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Authors: H. G. Wells

Tags: #ciencia ficción

La máquina del tiempo (5 page)

BOOK: La máquina del tiempo
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—¡Oh!, eso... —comentó Filby— es...

—¿Por qué no...? —dijo el Viajero a través del Tiempo.

—Eso va contra la razón —terminó Filby.

—¿Qué razón? —dijo el Viajero a través del Tiempo.

—Puede usted por medio de la argumentación demostrar que lo negro es blanco —dijo Filby—, pero no me convencerá usted nunca.

—Es posible —replicó el Viajero a través del Tiempo—. Pero ahora empieza usted a percibir el objeto de mis investigaciones en la geometría de Cuatro Dimensiones. Hace mucho que tenía yo un vago vislumbre de una máquina...

—¡Para viajar a través del Tiempo! —exclamó el Muchacho Muy joven.

—Que viaje indistintamente en todas las direcciones del Espacio y del Tiempo, como decida el conductor de ella.

Filby se contentó con reír.

—Pero he realizado la comprobación experimental —dijo el Viajero a través del Tiempo.

—Eso sería muy conveniente para el historiador —sugirió el Psicólogo—. ¡Se podría viajar hacia atrás y confirmar el admitido relato de la batalla de Hastings
[2]
, por ejemplo!

—¿No cree usted que eso atraería la atención? —dijo el Doctor—. Nuestros antepasados no tenían una gran tolerancia por los anacronismos.

—Podría uno aprender el griego de los propios labios de Homero y de Platón
[3]
—sugirió el Muchacho Muy joven.

—En cuyo caso le suspenderían a usted con seguridad en el primer curso. Los sabios alemanes ¡han mejorado tanto el griego!

—Entonces, ahí está el porvenir —dijo el Muchacho Muy Joven—. ¡Figúrense! ¡Podría uno invertir todo su dinero, dejar que se acumulase con los intereses, y lanzarse hacia adelante!

—A descubrir una sociedad —dije yo— asentada sobre una base estrictamente comunista.

—De todas las teorías disparatadas y extravagantes —comenzó el Psicólogo.

—Sí, eso me parecía a mí, por lo cual no he hablado nunca de esto hasta...

—¿Verificación experimental? —exclamé—. ¿Va usted a experimentar eso?

—¡El experimento! —exclamó Filby, que tenía el cerebro fatigado.

—Déjenos presenciar su experimento de todos modos —dijo el Psicólogo—, aunque bien sabe usted que es todo patraña.

El Viajero a través del Tiempo nos sonrió a todos. Luego, sonriendo aún levemente y con las manos hundidas en los bolsillos de sus pantalones, salió despacio de la habitación y oímos sus zapatillas arrastrarse por el largo corredor hacia su laboratorio.

El Psicólogo nos miro.

—Y yo pregunto: ¿a qué ha ido?

—Algún juego de manos, o cosa parecida —dijo el Doctor; y Filby intentó hablarnos de un prestidigitador que había visto en Burslem
[4]
; pero antes de que hubiese terminado su exordio, el Viajero a través del Tiempo volvió y la anécdota de Filby fracasó.

2 - La máquina

La cosa que el Viajero a través del Tiempo tenía en su mano era una brillante armazón metálica, apenas mayor que un relojito y muy delicadamente confeccionada. Había en aquello marfil y una substancia cristalina y transparente. Y ahora debo ser explícito, pues lo que sigue —a menos que su explicación sea aceptada— es algo absolutamente inadmisible. Cogió él una de las mesitas octogonales que había esparcidas alrededor de la habitación y la colocó enfrente de la chimenea, con dos patas sobre la alfombra. Puso la máquina encima de ella. Luego acercó una silla y se sentó. El otro objeto que había sobre la mesa era una lamparita con pantalla, cuya brillante luz daba de lleno sobre aquella cosa. Había allí también una docena de bujías aproximadamente, dos en candelabros de bronce sobre la repisa de la chimenea y otras varias en brazos de metal, así es que la habitación estaba profusamente iluminada. Me senté en un sillón muy cerca del fuego y lo arrastré hacia adelante a fin estar casi entre el Viajero a través del Tiempo y el hogar. Filby se sentó detrás de él, mirando por encima de su hombro. El Doctor y el Corregidor le observaban de perfil desde la derecha, y el Psicólogo desde la izquierda. El Muchacho Muy joven se erguía detrás del Psicólogo. Estábamos todos sobre aviso. Me parece increíble que cualquier clase de treta, aunque sutilmente ideada y realizada con destreza, nos hubiese engañado en esas condiciones.

El Viajero a través del Tiempo nos contempló, y luego a su máquina.

—Bien, ¿y qué? —dijo el Psicólogo.

—Este pequeño objeto —dijo el Viajero a través del Tiempo acodándose sobre la mesa y juntando sus manos por encima del aparato— es sólo un modelo. Es mi modelo de una máquina para viajar a través del tiempo. Advertirán ustedes que parece singularmente ambigua y que esta varilla rutilante presenta un extraño aspecto, como si fuese en cierto modo irreal.

Y la señaló con el dedo.

—He aquí, también, una pequeña palanca blanca, y ahí otra.

El Doctor se levantó de su asiento y escudriñó el interior de la cosa.

—Está esmeradamente hecho —dijo.

—He tardado dos años en construirlo —replicó el Viajero a través del Tiempo.

Luego, cuando todos hubimos imitado el acto del Doctor, aquél dijo:

—Ahora quiero que comprendan ustedes claramente que, al apretar esta palanca, envía la máquina a planear en el futuro y esta otra invierte el movimiento. Este soporte representa el asiento del Viajero a través del Tiempo. Dentro de poco voy a mover la palanca, y la máquina partirá. Se desvanecerá, Se adentrará en el tiempo futuro, y desaparecerá. Mírenla a gusto. Examinen también la mesa, y convénzanse ustedes de que no hay trampa. No quiero desperdiciar este modelo y que luego me digan que soy un charlatán.

Hubo, una pausa aproximada de un minuto. El Psicólogo pareció que iba a hablarme, pero cambió de idea. el Viajero a través del Tiempo adelantó su dedo hacia la palanca.

—No —dijo de repente—. Deme su mano.

Y volviéndose hacía el Psicólogo, le cogió la mano y le dijo que extendiese el índice. De modo que fue el propio Psicólogo quien envió el modelo de la Máquina del Tiempo hacia su interminable viaje. Vimos todos bajarse la palanca. Estoy completamente seguro de que no hubo engaño. Sopló una ráfaga de aire, y la llama de la lámpara se inclinó. Una de las bujías de la repisa de la chimenea se apagó y la maquinita giró en redondo de pronto, se hizo indistinta, la vimos como un fantasma durante un segundo quizá, como un remolino de cobre y marfil brillando débilmente; y partió... ¡se desvaneció! Sobre la mesa vacía no quedaba más que la lámpara.

Todos permanecimos silenciosos durante un minuto.

—¡Vaya con el chisme! —dijo Filby a continuación.

El Psicólogo salió de su estupor y miró repentinamente de la mesa. Ante lo cual el Viajero a través del Tiempo rió jovialmente.

—Bueno, ¿y qué? —dijo, rememorando al Psicólogo; después se levantó, fue hacia el bote de tabaco que estaba sobre la repisa de la chimenea y, de espaldas a nosotros, empezó a llenar su pipa.

Nos mirábamos unos a otros con asombro.

—Dígame —preguntó el Doctor—: ¿ha hecho usted esto en serio? ¿Cree usted seriamente que esa máquina viajará a través del tiempo?

—Con toda certeza —contestó el Viajero a través del Tiempo, deteniéndose para prender una cerilla en el fuego, luego se volvió, encendiendo su pipa, para mirar al Psicólogo de frente; éste, para demostrar que no estaba trastornado, cogió un cigarro e intentó encenderlo sin cortarle la punta—. Es más, tengo ahí una gran máquina casi terminada —y señaló hacia el laboratorio—, y cuando esté montada por completo, pienso hacer un viaje por mi propia cuenta.

—¿Quiere usted decir que esa máquina viaja por el futuro? —dijo Filby.

—Por el futuro y por el pasado... no sé, con seguridad, por cuál.

Después de una pausa el Psicólogo tuvo una inspiración.

—De haber ido a alguna parte, habrá sido al pasado —dijo.

—¿Por qué? —preguntó el Viajero a través del Tiempo.

—Porque supongo que no se ha movido en el espacio; si viajase por el futuro aún estaría aquí en este momento, puesto que debería viajar por el momento presente.

—Pero —dije yo—, si viajase por el pasado, hubiera sido visible cuando entramos antes en esta habitación; y el jueves último cuando estuvimos aquí; y el jueves anterior a ése, ¡y así sucesivamente!

—Serias objeciones —observó el Corregidor con aire de imparcialidad, volviéndose hacia el Viajero a través del Tiempo.

—Nada de eso —dijo éste, y luego, dirigiéndose al Psicólogo—: piénselo. Usted puede explicar esto. Ya sabe usted que hay una representación bajo el umbral, una representación diluida.

—En efecto —dijo el Psicólogo, y nos tranquilizó—. es un simple punto de psicología. Debería haber pensado en ello. Es bastante claro y sostiene la paradoja deliciosamente. No podemos ver, ni podemos apreciar esta máquina, como tampoco podemos ver el rayo de una rueda en plena rotación, o una bala volando por el aire. Si viaja a través del tiempo cincuenta o cien veces más de prisa que nosotros, si recorre un minuto mientras nosotros un segundo, la impresión producida será, naturalmente, tan sólo una cincuentésima o una centésima de lo que sería si no viajase a través del tiempo. Está bastante claro.

Paso su mano por el sitio donde había estado la máquina

—¿Comprenden ustedes? —dijo riendo.

Seguimos sentados mirando fijamente la mesa vacía casi un minuto. Luego el Viajero a través del Tiempo nos preguntó qué pensábamos de todo aquello.

—Me parece bastante plausible esta noche —dijo—; pero hay que esperar hasta mañana. De día se ven las cosas de distinto modo.

—¿Quieren ustedes ver la auténtica Máquina del Tiempo? —preguntó el Viajero a través del Tiempo.

Y, dicho esto, cogió una lámpara y mostró el camino por el largo y obscuro corredor hacia su laboratorio. Recuerdo vivamente la luz vacilante, la silueta de su extraña y gruesa cabeza, la danza de las sombras, cómo le seguíamos todos, perplejos pero incrédulos, y cómo allí, en el laboratorio, contemplamos una reproducción en gran tamaño de la maquinita que habíamos visto desvanecerse ante nuestros ojos. Tenía partes de níquel, de marfil, otras que habían sido indudablemente limadas o aserradas de un cristal de roca. La máquina estaba casi completa, pero unas barras de cristal retorcido sin terminar estaban colocadas sobre un banco de carpintero, junto a algunos planos; cogí una de aquéllas para examinarla mejor. Parecía ser de cuarzo.

—¡Vamos! —dijo el Doctor—. ¿Habla usted completamente en serio? ¿O es esto una burla... como ese fantasma que nos enseñó usted la pasada Navidad?

—Montado en esta máquina —dijo el Viajero a través del Tiempo, levantando la lámpara— me propongo explorar el tiempo. ¿Está claro? No he estado nunca en mi vida más serio.

Ninguno sabíamos en absoluto cómo tomar aquello.

Capté la mirada de Filby por encima del hombro del Doctor, y me guiñó solemnemente un ojo.

3 - El Viajero a través del Tiempo vuelve

Creo que ninguno de nosotros creyó en absoluto ni por un momento en la Máquina del Tiempo. El hecho es que el Viajero a través del Tiempo era uno de esos hombres demasiado inteligentes para ser creídos; con él se tenía la sensación de que nunca se le percibía por entero; sospechaba uno siempre en él alguna sutil reserva, alguna genialidad emboscada, detrás de su lúcida franqueza. De haber sido Filby quien nos hubiese enseñado el modelo y explicado la cuestión con las palabras del Viajero a través del Tiempo, le habríamos mostrado mucho menos escepticismo. Porque hubiésemos comprendido sus motivos: un carnicero entendería a Filby. Pero el Viajero a través del Tiempo tenía más de un rasgo de fantasía entre sus elementos, y desconfiábamos de él. Cosas que hubieran hecho la fama de un hombre menos inteligente parecían supercherías en sus manos. Es un error hacer las cosas con demasiada facilidad. Las gentes serias que le tomaban en serio no se sentían nunca seguras de su proceder; sabían en cierto modo que confiar sus reputaciones al juicio de él era como amueblar un cuarto para niños con loza muy fina. Por eso no creo que ninguno de nosotros haya hablado mucho del viaje a través del tiempo en el intervalo entre aquel jueves y el siguiente, aunque sus extrañas capacidades cruzasen indudablemente por muchas de nuestras mentes: su plausibilidad, es decir, su incredibilidad práctica, las curiosas posibilidades de anacronismo y de completa confusión que sugería. Por mi parte, me preocupaba especialmente la treta del modelo. Recuerdo que lo discutí con el Doctor, a quien encontré el viernes en el Linnaean. Dijo que había visto una cosa parecida en Tübingen
[5]
, e insistía mucho en el apagón de la bujía. Pero no podía explicar cómo se efectuaba el engaño.

El jueves siguiente fui a Richmond —supongo que era yo uno de los más asiduos invitados del Viajero a través del Tiempo—, y como llegué tarde, encontré a cuatro o cinco hombres reunidos ya en su sala. El Doctor estaba colocado delante del fuego con una hoja de papel en una mano y su reloj en la otra. Busqué con la mirada al Viajero a través del Tiempo, y...

—Son ahora las siete y media —dijo el Doctor—. Creo que haríamos mejor en cenar.

—¿Dónde está...? —dije yo, nombrando a nuestro anfitrión.

—¿Acaba usted de llegar? Es más bien extraño. Ha sufrido un retraso inevitable. Me pide en esta nota que empecemos a cenar a las siete si él no ha vuelto. Dice que lo explicará cuando llegue.

—Es realmente una lástima dejar que se estropee la comida —dijo el Director de un diario muy conocido; y, al punto, el Doctor tocó el timbre.

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