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Authors: Paul Auster

Tags: #Policíaco, Relato

La trilogía de Nueva York (23 page)

BOOK: La trilogía de Nueva York
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Se va a Manhattan, alejándose de Negro más que en ninguna ocasión anterior, desahogando su frustración con el movimiento, confiando en calmarse agotando su cuerpo. Camina hacia el norte, solo con sus pensamientos, sin molestarse en mirar lo que le rodea. En la calle Veintiséis Este se le desata el cordón del zapato izquierdo, y es precisamente entonces, cuando se agacha para atárselo, doblado sobre una rodilla, cuando el cielo se le viene encima. Porque justo en ese momento ve a la futura señora Azul. Viene por la calle cogida con los dos brazos del brazo derecho de un hombre al que Azul no ha visto nunca, y le sonríe radiante, absorta en lo que el hombre le está diciendo. Durante varios momentos Azul está tan desconcertado que no sabe si agachar la cabeza aún más para ocultar su cara o levantarse y saludar a la mujer que ahora comprende —con un conocimiento tan repentino e irrevocable como un portazo— que nunca será su esposa. No consigue ni una cosa ni otra: primero baja la cabeza, pero un segundo más tarde descubre que quiere que ella le reconozca, y al ver que no será así, dado que está completamente concentrada en la conversación de su compañero, Azul se levanta bruscamente de la acera cuando ellos están a menos de dos metros de él. Es como si un espectro se hubiera materializado de pronto delante de ella, y la ex futura señora Azul lanza un gritito incluso antes de ver quién es el espectro. Azul dice su nombre, con una voz que a él mismo le parece extraña, y ella se para en seco. Su cara expresa el susto de ver a Azul, y luego, rápidamente, su expresión pasa del susto a la cólera.

¡Tú!, le dice. ¡Tú!

Antes de que él tenga la oportunidad de decir una palabra, ella se suelta del brazo de su compañero y empieza a aporrear el pecho de Azul con los puños chillando como una loca, acusándole de un espantoso crimen detrás de otro. Lo único que Azul puede hacer es repetir su nombre una y otra vez, como tratando desesperadamente de distinguir entre la mujer que ama y la fiera salvaje que le está atacando. Se siente totalmente indefenso, y mientras el ataque continúa, empieza a recibir cada nuevo golpe como un justo castigo a su comportamiento. Pero el otro hombre pronto pone fin a la escena, y aunque Azul tiene la tentación de darle un puñetazo, está demasiado aturdido para actuar con rapidez, y antes de que se dé cuenta el hombre se ha llevado a la llorosa ex futura señora Azul calle abajo y han torcido la esquina, y ahí acaba todo.

Esta breve escena, inesperada y devastadora, trastorna a Azul por completo. Cuando recobra la compostura y consigue llegar a casa, se da cuenta de que ha tirado su vida por la borda. No es culpa de ella, se dice, deseando culparla pero sabiendo que no puede hacerlo. Que ella supiera, él podría estar muerto, ¿cómo reprocharle que desee vivir? Azul nota que los ojos se le llenan de lágrimas, pero más que dolor siente rabia contra sí mismo por ser tan idiota. Ha perdido cualquier oportunidad que podía haber tenido de ser feliz, y en ese caso no seria erróneo afirmar que éste es verdaderamente el principio del fin.

Azul sube a su cuarto en la calle Naranja, se tumba en la cama y trata de sopesar las posibilidades. Finalmente se vuelve de cara a la pared y se encuentra con la fotografía del forense de Filadelfia, Oro. Piensa en la tristeza del caso sin resolver, el niño enterrado en una tumba sin nombre, y mientras estudia la mascarilla del pequeño, empieza a darle vueltas a una idea en la cabeza. Quizá haya maneras de aproximarse a Negro, piensa, maneras que no le delaten. Dios sabe que tiene que haberlas. Pasos que se pueden dar, planes que se pueden poner en marcha, quizá dos o tres al mismo tiempo. Lo demás no importa, se dice. Es hora de volver la página.

Blanco tiene que recibir su siguiente informe en dos días, así que se sienta a escribirlo ahora con el fin de echarlo al correo a tiempo. Durante los últimos meses sus informes han sido sumamente crípticos, únicamente un párrafo o dos, ofreciendo los hechos desnudos y nada más, y esta vez no se desvía de ese modelo. Sin embargo, al final de la página intercala un oscuro comentario como una especie de prueba, confiando en provocar algo más que el silencio por parte de Blanco: Negro parece enfermo. Me temo que tal vez se esté muriendo. Luego mete el informe en el sobre, diciéndose que eso es sólo el principio.

Dos días más tarde Azul va por la mañana temprano a la oficina de correos de Brooklyn, un edificio como un gran castillo desde el cual se divisa el puente de Manhattan. Todos los informes de Azul han ido dirigidos al apartado de correos 1001, y ahora se acerca a él como por casualidad, pasando despacio por delante y mirando disimuladamente dentro para ver sí el informe ha llegado. Sí. O por lo menos hay una carta allí —un solitario sobre blanco inclinado en un ángulo de cuarenta y cinco grados dentro del estrecho buzón—, y Azul no tiene ningún motivo para sospechar que no sea su carta. Luego empieza un lento paseo circular por la zona, decidido a permanecer allí hasta que aparezca Blanco o alguien que trabaje para él, los ojos fijos en la enorme pared cubierta de buzones numerados, cada uno con una combinación diferente, cada uno conteniendo un secreto diferente. La gente va y viene, abre los buzones y los cierra, y Azul continúa deambulando en círculo, deteniéndose de vez en cuando en algún punto al azar y continuando luego su vuelta. Todo le parece marrón, como si el tiempo otoñal del exterior hubiera penetrado en la sala, y el lugar huele agradablemente a humo de cigarro puro. Después de varias horas empieza a tener hambre, pero no cede a la llamada de su estómago, diciéndose que es ahora o nunca y por lo tanto manteniéndose firme. Azul observa a todos los que se aproximan a la pared de los buzones, concentrándose en cada persona que se detiene en las proximidades del 1001, consciente de que si no es Blanco quien viene a recoger los informes, podría ser cualquiera, una anciana, un niño, y consecuentemente no debe dar nada por sentado. Pero todas estas posibilidades quedan en nada, porque nadie toca el buzón, y aunque Azul momentánea y sucesivamente urde una historia para cada candidato que se acerca, tratando de imaginar qué relación podría tener esa persona con Blanco y/o Negro, qué papel podría desempeñar en el caso él o ella, etcétera, se ve obligado a desecharlos uno por uno a la nada de la que salieron.

Muy poco después del mediodía, en un momento en que la oficina de correos empieza a llenarse —un tropel de gente que viene apresuradamente durante la hora del almuerzo para echar cartas, comprar sellos, ocuparse de ese tipo de asuntos—, un hombre con una máscara en la cara entra por la puerta. Azul no se fija en él al principio con tantas personas pasando por la puerta al mismo tiempo, pero cuando el hombre se aparta del gentío y empieza a dirigirse a los buzones numerados, Azul finalmente ve la máscara, una máscara de las que los niños llevan en Halloween, hecha de goma y representado un espantoso monstruo con tajos en la frente, ojos sanguinolentos y colmillos. El resto de su persona es absolutamente corriente (abrigo de tweed gris, bufanda roja envolviéndole el cuello) y Azul intuye en ese primer momento que el hombre que está detrás de la máscara es Blanco. Mientras el hombre continúa andando hacia la zona del buzón 1001, esta intuición se convierte en convicción. Al mismo tiempo, Azul siente que el hombre no está allí realmente, que aunque sabe que le está viendo, es más que probable que él sea el único que le ve. En este punto, sin embargo, Azul se equívoca, porque mientras el enmascarado continúa cruzando el vasto suelo de mármol, Azul ve a varias personas señalándole y riéndose, pero no sabe si esto es mejor o peor. El enmascarado llega al buzón 1001, gira la rueda de la combinación hacia atrás, hacia adelante y nuevamente hacia atrás, y abre el buzón. En cuanto Azul ve que éste es definitivamente su hombre, empieza a avanzar hacia él, no muy seguro de lo que piensa hacer, pero en el fondo, sin duda, con la intención de asirle y arrancarle la máscara de la cara. Pero el hombre está demasiado alerta, y una vez que se ha metido el sobre en el bolsillo y ha cerrado el buzón, lanza una rápida ojeada a su alrededor, ve que Azul se aproxima y echa a correr, dirigiéndose a la puerta lo más deprisa que puede. Azul corre tras él, esperando agarrarle por detrás, pero se queda momentáneamente atrapado por una maraña de gente en la puerta, y cuando consigue atravesarla, el hombre enmascarado está bajando las escaleras de dos en dos, aterrizando en la acera y corriendo por la calle. Azul continúa su persecución, incluso le parece que está ganando terreno, pero entonces el hombre llega a la esquina, donde casualmente un autobús está justo arrancando de una parada, y el hombre aprovecha la oportunidad y salta a bordo. Azul se queda en la estacada, sin aliento, allí parado como un idiota.

Dos días más tarde, cuando Azul recibe su giro postal por correo, finalmente hay una palabra de Blanco. Nada de tonterías, dice, y aunque no es mucho, a pesar de todo Azul se alegra de haberla recibido, contento de haber agrietado al fin el muro de silencio de Blanco. No le queda claro, sin embargo, si el mensaje se refiere al último informe o al incidente en la oficina de correos. Después de pensarlo un rato, llega a la conclusión de que da igual. De un modo u otro, la clave del caso está en la acción. Debe continuar desbaratando las cosas siempre que pueda, un poquito aquí, un poquito allá, picando cada adivinanza hasta que toda la estructura empiece a debilitarse, hasta que un día todo el maldito asunto se venga abajo.

Durante las semanas siguientes Azul vuelve a la oficina de correos varias veces, esperando echarle otra ojeada a Blanco. Pero no lo consigue. O el informe ya no está en el buzón cuando él llega o Blanco no aparece. El hecho de que esa parte de la oficina de correos esté abierta veinticuatro horas al día le deja pocas opciones a Azul. Blanco ahora sospecha de él y no cometerá el mismo error dos veces. Sencillamente esperará hasta que Azul se vaya antes de acercarse al buzón, y a menos que Azul esté dispuesto a pasarse la vida entera en la oficina de correos, no tiene ninguna esperanza de volver a pillar a Blanco.

El cuadro es mucho más complicado de lo que Azul había imaginado. Durante casi un año se ha considerado esencialmente libre. Para bien o para mal estaba haciendo su trabajo, mirando hacia adelante y estudiando a Negro, esperando una posible abertura, tratando de perseverar, pero durante todo ese tiempo no ha pensado ni una sola vez en lo que pudiera estar ocurriendo a sus espaldas. Ahora, después del incidente con el hombre enmascarado y los obstáculos que ha encontrado posteriormente, Azul ya no sabe qué pensar. Le parece perfectamente verosímil que él también esté siendo vigilado, observado por otro de la misma manera que él ha estado observando a Negro. Si es así, entonces nunca ha sido libre. Desde el principio ha sido el hombre de en medio, obstaculizado por delante y por detrás. Curiosamente, este pensamiento le recuerda algunas frases de
Walden
, y busca en su cuaderno la expresión exacta, bastante seguro de haberla anotado. No estamos donde estamos, sino en una posición falsa, encuentra. Por una enfermedad de nuestra naturaleza, suponemos un caso y nos ponemos en él y por lo tanto estamos en dos casos al mismo tiempo y es doblemente difícil salir. Esto tiene sentido para Azul, y aunque está empezando a asustarse un poco, piensa que quizá no sea demasiado tarde para hacer algo.

El verdadero problema se reduce a identificar la naturaleza del problema mismo. Para empezar, ¿quién supone mayor amenaza para él, Blanco o Negro? Blanco ha mantenido su parte del trato: los giros han llegado puntualmente todas las semanas, y volverse contra él ahora, Azul lo sabe, sería morder la mano que le alimenta. Sin embargo, Blanco es quien puso el caso en marcha, arrojando a Azul a un cuarto vacío, por así decirlo, y luego apagando la luz y cerrando la puerta. Desde entonces, Azul ha estado tanteando en la oscuridad, buscando a ciegas el interruptor, prisionero del caso mismo. Todo eso está muy bien, pero ¿por qué querría Blanco hacer tal cosa? Cuando Azul tropieza con esta pregunta, ya no puede pensar. Su cerebro deja de funcionar, no puede ir más allá.

Tomemos a Negro, entonces. Hasta ahora él ha sido el caso, la causa aparente de todos sus problemas. Pero si Blanco en realidad persigue a Azul y no a Negro, entonces quizá Negro no tenga nada que ver con ello, quizá no sea más que un inocente espectador. En ese caso, es Negro quien ocupa la posición que Azul había creído suya todo el tiempo y es Azul quien hace el papel de Negro. Esta teoría no es totalmente descabellada. Por otra parte, también es posible que Negro esté de alguna forma asociado con Blanco y que juntos hayan conspirado para hundir a Azul.

De ser así, ¿qué le están haciendo? Nada muy terrible, en última instancia; por lo menos no en un sentido absoluto. Han obligado a Azul a no hacer nada, a estar tan inactivo que su vida se reduce hasta casi no ser una vida. Sí, se dice Azul, eso es lo que parece: nada en absoluto. Se siente como un hombre que ha sido condenado a sentarse en una habitación y a continuar leyendo un libro durante el resto de su vida. Es bastante extraño, estar vivo solo a medías en el mejor de los casos, ver el mundo sólo a través de las palabras, vivir sólo a través de las vidas de otros. Pero si el libro fuera interesante, quizá no sería tan malo. Podría dejarse atrapar en la historia, por así decirlo, y poco a poco empezaría a olvidarse de sí mismo. Pero ese libro no le ofrece nada. No hay argumento, ni trama, ni acción, únicamente un hombre sentado solo en un cuarto escribiendo un libro. Azul comprende que eso es todo lo que hay, y ya no quiere participar en ello. Pero ¿cómo salir? ¿Cómo salir de la habitación que es el libro que continuará escribiéndose mientras él siga en la habitación?

En cuanto a Negro, el supuesto escritor de ese libro, Azul ya no puede fiarse de lo que ve. ¿Es posible que exista realmente un hombre así, un hombre que no hace nada, que únicamente se sienta en su cuarto y escribe? Azul le ha seguido a todas partes, ha ido tras él hasta los rincones más remotos, le ha observado con tanta atención que parecía fallarle la vista. Ni siquiera cuando sale de su habitación, Negro va a alguna parte, nunca hace mucho: comprar comestibles, cortarse el pelo, ir al cine, etcétera. Pero generalmente sólo vagabundea por las calles, mirando alguna que otra cosa, recogiendo datos al azar, e incluso esto sucede únicamente a rachas. Durante un tiempo son edificios: estira el cuello para ver los tejados, inspecciona los portales, pasa las manos lentamente por las fachadas de piedra. Y luego, durante una semana o dos, son estatuas públicas, o los barcos del río, o los rótulos que hay en las calles. Nada más que eso, sin apenas cruzar una palabra con nadie, sin encontrarse con otras personas exceptuando aquel almuerzo con la mujer llorosa hace ya tanto tiempo. En un sentido, Azul sabe todo lo que hay que saber acerca de Negro: qué clase de jabón compra, qué periódicos lee, qué ropa lleva, y todo eso lo ha anotado fielmente en su cuaderno. Ha aprendido mil cosas, pero lo único que le han enseñado es que no sabe nada. Porque el hecho es que nada de eso es posible. No es posible que un hombre como Negro exista.

BOOK: La trilogía de Nueva York
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