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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (38 page)

BOOK: Imperio
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—O bien no están allí o creen que su escondite es tan bueno que no entraña peligro alguno que los observen.

—O tienen patrullas para asegurarse de que nadie que vea algo viva para contarlo.

—¿Qué te parece, entonces? —dijo Cole—. ¿Entramos de noche, cuando esté oscuro? ¿O seguimos haciéndonos pasar por turistas como habíamos planeado?

—Tú decides.

—¿Por qué yo? —dijo Cole—. Es nuestra misión, no sólo la mía.

Load no respondió.

—Todos hemos dirigido misiones.

—Tú estás en servicio activo —dijo Load—. Y eres el que eligió Rube.

—Ni siquiera me conocía —replicó Cole—. Estuvimos juntos tres días.

—Pero nosotros ya te conocemos —dijo Load—. Votamos para que fueras nuestro abun.

Quería decir «padre» en árabe, pero había adquirido el significado de «jefe» entre los soldados de Operaciones Especiales que se infiltraban en Oriente Medio.

Cole no perdió el tiempo discutiendo puesto que, en cualquier caso, estaba hablando sólo con uno de los del grupo.

—Creo que lo haremos al oscurecer —dijo—. Con un poco de luz que ya habrá desaparecido cuando descarguemos el camión. Vosotros siete entráis en dos coches. Nos encontraremos en la Cuarenta y ocho para descargar el material. No queremos que la zona parezca un aparcamiento, ni tener que llevar este remolque por una carretera de curvas. Entra tú primero, Load, y elige el sitio, apartado de la vista de los valles de las represas.

—¿Y tú entrarás justo antes de que anochezca?

—Sin luces, en cuanto llegue a la carretera.

—Si alguien te pregunta —dijo Load—, vas camino del lago Hager y Jennings Falls.

—¿Con un camión lleno de muebles y platos?

—Diles que tus amigos llevan los aparejos de pesca y las cámaras.

—Mi plan es no llamar la atención —dijo Cole.

—Síguelo. Es mejor plan.

Cole había calculado bien el tiempo. El sol se hundió pronto tras las montañas, pero había suficiente luz en el cielo cuando encontró el acceso a la carretera Cuarenta y ocho y se internó en ella. Otros coches habían encendido los faros, pero no llamaba la atención que él no lo hubiera hecho todavía.

Le preocupó un poco una señal que advertía que la carretera era peligrosa, estrecha, que estaba llena de curvas y sin asfaltar. Pero con suerte no tendría que llegar a ninguna curva cerrada.

El camión avanzaba lentamente hacia la primera curva y allí estaba Load, saludándolo como si fuera un viejo amigo de pesca. Pero luego tuvo que hacer la peligrosa maniobra de continuar recto cuando la carretera se curvaba, ir marcha atrás hasta la parte más elevada de la curva y hacer un giro que daba miedo para que el camión apuntara montaña abajo con la parte trasera hacia los árboles. Varias veces le pareció que el camión iba a volcar, lo que hubiera sido un desastre. Pero finalmente lo consiguió.

Aprovecharon los últimos minutos de luz para descargar los muebles y las cajas, sacar las armas y ocultarlas en el bosque. Después, con una linterna encendida dentro del camión y unas cuantas maldiciones, volvieron a cargar todos los muebles y las cajas para que no resultara tan evidente para un guardia forestal curioso o un explorador rebelde que el material importante ya había sido sacado del camión y que a nadie le importaba un pimiento el resto.

Entonces, en la oscuridad, se pusieron los uniformes de camuflaje y guardaron en grandes bolsas herméticas su ropa de paisano. Se pusieron chalecos y mochilas, cargaron y comprobaron las armas y, luego, subiendo por la carretera, escogieron puntos distintos para esconder la ropa y los memorizaron.

—Por si regresamos con vida —dijo Arty alegremente.

—A veces tu sentido del humor tiene gracia y todo —dijo Benny—. Espero estar aquí la próxima vez que digas una de las tuyas.

Después de eso guardaron silencio, a excepción del ocasional chasquido de lengua para atraer la atención hacia algo: un giro, un obstáculo en la ruta. Se mantuvieron cerca de los árboles. Una rendija de luna ofrecía luz suficiente para que vieran por dónde iban, pero eso también significaba que podían verlos a ellos. Sin embargo se quedaron en la carretera, ya en que en la oscuridad todo lo que podrían hacer entre los árboles sería tropezar. Las linternas quedaban descartadas. Si había centinelas en alguna parte, las linternas los alertarían como las luces parpadeantes de las alas de los aviones.

En la tercera curva cerrada, un sendero se desviaba hacia el suroeste: la carretera 4280. La siguieron rodeando la montaña durante casi un kilómetro y medio. En el silencio de la noche oyeron una cascada a sus pies, aunque el bosque era demasiado denso para localizar la superficie del embalse, que sabían que tenía que estar más abajo. Tras otro par de curvas cerradas, cuando llegaron a la tercera, dejaron por fin la carretera y se internaron sólo un docena de metros entre los árboles, con la carretera a cada lado.

El terreno era empinado; encontraron el lugar más llano. Cole, cuyo despertador ya estaba en modo vibración, asignó a Mingo y Benny la primera guardia, Mingo pendiente arriba, Benny cuesta abajo.

Tres horas más tarde, el despertador de Cole vibró. A su vez, él despertó a Drew y juntos fueron a relevar a Mingo. Tras dejar a Drew en el lugar de Mingo, Cole y éste fueron a relevar a Benny. Cole se quedó de guardia mientras Mingo y Benny volvían al campamento para dormir.

Otras tres horas. Sólo soplaba una leve brisa de vez en cuando, pero era fría: tan arriba en la montaña, julio no era igual que en las tierras bajas. Pero iban preparados.

Había cosas que ver e incluso que oler, pero Cole sobre todo escuchaba. Tenía que familiarizarse con los sonidos naturales para distinguir los que no lo eran. Los animales no son tan silenciosos como piensa la mayoría de la gente. Los humanos no los oyen porque el ruido que ellos mismos arman ahoga cualquier otro sonido. Pero las ardillas no se mueven silenciosas entre la maleza o las hojas. El ulular de un búho, el chillido de una presa pequeña, las pisadas de un animal en la noche.

Algo más grande. Probablemente un puerco espín, pensó Cole. Fuera lo que fuese, se acercó lo suficiente para captar el olor de Cole; luego se marchó en dirección contraria.

El despertador volvió a zumbar. Las noches de verano eran breves en esa latitud (de unas nueve horas), pero todavía estaba oscuro. No habían tardado tanto en subir por la carretera.

Cole regresó al campamento y despertó a Cat y Babe. Esa noche Arty y Load tenían descanso completo, aunque Cole ya sabía a aquellas alturas que el sueño de Arty nunca era demasiado profundo. Babe le había dicho un día que Arty pasaba la mayoría de las noches reviviendo oscuros pasajes a través de los túneles de Al Qaeda en Afganistán. Nunca se despertaba gritando, pero dormía en constante estado de alerta, como si en sueños supiera que podía encontrar a un enemigo acechando en alguna oquedad.

—Antes del alba —les recordó a Cat y Babe. Ellos fueron y relevaron primero a Drew; Cat se quedó y Drew fue con Babe al puesto situado colina abajo antes de regresar al campamento.

La guardia duró menos de tres horas. Antes del alba significaba el primer atisbo de luz en el cielo oriental. Pero Cole aprovechó para dormir un poco más. Los soldados aprenden a dormir cada vez que tienen ocasión. Como cualquier otra persona, necesitan ocho horas o más para estar en óptimas condiciones. Pero en presencia del enemigo (como, por lo que sabían, estaban) la adrenalina compensa la falta de sueño. Además, incluso a la mitad de su estado de alerta máximo, Cole sabía que aquellos soldados eran más eficaces que la mayoría de la gente. Lo suficiente para seguir vivos a pesar de todo lo que les habían arrojado sus enemigos en el pasado.

Crearon un depósito de armas a treinta metros de la carretera y dejaron allí las piezas más pesadas. Cole asignó a Drew y Babe para que se quedaran en el depósito. Todos los demás llevaban rifle de francotirador y pistola, raciones, munición y otros suministros.

También llevaban los transmisores de infrasonido que Torrent les había conseguido. Usaban una señal digital, pero las ondas de sonido eran demasiado graves para ser detectadas por el oído humano. Era como el grito de un gigante. Los elefantes usan sonidos muy graves para comunicarse entre sí a kilómetros de distancia. Encendieron los receptores, pero no encenderían los transmisores hasta que la señal portadora fuera realmente necesaria. No hacía falta lanzar tonos graves por toda la montaña a no ser en caso de necesidad. Además, los mecas capturados tenían una versión de la misma tecnología. La mejor suposición era que su equipo funcionaba en un tono tan distinto del nuevo sistema del Ejército que no podrían detectar las transmisiones del jeesh. Pero no había ninguna garantía de ello.

Se desplegaron, sin alejarse mucho para no perder la pista del hombre que tenían delante, pero nunca demasiado cerca para caer todos a la vez en una misma trampa. Había una torre de vigilancia en la cima de la montaña, entre los embalses, pero parecía vacía. Sin embargo, podía contener cámaras. Cole y los demás sabían cómo no ser vistos desde aquel ángulo... y también que no debían dar por sentado que era el único punto de observación.

La pendiente y los árboles de esa orilla del Chinnereth les permitían observar la ribera opuesta pero no la suya propia. Desde luego, en la otra orilla no había nada interesante. Si los árboles habían sido talados hasta la altura máxima del nivel del agua, entonces el embalse estaba unos tres palmos por debajo de su tope, lo normal a principios de verano en esa zona. Sin embargo, cuando las turbinas empezaran a funcionar para generar electricidad, el embalse se vaciaría lenta pero incesantemente a lo largo de todo el verano, y a Cole no le pareció que el flujo fuera lo bastante abundante para reabastecer el embalse si había una desecación constante.

Aquella presa no tenía sentido. La pendiente del cañón era tan inclinada que la presa tenía que ser muy alta para contener suficiente agua y crear un embalse aceptable. Sin embargo, sólo tenía siete kilómetros por cinco de ancho. Cole sabía por el mapa que el Genesseret era aún más pequeño, de tres kilómetros de largo.

Era un despilfarro. El Gobierno federal había pagado aquel proyecto que nunca se amortizaría. Tampoco generaría suficiente electricidad si además tenía que suministrar agua a alguna población. Aquél era exactamente la clase de proyecto que los ecologistas solían cargarse. Les hubiera sido fácil paralizarlo porque la presa era indefendible.

No había ningún otro signo de desarrollo aparte de la presa en sí. La antigua carretera Veintiuno estaba bajo el agua y, si habían construido una nueva tenía que estar en aquel lado de la represa, ya que no se veía en el otro.

Habrían avanzado mucho más rápido bajando la empinada cuesta, entre la orilla y los árboles, pero se hubiesen expuesto a que los viera cualquiera. No querían que los detectaran. Así que avanzaban despacio por el bosque, rodeando durante kilómetros el Chinnereth, para subir luego la montaña entre los embalses y bajar nuevamente para contemplar el Genesseret e ir lo bastante lejos para inspeccionar todas sus orillas. Y luego regresar al depósito de armas y, si no encontraban nada, volver a guardarlo todo y regresar a casa.

Había una isla en medio del Chinnereth, lo que antaño debía de haber sido la cima redondeada de una colina baja. Allí vio Cole la única estructura visible hecha por la mano del hombre aparte de la presa. Era una cabaña que podría haber sido en su momento una estación forestal o, posiblemente, la cabaña de verano de alguien. Parecía fabricada con troncos de la zona unidos al estilo de la cabaña de Lincoln. Era imposible saber si era posterior a la presa o si tenía treinta años de antigüedad. Desde luego, no era mucho más vieja, y tal vez no estuviera abandonada: había cristales en las ventanas.

Cerca de la orilla había un pequeño embarcadero con una escala corta. No era un embarcadero flotante: no estaba pensado para los cambios de nivel del agua. Era como si el constructor esperara que el embalse estuviera siempre lleno.

No tenía sentido que hubieran construido el embarcadero antes que la presa. Pero en la cabaña no parecía que pudieran caber muchos mecas, ni siquiera en el sótano. Y aunque hubiesen cabido esas cosas, ¿cómo las cargaban en barcazas en aquel embarcadero diminuto?

Aunque se detenían frecuentemente para escuchar y observar, avanzaron a buen ritmo entre los árboles; se turnaron en la vanguardia y la retaguardia y, de vez en cuando, hablaban en voz baja y hacían observaciones y se pasaban órdenes en cadena. Cada hombre controlaba su propia alimentación mientras caminaban: no había ninguna necesidad de detenerse a comer.

Cuando llegaron al final del extremo oriental del Chinnereth, Cole envió a Load y Arty a la punta de la península entre los embalses a observar lo que pudieran. Si no había contraorden de Cole, entonces debían darse la vuelta y reunirse con Drew y Babe en el depósito.

Así que sólo quedaban cuatro avanzando lentamente hasta el extremo occidental del Chinnereth para subir luego a la montaña. Había unos cuantos rastros de senderistas, pero la basura no era nueva y los pocos sitios de acampada estaban cubiertos de varias capas de pinaza. Una vez más, no había forma de saber si habían pasado senderistas por allí desde la formación de la represa.

Cole envió a Mingo y Benny al lado occidental del Genesseret para que exploraran la orilla oriental. No tenían que llegar hasta la presa. En cuanto hubieran observado y fotografiado toda la costa oriental, deberían darse la vuelta y, de nuevo, si Cole no les había ordenado lo contrario, rodear ambos embalses y regresar al depósito.

Sólo Cat y Cole caminaban ya cerca de la cima del risco. De vez en cuando la rebasaban y bajaban por el otro lado para observar las orillas de ambos embalses.

Estaban cerca de la punta, acercándose a la torre de observación. Se movían aún con más sigilo, lenta y metódicamente, dirigiéndose hacia la torre desde dos direcciones diferentes. No había rastro de ningún cable, aunque eso difícilmente probaba que no hubiera ninguno. Tampoco había rastro de cámaras, pero, igualmente, eso podía significar simplemente que las cámaras eran muy pequeñas y estaban muy bien camufladas.

Al suroeste se congregaban las nubes. ¿Una tormenta de verano? Aquello hubiera sido potencialmente desastroso: los relámpagos podían hacer cosas peores que un arma de pulso electromagnético. Incluso la niebla hubiera sido muy molesta pues los habría obligado a esperar a que despejara para terminar la misión.

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