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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Los crí­menes de un escritor imperfecto (9 page)

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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No ha sido fácil llegar hasta aquí
.

Mi intención de apartar los sentimientos y dejar que las palabras fluyan sin impedimentos parece ser más difícil de lo que había creído. La memoria no me traiciona en nada; sin embargo, mi subconsciente intenta manipular las imágenes que emergen cuando les pongo palabras. El ritmo del relato mejora; el diálogo se vuelve más pulido y la atmósfera, más luminosa
.

Pero las falsificaciones no quedan impunes. Siento que hay alguien en la habitación, junto a mí, escondido entre sombras; un crítico que me mira por encima de los hombros todo el tiempo, atento a los fallos que hago, perturba mi concentración cada vez que no creo en mi proyecto. Entonces crece el desasosiego en mí, un desasosiego que no cede hasta que vuelvo atrás y reescribo ese párrafo en el que no he sido veraz, esos pasajes en los que he omitido detalles o suavizado mi conducta
.

Hasta que no he corregido las desviaciones y mentiras no se me permite continuar, entonces todavía más desnudo y sabiendo que podrá ser peor
.

10

D
E JOVEN NO TENÍA EN ABSOLUTO intención de casarme. El matrimonio era a mis ojos un ardid artificial que, en el peor de los casos, se escudaba en la religión, es decir, en una mentira; y, en el mejor de los casos, era una maniobra burocrática para conseguir una reducción más elevada de los impuestos, es decir, hipocresía. Esa era la actitud general de los que integrábamos el colectivo literario, y, siempre que podíamos, sacábamos a relucir nuestra incondicional opinión y nuestros obstinados argumentos. Cuando más tarde me casé, tampoco fue por causas racionales, simplemente no podía ser de otra manera.

Recuerdo los meses que transcurrieron después de conocer a Line como una larga lista de revelaciones. Ella me sorprendía una y otra vez con su sentido del humor o las coincidencias de intereses entre los dos. Cuando hacíamos el amor, era con una intimidad e intensidad que nunca había experimentado antes. Me costaba creer que una relación de pareja pudiera ser eso. Podíamos hablar de todo y lo hacíamos; en general, teníamos la misma postura ante cuestiones políticas y planteamientos de diversos temas; y si alguna vez estábamos en desacuerdo, podíamos discutirlo sin estropear la atmósfera creada. Pasábamos juntos gran parte del tiempo, solo nuestros trabajos y estudios lo interrumpían.

Line era la última de cuatro hermanos, dos chicas y un chico, y enseguida tuve claro que era una familia muy unida. Apenas pasaba un día sin que se viera con una de sus hermanas. Como mínimo una vez a la semana cenaban juntos en casa de los padres, en Amager. Ya a las dos semanas fui invitado a dichas cenas, y todos me acogieron muy bien y me trataron con suma amabilidad. La familia estaba marcada por la muerte de la madre; sin embargo, tenían fuerzas para integrarme en su comunidad. El padre,
Erik, era ingeniero del Estado y diseñaba puentes de autopista
, una actividad que casi se había convertido en un
hobby
. En el despacho que Erik tenía en el chalé de Amager había modelos en miniatura de más de veinte puentes y contaba historias de cada uno, no sin cierto orgullo.

Sus dos hermanas eran bailarinas, como Line, y se parecían tanto a ella que siempre me azoraba en su compañía. Era como estar con tres versiones de Line con tres años de diferencia entre ellas. Podía ver cómo sería ella en el futuro y, decididamente, no estaba nada mal. El hermano había seguido los pasos del padre y se había convertido en ingeniero de una empresa asesora de Lyngby. Cuando lo conocí, acababa de aceptar un destino en África, donde construiría alcantarillados, pero había retrasado un mes el viaje a causa de la muerte de la madre.

Recuerdo que las veladas con la familia de Line eran relajadas y, a la vez, vivas y motivadoras. Con tantos hijos, sus respectivas parejas y los nietos, se formaba un auténtico barullo de personas, pero nunca resultaba superficial ni ajeno. Aceptaban sin más que yo quisiera vivir de escribir —mis padres nunca lo hicieron— y cuando me preguntaban cómo iba mi trabajo, se referían a los libros y no al trabajo eventual que tenía en ese momento.

La escritura, por otra parte, avanzaba poco. No produje casi nada los dos primeros meses. Solo tuve tiempo para revisar
Desde ese ángulo muerto
, y, además, con las pésimas críticas, mi motivación andaba de capa caída. Si no hubiera sido por Line, seguro que me hubiera hundido en un gran pozo de autocompasión y enojo, pero junto a ella no me importaba demasiado. En su compañía era imposible estar enfurruñado durante mucho rato; Line siempre me hacía reír con una de sus observaciones o sus sonrisas.

Bjarne estaba casi tan feliz con ella como yo. Line era una cocinera eminente, mientras que yo imaginaba que sabía algo de vinos, y él disfrutaba con las dos cosas. A menudo comíamos juntos los tres, y a veces las agradables discusiones de sobremesa duraban hasta bien entrada la noche.

Mortis no participaba. Empezó a aislarse y se encerraba en su habitación, para escribir, decía. Se volvió más y más hosco. Era tan terrible que incluso yo, envuelto en mi profundo enamoramiento, no pude evitar notarlo; y fue entonces cuando me enteré de que había sido Mortis quien había invitado a Line a la «Fiesta del Ángulo». Intenté hablar con él, pero, cuando lo hice, puse tanto énfasis en lo deliciosa que era Line que fue mucho peor.

Debió de respirar aliviado cuando, a los tres meses de haber celebrado la «Fiesta del Ángulo», anuncié que abandonaba el colectivo literario y que me trasladaba al piso de Line, en Islands Brygge. Según Bjarne, Mortis volvió a la vida tras mi traslado. De nuevo hablaba conmigo cuando iba de visita sin Line, pero nuestra relación
ya no
fue
nunca la
misma de antes. Mi habitación la alquilaron y, en los años posteriores, cambiaron muchas veces de inquilino. Todos se dedicaban a escribir, ya que eso era la base fundacional del colectivo, pero la convivencia nunca fue tan armónica como en nuestros primeros tiempos.

La última inquilina, Anne, se enamoró del apacible Bjarne, y viceversa. Anne era una cocinera fantástica, igual que Line. Y Bjarne tuvo que admitir que había algo de cierto en el viejo refrán que dice que el corazón del hombre se conquista a través de su estómago. El hecho de que a ella también le gustara la comida podía verse en su cuerpo. Era voluminosa, no exactamente gorda, pero debido a que no era muy alta tenía un aspecto más bien corpulento. Creo que eso la afectaba más de lo que ella misma suponía. Con nosotros siempre se mostraba contenta y acogedora, una de esa clase de personas que recuerdan lo que les has contado y muestran interés por ello cuando vuelves a verlas.

El acceso de Anne al colectivo se lo dio el que escribiera poemas, como Bjarne; solo que en el caso de ella se trataba de jeroglíficos que componía con recortes de cómics, periódicos y revistas. Eran difíciles de leer, pues había que recorrerlos, pero, a cambio, saboreabas cada palabra y, una vez descifrado todo el poema, se tenía de verdad la sensación de haber descubierto un gran secreto. Entonces captabas la totalidad y enseguida adquiría un nuevo significado, como un
thriller
con un intrincado argumento que sorprende. La satisfacción era tan grande que sin pensarlo pasabas al siguiente poema enseguida.

Las chicas hicieron buenas migas y nos juntamos los cuatro con regularidad para opíparas cenas, en las que Bjarne y yo quedábamos reducidos a la función de animadores y de friegaplatos.

Con la llegada de Anne a la vida de Bjarne, Mortis volvía a la incómoda posición de estar de más. A Bjarne no le dio la espalda, como me había hecho a mí, y con Anne se sentía a gusto, pero creo que le era difícil ser testigo de tanta felicidad. Tenía tendencia a reflejarse en los demás y no necesitaba toda esa compasión que percibía de sus dos compañeros de piso. Después de dos semanas se hartó y se mudó a un piso de una sola habitación, en el barrio de Vesterbro.

Parece ser que Anne procedía de una familia bastante acomodada, aunque ella intentaba esconderlo, y con su dinero pudieron costearse el alquiler del piso sin necesidad de alquilar una habitación.

El Scriptoriet era capítulo cerrado, pero yo no lo echaba en falta. Solo en las cenas con Bjarne sacábamos las viejas historias y recordábamos ese espíritu tan especial del piso por entonces. En esos momentos podíamos muy bien añorar la inspiración, la libertad de relaciones con las chicas y las fiestas, pero al mismo tiempo teníamos muy claro que nunca podríamos repetirlo.

Tras mi invasión del piso de Line, se nos quedó pequeño enseguida. Yo debía poder escribir allí y Line, tener espacio para sus ejercicios. Por suerte, encontramos un piso de cuatro habitaciones en el mismo edificio, pero eso dio al traste con nuestra economía. Yo no ganaba nada con mi escritura y muy poco con mis pequeños trabajos esporádicos. Line trabajaba en diferentes teatros y, poco a poco, fue teniendo trabajos mejores, pero al principio había periodos que ni trabajaba. Los primeros años sobrevivimos sin duda gracias a la herencia que Line había recibido de su madre y, sin embargo, los dos hacíamos trabajos extra. Como contrapartida, las cuatro habitaciones eran un regalo. Yo tenía la mía propia, repleta de libros que llenaban todas las paredes, y, aparte, el salón, el comedor y el dormitorio. A excepción de mi despacho, las demás habitaciones estaban amuebladas parcamente, y la mayoría eran muebles y objetos baratos de segunda mano. Quedaba sitio de sobra para que Line pudiera hacer sus ejercicios de flexibilidad en el centro del salón teniéndome a mí de público ferviente.

A pesar de las condiciones austeras, me parecía un piso agradable. Line tenía talento para sacar el máximo provecho de bien poco y no tenía reparos en arremangarse cuando hacía falta. Necesitábamos un cuadro, lo pintaba ella misma; había que colgar lámparas, lo había hecho ya cuando yo llegaba a casa; incluso el tapizado de muebles no le suponía ningún desafío. En gran medida era el hogar de Line, pero yo me sentía muy a gusto en él.

La escritura avanzaba muy despacio. Tenía varios trabajos paralelos a la vez, así que no me quedaban demasiadas horas al día para poder escribir. Me llevó dos años escribir el manuscrito de mi segunda novela,
Las paredes hablan
, y el resultado, para decirlo de forma suave, fue malo. Era una mal construida historia sobre una habitación de hotel que narraba lo ocurrido entre aquellas cuatro paredes: suicidio, borracheras y fornicación. Hoy es para mí un misterio que la editorial la publicara, pero lo hicieron, y la mayoría de los ejemplares de la primera edición no se vendieron. En total, cien ejemplares en todo el país.

Aun así, esas ventas me proporcionaron un poco de dinero, ni mucho menos para pagarme las horas empleadas, pero sí lo suficiente para poder invitar a Line. Dio para ir al ballet, un paseo por el Tivoli, una cena en D'Angleterre e ir a bailar. Todos los desplazamientos los hicimos en taxi excepto el regreso a casa. Entonces Line propuso que volviéramos paseando. Eran las cuatro de la madrugada, pero afortunadamente era verano, así que no hacía frío y estaba amaneciendo. En Islands Brygge nos sentamos en el muelle entrelazados y contemplando la silueta de Copenhague por encima del agua. Ella se había quitado los zapatos y se apretó contra mí. Sentí su respiración regular y creí que se había quedado dormida. Yo me sentía un poco incómodo en la posición en que estaba, pero no quería enderezarme por miedo a despertarla.

—Esta es una buena ocasión para pedirme la mano —dijo de pronto.

Yo me reí un poco, pero me callé de inmediato cuando reconocí que tenía razón y que yo lo deseaba de veras. En ese momento no podía hallar ni una sola razón para no hacerlo, al contrario, no podía imaginarme la vida sin ella.

Le di un abrazo y tiré de ella para que se pusiera en
pie. Entonces me arrodillé ante él y le dije lo
mucho que la quería. Ella no hablaba, pero sonreía con dulzura. A esas alturas sabía muy bien el efecto que su sonrisa producía en mí, y me armé de valor para continuar, le hablé de todo lo que me gustaba de ella, de cada centímetro de su cuerpo que yo adoraba, cada uno de sus actos que admiraba. Debió de resultar casi majadero de puro sentimental, pero estábamos un poco bebidos y se nos antojó auténtico.

Anillo no tenía, pero saqué el rotulador de punta fina, un Penol 0,5, que siempre llevaba y se lo dibujé en el dedo. Le hacía cosquillas, dijo, y se reía entre dientes cuando terminé dibujándole una piedra preciosa con una F incrustada.

Line aceptó mi petición de mano con un «Claro, tonto».

A causa de nuestra precaria economía tuve que pedir dinero prestado a mis padres para celebrar la boda que Line deseaba. Nunca me había gustado pedirles ayuda; sin embargo, para mi sorpresa, estuvieron muy dispuestos a dármela, seguro que porque creían que al fin yo buscaría un trabajo serio para mantener a mi familia. Sus razones no me importaban, solo quería dar a Line la boda que soñaba, una auténtica boda de princesa en la iglesia, una fiesta en un restaurante y toda esa mandanga. La suma final ascendió a
sesenta mil, pero se realizó exactamente como se había planificado
. La familia de Line era mayoría, y su ánimo positivo contagió al resto de la gente, así que los más apasionados detractores de la tradición tuvieron que reconocer que se habían divertido. Bjarne debió de contagiarse, porque se espabiló y pocos días después le pidió la mano a Anne. Tan en contra que estábamos del matrimonio.

Después de la boda estaba convencido de que estaríamos juntos para toda la eternidad, y todos en nuestros círculos de amigos eran de la misma opinión. Éramos el uno para el otro, decían. Siempre nos invitaban a los dos cuando los amigos de una u otra parte celebraban una fiesta. No puedo decir que fuéramos inseparables. Nos permitíamos espacio propio y muchas cosas las realizábamos por separado, pero siempre con la conciencia de que el otro estaba allí para volver a él.

No existían los celos entre los dos entonces. Line tenía un trabajo más de cara a la galería que yo, ella pasaba por casi todos los teatros y tenía muchos más contactos. La profesión de bailarina es muy sensual, y desde fuera puede parecer que las bailarinas están más liberadas que los demás, pero yo nunca tuve miedo de que me fuera infiel. A veces intenté forzarme a contemplar la idea, pero más como un ejercicio de inspiración para escribir precisamente sobre este sentimiento; sin embargo, cada vez tenía que sacudir la cabeza y desistir. La imagen de Line envuelta en una aventura secreta era verídica. El compromiso del anillo seguro que tenía significado. Aunque yo no creyera en el ritual, tenía que reconocer que, pese a todo, hacía su efecto. Nos habíamos entregado el uno al otro, y esa declaración de confianza proporcionaba un sosiego especial a nuestra relación.

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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