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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Bélico, Histórico

Kronos. La puerta del tiempo (36 page)

BOOK: Kronos. La puerta del tiempo
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—Vamos a mi despacho,
Haupsturmführer
Bauer —dijo con resolución. Los dos se encaminaron hacia la entrada principal y entraron. Muchos soldados de intendencia, administración y comunicaciones se hallaban allí haciendo su trabajo. Había una actividad normal. Subieron al primer piso y una vez allí, franquearon una puerta que daba a un despacho más al fondo.

Hellmilch invitó a entrar a Horst.

—Explíqueme todo eso con tranquilidad —comenzó impaciente—. No puedo entender cómo sabe eso con tanta precisión. Créame, usted es de los pocos aquí que cree que la invasión no será por Calais, sino por Normandía.

Horst se acomodó en la butaca que le indicó Hellmilch.

—La historia es muy simple en sí misma, pero muy compleja técnicamente y difícil de creer. Como le he dicho en el jardín, mi grupo y yo pertenecemos a las SS científicas. Tres de mis hombres son los técnicos que nos acompañan para darnos el soporte científico en nuestra misión: son los doctores Karl Throll, especialista en flujo eléctrico y gravedad cero, el doctor Emil Seltmann, especialista en energía nuclear, y finalmente el doctor Kurt Zinkenbach, que es especialista en sistemas antigravitación —Hellmilch parecía escuchar con interés.

—¿Y qué clase de especialidades son esas,
Haupsturmführer
Bauer? Suenan muy raras —Horst se adelantó en su butaca.

—Yo tampoco soy científico, señor, pero tienen que ver con la misión que nos ha traído hasta aquí. Nosotros, teniente general Hellmilch, venimos del futuro reciente, de noviembre de este mismo año. Alemania y su ciencia han logrado dominar el tiempo y gracias a ello hemos venido para cambiar los acontecimientos que sabemos que pasaron. Por eso conozco esa información que le he dicho y muchos más detalles del desembarco y de la posterior batalla por Francia, hasta la caída de París el 25 de agosto de 1944.

Hellmilch se recostó en su butaca mirando hacia el techo.

—Sencillamente, no puedo creer lo que me está diciendo,
Haupsturmführer
Bauer. Es demasiado fantasioso. Me parece imposible —estuvo unos segundos en silencio—. Sin embargo, vienen recomendados por un general de mi más alta estima, Von Boineburg, con lo que algo debe haber que quizás sí confirma sus palabras —Hellmilch miraba a Horst como a un bicho raro.

—Teniente general Hellmilch, solo queremos solicitarle que nos permita trabajar en su zona, nos brinde ayuda si la necesitamos y nos indique un lugar seguro, un promontorio, un edificio o algo elevado, desde donde podamos divisar la playa de Omaha e instalar nuestro armamento especial para destrozar a los enemigos antes de que pongan sus pies en la playa.

Hellmilch puso cara de sorpresa.

—Y ¿qué armamento es ese? No me ha parecido ver ningún cañón o armamento pesado. Solo he visto algo no muy grande y que parecía cuadrado, oculto bajo una funda —Horst sonrió.

—Ese es nuestro armamento, señor.

Hellmilch también se adelantó en su butaca hacia Horst.


Haupsturmführer
Bauer, les voy a ayudar en lo que me pidan ya que así me lo indica Von Boineburg. No hay problema. Tengo el sitio elevado ideal para ustedes. Pero antes, indíqueme en el mapa qué playas son esas del supuesto desembarco y me gustaría, si no tiene inconveniente, ver ese arma tan potente que han traído del futuro.

Horst se puso en pie.

—De acuerdo, señor, pero ese arma viene del pasado —Hellmilch, de nuevo, puso cara de sorpresa. Horst continuó.

—Mis hombres y yo fuimos a la Etiopía del año mil de nuestra era a buscarla —Hellmilch seguía sin comprender, ni se imaginaba qué clase de arma de entonces podía luchar contra una flota y un ejército modernos—. Se trata del Arca de la Alianza, y es un arma muy poderosa, señor —Horst, sin hacer caso del boquiabierto oficial, se acercó hasta el mapa que estaba en la pared y fue señalando una a una las playas previstas para desembarco, con sus nombres en clave.

—Los ingleses en Juno, Gold y Sword y los americanos en Utah y Omaha —dijo secamente. También señaló las zonas en retaguardia donde harían acto de presencia las tropas paracaidistas.

Hellmich no daba crédito a los que escuchaba.

—¿El Arca bíblica? ¡Eso es una leyenda judía,
Haupsturmführer
Bauer! —dijo resueltamente.

—No lo es, teniente general Hellmilch, existió y ahora está en nuestras manos —dijo con absoluta seguridad Horst.

—¡Quiero verla! —ordenó Hellmilch, con una mezcla de entusiasmo, incredulidad y temor. Sin perder un momento, salieron del despacho, bajaron hasta la planta donde trabajaban los soldados de administración, y salieron al jardín por la puerta principal. Con buen paso se dirigieron al edificio donde estaban los compañeros de Horst que formaba parte de todo el conjunto perteneciente al palacete. En el exterior y junto a la puerta estaba afeitándose el
Sturmann
Willy Seelig. Se puso firme, con la cara llena de espuma, al ver llegar a Hellmilch.

—No se preocupe, siga —dijo este sin pararse. Los demás estaban dentro acomodando sus pertenencias o dándose una buena ducha. La mesa también estaba preparada para una excelente comida, con manjares franceses. Todos se pusieron firmes después de que entraran Horst y Hellmilch. El saludo alemán atronó. El teniente general miró a todo el grupo con curiosidad. Le parecía increíble aquella historia.

—Bienvenidos, señores —comenzó—. El
Haupsturmführer
Bauer me ha explicado la razón de su presencia aquí y de dónde vienen todos ustedes. He de reconocer que me cuesta creerlo. De todas formas, también me ha hablado del Arca de la Alianza que han traído en su viaje —miró en varias direcciones—. ¿Puedo verla, caballeros?

Horst movió la cabeza afirmativamente y Georg se ocupó del asunto.

—Por supuesto, teniente general Hellmilch. Sígame, por favor. Está detrás del edificio. Nuestros técnicos están controlando cómo ha llegado —salieron a la parte trasera con Horst y Gross.

Hellmilch se quedó mudo ante lo que estaba viendo. Delante de él estaba lo que parecía el Arca de la Alianza. Era similar a las ilustraciones que recordaba de pequeño en la escuela. Los tres técnicos, con sus aparatos de control, medían diversas variables del artefacto. Los tres se pusieron en posición de firmes e hicieron el saludo alemán.

—Por favor, sigan con su trabajo. No se preocupen por mí —dijo Hellmilch, mientras miraba asombrado el Arca y los ángeles sobre ella.

—Entonces, ¡es real! —dijo con entusiasmo. Todos rieron.

—Naturalmente, y está ante usted, teniente general —dijo Horst—. Ahora es nuestra, y vamos a utilizarla contra el enemigo. Por eso necesitamos su ayuda en algunos detalles.

Hellmilch afirmaba con la cabeza, sin dejar de mirar el Arca.

—Por supuesto, tendrán todo lo que necesiten —parecía que la visión del Arca le había dejado anonadado y que, como consecuencia, ahora creía en aquellos hombres. Horst se aproximó a Hellmilch.

—Necesitaremos un emplazamiento de cierta altura, como le he dicho en su despacho; también una mira de artillería de precisión, un medidor de distancias a objetivos y un camión con plataforma para el Arca. Con eso será suficiente, señor.

—El arca está en orden,
Haupsturmführer
Bauer —dijo el doctor Throll—. Ha llegado perfectamente.

Horst miró al doctor Throll.

—¡Excelente! Creo que es hora de que comamos algo todos juntos. Pongan la funda y déjenla bajo vigilancia. ¿Nos acompaña, teniente general?

Hellmilch se unió al grupo, tras avisar a su ayudante de campo, que estaba en el edificio adjunto. Durante el ágape, en el que corrieron buen vino francés, especialidades de la zona y como remate un buen Calvados, Hellmilch mostró interés por el funcionamiento del arca. Los técnicos, de forma sencilla, le indicaron las claves de su funcionamiento y la potencia destructiva que tenía. También le indicaron la necesidad de la mira de artillería para poder ajustar el disparo. Se sentía a gusto con aquel grupo de hombres que le estaban explicando cosas que superaban su imaginación, pero que se demostraban como ciertas.

—Para la instalación del arca en una posición de tiro les recomiendo el Château de Vaumicel, al oeste de Bayeux, que es una vieja fortaleza en una finca a unos 2 o3 kilómetros por detrás de la costa, pero con muy buena vista —les sugirió Hellmilch—. Haré que les acompañen esta misma tarde y podrán ver cómo es. Si no les va bien, siempre podrán usar uno de nuestros búnkers en primera línea de playa.

Todos estaban de acuerdo con la sugerencia.

—Preferiríamos esa fortaleza, señor —dijo Horst—. No podemos situar el Arca tan cerca de la playa y correr el riesgo de perderla o de que sea destruida. Tenemos que estar cerca, pero a una distancia que nos permita margen de maniobra ante imprevistos —Hellmilch dio su aprobación a aquella idea de Horst.

—Ustedes mismos, señores. Por mi parte, no hay problema. Seguro que encontraremos el lugar donde ubicar el Arca.

Horst, junto a Gross y Georg, desplegó un mapa que tenían allí y confirmó la buena ubicación del Château de Vaumicel.

—Si no me equivoco, estaremos en medio de los sectores aliados de playa denominados Dog Green y Dog White. ¡Perfecto! —Hellmilch se acercó también al mapa y señaló el castillo.

—Ahí está el Château de Vaumicel. Creo que es el enclave perfecto y tiene, entre otras, una torre de vigilancia con una excelente visión de las playas. Nosotros lo usamos muchas veces como observatorio de la defensa aérea.

Horst se giró hacia los técnicos.

—Ahora hemos de probar si podemos instalar correctamente el Arca y procurar que tenga amplia zona de tiro —estos asintieron lo dicho por Horst.

—Si les parece mandaré que preparen los vehículos para que puedan ir allí lo antes posible —dijo Hellmilch—. Les espero esta noche de nuevo aquí.

Todos estuvieron de acuerdo. Mientras todo esto se llevaba a cabo, los técnicos prepararon el Arca, que cubrieron de nuevo con su funda especial. Decidieron que mientras estuvieran el castillo, los
Sturmann
Karl Höhne y Hermann Kästner se quedarían en el edificio en el que estaban, con el resto del material que habían traído.

Era muy importante no llamar la atención, ya que los lugareños podían avisar de movimientos extraños a los aliados a través de elementos infiltrados, por lo que debería ser un convoy absolutamente normal. Cuando tuvieron preparado todo, unos camiones de la división llegaron hasta allí y cargaron hombres y material. El camión plataforma, con la caja abierta, albergó el Arca y a los técnicos. Un capitán de regimiento de artillería adscrito a la división 352 les facilitó la mira de artillería y el medidor de distancias. Con todo ello, comenzaron su corto traslado hasta el Château de Vaumicel. Horst miró su reloj, las 16.00. Tenían tiempo de sobra, pero la operación estaba coja por la falta de otras divisiones que deberían haber estado allí para cumplir exactamente el plan previsto en el futuro. Sus hombres y él tendrían que hacer un esfuerzo extraordinario para suplir aquello. Ni siquiera la división 352 estaría en Omaha, pero la historia decía que sí estuvo. ¿Cómo era posible? Aquello no le importaba en ese momento. Sabía que tendrían que emplearse a fondo. Los tres hombres de Von Boineburg, el sargento Bauern y dos soldados más, se habían acoplado a aquel extraño grupo sin dificultades. Horst los consideraba unos más, sin diferencias.

Los camiones llegaron a su destino. Se oía el mar y desde algunos puntos de la carretera podía verse perfectamente. El castillo era una fortaleza de unos 200 años, de paredes sólidas, que estaba bajo jurisdicción militar en aquel momento. Sus propietarios estaban en Bayeux. Dos soldados de guardia les franquearon la entrada sin problemas. Eran camiones de su división. Entraron en el gran patio, frente a la entrada principal. Las plantas y las flores cubrían parte de la fachada y las torres de observación. Una de ellas, en la cara norte, parecía reunir los requisitos que ellos buscaban. Tras descargar los camiones, entraron en el edificio principal, llevando el Arca con sus palos travesaños, pero cubierta con la funda. No era difícil maniobrar por dentro, ya que las puertas y las salas eran grandes. Sobre una inmensa chimenea se veían trofeos cinegéticos. Siguieron su camino precedidos por uno de los soldados que les iba indicando por dónde debían ir. La subida a la torre ya no fue tan cómoda, ya que la escalera era más sinuosa. Sin embargo, poco a poco fueron subiendo hasta llegar a la zona de observación. El mirador tenía techo alto y varias ventanas que cubrían la playa perfectamente, permitiendo una visión muy buena. Todo el grupo cabía cómodamente en la torre. La playa se veía en todos sus detalles y calcularon que podían llegar a divisarse entre unos 5 y 8 kilómetros de mar abierto, siempre y cuando las condiciones climatológicas lo permitiesen. Era el lugar ideal.

—¡Es perfecto, Horst! —dijo Georg, recorriendo las diferentes ventanas—. No tendrán escapatoria —añadió.

Horst miraba todo con mucho interés.

—Voy a decirle al teniente general Hellmilch que nos trasladaremos aquí. Hay espacio suficiente. También necesitaremos armamento para montar nidos de ametralladora alrededor de la fortaleza y poder defendernos con garantías si llega el caso. ¿Qué os parece?

No hubo dudas ante la propuesta.

Los técnicos habían puesto el Arca sobre una sólida mesa que había en la torre. Hicieron varias mediciones de distancias y calibraron el Arca, sin usarla todavía. Todo parecía correcto. Karl y Hermann se encargarían de los aposentos para el grupo. El camión plataforma se quedó allí y Horst y Gross regresaron a Bayeux con el resto de los camiones para solicitar a Hellmilch el cambio que deseaban hacer y pedirle también armas y munición. Así lo hicieron y el teniente general estuvo de acuerdo en el traslado y además fue muy generoso con ellos.

También quería ver una prueba del arca al día siguiente. Estaba entusiasmado, aunque había mantenido el secreto ante sus oficiales. Dispondrían de un pequeño barco pesquero-espía capturado a los ingleses hacía unos meses, que se utilizaría como blanco sobre el mar. Helmilch les concedió 10 MG42, 20 MP40, munición suficiente para todo ese armamento, 10 Panzerfaust con 30 recambios, dos cañones PAK de 75 mm y un tanque PzKw IV de la primera serie y un vehículo SDKF 252 semioruga de trasporte de tropa, con dos ametralladoras MG42. También añadía una cocina de campaña, con dos cocineros y avituallamiento. En el camino de regreso, llevaron todo el armamento ligero y la munición en el camión. La intendencia de la división les entregó todo el material con una firma del teniente general. El resto llegaría al día siguiente por la mañana, con Hellmilch en persona. Estaban muy contentos.

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