Read La guerra de las salamandras Online

Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (29 page)

BOOK: La guerra de las salamandras
9.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Seguidamente Inglaterra presentó una proposición para que todos los estados se comprometiesen, por lo menos, a dejar de vender armas y explosivos a las salamandras. Después de ser considerada detenidamente, la proposición fue rechazada, principalmente, porque «un compromiso así ya está acordado en el Convenio de Londres; segundo, no se puede prohibir a ningún estado que dé a sus salamandras equipos técnicos y armas para la defensa de sus costas, mientras lo considere necesario; tercero, a los estados marítimos les importa, naturalmente, conservar las buenas relaciones con los habitantes del mar, y, por ello, consideran conveniente no tomar por el momento medida alguna que pudiera ser considerada por las salamandras como represalia.» Por otra parte, todos los estados estaban de acuerdo en vender también armas y explosivos a los países que fueran atacados por las salamandras
.

En una sesión secreta se aceptó la proposición colombiana de que se entablasen, por lo menos, negociaciones no oficiales con las salamandras. Chief Salamander sería invitado a enviar a la Conferencia dos apoderados. Los representantes de Gran Bretaña se opusieron terminantemente a ello, declarando que no se reunirían con ninguna salamandra. Finalmente se conformaron con que, mientras tanto, se irían «por cuestiones de salud» a pasar unos días a Engadina. Aquella noche fue enviada, en la clave estatal de todas las potencias marítimas, una invitación a Su Excelencia Chief Salamander para que nombrase dos delegados a la Conferencia de Vaduz. La respuesta fue ronca. «Sí, por esta vez todavía vamos a su encuentro; la próxima vendrán ustedes a hablar conmigo, bajo las aguas del mar.» A continuación siguió el anuncio oficial: «Los representantes de las salamandras llegarán pasado mañana por la noche, en el Orient-Express, a la estación de Buchs.»

Fueron acomodados los baños más lujosos de Vaduz, y un tren especial trajo, en cisternas, agua del mar para los delegados salamandras. Por la noche, en la estación de Buchs, tenía que celebrarse el recibimiento oficial. Estaban allí los secretarios de las delegaciones, representantes de las autoridades locales y unos doscientos periodistas, fotógrafos y camarógrafos
.

Exactamente a las 6 y 25 minutos entró en la estación el Orient-Express. Del tren-salón salieron y descendieron por las alfombras rojas tres señores altos, elegantes y, detrás de ellos, unos cuantos secretarios perfectamente normales, con pesadas carteras. «¿Y dónde están las salamandras?», preguntó alguien en voz velada. Dos o tres personalidades oficiales se adelantaron inseguras al encuentro de aquellos tres señores. Pero ya el primero de ellos dijo rápida y claramente:

—Somos los delegados de las salamandras. Soy el profesor doctor Van Dott, de La Haya, Maítre Rosso Castelli, abogado de París. El doctor Manoel Carvalho, abogado de Lisboa
.

Los señores se inclinaron y se presentaron. —¿Así que no son ustedes salamandras? —respiró el secretario francés
.

—Desde luego que no —dijo el Dr. Rosso Castelli—. Nosotros somos sus abogados. Perdón, seguramente estos señores querrán filmarnos
.

Seguidamente, la sonriente delegación de las salamandras fue fotografiada y filmada. También los secretarios presentes mostraban su satisfacción. Era un acto de decencia de las salamandras el haber enviado, como sus representantes, a seres humanos. Con los hombres es más fácil entenderse. Y, sobre todo, no se presentarían situaciones sociales desagradables
.

Aquella misma noche se celebró la primera reunión con la delegación de las salamandras. En el programa estaba la cuestión de cómo sería posible renovar la paz entre las salamandras y Gran Bretaña. El profesor Van Dott pidió la palabra
.

—No cabe duda de que las salamandras fueron atacadas por Gran Bretaña. El cañonero inglés Erebus atacó en alta mar al barco-emisora de las salamandras; el Almirantazgo inglés interrumpió las pacíficas relaciones comerciales con ellas, al prohibir al barco
Amenhotep
desembarcar la carga de explosivos ordenada; con su prohibición de todo tipo de comercio con las salamandras, provocó el bloqueo de sus mares y costas por éstas. Las salamandras no pudieron denunciar estos hechos ni en La Haya, porque el Convenio de Londres no les daba ni siquiera el derecho de presentar sus quejas en Ginebra, ya que no se las ha reconocido como miembros de la Sociedad de Naciones. Así, pues, no les quedó más remedio que defenderse por sí solas. A pesar de todo esto, Chief Salamander está dispuesto a suspender todos los actos bélicos, desde luego bajo ciertas condiciones:

1. Gran Bretaña presentará disculpas a las salamandras por los hechos arriba mencionados;

2. Retirará todas sus órdenes relativas a la prohibición de entregas a las salamandras;

3. Como parte perjudicada, las salamandras entrarán, sin ninguna indemnización, en la zona de la desembocadura de Pandzabu, para poder construir allí nuevas costas y bahías.

A continuación, el presidente de la conferencia declaró que comunicaría estas condiciones a su distinguido amigo, el delegado de Gran Bretaña, que no se encontraba presente. No ocultó su temor de que estas condiciones no serían fácilmente aceptadas. Tampoco se podía esperar que de ellas se desprendiese un motivo para nuevas negociaciones.

Después seguían en el orden del día las protestas de Francia a causa de la voladura de las costas de Senegambia por las salamandras, con lo cual habían entrado éstas en territorio colonial francés. El delegado de las salamandras, el famoso abogado parisiense Dr. Julien Rosso Castelli, pidió la palabra.

—Demuéstrenlo ustedes —dijo—. Las eminencias mundiales en sismología confirmaron que los temblores de tierra de Senegambia fueron de origen volcánico, y que se relacionan con las antiguas actividades del volcán Pico, de la isla de Fogo. Aquí —exclamó el Dr. Rosso, golpeando con la mano su cartera— están sus confirmaciones científicas. Si tienen ustedes pruebas de que el terremoto de Senegambia se produjo a consecuencia de las actividades de mis clientes, preséntenlas, las esperamos.

El delegado belga Creux
:

—¡Su Chief Salamander declaró él mismo que todo había sido obra de las salamandras!

Profesor Van Dott
:

—Su discurso no fue oficial.

Maitre Rosso Castelli
:

—Estamos autorizados a desmentir su discurso. Pido que sean escuchados los expertos técnicos, y que manifiesten si es posible provocar en la corteza terrestre, de manera artificial, brechas de sesenta y siete kilómetros. Les propongo que ejecuten un experimento en la misma extensión. Mientras no existan esas pruebas, señores, seguiremos hablando de «actividades volcánicas». De todas formas, Chief Salamander está dispuesto a comprar al Gobierno francés los golfos marítimos que se formaron a consecuencia del terremoto en Senegambia, y que pueden servir para nuevas residencias de las salamandras. Tenemos plenos poderes para tratar del precio con el Gobierno francés.

El delegado francés, ministro Deval
:

—Si esto equivale a una especie de indemnización por los daños causados, estamos dispuestos a considerarlo.

Maitre Rosso Castelli
:

—Muy bien. El Gobierno de las salamandras pide que en el contrato de venta sea incluido el territorio de las Landas, desde la desembocadura del Gironda hasta Bayona, con una extensión de seis mil setecientos veinte kilómetros cuadrados. En otras palabras: el gobierno de las salamandras está dispuesto a comprar a Francia esta parte de su territorio sur.

Ministro Deval
:

(Nacido en Bayona y diputado por dicha región).

—¿Para que vuestras salamandras conviertan en mar el suelo de Francia? ¡Nunca! ¡Nunca!

Maitre Rosso Castelli
:

—Francia se arrepentirá de esas palabras, señor. Hoy se ha hablado todavía de precio de venta.

Después de esto, se suspendió la sesión.

El tema principal de la segunda reunión fue un gran ofrecimiento internacional a las salamandras para que, en lugar de destrozar los antiguos continentes tan densamente poblados, se construyesen ellas mismas nuevas costas e islas, para lo que se les garantizaría un sustancioso crédito. Los nuevos continentes e islas así construidos serían después considerados como territorios independientes bajo la soberanía de las salamandras.

Dr. Manuel Carvalho
: (Gran abogado de Lisboa).

Da las gracias por este ofrecimiento que transmitirá al Gobierno de las salamandras. Añade que hasta un niño puede comprender que es un trabajo mucho más largo y complicado construir nuevos continentes que destruir los antiguos.

—Nuestros clientes necesitan nuevas costas y bahías a corto plazo —continuó—. Para ellos es cuestión de ser o no ser. Sería mejor para la Humanidad aceptar los generosos ofrecimientos de Chief Salamander, que hoy está todavía dispuesto a comprar el Mundo a los humanos en vez de tomarlo por la fuerza. Nuestros clientes han encontrado la forma de obtener el oro contenido en el agua del mar. A consecuencia de esto, dominan espacios casi inconmensurables. Pueden pagar el Mundo de ustedes muy bien, sí; magníficamente. Cuenten ustedes con que, para ellos, el precio del Mundo bajará cada vez más con el correr del tiempo, sobre todo si se producen, como es de suponer, otras catástrofes tectónicas o volcánicas, mucho más extensas que aquéllas de las que hemos sido testigos hasta ahora, que reducirían considerablemente la extensión actual de los continentes. Cuando sobre la superficie de los mares queden solamente los picos de las montañas, no les dará nadie por ellas ni un pepino. Estoy aquí, desde luego, como representante y consejero legal de las salamandras —continuó el señor Carvalho—, y debo defender
sus
intereses; pero soy también un hombre, señores, y el bienestar de la Humanidad me interesa tanto como a ustedes. Por eso les aconsejo, ¡no!, les suplico, que vendan los continentes cuando todavía están a tiempo. Pueden venderlos en conjunto o divididos según países. Chief Salamander, cuya magnanimidad e ideas modernas son conocidas por todos, se compromete a evitar en lo posible las víctimas humanas en los futuros y necesarios cambios del mundo. La inundación de los continentes se hará gradualmente y de forma que no produzca pánico ni catástrofes innecesarias.

Tenemos poderes para comenzar las negociaciones, ya sea en una solemne conferencia de todas las naciones, o con los diferentes países en particular. La presencia de abogados tan destacados como el profesor Van Dott, o Maitre Julien Rosso Cas-telli, deben servirles de garantía de que, junto a los intereses de nuestros clientes, iremos mano a mano con ustedes para defender lo más querido por todos nosotros: la cultura humana, el bienestar de toda la Humanidad.

En medio de una gran tensión se pasó a la siguiente proposición. Se ofreció a las salamandras poner a su disposición la China central para inundarla; a cambio de ello las salamandras se comprometerían a asegurar para siempre las costas de los Estados europeos y sus colonias.

Dr. Rosso Castelli
:

—Para siempre es quizás demasiado. Digamos mejor por doce años.

Profesor Van Dott
:

—La China central es demasiado poco. Digamos las provincias de Nganhuei, Honan, Kiangsu, Chi-li y Fung-tien.

El delegado japonés protestó contra la entrega de la provincia de Fung-tien, situada en zona de influencia japonesa. El delegado chino hizo uso de la palabra pero, por desgracia, no se le pudo entender. En el salón de sesiones reinaba gran intranquilidad. Era ya la una de la madrugada.

En aquel momento entró en la sala el secretario de la delegación italiana y murmuró algo al oído del delegado italiano, Conde de Tosti. El Conde empalideció, se levantó y, sin tener en cuenta que el delegado de China, Dr. Ti, estaba todavía hablando, exclamó con voz ronca:

—Señor presidente, pido la palabra. Precisamente acaban de comunicarme que las salamandras acaban de inundar parte de nuestra provincia de Venecia, en dirección a Portogruaro.

A esto siguió un silencio impresionante. Solamente el delegado de China continuaba hablando.

—Chief Salamander se lo advirtió hace ya tiempo —gruñó el Dr. Carvalho.

El profesor Van Dott se movió algo inquieto y alzó la mano.

—Señor presidente, quizá deberíamos volver al asunto que se estaba tratando. En el programa está la cuestión de la provincia de Fung-tien. Estamos autorizados a ofrecer a las autoridades japonesas una remuneración en oro. La cuestión es, qué dan los Estados interesados a nuestros clientes por acabar con China.

En aquel momento los radioaficionados nocturnos estaban escuchando de nuevo la emisora de las salamandras.

«Acaban ustedes de oír en grabación, la Barcarola de los Cuentos de Hoffmann», graznó el locutor. «Haló, haló, ahora conectamos con la Venecia italiana.»

Y después se oyó solamente algo como el ruido oscuro e inmenso de las aguas que avanzaban.

10

El señor Povondra se echa la culpa

¡Quién diría que han pasado tantos años y tanta agua por el río! ¡Si ni siquiera nuestro señor Povondra es ya portero de la casa de G.H. Bondy! Ahora es, por decirlo así, un respetable anciano, que puede recoger con tranquilidad el fruto de su larga y esforzada vida, en forma de una pequeña pensión. Pero ¿cómo van a bastar unos cuantos cientos de coronas, con los exagerados precios de guerra? Menos mal que, de vez en cuando, le da por picar a algún pez. Sentado en el barquito, con la caña de pescar en la mano, piensa cuánta agua corre durante el día y de dónde puede salir tanta. Algunas veces pesca un barbo, otras una perca. Ahora abundan mucho más los peces, seguramente porque los ríos son más cortos. Una perca tampoco viene mal; es verdad que tiene muchas espinas, pero su carne es sabrosa, un poco parecida a las almendras. Y mamá Povondra las sabe preparar tan bien… El señor Povondra ignora que mamá enciende el fuego para guisar sus percas, por lo general, con los recortes que en otro tiempo coleccionaba y seleccionaba. Es cierto; el señor Povondra abandonó su afán coleccionista al ser jubilado. En cambio, se procuró un acuario donde, junto a truchas doradas, tenía pequeños tritones y salamandras. Durante horas enteras las contemplaba, inmóviles en el agua, o tratando de trepar por el margen que les había hecho con piedrecitas. Después movía la cabeza y decía: «¡Quién lo hubiera dicho de ellas!» Pero el hombre no se contentaba tan sólo con mirar, y, por ello, el señor Povondra se dedicó a la pesca. «¡Qué se puede hacer!», pensaba indulgente mamá Povondra. «Los hombres siempre han de tener sus manías. Más vale eso y no que se vaya al café o se meta en política.»

BOOK: La guerra de las salamandras
9.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Highlander's Sword by Amanda Forester
A Mile in My Flip-Flops by Melody Carlson
Evidence of Things Seen by Elizabeth Daly