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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (5 page)

BOOK: La chica del tiempo
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Se tardan unos veinte minutos en llegar a la AM-UK!, que se encuentra en un antiguo almacén, en Ealing. No es un edificio muy bonito, pero a mí me gusta el sitio. La oficina de producción en el tercer piso es de planta abierta, lo cual tiene sus desventajas, por supuesto, por ejemplo la de tener que ver las caras cenicientas de mis colegas todas las mañanas. Me los encuentro allí sentados, bajo el resplandor verde de sus ordenadores, como extras de
La noche de los muertos vivientes
. Pero es lo que pasa cuando uno se pasa la mitad del año en casi perpetua oscuridad. Yo suelo llegar a las cuatro, me tomo un café rápido de máquina y me pongo directamente a trabajar. Primero leo el parte que envían por fax de International Weather Productions, que forma la base de mis informes. Luego enciendo mi ordenador (con su salvapantallas arco iris) y miro los mapas del satélite. Aunque no he estudiado meteorología, lo cierto es que conozco mi trabajo, porque cuando me admitieron en la AM-UK!, me enviaron a hacer un cursillo de seis semanas. Así que no me limito a recitar el guión de otra persona, sino que escribo mi propio guión. Me gustaría dejar muy claro que no soy una de esas chicas guapísimas de la tele. No, no soy precisamente Nicole Kidman, no soy una de esas rubias maravillosas. No, la verdad es que soy más bien poquita cosa, y precisamente por eso me dieron el trabajo.

—Lo que más nos gusta de ti —me informó nuestro editor Darryl cuando me entrevistó— es que eres agradable y muy corriente, no supones una amenaza para las amas de casa. Cuando te vean en pantalla pensarán: «¡Yo podría hacerlo mejor!».

Para ser sincera, no supe muy bien qué pensar de aquel comentario, pero al final decidí dar a Darryl el beneficio de la duda. Y ahora entiendo lo que quería decir. Buscaban a alguien que tuviera un aspecto profesional y agradable, como el mío. Yo no soy de esas presentadoras que chupan cámara o que guiñan el ojo demasiado. Yo simplemente hago mi trabajo y soy competente y simpática. Me encanta aparecer junto a los mapas hablando de frentes fríos y rachas soleadas, y para mí la información meteorológica no es un paso para llegar más lejos. Yo ya tengo el trabajo que quiero, muchas gracias. Y no como nuestra presentadora del mundo del espectáculo, Tatiana.

—Hola, Tatiana —saludé al pasar junto a su mesa. Por lo general ella es razonablemente amistosa, porque sabe que yo no supongo ninguna amenaza. Hoy, sin embargo, no me oyó. Estaba muy ocupada mutilando una fotografía publicitaria de Sophie, nuestra nueva presentadora—. Buenos días, Tatty —insistí. Esta vez me recompensó con una sonrisa. Luego dejó la navaja, tiró los papeles a la papelera y se levantó para hablar con Terry.

Yo intento mantenerme al margen de las intrigas de la oficina, pero es evidente que estos dos traman algo. Hace poco se han unido por una causa común: hacerle la vida imposible a Sophie. Tatiana quería ese trabajo. Hacía años que le iba detrás. Y cuando nuestra antigua presentadora, Gaby, se marchó para presentar
Blankety Blank
, Tatiana supuso que el puesto sería suyo. Terry también estaba deseando que se lo dieran, porque sabía que ella no lo pondría en evidencia. Es que Terry es de la vieja escuela. El no se considera el copresentador del programa, sino el presentador número uno. Y el trabajo del presentador número uno —varón y de mediana edad— es encargarse de las cosas serias, mientras que la presentadora número dos —joven y rubia— le mira con admiración antes de presentar algún reportaje sobre costura. Y así eran las cosas con Terry y Gaby. Pero Sophie es un caso muy distinto.

—¡Buenos días a todo el mundo! —saludó Sophie radiante mientras yo estudiaba mis isobaras—. Oye, ¿no visteis a Jeremy Pasman anoche? Se las hizo pasar negras al ministro de Defensa ruso —comentó mientras se quitaba el abrigo—. Creo que lo que dijo sobre Chechenia es absolutamente cierto. Según él, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa debería involucrarse mucho más en las negociaciones. No podría estar más de acuerdo.

—¿Ah, sí? —terció Terry.

—¡Y cómo los rusos están vendiendo de forma furtiva sus conocimientos nucleares a Irak! —añadió mientras encendía el ordenador—. Vamos, es un escándalo internacional, ¿no te parece?

—Pues sí.

Terry tiene treinta y nueve años —o por lo menos eso dice— y unos estudios de grado medio. No le ha sentado muy bien que le pongan al lado, en el sofá del estudio, a una chica de veinticuatro, licenciada por Oxford en política, filosofía y económicas. El nombramiento de Sophie fue más bien un shock en la casa. Como Terry no se cansa nunca de decir: cuando Sophie llegó no sabía distinguir un
autocue
de un autobús. Y es verdad. Venía de la radio. Era editora en la London FM, donde Darryl había sido invitado para tomar parte en un debate telefónico sobre el futuro de la televisión digital. Darryl se quedó tan impresionado con Sophie que la invitó a su audición para la AM-UK! Y Sophie obtuvo el puesto.

Pero es evidente que Sophie es demasiado buena para un programa como el nuestro. Bueno, no quisiera parecer desleal, pero por lo general la AM-UK! tiene más de chapuza que de programa de calidad. La mezcla de temas es increíble. Por ejemplo, el orden del día de hoy: celebridades desfiguradas, liftings fallidos, hámsteres heroicos y las vidas que han salvado, anciana con poderes psíquicos predice el futuro, el perfil de Brad Pitt realizado por Tatiana, cómo hacer frente a los quistes de ovarios, diez nuevos arreglos con crisantemos. Y en mitad de todo eso, una entrevista con Michael Portillo.

—La entrevista con Portillo la hago yo —anunció Terry, inclinado hacia atrás en su silla.

—Pero si me la han encargado a mí —contestó Sophie, metiéndose tras la oreja un mechón de su corto pelo rubio.

—Sí, ya, pero es evidente que se trata de un error. Reconocerás que la entrevista debería hacerla yo, que tengo más experiencia que tú.

—Con todos los respetos, Terry, yo ya he entrevistado a Michael Portillo dos veces.

—Sophie —dijo Terry con tono cansino—, en este programa trabajamos todos unidos. Me temo que no hay espacio para ambiciones personales, así que la entrevista a Portillo la hago yo, ¿de acuerdo?

Y ya está. La verdad es que Terry tiene mucha influencia, y lo sabe, porque es el favorito de las amas de casa. Y lo que es más, tiene un contrato de dos años a prueba de balas, así que Darryl no puede llevar demasiado lejos la causa de Sophie. El ambiente se pone de lo más tenso a veces, pero Sophie lo lleva muy bien. Es que en la televisión matinal el horario es tan espantoso que la mayoría de las disputas tienden a resolverse a machetazos. Una cosa que a las tres de la tarde no tendría ninguna importancia, a las cinco de la mañana provoca una ira homicida. Pero de momento Sophie se ha enfrentado a las provocaciones de Terry y Tatty con una sangre fría que helaría el champán. Simplemente finge que no tiene ni idea de que tengan nada contra ella. Y es amabilísima con ellos, a pesar de sus trucos sucios. Tatiana, por ejemplo, se dedica últimamente a acercarse a ella tres segundos antes de que salga al aire para decirle: «Me parece que ese color no te sienta bien», o bien: «¡Oh, no! ¡Se te ha corrido el maquillaje!», o: «¿Sabes que vas despeinada?». Pero Sophie se limita a sonreír y decir algo como: «Vaya, muchas gracias por decírmelo, Tatiana. Tú en cambio estás preciosa». Es impresionante. Pero ya he dicho que Sophie es un genio para la política y yo creo que está siendo muy lista. Es una mujer muy profesional y muy discreta. Nadie tiene ni idea sobre su vida privada. Nunca hace llamadas personales, por ejemplo. Pero yo sé que tiene novio, porque el mes pasado, después de la fiesta de Navidad, tuve que volver a la oficina a por mi bolso y oí a Sophie hablar con un tal Alex con un tono de lo más acaramelado. Tosí un poco para avisar de mi presencia y ella alzó la vista y se quedó de piedra. Yo cogí el bolso y me marché de inmediato, porque no quería que pensara que había oído nada. Pero lo cierto es que la había oído. Y esa es otra de las desventajas de trabajar en una oficina de planta abierta: que al final se sabe todo. De todas formas, yo sigo la vieja máxima: no oír nada malo, no ver nada malo y, sobre todo, no decir nada malo.

Pero como iba diciendo, el caso es que esta mañana estaba yo absorta en mis mapas, preparando los boletines que doy cada media hora durante el programa. El primero es a las seis y media, así que a las seis y diez bajé a maquillaje, en la segunda planta. De hecho, todas las cosas emocionantes pasan en la segunda planta. Allí es donde está el estudio, la sala de realización, el guardarropa y los vestuarios, el camerino y la oficina de servicio, donde se registran todas las quejas y comentarios. Mientras recorría el pasillo enmoquetado, las puertas se iban abriendo y cerrando y varios investigadores pasaban corriendo en todas direcciones con aspecto tenso. Eché un vistazo al camerino, donde varios participantes estaban tirados, comatosos, en sus sillas de cuero mientras Jean, que es la que se encarga de los invitados, intentaba animarles con tazas de Kenco.

—¿Les apetece un cruasán, o alguna otra cosa?

Entonces alguien salió disparado de realización gritando: —¿Dónde está Phil? ¿Dónde coño está Phil? ¿Tú eres Phil? ¡Bien, sales ahora mismo!

De hecho aquello era un caos.

—¡… que alguien llame a Tatiana!

—¿… prefiere un café?

—¡… la abuela vidente ha perdido la bola de cristal!

Sophie tiene la chaqueta un poco arrugada.

—¡… el gato que patina acaba de llegar!

Así que entrar en la sala de maquillaje es como entrar en un remanso de paz. Allí Iqbal (o Iqqy) y Marian transforman nuestras caras faltas de sueño para que podamos enfrentarnos a la cámara. Me senté en una silla un poco inclinada e Iqbal me echó sobre los hombros una bata de nailon y me recogió hacia atrás el pelo. En el estante que tenía ante mí se alineaban frascos y cajas de base de maquillaje, polvos, sombra de ojos, carmín y peines. Los botes de laca relucían a la luz de las bombillas del espejo.

—Pareces un poco cansada —comentó—. ¿Es que saliste anoche?

—Sí. Era mi aniversario de bodas y salimos a cenar en familia.

—Qué bien.

—Sí, estuvo muy bien. Aunque en cierto modo…

El caso es que apetece hablar con Iqqy y Marian, con ellos dan ganas de abrirse. Son tan tranquilos y tan comprensivos y amables… Es como estar en el diván de un psiquiatra. Tienes muchas ganas de contar todos tus problemas. Igual que hacen milagros con tu cara, aunque la traigas hecha una pena, parece que también puedan arreglarte por dentro. Así que estaba a punto de contarles que en realidad tampoco me lo había pasado tan bien la noche anterior porque Lily, mi mejor amiga, había hecho un comentario de lo más raro sobre mi marido y yo no había dejado de darle vueltas desde entonces. Y que gracias a eso, y a que había bebido demasiado, no había pegado ojo.

—¿Cuántos años llevas casada? —me preguntó Marian.

—Quince.

—¡Vaya! Te casarías muy joven…

—Sí —suspiré.

—Quince años —repitió—. Claro que yo ya llevo ocho.

—Y Will y yo llevamos juntos cinco —terció Iqqy mientras me ponía rimel—. Aunque hemos tenido nuestros altibajos. ¡Pero quince años! Es maravilloso. No me extraña que os apeteciera celebrarlo.

—Bueno, sí, pero… No sé, fue un poco raro —comencé—. Mirad, no sé qué vais a pensar… —Pero tuve que callarme porque Terry acababa de entrar. Necesitaba más polvos.

Enseguida se puso a despotricar de Sophie. Yo no le hice ni caso, como es mi costumbre, fingiendo estar absorta en mi guión. Diez minutos después, acicalada ya para las cámaras, entraba en el estudio. Es como la sección de muebles de unos almacenes de provincias. Hay dos grandes sofás de cuadros rosas, con cojines muy mullidos, una mesita de cristal ahumado y algunos cuadros de lo más anodino. Cuenta también con una estantería estilo
Habitat
con adornos bastante horteras y arreglos de desvaídas flores de seda. Al fondo hay un trampantojo de una imagen de Londres. A un lado hay un pequeño escenario y junto a él mi mapa meteorológico. Me acerqué a él entre las cuatro cámaras, sorteando los gruesos rollos de cable e intentando no darme en la cabeza con los aparejos, peligrosamente bajos. Hacía calor. Siempre hace calor en el estudio, por las luces. Acabábamos de entrar en la primera pausa publicitaria y Terry aprovechó la oportunidad para dar rienda suelta a una de sus rabietas.

—Mira Sophie, ya te he dicho antes que me siento en el lado izquierdo del sofá —gimió.

—Pero con todos mis respetos, Terry, ¿por qué?

—¿Por qué? ¿Por qué? Porque llevo diez años sentándome en el lado izquierdo del sofá y no veo por qué ahora tengo que cambiar por ti.

Yo sabía por qué quería sentarse de ese lado. Está convencido de que la luz es mejor y que le hace parecer más joven.

—Bueno, no veo qué importancia puede tener, Terry —dijo Sophie con tono cansino, poniéndose en pie—, pero si es tan importante para ti…

El técnico de sonido me puso un micrófono en la solapa y yo me coloqué el auricular. El director hizo la cuenta atrás para indicar el final de la publicidad, sonó un instante nuestra melodía y Terry se inclinó hacia la cámara:

—Bienvenidos otra vez. Están ustedes viendo la AM-UK! ¿Alguna vez han recibido un mensaje de ultratumba que les cambiara la vida?

La entrevista con la abuela vidente fue muy bien. Luego hubo un informe deportivo seguido por un reportaje sobre la princesa Ana, y por fin llegó el turno de Sophie. Tenía que hacer la entrevista sobre quistes de ovario. De hecho resultó bastante interesante, porque el ginecólogo era muy bueno. Pero cuando solo había llegado a la mitad, Sophie hizo una pausa de un segundo entre dos preguntas y Terry la interrumpió:

—Bueno, ¿y qué tiempo vamos a tener hoy? —preguntó, mirando radiante a la cámara uno. El cámara pareció tan sorprendido como yo—. ¡Aquí tenemos a Faith!

Lo había hecho deliberadamente, por supuesto, para cortar el tiempo de Sophie. No solo le robaba la atención del público, sino que le hubiera robado hasta la camisa. Cada vez que le parece que Sophie ha hablado bastante, la interrumpe sin más. Sobre todo si ella está tratando de algo remotamente serio, como un tema médico o de política. Y si Darryl intenta reprenderle en la reunión posterior, él se vuelve hacia Sophie haciéndose el inocente y le dice:

—Ay, perdona, Sophie, pero creí que habías terminado.

Me pone negra que Terry haga eso, no solo porque es muy desagradable, sino porque además significa que a mí me lanzan al aire sin aviso previo. De pronto se enciende la luz roja sobre la cámara dos y aparezco yo, en directo delante de todo el país.

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