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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (29 page)

BOOK: La vidente
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—Y con Caroline —añade Daniel.

—Porque iban juntas a ADL —responde Indie.

—¿Quién es Caroline? —pregunta Elin.

—Una de las mayores —contesta Daniel—. Ha hecho sesiones de vida cotidiana con Vicky.

—No entiendo a quién le importa Vicky —dice Almira alzando la voz—. Destrozó a Miranda como si fuera un cerdito.

—Eso no es seguro —intenta decir Elin.

—Que no es seguro —repite Almira con malicia—. Tendrías que haberla visto, estaba más muerta que muerta, te lo juro, estaba todo lleno de sangre por todas partes…

—No grites —dice Daniel.

—¿Qué pasa? ¿Qué coño quieres que digamos? ¿Que no ha pasado nada? —continúa Indie subiendo también el volumen—. ¿Quieres que digamos que Miranda está viva, que Elisabet está viva…?

—Lo único que digo…

—¡Si tú ni siquiera estabas allí! —grita Almira—. Vicky le reventó la cabeza a Elisabet con un puto martillo, pero tú te crees que sigue viva.

—Intentad hablar de una en una —dice Daniel conservando la calma.

Indie levanta la mano como una escolar.

—Elisabet era una yonqui de mierda —dice—. Odio a los yonquis y…

Almira se ríe burlona:

—Porque tu madre se metió un…

—De una en una, Almira —la interrumpe Daniel secándose rápidamente las lágrimas de las mejillas.

—Me la suda Elisabet, por mí ya se puede quemar en el infierno, no me importa —dice Indie.

—¿Cómo puedes decir eso? —pregunta Elin.

—La oímos por la noche —miente Lu Chu—. Estuvo gritando y pidiendo ayuda un montón de rato, pero nos quedamos en la cama escuchando.

—No paraba de gritar —sonríe Almira.

Daniel les ha dado la espalda y está de cara a la pared. La cocina se ha quedado en silencio. Daniel se queda así un momento, luego se seca los ojos con la manga y se vuelve tranquilamente.

—Como comprenderéis, es bastante feo por vuestra parte decir esas cosas —les dice a todas.

—Pero divertido —dice Almira.

—¿Te parece?

—Sí.

—¿Y tú, Lu Chu?

Ella se encoge de hombros.

—¿No sabes?

—No.

—Hemos hablado de situaciones como ésta —dice Daniel.

—Vale…, perdón, ha sido muy feo.

Daniel intenta sonreírle tranquilo, pero es obvio para todas que está destrozado.

—¿Dónde está Caroline? —pregunta Elin.

—En su habitación —responde Lu Chu.

—¿Nos enseñas dónde está?

91

Un pasillo helado va desde la cocina hasta el salón con estufa de leña y hacia el comedor con el porche acristalado frente al mar. En una de las paredes del pasillo se suceden las puertas de las habitaciones de las alumnas. Lu Chu camina delante de Elin enfundada en un chándal holgado y zapatillas de deporte con los talones desgastados. Señala su habitación y la de Tuula antes de detenerse delante de una puerta que tiene una colorida campanilla de porcelana atada a la manija.

—Aquí duerme Carol.

—Gracias —dice Elin.

—Se está haciendo tarde —le dice Daniel a Lu Chu—. Ve a lavarte los dientes y prepárate para irte a la cama.

La chica estira los segundos hasta que finalmente se mete en el cuarto de baño. Daniel llama a la puerta y la campanilla tintinea. Cuando abren, una joven mujer se queda mirando a Daniel con los ojos abiertos y luego le da un delicado abrazo.

—¿Podemos entrar? —pregunta él dulcemente.

—Claro —responde ella y alarga la mano—. Caroline.

Elin saluda a la chica y aguanta unos segundos la mano delgada de la joven. Su tez blanca está llena de pecas y va ligeramente maquillada. Se ha arreglado las cejas, de color arena, y lleva el pelo recogido en un grueso moño.

El empapelado es rico en colores, hay una cómoda torcida debajo de la ventana y un cuadro de un pescador con gorro de hule fumando en pipa en la pared.

—Hemos venido para hablar de Vicky —dice Daniel y se sienta en la cama hecha.

—Yo fui su madre de acogida hace varios años —dice Elin.

—¿Cuando era pequeña?

Elin asiente en silencio y Caroline se muerde el labio inferior mientras mira por la ventana, al jardín de atrás de la casa.

—Tú conoces un poco a Vicky —dice Elin al cabo de un rato.

—Creo que no se atrevía a confiar en otras personas —sonríe Caroline—. Pero me caía bien…, era tranquila y tenía un humor de lo más retorcido cuando estaba cansada.

Elin se aclara la garganta y le pregunta sin rodeos:

—¿Te hablaba de gente a la que conocía? ¿Sabes si tenía algún novio en algún sitio? ¿O amigas?

—Casi nunca hablamos de la mierda que arrastramos, porque entonces todo el mundo se deprime.

—Pues de cosas buenas… ¿con qué soñaba, qué quería hacer cuando saliera?

—A veces fantaseábamos con trabajar en el extranjero —dice Caroline—. Ya sabes, Cruz Roja,
Save the Children
… pero ¿quién nos iba a contratar a nosotras?

—¿Pensabais hacerlo juntas?

—Sólo eran fantasías —responde Caroline paciente.

—Estaba pensando una cosa —dice Daniel frotándose la frente—. Yo el viernes libraba, pero tengo entendido que Miranda estaba en el cuarto de aislamiento, ¿tienes idea de por qué?

—Había pegado a Tuula —dice Caroline.

—¿Por qué? —pregunta Elin.

La chica se encoge de hombros:

—Porque se merece una par de hostias, no para de robar cosas. Ayer me quitó unos pendientes, dijo que querían estar con ella en lugar de conmigo.

—¿Qué le quitó a Miranda?

—Cuando bajamos a bañarnos al lago se llevó el bolso de Vicky y por la noche le quitó un collar a Miranda.

—¿Le cogió el bolso a Vicky? —pregunta Elin con voz tensa.

—Se lo devolvió, pero se quedó con algo… La verdad es que no acabo de entender qué le cogió, pero era algo que Vicky tenía de su madre.

—¿Vicky se enfadó con Tuula? —pregunta Elin.

—No.

—Vicky y Caroline nunca se meten en peleas —dice Daniel y acaricia a Caroline en el brazo.

—Daniel, te necesitamos —dice Caroline mirándolo con expresión sincera—. Tienes que cuidar de nosotras.

—No tardaré mucho —contesta él—. Me muero de ganas, pero no… aún no estoy del todo en forma para…

Cuando Daniel retira la mano de su brazo Caroline intenta retenerlo…

—Pero volverás, ¿no? ¿Verdad que sí?

—Sí, lo haré.

Elin y Daniel salen del cuarto y dejan a Caroline de pie en el centro de la habitación. Parece sentirse completamente abandonada.

92

Daniel llama a la puerta de Tuula. Se quedan un momento esperando sin que nadie les abra y luego se dirigen al salón.

—Recuerda lo que te he dicho antes —dice Daniel muy serio.

La estufa de leña está apagada y ya se ha enfriado. Sobre la mesa hay algunos platos con restos de comida. Al otro lado de la vidriera del porche se puede vislumbrar el pequeño puerto en la oscuridad. Las casetas de pescadores plateadas y empalidecidas por el sol se ven reflejadas en el agua en una larga hilera. La vista es preciosa, pero la niña pelirroja ha puesto la silla de cara a la pared y está sentada con los ojos clavados en los tablones de madera.

—Hola, Tuula —dice Daniel.

La niña se vuelve y lo mira con ojos pálidos. Su cara pasa de una expresión exaltada a otra difícil de definir.

—Tengo fiebre —murmura la pequeña y se vuelve de nuevo hacia la pared.

—Qué vista más bonita.

—¿A que sí? —responde ella mirando la pared.

Elin tiene tiempo de ver una leve sonrisa en su rostro antes de que se ponga seria otra vez.

—Tengo que hablar contigo —dice Daniel.

—Pues hazlo.

—Quiero verte la cara cuando hablamos.

—¿Quieres que me la corte y te la dé?

—Es más fácil si le das la vuelta a la silla.

Tuula suspira, mueve la silla y vuelve a sentarse con cara desganada.

—El viernes le cogiste el bolso a Vicky —dice Elin.

—¿Qué? —pregunta Tuula—. ¿Qué has dicho? Dime, ¿qué coño has dicho?

Daniel intenta apaciguar las palabras de Elin:

—Se estaba preguntando si…

—¡Cierra la boca! —grita Tuula.

Se quedan todos en silencio y Tuula aprieta los labios y se arranca un pellejo de una uña.

—Le cogiste el bolso a Vicky —repite Elin.

—Qué mentirosa —dice Tuula entre dientes y deja caer la mirada.

Se queda quieta y triste, con todo el cuerpo temblando. Elin se inclina para acariciarle la mejilla.

—No estoy diciendo que…

Tuula le agarra el pelo a Elin, coge un tenedor que hay encima de la mesa y trata de clavárselo en la cara, pero Daniel consigue pararle la mano a tiempo. Sujeta a Tuula mientras la niña patalea y grita:

—¡Zorra asquerosa, voy a reventar a todos los putos…!

Tuula llora afónica y Daniel la contiene. Se la sienta en su regazo y al cabo de un rato nota que la niña relaja el cuerpo. Elin se ha apartado y trata de apaciguar el escozor del cuero cabelludo.

—Sólo tomaste su bolso prestado, lo sé —dice Daniel.

—De todos modos no había más que basura —responde Tuula—. Tendría que haberle prendido fuego a todo.

—O sea ¿que no había nada en el bolso que quisiera quedarse contigo? —pregunta Daniel.

—Sólo el llavero con la flor.

—Suena bonito, ¿me lo dejas ver?

—Lo está vigilando un tigre.

—Vaya.

—Puedes clavarme en la pared —masculla Tuula.

—¿Había algo más que quisiera quedarse contigo?

—Tendría que haber quemado a Vicky cuando estábamos en el bosque…

Mientras Tuula habla con Daniel, Elin sale del porche acristalado, cruza el salón y sale al frío pasillo. Está vacío y a oscuras. Continúa hasta la habitación de Tuula, echa un vistazo hacia la puerta del salón para asegurarse de que Daniel sigue hablando con la niña y luego se mete en el pequeño cuarto.

93

Elin está en un cuartito que tiene una sola ventana justo debajo del alero. El techo está cubierto de tejas curvadas. En el suelo hay una lamparita volcada que ilumina desde abajo el resto de la habitación.

En la pared blanca hay un tapiz bordado en el que pone LO MEJOR ES TENERNOS LOS UNOS A LOS OTROS.

Elin piensa en Tuula, en su gesto de pasarse la lengua por los labios secos y en el temblor de su cuerpo antes de intentar clavarle un tenedor en la cara. Se le acelera el corazón.

En el aire inmóvil de la habitación flota un extraño olor dulce y enmohecido.

Cruza los dedos para que Daniel haya entendido que ha ido al cuarto y espera que el asistente haga todo lo posible por evitar que Tuula vuelva a su habitación.

En la estrecha cama sin edredón ni colchón, directamente sobre los listones del somier, hay una maletita roja. Con cuidado, Elin se acerca y la abre. Cuando se inclina, su sombra se refleja en el techo. En la maleta hay un álbum de fotos, unas pocas prendas de ropa arrugadas, varias botellas de perfume con princesas de Disney y un envoltorio de caramelo.

Elin la vuelve a cerrar, pasea la mirada por la habitación y descubre una cómoda inclinada que está separada medio metro de la pared. Detrás del mueble hay ropa de cama, almohadas y una colcha. Tuula ha dormido allí en lugar de en la cama.

Elin camina con sigilo, se detiene al oír el crujido de un tablón del suelo, se queda quieta agudizando un momento el oído antes de continuar y luego abre los cajones de la cómoda, pero lo único que encuentra son sábanas planchadas y pequeñas bolsas de tela con hojas secas de lavanda. Mira debajo de las sábanas, pero no encuentra nada. Cierra con cuidado el último cajón y, justo cuando se incorpora, empiezan a oírse pasos en el pasillo. Se queda inmóvil, intenta respirar sin hacer ruido, oye el tintineo de la campanilla de la puerta de Caroline y luego vuelve a reinar el silencio.

Elin se toma unos segundos para rehacerse y rodea la cómoda para mirar de nuevo la ropa de cama y la almohada sin funda. Vuelve a percibir el extraño olor, aparta la colcha y luego una manta gris. Cuando levanta el colchón le llega una bocanada de podredumbre. En el suelo, encima de un periódico, hay restos de comida: pan enmohecido, algunos huesos de pollo, manzanas podridas, salchichitas y patatas asadas.

94

Tuula balbucea que está cansada, se libera del regazo de Daniel, se acerca a una ventana y le da un lametón al cristal.

—¿Has oído algo que Vicky haya contado? —pregunta Daniel.

—¿Tipo qué?

—Si tiene escondites o sitios que…

—No —responde y se vuelve para mirarlo.

—Pero normalmente escuchas a las mayores.

—Y tú —contesta Tuula.

—Lo sé, pero ahora me cuesta mucho recordar las cosas, lo llaman arousal —le explica.

—¿Es peligroso?

Daniel niega con la cabeza, pero no consigue sonreír.

—Estoy yendo al psicólogo y tomando medicina.

—No estés triste —le dice Tuula ladeando la cabeza—. En realidad va bien que hayan matado a Miranda y a Elisabet… porque hay demasiadas personas en el mundo.

—Pero yo quería a Elisabet, la necesitaba y…

Tuula se golpea el cogote contra la ventana haciendo restallar los cristales y los parteluces. En uno de los vidrios se abre una grieta.

—Creo que lo mejor será que me vaya a mi cuarto y me esconda detrás de la cómoda —murmura.

—Espera —dice Daniel.

95

Elin está de rodillas en la habitación de Tuula delante de un baúl pintado a mano que está a los pies de la cama. En la tapa pone FRITZ GUSTAVSSON 1861 HARMÅNGER en letras ornamentales. A principios del siglo XX más de una cuarta parte de la población de Suecia había emigrado a Estados Unidos, pero a lo mejor Fritz nunca llegó a marcharse. Elin intenta abrir la tapa, se le escapa y se rompe una uña. Vuelve a intentarlo, pero el cofre está cerrado.

Le parece oír un cristal que se rompe en el porche y al cabo de un momento oye a Tuula gritando como loca hasta que se le rompe la voz.

A Elin se le pone la piel de gallina. Se acerca a la ventana y ve que hay siete tarros pequeños en el alféizar, algunos de aluminio, otros de cerámica. Elin abre dos al azar. Uno está vacío y en el otro hay viejas cintas de regalo.

Por la ventanita se ve la fachada de color rojo oscuro de la otra ala del edificio. En la penumbra no se puede distinguir el césped que queda detrás. El suelo parece un fondo negro. Pero hay una habitación que arroja luz por la ventana e ilumina la letrina y las ortigas.

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