambio, el amor que sentía por su amigo le había detenido la mano. Temujin había utilizado ese amor como arma arrojadiza. Los apremios a que se veía sometido el cuerpo de Jamukha eran tan sólo otras armas que los espíritus utilizaban para atacarlo, atormentándolo con la idea de lo que podría haber existido entre su "anda" y él.
Mientras Temujin siguiese con vida, robaría todo lo que podría haber sido de Jamukha.
—Noyan. —Ogin desmontó y se acercó a él llevando dos caballos de la brida—. Abajo te espera un mensajero del Kan Kereit. —Jamukha no se movió—. Quiere hablar contigo. —Jamukha permaneció en silencio—. Aléjate de este lugar, camarada.
Los hombres podían abandonarlo si permanecía mucho más allí. Jamukha se puso de pie y miró intensamente la tumba de su hijo, antes de seguir a Ogin ladera abajo.
Cuando Jamukha hubo saludado formalmente al Kereit, ambos se sentaron junto a la hoguera, lejos de los otros.
—Comparto tu dolor —dijo el Kereit—. En tu campamento me dijeron que habías partido a enterrar a un hijo. También yo perdí a dos de mis cuatro hijos. Uno salió a explorar y nunca regresó, y otro cayó bajo una lanza Naiman.
Jamukha observó a Kereit con rostro inexpresivo. Perder hijos en la guerra, por doloroso que resultara, no era lo mismo, y aquel hombre tenía más hijos. Los de Jamukha nunca habían tenido ocasión de dar vida a sus nombres gracias a sus actos.
—¿Para qué te ha enviado Toghril-echige? —preguntó finalmente.
—Gengis Kan —respondió el hombre—quiere atacar a los Naiman. Naturalmente, ha invitado al Ong-Kan a unírsele, ya que ambos tienen motivos para odiar a esos perros.
Jamukha contuvo una risa despectiva al oír el título que los Kin habían dado a Toghril; era algo típico del Kan Kereit.
—Toghril Ong-Kan pensó que debías enterarte —agregó el mensajero.
Eso también era típico de Toghril. Por mucho que agradeciera a Temujin los favores que le había hecho, el Kan no quería ofender a Jamukha. Tal vez el viejo comprendiera finalmente que Temujin, aunque hubiera jurado ser vasallo de Toghril, pretendería apoderarse de todo. Entonces el Kan Kereit podría necesitar a Jamukha.
—¿Qué fuerza Naiman atacaréis? —preguntó.
—La de Buyrugh.
—De modo que mi "anda" busca más botín —dijo Jamukha—, a pesar de todo lo que ya ha logrado.
—Debes admitir que no habrá mejor momento para atacar a los Naiman —dijo el Kereit—, y que a pesar de tus antiguas diferencias con Gengis Kan, estarás más seguro si los derrotamos. —El hombre frunció el entrecejo mientras atizaba el fuego—. Me propongo tomar cien vidas a cambio de la de mi hijo.
Jamukha se calzó el sombrero. Tal vez tuviera una buena oportunidad, tal vez pudiera encontrar la manera de utilizar esa campaña para llevar a cabo sus propósitos.
—Creo —dijo en voz baja—, que me uniré al Ong-Kan contra los Naiman. Como dices, también son mis enemigos.
El mensajero esbozó una sonrisa.
—Toghril Kan se sentirá complacido de escucharlo, al igual que Gengis Kan. Las diferencias entre tu “anda” y tú han preocupado al Ong-Kan.
—Debemos olvidar esas diferencias en beneficio de un interés mayor, y Temujin está al frente de muchos que antes lucharon contra él. Llevaré mil de mis hombres a Toghril-echige. Dile esto, y pregúntale cuándo y dónde nos encontraremos.
—Lo haré —replicó el Kereit.
Toghril pensaría que Jamukha estaba dispuesto a olvidar el pasado. Temujin, en su arrogancia, llegaría a creer que su "anda" finalmente haría una declaración formal de paz y se sometería a él. Jamukha tenía armas ahora, y encontraría la manera de usarlas.
A comienzos del verano, antes de que el sol calentara la tierra, el ejército de Gengis Kan cabalgó hacia la cordillera Khangai desde el noreste, al tiempo que los Kereit se aproximaban desde el sudeste.
Durante la marcha, Jamukha le habló a Toghril de Temujin y del dolor que había sentido cuando su "anda" lo abandonó.
Buyrugh se desplazaba hacia el lago Kizilbash, aunque no presentaba batalla. Sus perseguidores se mantuvieron a distancia para que los Naiman pensaran que se retirarían. Las alas de avanzada del ejército se desplegaron, listas para atacar a los Naiman desde ambos flancos. El centro de las fuerzas siguió el río hasta los pantanos del lago Kizilbash.
Allí, dos meses después de la partida, entre las montañas secas y amarillas que bordeaban el lago de agua salada, mongoles y Kereit se enfrentaron al enemigo común Naiman. Los guerreros de Buyrugh se lanzaron contra ellos, sólo para ser rechazados por la caballería pesada, mientras las dos alas los rodeaban. Batieron los tambores de querra; el entrechocar de las espadas, el mortal silbido de las flechas, y los gritos de los moribundos rompieron el silencio de las montañas amarillas durante un día y una noche, hasta que los Naiman se retiraron. Atrapados entre el ala derecha y el ala izquierda del ejército enemigo, muchos guerreros Naiman perdieron la vida. Buyrugh, cuya ineptitud como general y la falsedad de sus presagios fueron puestos en evidencia, huyó del campo de batalla.