MOLLIE.—Oh, sí. Nosotros nos llamamos Ralston.
(Giles se acerca a Mollie.)
PARAVICINI.—¿Míster y mistress Ralston?
(Mueve la cabeza al ver que ellos asienten. Mira a su alrededor y se acerca a Mollie.)
¿Y dice que esto es… es la casa de huéspedes de Monkswell Manor? Bien. La casa de huéspedes de Monkswell Manor.
(Se ríe)
Perfecto.
(Se ríe.)
Perfecto.
(Se ríe y se acerca a la chimenea.)
(Mollie mira a Giles y ambos miran con expresión de inquietud a Paravicini mientras baja el TELÓN).
(El mismo lugar. El día siguiente por la tarde.)
(Al levantarse el telón, ya ha dejado de nevar, pero la nieve amontonada cubre parte de la ventana. El mayor Metcalf está sentado en el sofá leyendo un libro y mistress Boyle está sentada en la butaca grande delante del fuego, escribiendo en un bloc colocado sobre la rodilla.)
MRS. BOYLE.—Considero que es una suprema falta de honradez que no me avisaran de que acababan de inaugurar este lugar.
MAYOR METCALF.—Bueno, todo tiene un principio, ¿sabe? Excelente desayuno esta mañana. Buen café, huevos revueltos, mermelada hecha en casa… Y todo muy bien servido, además. La mujercita lo hace todo ella misma.
MRS. BOYLE.—¡Aficionados…! Deberían tener personal como es debido.
MAYOR METCALF.—Excelente almuerzo también.
MRS. BOYLE.—Carne en conserva.
MAYOR METCALF.—Sí, pero muy bien disimulada. Regada con vino tinto. Mistress Ralston prometió que haría un pastel para la cena.
MRS. BOYLE.—
(Levantándose y aproximándose al radiador.)
Estos radiadores no calientan de verdad. Les hablaré de ello.
MAYOR METCALF.—Y las camas son muy cómodas. Al menos la mía lo es. Espero que la suya también.
MRS. BOYLE.—No está mal.
(Vuelve a sentarse en la butaca.)
No acabo de ver por qué le darían la mejor habitación a ese joven tan raro.
MAYOR METCALF.—Llegaría antes que nosotros. Ya se sabe: el primero en llegar es el mejor servido.
MRS. BOYLE.—Pues por el anuncio pensé que este lugar sería muy distinto de lo que en realidad es. Creí que habría un salón cómodo para escribir y que la casa sería mucho mayor… que habría bridge y otras distracciones.
MAYOR METCALF.—¡Ya son ganas de quejarse, ya!
MRS. BOYLE.—¿Decía usted?
MAYOR METCALF.—¡Ejem!… que sí, que ya comprendo lo que quiere decir usted.
(Christopher entra en la sala sin que los demás se percaten de ello.)
MRS. BOYLE.—Pues no, no pienso quedarme mucho tiempo aquí.
CHRISTOPHER.—
(Riendo.)
No. No creo que se quede.
(Christopher se va a la biblioteca.)
MRS. BOYLE.—De veras que ese joven tiene cosas muy extrañas. No me sorprendería que fuera un desequilibrado.
MAYOR METCALF.—Me parece que se ha fugado de algún manicomio.
MRS. BOYLE.—No me extrañaría ni pizca.
(Mollie entra por la derecha.)
MOLLIE.—
(Llamando hacia el piso de arriba.)
¡Giles!
GILES.—
(En off.)
¿Sí?
MOLLIE.—¿Podrías salir otra vez a quitar la nieve de la puerta de atrás?
GILES.—
(En off.)
Ahora voy.
(Mollie abandona la sala.)
MAYOR METCALF.—Le echaré una mano, ¿eh?
(Se levanta y se dispone a salir.)
Es un buen ejercicio. Tengo que hacer ejercicio.
(El mayor Metcalf sale de la estancia. Entra Giles, se dirige a la derecha y sale. Mollie vuelve a entrar con un plumero y una aspiradora, cruza la sala y al subir corriendo la escalera tropieza con miss Casewell, que en aquel momento bajaba.)
MOLLIE.—¡Lo siento!
MISS CASEWELL.—No ha sido nada.
(Mollie sale. Miss Casewell camina lentamente hacia el centro.)
MRS. BOYLE.—¡Hay que ver! Esa joven es increíble. ¿Es que no sabe nada de las faenas domésticas? ¡Mira que entrar en la sala principal con una aspiradora! ¿Es que no hay una entrada de servicio?
MISS CASEWELL.—
(Cogiendo un cigarrillo del paquete que lleva en el bolso.)
Oh, sí… una buena escalera posterior.
(Se acerca al fuego.)
Muy útil en caso de incendio.
(Enciende el cigarrillo.)
MRS. BOYLE.—Entonces ¿por qué no la utilizan? De todos modos, las faenas domésticas deberían haberlas hecho por la mañana antes del almuerzo.
MISS CASEWELL.—Según tengo entendido, nuestra anfitriona tuvo que preparar la comida.
MRS. BOYLE.—Todo muy improvisado y propio de aficionados. Deberían tener personal como es debido.
MISS CASEWELL.—Hoy en día no es fácil encontrarlo, ¿verdad?
MRS. BOYLE.—Ya puede usted decirlo. Las clases inferiores parecen no tener la menor idea de sus responsabilidades.
MISS CASEWELL.—Las pobrecitas clases inferiores… Se están desbocando, ¿verdad?
MRS. BOYLE.—
(Glacialmente.)
Me parece que es usted socialista.
MISS CASEWELL.—Oh, yo no diría tanto. No soy roja… solamente un poquitín rosada.
(Se aproxima al sofá y se sienta en el brazo derecho.)
Aunque no me interesa demasiado la política… Vivo en el extranjero.
MRS. BOYLE.—Supongo que las condiciones de vida resultan mucho más fáciles en el extranjero.
MISS CASEWELL.—No tengo que guisar ni hacer la limpieza… como, según tengo entendido, todo el mundo tiene que hacer en este país.
MRS. BOYLE.—Es triste, pero la verdad es que este país va de capa caída. No es lo que era antes. Vendí mi casa el año pasado. ¡La vida está tan difícil!…
MISS CASEWELL.—Los hoteles y las pensiones facilitan las cosas.
MRS. BOYLE.—No hay duda de que te solucionan algunos problemas. ¿Va a estar mucho tiempo en Inglaterra?
MISS CASEWELL.—Depende. Tengo que atender algunos asuntos. Cuando haya acabado, regresaré.
MRS. BOYLE.—¿A Francia?
MISS CASEWELL.—No.
MRS. BOYLE.—¿Italia?
MISS CASEWELL.—No.
(Sonríe.)
(Mistress Boyle la mira inquisitivamente, miss Casewell no responde. Mistress Boyle se pone a escribir. Miss Casewell la mira y sonríe, se acerca a la radio, la conecta, primero a bajo volumen, después lo aumenta.)
MRS. BOYLE.—
(Molesta porque estaba escribiendo.)
¿Le importaría no tener la radio tan alta? Siempre me resulta difícil escribir mientras la radio está puesta.
MISS CASEWELL.—¿De veras?
MRS. BOYLE.—A menos que desee usted muy especialmente escucharla ahora…
MISS CASEWELL.—Es mi música favorita. Ahí dentro hay un escritorio.
(Con la cabeza señala la puerta de la biblioteca.)
MRS. BOYLE.—Ya lo sé. Pero aquí se está mucho más caliente.
MISS CASEWELL.—Mucho más caliente, estoy de acuerdo.
(Empieza a bailar al compás de la música.)
(Mistress Boyle, tras mirarla severamente unos instantes, se levanta y entra en la biblioteca. Miss Casewell sonríe, se aproxima a la mesita de detrás del sofá y apaga el cigarrillo aplastándolo. Da unos pasos y coge una revista que hay en la mesa grande.)
¡Vieja bruja!
(Se acerca a la butaca grande y se sienta.)
(Christopher sale de la biblioteca y da unos pasos hacia el centro de la sala.)
CHRISTOPHER.—¡Oh!
MISS CASEWELL.—Hola.
CHRISTOPHER.—
(Señalando la biblioteca con un gesto.)
Esa mujer parece empeñada en seguirme adonde vaya y luego se me queda mirando con expresión aviesa, decididamente aviesa.
MISS CASEWELL.—
(Señalando la radio.)
Bájela un poquito.
(Christopher baja la radio hasta dejarla a un volumen suave.)
CHRISTOPHER.—¿Así está bien?
MISS CASSWELL.—Si, ya ha cumplido su misión.
CHRISTOPHER.—¿Qué misión?
MISS CASEWELL.—Cosa de táctica, muchacho.
(Christopher se queda perplejo. Miss Casewell señala la biblioteca.)
CHRISTOPHER.—¡Ah, se refiere a ella!
MISS CASEWELL.—Se había apoderado de la mejor butaca. Ahora la tengo yo.
CHRISTOPHER.—Así que usted la ahuyentó. Me alegro. Me alegro mucho. No me gusta ni pizca.
(Se acerca rápidamente a miss Casewell.)
A ver si se nos ocurren más cosas que la molesten, ¿eh? ¡Ojalá se marchase de aquí!
MISS CASEWELL.—¿Con este tiempo? Ni lo sueñe.
CHRISTOPHER.—Pero cuando se funda la nieve…
MISS CASEWELL.—Cuando se funda la nieve puede que hayan sucedido muchas cosas.
CHRISTOPHER.—Sí, sí, eso es cierto.
(Se acerca a la ventana.)
La nieve es bonita, ¿no le parece? Tan pacífica, tan pura… Hace que te olvides de las cosas.
MISS CASEWELL.—A mí no me hace olvidar.
CHRISTOPHER.—Con qué acento más fiero lo dice.
MISS CASEWELL.—Es que estaba pensando.
CHRISTOPHER.—¿Pensando en qué?
(Se sienta junto a la ventana.)
MISS CASEWELL.—En el hielo que se forma en la jarra de agua del dormitorio, en los sabañones en carne viva… en una sola manta, raída y delgada… en un pequeño que tiembla de frío y miedo.
CHRISTOPHER.—¡Cielos, qué lúgubre resulta! ¿De qué se trata? ¿Una novela?
MISS CASEWELL.—Usted no sabía que soy escritora, ¿verdad?
CHRISTOPHER.—¿Lo es?
(Se levanta y se acerca a ella.)
MISS CASEWELL.—Lamento decepcionarlo, pero en realidad no lo soy.
(Oculta el rostro detrás de la revista.)
(Christopher la mira con expresión de duda, luego se acerca a la radio, la pone a un volumen muy fuerte y se marcha a la salita de estar. Suena el teléfono. Mollie baja corriendo del piso de arriba con el plumero en la mano y se acerca al teléfono.)
MOLLIE.—
(Descolgando el aparato.)
¿Sí?
(Cierra la radio.)
Sí, ésta es la casa de huéspedes de Monkswell Manor… ¿Qué?… No, me temo que míster Ralston no puede ponerse al aparato en este momento. Yo soy mistress Ralston. ¿Quién?… ¿La policía de Berkshire?…
(Miss Casewell baja la revista.)
Oh, sí, sí, superintendente Hogben, me temo que eso es imposible. No conseguiría llegar aquí. La nieve nos tiene bloqueados. Completamente bloqueados. Las carreteras están intransitables…
(Miss Casewell se levanta y se dirige a la salida de la izquierda.)
Nada podría llegar hasta aquí… Sí… Muy bien… ¿Pero qué…? Oiga… ¡oiga!…
(Cuelga el aparato.)
(Entra Giles enfundado en un abrigo. Se lo quita y lo cuelga en el vestíbulo.)
GILES.—Mollie, ¿sabes dónde hay otra pala?
MOLLIE.—
(Dando unos pasos.)
Giles, la policía acaba de llamar.
MISS CASEWELL.—Conque problemas con la policía, ¿eh? ¿Es que sirven licor sin tener licencia?
(Miss Casewell sube al piso de arriba.)
MOLLIE.—Nos mandan un inspector o un sargento o no sé qué.
GILES.—
(Acercándose a Mollie.)
¡Pero si no podrá llegar!
MOLLIE.—Eso mismo les dije yo. Pero parecían muy seguros de que sí llegaría.
GILES.—Tonterías. Ni un
jeep
llegaría hasta aquí hoy. Pero, ¿se puede saber a qué viene todo esto?
MOLLIE.—Eso mismo les pregunté yo. Pero el que llamó no quiso contestarme. Se limitó a decirme que recomendase a mi marido que prestase mucha atención a lo que dijera el sargento Trotter… creo que ése era el nombre… y que siguiera sus instrucciones al pie de la letra. ¿Verdad que resulta extraordinario?
GILES.—
(Aproximándose a la chimenea.)
¿Qué diablos crees tú que habremos hecho?
MOLLIE.—
(Acercándose a Giles.)
¿Será por aquellas medias de nilón que trajimos de Gibraltar?
GILES.—No se me olvidó pagar la licencia de la radio, ¿verdad que no?
MOLLIE.—No se te olvidó. Está en el cajón de la mesa de la cocina.
GILES.—Estuve a punto de pegármela con el coche el otro día, pero la culpa fue del otro, solamente del otro.
MOLLIE.—Algo habremos hecho…
GILES.—
(Arrodillándose para echar un leño al fuego.)
Probablemente se trata de algo relacionado con el tener una casa de huéspedes. Seguramente se nos habrá olvidado alguna estúpida ordenanza de este ministerio o de aquel otro. Hoy en día eso es prácticamente inevitable.
(Se levanta y se queda mirando a Mollie.)
MOLLIE.—¡Ay, querido, ojalá no se nos hubiera ocurrido poner este negocio! Vamos a pasarnos varios días bloqueados por la nieve, todo el mundo está de mal humor y se nos van a terminar todas las latas de conservas.
GILES.—Animo, querida.
(Rodea a Mollie con sus brazos.)
Ya verás cómo todo sale bien. He llenado todas las carboneras, he metido dentro la leña y he cargado el calentador. También me he cuidado de las gallinas. Ahora iré a preparar la caldera y cortaré un poco más de leña…
(Se interrumpe.)
¿Sabes, Mollie?
(Se acerca lentamente a la mesa grande.)
Ahora que lo pienso, debe de tratarse de algo bastante serio para que venga un sargento de la policía estando como están las carreteras. Debe de tratarse de algo realmente urgente…
(Giles y Mollie se miran con expresión intranquila. Mistress Boyle sale de la biblioteca.)
MRS. BOYLE.—
(Acercándose a la mesa grande.)
¡Ah, está usted aquí, míster Ralston! ¿Sabe que en la biblioteca apenas se nota la calefacción central?
GILES.—Lo siento mistress Boyle. Vamos algo escasos de carbón y…
MRS. BOYLE.—Les pago siete guineas a la semana por mi alojamiento… siete guineas y no quiero morir congelada.
GILES.—Iré a cargar la caldera.
(Giles sale de la estancia. Mollie va tras él.)
MRS. BOYLE.—Mistress Ralston, si me permite decirle, ese joven que tiene alojado aquí resulta de lo más extraordinario. Esos modales suyos… y las corbatas que lleva… ¿Se cepillará el pelo alguna vez?
MOLLIE.—Es un joven arquitecto brillantísimo.
MRS. BOYLE.—Perdón, ¿cómo dice?
MOLLIE.—Digo que Christopher Wren es arquitecto…
MRS. BOYLE.—Mi querida joven. Naturalmente he oído hablar de Sir Christopher Wren.
(Se aproxima al fuego.)
Por supuesto que era arquitecto. Construyó la catedral de San Pablo. Ustedes los jóvenes parecen creer que son las únicas personas cultas.
MOLLIE.—Me refiero al Wren de aquí. Se llama Christopher. Sus padres le pusieron este nombre porque esperaban que llegase a ser arquitecto.
(Se acerca a la mesita de detrás del sofá y coge un cigarrillo de la tabaquera.)
Y lo es… o le falta poco… de modo que las esperanzas de sus padres se han cumplido.