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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Nuestra especie (26 page)

BOOK: Nuestra especie
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El homosexual indio de Norteamérica denominado berdache representa otra variante de sexo respetado, a medio camino entre el hombre y la mujer, que posee dotes sobrenaturales y poderes chamánicos. El berdache vestía como una mujer y prestaba servicios sexuales como esposa de facto a algún guerrero victorioso, al lado de su otra o sus otras esposas. Por su dedicación a las tareas domésticas y su habilidad para la confección de ornamentos con cuentas y plumas, las coesposas aceptaban al berdache o incluso acogían con satisfacción su presencia. Para el guerrero, poseer uno era un honor que en modo alguno ponía su virilidad en tela de juicio. Muchos berdaches utilizaban sus dones sobrenaturales para convertirse en chamanes. En las sociedades oglala y teton, por ejemplo, imponían nuevos nombres a hombres y mujeres en la pubertad, el matrimonio y otras crisis vitales. Entre los indios cuervos, derribaban el primer árbol para la danza del sol; entre los cheyennes, organizaban y dirigían la danza del cuero cabelludo, y entre los navajos, creeks y yokuts, desempeñaban funciones especiales en los funerales. El berdache podía servir simultáneamente a varios guerreros y el guerrero podía tener más de uno a la vez. Pero los berdaches no mostraban interés sexual por otros berdaches. Y en cuanto a los guerreros, éstos no manifestaban interés alguno por mantener relaciones homosexuales con nadie que no fuera un berdache.

La India, tesoro inagotable de ejemplos etnográficos, también posee sus varones homosexuales sagrados, llamados hijras. Pertenecientes por su anatomía al sexo masculino, estos «ni hombres ni mujeres» se someten a castración para ser admitidos en una de las siete «casas» de la comunidad Mira. Los/las hijras visten como mujeres, llevan el pelo largo, se arrancan el vello facial en lugar de afeitarse, adoptan nombres femeninos, se sientan en los transportes públicos en sitios «reservados exclusivamente para señoras» y han realizado campañas para que se les reconozca el derecho a ser contabilizados como mujeres en el censo nacional. Con frecuencia toman «esposas» masculinos ya casados y con hijos, pero que les ofrecen ayuda económica a cambio de la oportunidad de entregarse a prácticas sexuales de las que sus esposas no saben nada. Los/las hijras menos afortunados o emprendedores se ganan la vida prostituyéndose. Parte de sus ingresos procede, asimismo, de la mendicidad, actividad en la que son maestros gracias al truco de amenazar con levantarse el sari y enseñar sus genitales mutilados a menos que se les dé limosna. Pero tradicionalmente los/las hijras obtienen la mayor parte de su sustento ejecutando determinados rituales, en particular, en las ceremonias que acompañan al nacimiento de un varón. Convocado a la casa del recién nacido, el/la hijra toma a la criatura, la sostiene en sus brazos e inicia una danza en la que inspecciona los genitales del crío, confiriendo así fecundidad, prosperidad y salud al recién nacido y a su familia.

Por último, está el caso del varón gay contemporáneo, forma de homosexualidad institucionalizada que probablemente no haya existido jamás en ninguna parte, excepto en la cultura occidental. Su singularidad radica en que la mayoría heterosexual norteamericana condena todas las manifestaciones del comportamiento homosexual y, hasta hace pocos años, utilizaba la maquinaria judicial para castigar a los culpables aun de un solo acto homosexual. Los varones gay, debido a la continua hostilidad y ridiculización de que han sido objeto, forman una comunidad separada, muy parecida a una casta o una minoría étnica. En este aspecto se asemejan a los/las hijras, con la salvedad de que cuando éstos mantienen relaciones sexuales con no-hijras, los no-hijras no se convierten en homosexuales, en tanto que el varón norteamericano, casado o no, que haga lo propio con un gay se convierte, por convención general, en una persona de estatus indeterminado al que la comunidad gay trata de reclutar y la mayoría heterosexual trata de expulsar.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Señalé en «La necesidad de ser amado» que la sociedad necesita niños, aun cuando los adultos sexualmente activos no los necesiten. Como reacción a la perspectiva de una frustración generalizada de la reproducción, resultante de la transición de las economías agrarias a las economías industriales, los estratos sociales empleadores de mano de obra presionaron para que se promulgaran leyes que condenasen y castigasen severamente todas las formas de relación sexual no reproductora. El objetivo de este movimiento era convertir el sexo en un privilegio que la sociedad concediera exclusivamente a quienes fueran a utilizarlo para fabricar criaturas. La homosexualidad, ejemplo flagrante de sexo no reproductor, se convirtió, junto a la masturbación, las relaciones premaritales, las prácticas anticonceptivas y el aborto, en blanco principal de las fuerzas pronatalistas.

Pero a mi examen del universo homosexual le queda aún la mitad del camino por recorrer.

Mujer con mujer

Debido al predominio de observadores androcéntricos entre los antropólogos, los datos sobre prácticas lésbicas son escasos. Creo, no obstante, que es correcto afirmar que las formas institucionalizadas de homosexualidad femenina no se encuentran tan desarrolladas como las masculinas. Enseguida explicaré el porqué.

Los antropólogos sólo han registrado un puñado de rituales de iniciación femenina que entrañen comportamientos lésbicos. En la sociedad Dahomey del África occidental, por ejemplo, las adolescentes se preparaban para el matrimonio asistiendo a escuelas de iniciación exclusivamente femeninas donde aprendían a «dar consistencia a sus genitales» y a realizar el coito.

Las mujeres, que rara vez soportan el peso de las acciones militares, tienen poquísimas oportunidades de utilizar la relación homoerótica entre maestro y aprendiz para constituir equipos bélicos solidarios. Análogamente, su exclusión de las academias en la Grecia clásica impidió la participación femenina en las variantes filosóficas de dicha relación y, dado que los hombres consideraban a las mujeres como su «objeto» sexual, la incidencia de los escarceos lésbicos entre mujeres de alto rango y jóvenes esclavas u otro tipo de inferiores sociales nunca pudo ser demasiado elevada. Es más frecuente, en cambio, que las mujeres adopten papeles sociosexuales correspondientes a la categoría «ni hombre ni mujer», vistiéndose como varones, realizando tareas masculinas tales como cazar, poner trampas y hacer la guerra, y utilizando su condición sociosexual intermedia para acreditarse como chamanes. En diversas tribus autóctonas de la Norteamérica occidental estas «ni hombres ni mujeres» de sexo femenino mantenían relaciones lésbicas con mujeres con las que contraían matrimonio regular. Pero se dispone de escasos elementos de juicio que abonen la suposición de la existencia de relaciones lésbicas en la mayoría de las culturas que permitían los papeles sociosexuales correspondientes a la categoría «ni hombre ni mujer».

Varios casos documentados de lesbianismo institucionalizado están relacionados con la emigración de los varones en busca de trabajo. En la isla caribeña de Carriacou, donde los maridos emigrados se encuentran lejos del hogar durante la mayor parte del año, las mujeres casadas maduras se llevan a vivir a sus casas a solteras más jóvenes y comparten con ellas el dinero que les envía el marido a cambio de favores sexuales y apoyo sentimental. Una pauta similar se da en Sudáfrica, donde se le llama «jugar a mamás y bebés».

Una de las formas más interesantes de lesbianismo institucionalizado se dio en la China de mediados del siglo XIX y principios del XX, en varios de los distritos productores de seda de la región del delta del río Perla, en el Kwangtung meridional. Allí la mano de obra de las factorías de gusanos de seda se componía casi exclusivamente de solteras. Estas, aunque mal pagadas, se hallaban no obstante mucho mejor situadas que sus maridos en potencia. Así, las obreras de la seda, en vez de aceptar el estatus subordinado que el matrimonio imponía a las mujeres chinas, formaban hermandades antimatrimoniales que proporcionaban apoyo económico y sentimental a sus miembros. Si bien no todas las 100.000 miembros de estas hermandades mantenían relaciones lésbicas, eran corrientes los matrimonios lésbicos integrados por dos y, a veces, tres mujeres.

Parece claro, pues, que el abanico de formas institucionalizadas de homosexualidad femenina, aun teniendo en cuenta los ángulos muertos en los informes etnográficos elaborados por observadores de sexo masculino, es más reducido que el de las formas institucionalizadas de homosexualidad masculina. ¿Quiere esto decir que el comportamiento homosexual es menos frecuente en las mujeres que en los hombres? Seguramente no. Lo más probable, sencillamente, es que la homosexualidad femenina haya sido condenada a la clandestinidad o se haya expresado en contextos no institucionalizados que escapan a la observación. Aunque está escasamente documentado, es muy probable que la adolescencia brinde en todo el mundo considerables ocasiones para las experiencias homosexuales femeninas. Hasta hace poco, por ejemplo, no se sabía que las muchachas !kung del Kalahari realizan juegos sexuales con otras chicas antes de realizarlos con chicos.

El matrimonio polígino constituye probablemente otro contexto propicio para las relaciones lésbicas. Al parecer, la práctica de las mismas era corriente en las sociedades nupe, haussa y dahomey del África occidental, así como en las sociedades azande y nyakusa del África oriental. En los harenes del Medio Oriente, donde las coesposas rara vez veían a sus maridos, muchas mujeres establecían relaciones lésbicas a despecho de los severos castigos que podían acarrear estas conductas de desafío al varón.

El movimiento gay femenino aporta otras pruebas de que la homosexualidad femenina no es la imagen especular de su contrapartida masculina. Como movimiento social, el lesbianismo se ha visto eclipsado tanto por la política homosexual masculina como por el programa político del feminismo. Tanto los gays masculinos como los femeninos pertenecen a comunidades socialmente segregadas que proporcionan a sus miembros servicios cotidianos esenciales, además de seguridad física y emocional. Pero las redes comunitarias de los varones gays tienen mayor número de miembros, cubren un espectro más amplio de ocupaciones y poseen más influencia política. Esto se debe, bien irónicamente, al hecho de que los varones en general se benefician de una educación infantil en el arte de afirmarse agresivamente y a su acceso a profesiones y empleos bien remunerados. Así pues, es posible que la «liberación» fuera más difícil para las mujeres que para los varones gays porque las primeras tenían que luchar no sólo contra el ostracismo que padecían como desviadas sexuales, sino también contra su subordinación como mujeres, en tanto que los segundos sólo tenían que luchar contra ese ostracismo. «La imposición de la heterosexualidad —ha señalado Evelyn Blackwood— está ligada a la falta de poder económico de la mujer y al confinamiento de la actividad femenina a la esfera doméstica». Ser gay, masculino o femenino, pone en entredicho los fundamentos de la familia contemporánea. Por añadidura, ser lesbiana pone en entredicho la definición masculino heterosexual de la mujer como objeto sexual para uso exclusivo del varón. De ahí que mujeres de diferente orientación sexual hayan encontrado una causa común en la lucha por destruir la construcción ideológica del sexo femenino.

¿Esperma contra óvulo?

Sabemos que las hembras y los machos humanos pertenecen a la misma especie, pero a juzgar por su aspecto, su manera de hablar y su comportamiento, cabría pensar lo contrario. ¿Son hombres y mujeres clases de seres fundamentalmente diferentes? ¿Es posible que el organismo y los órganos sexuales femeninos, por un lado, y el organismo y los órganos sexuales masculinos, por otro, formen parte de un paquete genético más amplio que incluye programas básicos para formas de pensamiento y conducta que son esencialmente diferentes y privativas de cada sexo?

El punto focal de las actuales teorías biológicas sobre las pautas de pensamiento y conducta presuntamente innatas y gobernadas por la condición sexual es la idea de que, por naturaleza, hombres y mujeres siguen estrategias reproductoras distintivas y competidoras: una estrategia ovular femenina y una estrategia espérmica masculina. Se supone que el óvulo obliga a la mujer a ser más exigente a la hora de escoger pareja, a tener menos compañeros sexuales, a dedicar más cuidados y esfuerzos que los varones a la crianza de los recién nacidos y niños. La estrategia espérmica obliga a los hombres a aparearse indiscriminadamente con muchas mujeres distintas y a consagrar menos cuidados y esfuerzos que las mujeres a la crianza de recién nacidos y niños. Estas dos estrategias opuestas son, a su vez, reflejo de las diferencias en cuanto a tamaño y cantidad entre óvulos y espermatozoides. A lo largo de su vida, las mujeres sólo disponen de un pequeño número de ocasiones para transmitir sus genes a la descendencia. Poseen una reserva fija de óvulos que pueden utilizar a razón de uno al mes nada más. Una vez embarazadas, no pueden dar a luz de nuevo hasta que hayan transcurrido, como mínimo, dieciocho meses. Los hombres, en cambio, producen espermatozoides por decenas de millones. Al ser la hembra la que aporta su organismo para la tarea de criar el feto, para los machos es reproductivamente beneficioso ir preñando a una mujer tras otra en rápida sucesión con sus pequeños y baratos espermatozoides. En el tiempo que necesita una hembra para producir una criatura con su único y costoso óvulo, el macho que escuche la llamada de sus genes puede engendrar una docena o más. Así pues, lo que aquélla supuestamente busca en su pareja es lo contrario de lo que el varón busca en la suya. La mujer desea que el hombre esté cerca, que provea a su mantenimiento y el del crío; el varón, moverse libremente, seduciendo a tantas mujeres como sea posible. «A los machos —escribe E. O. Wilson— les compensa ser agresivos, rápidos, inconstantes y poco discriminativos. En teoría, para las hembras es más rentable ser tímidas e identificar al macho con los mejores genes… que más probabilidades tenga de quedarse con ella tras la inseminación. Los seres humanos obedecen fielmente a este principio biológico». Las estrategias del óvulo y del esperma permiten, además, explicar por qué violan los hombres a las mujeres —para eludir completamente los costes de la paternidad— y por qué la poliginia es mucho más frecuente que la poliandria: los hombres se niegan a invertir su esperma en un único embarazo, en especial, cuando no se puede tener la certeza sobre la paternidad.

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