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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (10 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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La mano prosiguió el camino por su cuerpo, que temblaba en la oscuridad. Una idea le cruzó la mente durante un segundo: oponer resistencia a aquel extraño sin rostro. La ocurrencia se esfumó tan pronto como había venido. La oscuridad era demasiado imponente y la mano que la acariciaba le penetraba la piel, los nervios, el alma. Su única opción era someterse, lo sabía con una horrenda certeza.

Cuando la mano pasó de acariciarla a torcer y retorcer sus miembros, a darle tirones y a descoyuntárselos, no se sorprendió. En cierto modo, agradeció ese padecimiento. Era más fácil enfrentarse al dolor de la certidumbre que al de la espera de lo desconocido.

L
a segunda llamada de Tord Pedersen se produjo tan sólo unas horas después de que Patrik hubiese hablado con Martin. Habían terminado de identificar uno de los esqueletos: Mona Thernblad, una de las chicas que había desaparecido en 1979, era una de las halladas en Kungsklyftan.

Patrik y Martin estaban sentados revisando las informaciones que habían recabado durante la investigación. Mellberg había brillado por su ausencia, pero Gösta Flygare había vuelto al trabajo una vez terminada su actividad en el torneo de golf. Si bien no había ganado, sí que había conseguido, para su sorpresa y alegría, hacer un
hole-in-one
, y lo habían invitado a una copa de champán en el club. Hasta tres veces habían tenido que escuchar Patrik y Martin, con todo lujo de detalles, el relato de cómo la bola entró de un solo golpe en el hoyo dieciséis, y a ninguno de ellos le cabía la menor duda de que tendrían oportunidad de oírlo algunas más antes de que acabase el día. Pero no era tan grave. Ninguno de los dos deseaba negarle a Gösta ese placer y Patrik le concedió un respiro antes de ponerlo al tanto del trabajo de investigación. Así, en aquel momento estaba llamando a todos sus compañeros de juego para contarles El Gran Suceso.

—O sea, que se trata de un canalla que les rompe los huesos a las chicas antes de asesinarlas —observó Martin—. Y les hace cortes con un cuchillo —añadió.

—Sí, así de feo parece que es. Si me preguntas, te diré que creo que hay algún motivo sexual detrás de todo esto, algún cerdo sádico que se excita con el dolor ajeno. Y el que hayan encontrado restos de esperma en Tanja también apoya esta hipótesis.

—¿Hablarás tú con la familia de Mona? Quiero decir, ¿les vas a comunicar que la hemos encontrado?

Martin parecía preocupado y Patrik lo tranquilizó diciéndole que sí, que se encargaría él.

—Pensaba ir a ver a su padre esta tarde. Su madre murió hace muchos años, así que el único al que hay que transmitirle la noticia es al padre.

—¿Cómo lo sabes? ¿Los conoces?

—No, pero Erica estuvo ayer en la biblioteca de Fjällbacka buscando todo lo que se había escrito en los periódicos sobre Siv y Mona. La prensa se había ocupado de ambas desapariciones regularmente y había, entre otras cosas, una entrevista de hacía un par de años con las dos familias. En fin que, cuando desapareció, Mona sólo tenía a su padre, y Siv, sólo a su madre. Siv también tenía una hija, así que había pensado hablar con ella tan pronto como nos confirmen que el otro esqueleto es suyo.

—¿No sería una extraña coincidencia que fuese otra persona?

—Ya, yo cuento con que es ella, pero aún no podemos asegurarlo. ¡Cosas más raras se han visto!

Patrik recogió los documentos que Erica le había llevado y los extendió sobre la mesa formando un abanico, junto con la carpeta del material de investigación que había recuperado del archivo del sótano, con el fin de reunir todos los datos que tenían de la desaparición de las dos muchachas. Gran parte de la información que aportaban los diarios no figuraba en los archivos, así que necesitaban las dos fuentes para obtener una imagen completa de lo que se sabía hasta el momento.

—Fíjate: Siv desapareció en el solsticio de verano de 1979 y Mona, dos semanas después.

A fin de destacar y organizar el material, Patrik se había puesto de pie y empezó a escribir en la pizarra que había colgada de la pared.

—A Siv Lantin se la vio con vida por última vez cuando volvía a casa en bicicleta después de una fiesta. El último testigo que la reconoció en vida aseguró haberla visto desviarse de la carretera y tomar el camino hacia Bräcke. Eran las dos de la mañana y también la vio un conductor que la adelantó con su coche. A partir de ahí, nadie supo más de ella.

—Si dejamos a un lado la información proporcionada por Gabriel Hult —puntualizó Martin.

Patrik asintió conforme.

—Sí, si no tenemos en cuenta la declaración de Gabriel Hult, cosa que creo que debemos hacer, por el momento —dijo antes de proseguir—. Mona Thernblad desapareció dos semanas después. A diferencia de Siv, a plena luz del día. Salió de su casa a correr hacia las tres de la tarde, pero jamás volvió. Encontraron una de sus zapatillas de deporte en el camino que solía recorrer, pero nada más.

—¿Existen semejanzas entre las dos muchachas? Aparte de que las dos eran mujeres, claro, y más o menos de la misma edad.

Patrik no pudo por menos de sonreír ligeramente.

—Ya veo que has estado echándole un vistazo al programa de perfiles. Por desgracia, vas a llevarte una decepción. Si lo que tenemos es un asesino en serie, que es, según creo, adonde tú quieres llegar, no hay ninguna semejanza entre las dos jóvenes, al menos ninguna externa —dijo, al tiempo que fijaba en la pizarra dos fotografías en blanco y negro.

—Siv tenía diecinueve años, de baja estatura, rellenita y de cabello oscuro. Tenía fama de ser un tanto problemática y provocó un pequeño escándalo en Fjällbacka al tener un hijo a los diecisiete. Tanto ella como la niña vivían con su madre, pero, según los periódicos, Siv salía bastante de juerga y no le entusiasmaba quedarse en casa. Mona, en cambio, era una auténtica niña buena, con excelentes resultados académicos, un montón de amigos y querida por todos. Era alta, tenía el cabello claro y hacía mucho deporte. Tenía dieciocho años, pero aún vivía con sus padres, porque su madre estaba enferma y su padre no podía ocuparse de ella. Así que lo único que ambas tienen en común es que desaparecieron de la faz de la tierra, sin dejar rastro, hace más de veinte años y que ahora sus esqueletos han aparecido en Kungsklyftan.

Martin apoyó la cabeza en la mano con aire reflexivo. Tanto él como Patrik guardaron silencio durante un rato, estudiando los recortes de periódico y las notas de la pizarra. Ambos pensaban en lo jóvenes que eran las muchachas. Habrían tenido tantos años de vida por delante si alguien no se hubiese cruzado en su camino… Y ahora Tanja, de la que aún no tenían ninguna fotografía de cuando estaba viva. También ella era joven, con toda la vida por delante, la vida que ella hubiese querido, y también ella estaba muerta.

—Se hicieron muchos interrogatorios —dijo Patrik sacando de la carpeta un grueso fajo de documentos mecanografiados—. Interrogaron a los amigos y familiares de las chicas. Fueron preguntando de casa en casa por la zona y a los delincuentes habituales también los llamaron para interrogarlos. En total, unos cien interrogatorios, por lo que veo aquí.

—¿Dieron algún resultado?

—No, nada, hasta que recibieron la información de Gabriel Hult. Él mismo llamó a la policía para contar que había visto a Siv en el coche de su hermano la noche en que la joven desapareció.

—¿Y qué? Eso no pudo bastar para convertirlo en sospechoso de haberla asesinado.

—No, pero cuando interrogaron a Johannes Hult, el hermano de Gabriel, aquel negó haber hablado con ella ni haberla visto siquiera; sin embargo, a falta de otras pistas más contundentes, la investigación se centró en él.

—¿Y todo eso condujo a algo? —Martin tenía los ojos abiertos de par en par, indicio de la involuntaria fascinación que sentía por aquella historia.

—No, no sacaron nada más. Y un par de meses después, Johannes Hult se colgó en su granero, así que podríamos decir que la pista se enfrió bastante.

—Resulta un tanto extraño que se quitase la vida tan poco tiempo después de aquello.

—Sí, pero si él fue culpable, debió de ser su espíritu el que mató a Tanja. Un muerto no puede matar…

—¿Y qué me dices de su hermano, que llamó para acusar a uno de su propia sangre? ¿Por qué hace alguien una cosa así? —Martin frunció el ceño—. Pero ¡qué tonto soy! Se llaman Hult… Deben de ser familia de Johan y Robert, nuestros viejos y fieles servidores en el gremio de los ladrones.

—Exacto, así es. Johannes era su padre. Después de haberme informado sobre la familia Hult, entiendo un poco mejor por qué Johan y Robert nos visitan tan a menudo. No tenían más de cinco y seis años respectivamente cuando Johannes se colgó, y fue Robert quien lo encontró en el cobertizo. Imagínate cómo le pudo afectar la experiencia a un niño de seis años.

—Pues sí, ¡qué barbaridad! —Martin movía la cabeza de un lado a otro—. Oye, necesito un café. Mi indicador de contenido de cafeína está ya en rojo. ¿Tú quieres una taza?

Patrik asintió, y poco después Martin volvía con dos tazas humeantes. Suerte que empezaba a hacer tiempo de bebidas calientes.

Patrik reanudó su exposición.

—Johannes y Gabriel eran hijos de un hombre llamado Ephraim Hult, también conocido como el
Predicador
. Era un famoso pastor de la Iglesia Libre de Gotemburgo, que congregaba a numerosas multitudes a encuentros durante los que hacía que sus hijos, que entonces eran pequeños, hablasen varios idiomas y curasen a los enfermos y los tullidos. La mayoría de la gente lo consideraba un impostor y un charlatán, pero, en cualquier caso, ganó el premio gordo cuando murió una señora de su fiel parroquia, Margareta Dybling, que le dejó en herencia cuanto poseía. Además de una fortuna considerable en dinero contante y sonante, también le legó un gran terreno de bosque junto con una espectacular casa señorial en la zona de Fjällbacka. De repente, Ephraim perdió el deseo de difundir la palabra de Dios, se mudó allí con sus hijos y, desde entonces, toda la familia vive del dinero de esa señora.

La superficie de la pizarra aparecía ya garabateada de anotaciones y el escritorio de Patrik estaba atestado de papeles.

—No es que la historia familiar carezca de interés, pero ¿qué tiene eso que ver con los asesinatos? Tú mismo lo has señalado antes: Johannes murió más de veinte años antes de que Tanja fuese asesinada y un muerto no puede matar, como bien dijiste. —A Martin le costaba ocultar su impaciencia.

—Cierto, pero he revisado todo ese viejo material y el testimonio de Gabriel es, te lo aseguro, lo único interesante que he encontrado en aquella investigación. También esperaba poder hablar con Errold Lind, el responsable del caso, pero por desgracia murió de un infarto en 1989, así que este material es cuanto tenemos para guiarnos. A menos que tú tengas una propuesta mejor, sugiero que empecemos averiguando algo más sobre Tanja, al mismo tiempo que hablamos con los padres de Siv y de Mona; después decidiremos si vale la pena volver a hablar con Gabriel Hult.

—Sí, me parece sensato. ¿Por dónde quieres que empiece?

—Encárgate tú de las pesquisas sobre Tanja y procura que Gösta se ponga manos a la obra a partir de mañana mismo, que ya se han acabado para él los días de darse la gran vida.

—¿Qué me dices de Mellberg y Ernst? ¿Qué piensas hacer con ellos?

Patrik suspiró.

—Mi estrategia consiste en mantenerlos fuera, en la medida de lo posible. Eso se traducirá en una mayor carga laboral para nosotros tres, pero creo que, a la larga, ganaremos con ello. Para Mellberg, si no tiene que trabajar, tanto mejor y, además, en principio, ha declinado la responsabilidad de esta investigación. Ernst tendrá que seguir con lo que está haciendo, es decir, hacerse cargo de tantas denuncias como pueda. Si necesita ayuda, le mandamos a Gösta; tú y yo hemos de estar libres, en la medida de lo posible, para proseguir con la investigación. ¿Comprendes?

Martin asintió entusiasmado.


Yes, boss
.

—Bien, entonces, manos a la obra.

Una vez que Martin se hubo marchado de su despacho, Patrik se sentó de cara a la pizarra, con las manos cruzadas en la nuca y sumido en profunda reflexión. Tenían ante sí una misión ingente y apenas contaban con algo de experiencia en investigaciones de asesinato, por lo que el corazón se le hundió en el pecho en un ataque de desconfianza. Deseaba con todas sus fuerzas que la experiencia de la que carecían pudiese compensarse con su entrega. Martin ya estaba en la onda y vaya si no iba a hacer por despertar a Flygare de su dulce sueño. Si, además, lograban mantener apartados de la investigación a Mellberg y a Ernst, se decía, quizá tuviesen probabilidades de resolver los asesinatos, aunque no muchas, en especial teniendo en cuenta que la pista de los dos primeros estaba tan fría que casi podría considerársela congelada. Sabía que tendrían más posibilidades si se concentraban en Tanja, pero, al mismo tiempo, su instinto le decía que la relación entre los tres asesinatos era tan estrecha y tan real que era preciso resolverlos de forma paralela. No sería fácil infundir algo de vida en la vieja investigación, pero tenían que intentarlo.

Tomó un paraguas del paragüero, miró una dirección en la guía telefónica y se marchó bastante apesadumbrado. Había misiones que le resultaban inhumanas.

L
a lluvia tamborileaba persistente en las ventanillas y, de haber sido otras las circunstancias, Erica habría acogido de buen grado el frescor que traía aparejado. Sin embargo, el destino y unos parientes pesados se oponían a sus deseos y, en cambio, se veía arrastrada al límite de la demencia.

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