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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Misterio, Intriga

La ciudad sagrada (35 page)

BOOK: La ciudad sagrada
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Era evidente que a
Teddy Bear
se lo habían llevado con el ganado. Lanzando un suspiro, enfiló de nuevo el camino de tierra y se alejó colina arriba hacia el coche. Era un viejo Plymouth Fury del setenta y uno que había pertenecido a su madre, de color verde aceituna gastado y con manchas de oxidación por todas partes, pero a pesar de todo era una de sus posesiones más preciadas. El parachoques delantero, con sus pesados dientes de cromo, se torcía ligeramente a la izquierda y le daba una apariencia grotesca y amenazadora. En la carrocería llevaba el número de abolladuras suficiente para hacer saber a los demás conductores que ya no le importaba una más o una menos.

Allí, sentado en el asiento del conductor, encontró a
Teddy Bear.
Tenía la monstruosa lengua fuera, colgando por el calor, y estaba babeando saliva por todo el asiento, pero parecía estar bien.


¡Teddy Bear,
viejo granuja! —exclamó Skip.

El perro aulló y le babeó encima de la mano.

—¡Apártate de ahí! Soy el único que tiene carnet de conducir. —Echó a un lado al perro de cuarenta y cinco kilos, lo colocó en el asiento del copiloto y se puso detrás del volante.

Tras dejar el arma en la guantera, Skip puso primera y maniobró para enfilar de nuevo el camino de tierra. Advirtió que se sentía mejor de lo que se había sentido en todo el día; curiosamente, pese a lo deprimente y lo trágico de la escena, se alegró de haber realizado aquel peregrinaje. Empezó a planear mentalmente el resto de la tarde. Para empezar, tendría que comprar comida para perros; aquello le desbarataría su escaso presupuesto, pero no importaba. Luego se pasaría por el Noodle Emporium para llevarse un poco de
meifun
deSingapur al curry, y finalmente estudiaría el libro sobre los estilos de cerámica anasazi que Sonya Rowling le había dado dos días antes. Era un texto fascinante y sorprendentemente se había quedado levantado hasta tarde por su culpa, absorto en la lectura, subrayando fragmentos y anotando comentarios en el margen. Hasta se le había olvidado abrir la nueva botella de mezcal que tenía en la mesa de la sala de estar.

El coche pasó traqueteando por encima de la valla protectora y Skip se incorporó a la carretera principal, dirigiendo al Fury hacia la ciudad y dando gas al motor, ansioso por alejarse del rancho cuanto antes. El perro asomó la cabeza por la ventanilla y sustituyó el aullido grave por un resoplido y un babeo impaciente. La brisa se llevó consigo los hilillos de saliva que pendían de su boca.

Pensando en cómo unir fragmentos de cerámica, Skip bajó por la colina hacia Fox Run, mientras la desértica carretera iba desapareciendo y las conexiones con los campos de golf construidas con macadán, perfectas y bien cuidadas, ocupaban su lugar. A medio kilómetro, al final de la larga cuesta abajo, la carretera viraba bruscamente antes de pasar junto al edificio del club de golf. Cuando era un muchacho, Skip había conducido la bicicleta de montaña de su padre justo por los terrenos donde ahora se hallaba aquel edificio. De eso hace ya diez años, pensó. Por aquel entonces no había ni una sola casa en cinco kilómetros a la redonda, mientras que ahora albergaba setenta y dos hoyos de golf y seiscientas casas unifamiliares.

El enorme coche ganó velocidad y se acercó a una curva muy pronunciada. Concentrándose de nuevo en los fragmentos de cerámica, Skip apretó el pedal del freno.

Le sorprendió que el pedal se hundiera, sin ofrecer resistencia, en el suelo metálico del vehículo. De inmediato se incorporó en el asiento, mientras la adrenalina fluía por su cuerpo. Apretó el pedal de nuevo, esta vez con más fuerza, pero siguió sin surtir el efecto deseado. Miró al frente con los ojos muy abiertos, alerta. Medio kilómetro más adelante, la carretera giraba a la izquier‐da, sorteando un gigantesco montículo de basalto que sobresalía del desierto. Skip leyó con absoluta claridad la placa de metal que había clavada en el montículo:
CLUB DE CAMPO FOX RUN. PELIGRO: ZONA DE PASO DE GOLFISTAS.

Miró el indicador de velocidad: noventa y nueve kilómetros por hora. No tenía tiempo material de tomar la curva, derraparía y daría una vuelta de campana. Podía intentar poner marcha atrás, pero probablementede ese modo sólo conseguiría perder el control del vehículo y chocar contra el montículo.

Desesperado, recurrió al freno de emergencia. Se produjo un súbito tirón, se oyó un fuerte chirrido y el olor a hierro quemado impregnó el coche. Asustado el perro cayó hacia adelante y dio un fuerte aullido. Skip distinguió a un grupo de golfistas de pelo blanco en un green cercano, que de repente volvieron la cabeza y observaron boquiabiertos cómo pasaba el coche a toda velocidad. Alguien bajó de un salto de un carrito de golf y echó a correr hacia el edificio del club.

El volante empezó a dar sacudidas en las manos de Skip y éste vio cómo perdía el control del vehículo. La enorme piedra de basalto apareció ante sus ojos, a escasos segundos de distancia. Dio un brusco volantazo hacia la izquierda y el coche comenzó a girar, realizando un amplio ángulo, hasta dar una vuelta completa y luego otra más. Skip estaba gritando, pero no podía oírse a causa de los chirridos de los neumáticos. En medio de una densa cortina de humo provocada por el caucho quemado, el coche se salió de la carretera sin dejar de dar vueltas, hasta que las ruedas se toparon con la gravilla y luego con la hierba. El vehículo dio una violenta sacudida y luego se paró en seco. Una espesa nube de arena de color crema se adhirió al salpicadero y al capó.

Skip permaneció inmóvil en el asiento, con los dedos pegados al volante inerte. Los chirridos de los neumáticos cesaron para dar paso al crujido del metal al enfriarse. Poco a poco, se dio cuenta de que el vehículo había ido a parar a un
bunker,
escorado bruscamente a un lado. Vio ante sus ojos una boca y una lengua negras y babeantes, de aliento hediondo, mientras
Teddy Bear
le lamía la cara frenéticamente.

A continuación, oyó un golpeteo en el parabrisas precedido del sonido de unos pasos y de la conversación inquieta de varios hombres.

—Eh, chico —dijo una voz cargada de preocupación—. Chico, ¿estás bien?

Skip no contestó, sino que se limitó a retirar las manos temblorosas del volante, agarrar los dos extremos del cinturón de seguridad y a quitárselo despacio de alrededor de su cintura.

29

E
l resto del primer día de trabajo en Quivira fue excepcionalmente bien. Los miembros principales de la expedición llevaron a cabo sus tareas con una profesionalidad que impresionó y alentó a Nora al mismo tiempo. Sobre todo Black, después de tranquilizarse, estaba confirmando su excelente reputación en el trabajo de campo. En cuanto a Holroyd, con suma rapidez había montado una red de avisos inalámbricos diseñada alrededor de un transmisor central, que permitía a los miembros del grupo comunicarse unos con otros desde cualquier parte del yacimiento. Así pues, la fascinación y la magia de Quivira ejerció su poder sobre profesionales y aficionados por igual. Aquella noche, alrededor del fuego, la conversación cesaba espontáneamente, y como si todos fuesen una sola persona, dirigían la mirada hacia las paredes oscuras del cañón, en dirección al hueco invisible donde se ocultaba la ciudad.

Al día siguiente, hacia mediodía, el calor de principios de verano se había asentado en la parte inferior del desfiladero, pero a medio camino de la pared del cañón, bajo la sombra de la roca, la ciudad seguía gozando de una temperatura fresca. Holroyd había trepado por la escala de nailon, se había puesto en contacto con el instituto y había vuelto a bajar sin incidentes para regresar a su tarea de escanear los bloques de adobe con el magnetómetro de protones. Una vez acabado el rastreo, utilizaría un mando de control remoto para que el sistema de localización por satélite inspeccionase los puntos más importantes del yacimiento.

Nora se sentó en el muro de contención que había al frente de la ciudad, cerca de la escala de cuerda que conducía al fondo del valle. Utilizando el sistema de poleas, Bonarotti les había enviado arriba las bolsas del almuerzo, y Nora abrió la suya con ansiedad. En su interior había un pedazo de queso de Port du Salut, cuatro generosas lonchas de jamón de Parma y un trozo de pan maravillosamente grueso y esponjoso que Bonarotti había cocido en su horno aquella mañana, después del desayuno. Se lo comió todo sin demasiadas ceremonias, regando la comida con un trago de su cantimplora, y luego se puso de pie. Como directora de la expedición, tenía que reunir los datos para elaborar un catálogo de las piezas encontradas sobre el terreno y había llegado el momento de echar un vistazo a los progresos de los demás.

Echó a andar bajo las sombras de los vetustos muros de adobe hacia el extremo opuesto de la plaza delantera del yacimiento. Allí, cerca de la base del Planetario, Black y Smithback estaban trabajando en el enorme vertedero de la ciudad: un montón de basura gigantesco y polvoriento compuesto por huesos de animales, carbón y fragmentos de cerámica. Cuando se acercó a ellos, Smithback sacó la cabeza por una zanja situada al otro lado, con la cara sucia y el pelo revuelto. Sonrió sin querer al ver aquel espectáculo. Aunque no pensaba darle el placer de decírselo, lo cierto es que había empezado a leer el libro que el reportero le había regalado, y debía admitir que se trataba de una historia terrorífica y fascinante, a pesar del modo casi milagroso en que Smithback solía intervenir en la mayoría de los acontecimientos heroicos que describía.

La voz de Black retumbó en la pared de la cueva.

—Bill, ¿no has terminado con el cuadrante F‐l todavía?

—¿Y por qué no te lo cuadras tú sólito? —rezongó Smithback como respuesta.

Black rodeó el vertedero y se acercó a Nora de muy buen humor, con un desplantador en una mano y unaescobilla en la otra.

—Nora —dijo con una sonrisa—, esto te interesará. No creo que haya habido una secuencia cultural más clara desde que Kidder excavó el vertedero de Pecos. Y eso es sólo de la fosa de control que excavamos ayer; ahora estamos terminando de cavar los primeros caballones de la zanja de pruebas.

—Y el tío tiene la caradura de hablar en plural… —Smithback se apoyó en la pala y le tendió una mano temblorosa a Nora—. Por el amor de Dios, ¿no podría la buena samaritana darle un traguito a este pobre y mísero pecador? —Nora le pasó la cantimplora y el escritor bebió con desesperación—. Ese hombre es un sádico —añadió al tiempo que se limpiaba la boca—. Habría trabajado menos construyendo las pirámides. Quiero un traslado, jefa.

—Cuando te incorporaste a la expedición, ya sabías que uno de tus cometidos iba a consistir en cavar y cavar —le explicó Nora, recuperando la cantimplora—. ¿Qué mejor modo de hacer que se te bajen un poco esos humos? Además, apuesto a que no es la primera vez que tienes que hurgar en la basura para sacar los trapos sucios.


Et tu, Bruto?
—suspiró Smithback.

—Ven a ver lo que hemos hecho —dijo Black, guiando a Nora hasta una perfecta zanja de pequeñas dimensiones a un lado del vertedero.

—¿Es ésta la fosa de control? —preguntó la mujer.

—Sí —contestó Black—. Un buen perfil, ¿no te parece?

—Perfecto —convino Nora. Nunca había visto un trabajo tan bien hecho ni unos resultados potencialmente tan valiosos y reveladores. Vio por dónde habían excavado en el basurero, dejando al descubierto docenas de finas capas de tierra marrón, gris y negra, datos que revelaban el modo en que el vertedero había ido creciendo con el tiempo. Los diversos estratos estaban indicados mediante unos banderines numerados, y unas banderas aún más pequeñas señalaban los lugares de donde se habían extraído algunos objetos. Junto a la zanja, en el suelo, había montones de bolsas de plástico y tubos de ensayo, cuidadosamente ordenados, cada uno con su propia muestra, semilla, hueso o trozo de carbón. Cerca de allí, Nora vio que Black había instalado un laboratorio portátil de flotación de agua y un microscopio de estereozoom para separar el polen, las pequeñas semillas y los cabellos humanos del detritus. Junto a él había un pequeño sistema de cromatografía de papel para analizar las sustancias solubles. Era una tarea altamente profesional, ejecutada con notable seguridad y rapidez.

—Es una secuencia de manual —comentó Black—. En lo alto está Pueblo Tercero, donde vemos cerámica corrugada y algunos restos de roja. Debajo está Pueblo Segundo. La secuencia empieza bruscamente hacia el año 950 después de Cristo.

—La misma época en que los anasazi iniciaron la construcción del cañón del Chaco —recordó Nora.

—Correcto. Bajo esta capa —señaló una capa de tierra color marrón claro— hay otra de tierra baldía.

—Lo cual significa que la ciudad se construyó de una vez —explicó Nora.

—Así es. Y echa un vistazo a esto. —Black abrió una bolsa de plástico y extrajo con cuidado tres fragmentos de cerámica para colocarlos sobre una superficie de fieltro. Las piezas brillaron débilmente bajo el sol de mediodía.

Nora dejó escapar un silbido y murmuró:

—Micácea negro sobre amarillo. Qué bonito…

Black arqueó una ceja.

—Es una pieza insólita. ¿La habías visto antes?

—Una vez, en mi excavación de Rio Puerco. Estaba en pésimas condiciones, por supuesto; nadie ha encontrado nunca una vasija intacta. —El hallazgo por parte de Black de aquellos tres fragmentos en un solo día de trabajo dejaba constancia de la riqueza del yacimiento.

—Yo nunca había visto una cosa igual —dijo Black—. Es increíble. ¿Han llegado a datar esta clase de cerámica alguna vez?

—No, sólo se han hallado dos docenas de fragmentos en todo el mundo, y siempre demasiado aislados unos de otros. Tal vez encuentres tú aquí material suficiente para realizar el trabajo.

—Tal vez —contestó Black, y devolvió los fragmentos a la bolsa usando unas pinzas con la punta de goma—. Ahora mira esto. —Se agachó junto al perfil del suelo y señaló con el extremo del desplantador una serie de franjas claras y oscuras, dispuestas de forma alternativa. Cada una estaba integrada por distintas capas de cerámica rota—. Decididamente la ocupación del sitio se produjo en función de la estación del año. Durante la mayor parte del mismo, no había mucha gente viviendo en la ciudad, calculo que unas cincuenta personas, mientras que en verano tenía lugar una gran afluencia. Sin duda se trataba de un peregrinaje estacional, pero a una escala mucho mayor que en el Chaco. Es fácil saberlo por el volumen de vasijas rotas y de cenizas de la chimenea.

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