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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (79 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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—Estamos listos para partir, bashar supremo… perdón, quería decir campeón Atreides.

Vor frunció el ceño.

—Prefiero utilizar el rango que me gané por mí mismo. Deja esa memez de campeón para tu hermano y sus espectáculos. —La insignia seguía guardada en su bolsillo, y no tenía intención de ponérsela.

—Sí, señor. Éste será el fin de una era. —Sus ojos parecieron algo llorosos—. Y después, podremos restituir a Xavier al lugar que le corresponde en la historia… si aún está dispuesto a ayudarme.

—Tienes mi palabra. Yo estaba allí cuando empezó la Yihad, y pienso asegurarme de dejar zanjado hasta el último detalle. Solo entonces podré dejaros el futuro a ti y tus hijos, Abulurd. —A través del cristal, Vor miró las estrellas, pensando en aquel lejano mundo, el último de los Planetas Sincronizados—. Ordena que la flota se ponga en camino.

Aquella nueva generación de luchadores, aunque eran entusiastas y los movía el fervor religioso, no habían entrado en combate directo en veinte años, desde que Omnius quedó atrapado en Corrin. Incluso Abulurd contaba idealistas historias de gloria, a pesar —o quizá a causa— de lo mucho que habían perdido en su familia.

Muy cerca, en órbita, estaba la nave diplomática donde viajaban el virrey y Rayna Butler, equipada con la más moderna tecnología y armamento, aunque era más una muestra de ostentación que para el combate real. En su mayoría, la tripulación y los pasajeros eran nobles y representantes sin experiencia en la lucha, espectadores que querían estar presentes en la batalla de Corrin pero sin participar, para poder decir a las futuras generaciones que ellos también estuvieron allí. Vor no pensaba hacerles caso, y había dejado bien claro que él estaba al mando de la operación, no Faykan ni Rayna.

Aquella joven era un enigma, un cúmulo de ideologías y acciones dispares. Decía despreciar la tecnología y destrozaba incluso los utensilios más rudimentarios, tanto si tenían sistemas informatizados como si no. Y sin embargo, a pesar de sus ardientes creencias, aceptó a desgana viajar en naves espaciales, que, ciertamente, eran máquinas muy avanzadas. Después de vacilar un momento ante aquella evidencia, esta fue su respuesta:

—Una nave es un mal necesario, y las utilizaré para difundir mi mensaje. Estoy segura de que Dios y santa Serena nos concederán alguna dispensa. Pero cuando llegue el momento, cuando estos aparatos ya no me sean útiles, haré que los destruyan.

Aquellos planes no le inspiraron a Vor mucha confianza.

Con la importantísima potencia de fuego de la Flota de Venganza y las naves que ya tenían estacionadas frente a Corrin, Vor esperaba lograr la victoria. Después de tantos años de servicio, no se guardaría nada, pondría todo lo que tenía a su disposición en aquel último golpe. Todo.

Y, tras aguantar durante las dos pasadas décadas la vacilación e ineficacia de la Liga, Vor sabía que no volvería a tener una oportunidad como aquella.

No sería una batalla fácil. Muchas de aquellas naves y personas se perderían frente a las extraordinarias defensas de la flota de máquinas. Sería una batalla a la antigua… un baño de sangre.

En privado, Vor rezó y apretó la mandíbula con determinación. La Flota de Venganza partió hacia Corrin.

98

Las máquinas pensantes son incapaces de asimilar conceptos como maldad, ética o amor. Ven el universo en términos de su propia supervivencia. Y no les importa nada más.

S
ERENA
B
UTLER
, sacerdotisa de la Yihad

Durante décadas, habían estado en un punto muerto. Omnius no podía escapar y el ejército de la Humanidad no podía acercarse más. Las fuerzas mecánicas habían formado diferentes capas en torno al planeta, un caparazón protector dentro de los límites de la impenetrable red descodificadora, mientras que la flota de vigilancia de los humanos mantenía el perímetro herméticamente cerrado con sus naves fuertemente armadas.

Desde el interior de la red descodificadora, las naves robóticas dotadas de escáneres de largo alcance se desplazaban comprobando los límites exteriores del sistema. Las dos encarnaciones supervivientes de la supermente habían ordenado aumentar la vigilancia porque, aunque ya habían pasado veinte años, según los cálculos de SeurOm era posible que algún otro Omnius hubiera sobrevivido y fuera a rescatarlos. Como un apretado banco de tiburones dando vueltas y vueltas, las naves robóticas no dejaban de desplazarse trazando órbitas concéntricas superpuestas.

Los dos bandos intercambiaban disparos, lanzaban proyectiles a las naves del contrario que se movían. Los vigilantes de la Liga respondían con rapidez y eficacia. Una jabalina resultaba seriamente dañada; dos naves robóticas eran destruidas. Entonces la flota de vigilancia se afirmaba en sus posiciones, incrementando la frecuencia de las maniobras y aumentando el número de naves de reconocimiento. Estaban esperando algo.

Y entonces, con aquella última e inesperada táctica de la Liga, todo cambió.

Desde el interior del perímetro, las máquinas detectaron la llegada de aquella inmensa fuerza de ballestas y jabalinas. En una única maniobra, los humanos habían triplicado el volumen de las fuerzas que ya tenían estacionadas allí.

Las naves de reconocimiento mecánicas, que la intrincada red de satélites mantenía a raya, envió los datos al complejo central de Corrin. Las cifras eran alarmantes, indiscutibles. Los humanos habían decidido alterar el equilibrio de la situación.

Tras realizar un análisis estadístico, las dos supermentes llegaron a la conclusión de que la potencia de fuego enemiga suponía una grave amenaza para su existencia. Las posibilidades de destrucción eran altas.

Erasmo esperaba fuera, en la plaza, con su obediente Gilbertus, escuchando en silencio mientras las supermentes discutían sus diferentes opciones. Desde que se deshicieron del Omnius Primero, las dos copias divergentes rara vez habían solicitado el consejo del robot independiente, pero la situación era muy grave.

—Estamos en un buen aprieto, Mentat mío —dijo Erasmo.

Gilbertus parecía nervioso.

—Entonces tendría que ir junto a Serena. Ella sigue en la villa.

Erasmo lo miró.

—Tienes que estar conmigo, buscando una solución a la crisis. No es muy probable que el clon defectuoso de Serena Butler nos ofrezca ideas valiosas.

Los dos siguieron escuchando el rapidísimo diálogo que tenía lugar entre las dos supermentes.

Afortunadamente, a diferencia del Omnius-Corrin desaparecido, SeurOm y ThurrOm no tenían aspiraciones artísticas. Uno de los cambios más evidentes que habían establecido concernía a la extravagante ciudadela central. Después de despojarla de la pretenciosa decoración y las supuestas obras de arte, sencillamente, la deshicieron y la dejaron en el interior de una cúpula gigante protegida, bajo la plaza principal. Fuera, en lo alto de la cúpula, en medio de la ciudad, había dos pedestales de aspecto utilitario, cada uno rematado por una cubierta esférica y transparente. Allí es donde se manifestaban las supermentes.

Hasta entonces, los pensamientos de ThurrOm y SeurOm habían divergido ampliamente, alejándose cada vez más de los de su compañero depuesto. Pero la llegada de la inmensa Flota de Venganza hizo que las supermentes se concentraran en un problema común.

—De acuerdo con los datos disponibles, las naves humanas podrían superarnos —dijo SeurOm—. Si su armamento sigue nuestros modelos establecidos, ni siquiera nuestra flota de vigilancia podrá hacer frente a un ataque a gran escala… eso si es que están dispuestos a emplear todos sus recursos y sacrificar sus vidas.

—No es muy probable —repuso TurrOm—. No se corresponde con los datos que hemos recopilado en estos veinte años.

Erasmo se sintió en la obligación de intervenir.

—Estamos aislados aquí, y no sabemos qué ha empujado a los hrethgir a este cambio de actitud. Debo suponer que se han entregado con fervor a alguna nueva forma de fanatismo religioso. No esperéis que se comporten de acuerdo con vuestros patrones establecidos.

—Envía más naves ahí arriba. Incrementa nuestras defensas.

—No podemos seguir creando mentes de circuitos gelificados. Hemos agotado nuestros recursos, aunque nuestros robots y escáneres siguen buscando vetas adicionales de los materiales que necesitamos en la corteza del planeta. Sin embargo, hemos llegado a nuestro límite. Corrin está agotado. Ya hemos enviado todas las naves disponibles ahí arriba. Y esta vez no habrá repuestos.

ThurrOm respondió con rapidez.

—Entonces debemos atacar primero para alterar las probabilidades. Incluso si no tenemos mentes de circuitos gelificados de repuesto, nuestro armamento es superior.

—Ya hemos intentado eso antes y provocaría un desgaste en nuestras fuerzas que no podríamos aguantar. Sus naves tienen escudos, y eso les protege considerablemente frente a nuestros ataques. Los satélites descodificadores destruirán demasiadas de nuestras naves. Y pueden reparar la red con relativa facilidad.

Las naves de reconocimiento que había en órbita transmitieron detalladas estimaciones sobre la potencia de fuego de la flota expandida. Erasmo accedió a la información y la compartió con su pupilo humano. Aquellos datos tan precisos permitieron elaborar estimaciones más ajustadas… que no hicieron más que confirmar la gravedad de la situación.

—Nuestra prioridad debe ser la supervivencia de alguno de los Omnius —dijo SeurOm—. Un esfuerzo titánico por nuestra parte permitiría abrir ciertos huecos en la red descodificadora. Varias naves podrían huir. Y cada una de ellas llevaría una copia de la supermente. Algunas simulaciones indican que es un posible resultado.

—Es un argumento poco convincente basado en datos mínimos —apuntó ThurrOm—. La mayoría de simulaciones proporcionan resultados diferentes. Y, lo que es más, ¿cuál de los dos sería la supermente de base? —Las esferas gemelas estaban tan agitadas que los impulsos eléctricos codificados aumentaron en intensidad, como rayos, y los sonidos vocales electrónicos retumbaban por la plaza.

—Podemos enviar copias de los dos.

—Eso no nos protegería a los que quedamos en Corrin —dijo Erasmo. Tenía que encontrar una forma de salvar a su pupilo y a sí mismo. Aunque la prioridad de toda máquina pensante tendría que haber sido asegurar la supervivencia de la supermente, para Erasmo eso no bastaba—. Los humanos son impredecibles, Omnius. Si planificáis una estrategia basándoos en un análisis exclusivamente numérico, fracasaréis. El enemigo os sorprenderá.

—A veces los ataques reiterados ponen al descubierto defectos que antes no se veían. Hay una pequeña posibilidad de que salgamos victoriosos incluso contra estos nuevos refuerzos de los humanos. Nuestra única opción viable es intentarlo.

Erasmo formó una expresión sonriente en su rostro de metal líquido.

—No es cierto, hay otras opciones si sabemos pensar como pensarían los hrethgir. Tenemos un arma que podría ser muy efectiva contra el ejército de la Humanidad… un arma que nunca esperarían que usáramos. —Volvió sus fibras ópticas hacia su pupilo—. Y que los enfurecerá.

—Explícate, Erasmo —ordenaron las dos supermentes al unísono.

—En mis cuadras de esclavos y por todo Corrin, tenemos numerosos cautivos y sujetos de estudio. De acuerdo con el último inventario, nuestra población de hrethgir ronda los tres millones. Sí, la Liga puede haber colocado un inmenso escudo Holtzman para protegerse de nosotros…, pero nosotros podemos utilizar escudos humanos. Ponerlos por delante, asegurarnos de que cada acción del ejército de la Humanidad provoque millones de muertes innecesarias. Eso hará que se lo piensen dos veces antes de atacar.

Gilbertus lo miró asustado, pero no dijo nada. Utilizando una técnica de relajación por puro hábito, se concentró en otras cosas y se puso a hacer cálculos mentales.

—Es una conclusión equivocada —dijo SeurOm—. Los humanos no tuvieron ningún escrúpulo en eliminar esclavos inocentes durante la Gran Purga. Tu propuesta no tiene sentido.

—Con frecuencia lo que hacen los humanos tampoco lo tiene. La situación es distinta —señaló Erasmo—. Haremos que miren a sus víctimas inocentes a los ojos. Y eso hará que vacilen.

—¿Qué propones exactamente?

—Meteremos a los esclavos humanos en cargueros y los pondremos en órbita, incluso en nuestras naves de guerra más débiles. Y luego amenazamos con matarlos a todos si el ejército de la Humanidad hace algún movimiento. —Erasmo se tiró de la tela de su lujosa túnica para eliminar una arruga, orgulloso de su plan y de su conocimiento de los humanos.

—Estratégicamente tu plan no tiene sentido —dijo ThurrOm—. Si pensaban invadir Corrin, ya contarían con las bajas humanas. ¿Por qué iba a disuadirlos lo que propones?

Erasmo hizo que su sonrisa aumentara. Se volvió hacia Gilbertus.

—Explícales tú por qué, Mentat mío.

El hombre tragó con dificultad, como si no quisiera afrontar la realidad de aquella amenaza. Entró en una especie de trance, y en su interior, muy adentro, buscó un remanso de paz donde poder organizar su pensamiento. Un instante después, dio su respuesta.

—Provocar víctimas colaterales es distinto a ser directamente responsable de la muerte de millones de seres humanos. —Hizo una pausa—. Quizá la diferencia es demasiado sutil para una máquina, pero es importante.

—¡Lo sabía, sabía que mi extrapolación sobre la naturaleza humana era correcta! —dijo Erasmo radiante—. Primero llenamos nuestras naves de humanos inocentes y luego informamos al comandante humano al frente de la flota de que ejecutaremos a los rehenes si traspasan unos límites muy definidos. Como un puente, y estoy seguro de que no se atreverán a cruzarlo.

—Un puente de hrethgir —musitó Gilbertus—. Con un poco de suerte funcionará.

—La suerte no entra dentro de nuestras proyecciones —dijo ThurrOm.

Las dos supermentes discutieron los méritos de aquella osada estrategia, en un vertiginoso revoltijo de impulsos que volaban arriba y abajo. Finamente, llegaron a una conclusión, y Erasmo se sintió profundamente satisfecho consigo mismo.

—Aceptado. No debe haber retrasos. La flota de hrethgir ya está preparando su ataque. —Mientras aún estaban hablando, las supermentes empezaron a transmitir órdenes a sus ejércitos de mek de combate, a los controladores de las naves y a los robots centinela para que iniciaran aquel esfuerzo masivo.

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