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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Hacia la Fundación (35 page)

BOOK: Hacia la Fundación
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–¡Dors! – exclamó Seldon poniendo cara de perplejidad-. ¿Qué estás haciendo aquí?

El general no dijo nada, pero su frente se llenó de profundas arrugas.

17

El general había pasado mala noche, y la preocupación había hecho que el coronel tampoco durmiera bien. Estaban mirándose fijamente sin saber qué decir.

–Vuelva a explicarme lo que hizo esa mujer -dijo por fin el general.

Linn parecía llevar un enorme peso sobre sus hombros.

–Es la
Mujer Tigre
. Así es como la llaman… No parece ser totalmente humana. Debe de ser una especie de superatleta entrenada hasta lo imposible con una increíble confianza en sí misma y… general, le aseguro que resulta aterradora.

–¿Le asustó? ¿Una mujer sola?

–Deje que le describa exactamente lo que hizo y que le cuente algunas cosas sobre ella. No sé qué hay de cierto en todas las historias que circulan, pero puedo asegurarle que lo que ocurrió ayer es verdad.

Volvió a contar la historia y el general le escuchó atentamente con las mejillas tensas.

–No me gusta -dijo por fin-. ¿Qué vamos a hacer?

–Creo que lo que debemos hacer está muy claro. Queremos disponer de la psicohistoria…

–Sí, eso es lo que queremos -dijo el general-. Seldon dijo algo sobre los impuestos que… Pero olvídelo. No estamos hablando de eso. Siga.

Linn estaba tan alterado que había permitido que su rostro adoptara una expresión levemente impaciente.

–Como he dicho, queremos disponer de la psicohistoria sin Seldon -prosiguió-. De todas formas Seldon es un hombre acabado. Cuanto más le estudio más veo a un viejo estudioso que está viviendo de sus logros pasados. Ha dispuesto de casi treinta años para desarrollar la psicohistoria y no lo ha conseguido. Sin él, y con otras personas al frente del Proyecto, es posible que el desarrollo de la psicohistoria avance con más rapidez.

–Sí, estoy de acuerdo. Y respecto a la mujer…

–Bueno, no la habíamos tenido en cuenta porque siempre había procurado permanecer en un discreto segundo plano, pero ahora tengo la firme sospecha de que resultará muy difícil, y quizás imposible, eliminar a Seldon discretamente sin implicar al gobierno mientras esa mujer siga con vida.

–¿Realmente cree que esa mujer sería capaz de hacernos pedazos si estuviera convencida de que hemos hecho daño a su esposo? – preguntó el general, y su boca se frunció en una mueca despectiva.

–Sí, creo que lo haría y que además crearía una rebelión popular. Todo ocurriría exactamente como prometió.

–Se está convirtiendo en un cobarde, Linn.

–General, por favor… Estoy intentando ser prudente y seguir los dictados del sentido común. No me estoy echando atrás. Debemos ocuparnos de la mujer tigre. – Se quedó callado y pensó durante unos momentos-. De hecho, mis fuentes de información ya lo habían aconsejado, y admito que hasta el momento había prestado muy poca atención a este asunto.

–¿Y cómo cree que podemos librarnos de ella?

–No lo sé -dijo Linn-. Pero otra persona quizá podría hacerlo -añadió hablando muy despacio.

18

Seldon también había pasado mala noche, y el nuevo día no prometía ser mucho mejor. Hari casi nunca se enfadaba con Dors, pero esta vez estaba muy enfadado con ella.

–¡Qué temeridad, qué estupidez! – exclamó-. ¿No bastaba con que estuviéramos alojados en el hotel? Eso ya era más que suficiente para que un gobernante paranoico empezara a pensar en alguna clase de conspiración.

–¿Qué clase de conspiración podía haber, Hari? Íbamos desarmados. Era un día festivo, el toque final a la celebración de tu cumpleaños. No suponíamos ninguna amenaza.

–Sí, pero después tú llevaste a cabo la invasión del recinto imperial. Fue imperdonable… Fuiste corriendo al palacio para interferir mi entrevista con el general, a pesar de que había dejado manifestado en varias ocasiones que no quería que estuvieses allí. Tenía mis propios planes, ¿sabes?

–Tus deseos, tus órdenes y tus planes son secundarios con respecto a tu seguridad -dijo Dors-. Era lo que más me preocupaba.

–No corría ningún peligro.

–No puedo permitirme el lujo de darlo por supuesto. Ya ha habido dos intentos de acabar con tu vida. ¿Qué te hace pensar que no habrá un tercero?

–Los dos intentos se llevaron a cabo cuando era Primer Ministro, y supongo que por aquel entonces era lo bastante importante para que intentaran asesinarme. ¿Quién puede querer matar a un viejo matemático?

–Eso es justamente lo que quiero averiguar y lo que debemos impedir -dijo Dors-. Tendré que empezar haciendo algunas preguntas en el Proyecto.

–No. Lo único que conseguirás será poner nervioso al personal. Déjales en paz.

–No puedo consentirlo, Hari. Mi trabajo consiste en protegerte y llevo veintiocho años haciéndolo. No podrás impedir que siga cumpliéndolo.

Había algo en el brillo de su mirada que evidenciaba que fueran cuales fuesen los deseos o las órdenes de Seldon, Dors tenía intención de obrar como le viniera en gana.

La seguridad de Seldon estaba por encima de todo.

19

–Yugo, ¿puedo interrumpirte?

–Naturalmente, Dors -dijo Yugo Amaryl acompañando sus palabras con una gran sonrisa-. Tú nunca eres una interrupción. ¿Qué puedo hacer por ti?

–Estoy intentando averiguar unas cuantas cosas, Yugo, y me preguntaba si querrías ayudarme.

–Lo haré si puedo.

–En el Proyecto existe algo llamado Primer Radiante. He oído hablar de él de vez en cuando. Hari suele hablar de ese aparato, por lo que intuyo qué aspecto tiene cuando es activado, pero nunca lo he visto funcionar. Me gustaría verlo en acción.

Amaryl puso cara de sentirse incómodo.

–Bueno, la verdad es que el Primer Radiante es la parte más secreta y celosamente vigilada de todo el Proyecto, y no figuras en la lista de personas que tienen acceso a él.

–Ya lo sé, pero hace veintiocho años que nos conocemos y…

–Y eres la esposa de Hari. Supongo que podemos permitirnos una pequeña excepción, ¿no? Sólo disponemos de dos Primeros Radiantes completos. Uno se encuentra en el despacho de Hari y el otro se encuentra aquí…, de hecho, está aquí mismo.

Dors clavó la mirada en el pequeño cubo negro que había encima del escritorio central. No parecía tener nada de particular.

–¿Es eso?

–Sí. Almacena las ecuaciones que describen el futuro.

–¿Cómo se puede acceder a esas ecuaciones?

Amaryl pulsó un botón. La habitación se oscureció de inmediato, y un instante después se llenó de un resplandor de muchos colores. Dors se encontró rodeada por flechas, símbolos, líneas y toda clase de signos matemáticos que parecían moverse en espiral, pero cada vez que dirigía la mirada hacia algún punto determinado tenía la impresión de que estaban inmóviles.

–Así que eso es el futuro, ¿eh? – dijo Dors.

–Podría serlo -dijo Amaryl, y desconectó el instrumento-. Lo puse a plena expansión para que pudieras ver los símbolos. Sin la expansión sólo se ven juegos de luces y sombras.

–¿Y el estudio de esas ecuaciones permite decidir lo que nos reserva el futuro?

–En teoría. – La habitación había vuelto a recobrar su aspecto habitual-. Pero hay dos dificultades.

–Oh, ¿sí? ¿Cuáles son?

–Para empezar, esas ecuaciones no han sido creadas directamente por una mente humana. Durante décadas, nos hemos limitado a programar ordenadores cada vez más poderosos; ellos han concebido y almacenado las ecuaciones pero, naturalmente, no sabemos si son válidas y si tienen algún significado. Todo depende de la validez y del significado que tuviera la programación inicial.

–Entonces, ¿podrían estar totalmente equivocadas?

–Podrían estarlo.

Amaryl se frotó los ojos, y Dors no pudo evitar pensar en que se le veía muy cansado, y en que daba la impresión de haber envejecido mucho durante los dos últimos años.

Amaryl era casi una docena de años más joven que Hari, pero parecía mucho más anciano.

–Naturalmente -siguió diciendo Amaryl en un tono de voz bastante melancólico-, tenemos la esperanza de que no estén totalmente equivocadas, pero ahí es donde nos encontramos con la segunda dificultad. Hari y yo llevamos décadas poniéndolas a prueba y modificándolas, pero nunca podemos estar seguros de cuál es el significado de las ecuaciones. El ordenador las ha creado, por lo que cabe atribuirles algún significado, pero… ¿Cuál? Hay algunas partes que creemos haber descifrado. De hecho, ahora mismo estoy trabajando en lo que llamamos Sección A-23, un sistema de relaciones particularmente intrincado. Aún no hemos podido compararlo con nada existente en el universo real, pero cada año avanzamos un poquito más y confío en que la psicohistoria acabará siendo una técnica útil y digna de confianza que permita estudiar el futuro y alterarlo.

–¿Cuántas personas tienen acceso a los primeros radiantes?

–Todos los matemáticos del Proyecto, pero no siempre que quieren. Hay que repartir el tiempo de uso y el Primer Radiante tiene que ser sintonizado para que muestre la porción de las ecuaciones que el matemático en cuestión desea estudiar. Cuando todo el mundo quiere utilizar el Primer Radiante al mismo tiempo, las cosas se complican un poco. En estos momentos no hay mucha demanda, posiblemente porque aún estamos recuperándonos de la celebración del cumpleaños de Hari.

–¿Existe algún plan para la construcción de más primeros radiantes?

Amaryl sacó los labios hacia fuera.

–Sí y no. Disponer de otro radiante nos ayudaría mucho, pero alguien tendría que encargarse de él. No puede ser una posesión comunitaria, entiéndelo. Tamwile Elar… Creo que le conoces, ¿no?

–Sí, le conozco.

–Bien, pues le he sugerido a Hari que Elar quizá podría tener a su cargo ese tercer Primer Radiante. Sus ecuaciones acaóticas y el electroclarificador que inventó le convierten en el tercer hombre más importante del Proyecto, después de Hari y de mí; pero Hari no acaba de decidirse.

–¿Por qué? ¿Lo sabes?

–Si Elar consigue un tercer Primer Radiante queda abiertamente reconocido como el tercer hombre del Proyecto, pasando por encima de otros matemáticos mayores que él y que ocupan una posición más elevada dentro del Proyecto. Podría haber ciertas dificultades políticas, por así decirlo… Creo que no podemos desperdiciar el tiempo preocupándonos por la política interna, pero Hari… Bueno, ya conoces a Hari.

–Sí, conozco a Hari. Supongo que te he dicho que Linn ha visto el Primer Radiante.

–¿Linn?

–El coronel Hender Linn, de la Junta, el lacayo de Tennar.

–Lo dudo mucho, Dors.

–Ha hablado de ecuaciones que se mueven en espiral y acabo de ver cómo el Primer Radiante producía esas ecuaciones. Linn ha estado aquí y lo ha visto funcionar.

Amaryl meneó la cabeza.

–No puedo creer que nadie del Proyecto haya dejado entrar a un miembro de la Junta en el despacho de Hari…, o en el mío.

–De toda la gente que trabaja en el Proyecto, ¿quién te parece que podría colaborar de esa manera con la Junta?

–Nadie -dijo secamente Amaryl y en un tono absolutamente convencido-. Eso sería impensable… Es posible que Linn no haya visto el Primer Radiante y que tan sólo le hayan hablado de él.

–¿Quién podría haberle hablado del Primer Radiante?

Amaryl meditó durante unos momentos.

–Nadie -dijo.

–Bien, hace unos momentos hablaste de política interna en relación a la posibilidad de que Elar dispusiera de otro Primer Radiante. Supongo que en un proyecto en el que trabajan centenares de personas siempre hay pequeñas disensiones, fricciones y disputas personales.

–Oh, sí. El pobre Hari me habla de ellas de vez en cuando. Tiene que resolverlas de una forma o de otra, y no me cuesta imaginar los dolores de cabeza que deben darle.

–Esas disensiones… ¿Son lo bastante graves para interferir en la marcha del Proyecto?

–Nunca han causado ninguna interferencia seria.

–¿Hay alguien especialmente problemático o que origine resentimientos? En otras palabras, ¿os desprenderíais de esa clase de gente a cambio de perder un 5 o un 6 por ciento del personal?

Amaryl enarcó las cejas.

–Parece una buena idea, pero no sé de quién podríamos librarnos. La verdad es que apenas participo en las minucias de la política interna… No hay forma de impedir que surjan esos problemas y, por mi parte, me limito a no tener nada que ver con ellos.

–Qué extraño -dijo Dors-. ¿No crees que de esa forma niegas toda credibilidad a la psicohistoria?

–¿En qué aspecto?

–¿Cómo puedes pretender que llegue el momento en el que predecir y encauzar el futuro si eres incapaz de analizar y corregir algo tan próximo e intrascendente como las fricciones personales que surgen en el mismísimo seno del proyecto que hace tal promesa?

Amaryl dejó escapar una risita. Era una reacción bastante inusual en él, pues no tenía mucho sentido del humor y casi nunca se reía.

–Lo siento, Dors, pero acabas de exponer el único problema para el que hemos hallado una solución…, o al menos eso creemos. Hace unos años el mismo Hari descubrió las ecuaciones que representaban las dificultades creadas por los problemas personales, y yo mismo les di el último retoque el año pasado.

»Descubrí que había formas de alterar las ecuaciones para provocar una reducción en las fricciones, pero en todos los casos la reducción producida en cierto punto aumentaba la fricción en otro. Nunca había un descenso o un incremento global en la fricción producida dentro de un grupo cerrado…, es decir, un grupo hermético que conserva sus miembros e impide la llegada de otros. Lo que demostré con la ayuda de las ecuaciones acaóticas de Elar era que eso seguía siendo cierto a pesar de cualquier acción concebible que se pudiera emprender. Hari lo llama «la ley de la conservación de los problemas personales».

Así surgió la hipótesis de que la dinámica social posee leyes de conservación semejantes a las de la física y que, de hecho, esas leyes nos ofrecen las mejores herramientas posibles para enfrentarnos a los aspectos más problemáticos de la psicohistoria.

–Parece impresionante -dijo Dors-, pero ¿Qué ocurrirá si al final descubres que no hay nada que hacer, que todo lo malo se conserva y que salvar al Imperio de la destrucción significa tan sólo propiciar otra clase de destrucción?

–Hay quien ha llegado a sugerir que así es, pero no lo creo.

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