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Authors: Pablo Tusset

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

Oxford 7 (15 page)

BOOK: Oxford 7
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—¿Podemos visitarlo? —dice Torres.

—Sólo uno de los dos, y sólo si procura no alterarlo.

Torres y Marsalis se miran:

—Entra tú —dice Marsalis.

Torres sigue a la ingeniera. Atraviesan varias puertas automáticas de cristal hasta los boxes de cardiología. Torres ha de quitarse su sombrero Trylbi manchado de barro y ponerse una bata, mascarilla, gorro y unos escalpines de color verde antes de atravesar la última puerta. Luego la ingeniera le indica dónde está la cama de Palaiopoulos, entrando a la izquierda, en el segundo box.

Palaiopoulos está ligeramente incorporado, con la sábana cubriéndolo hasta el pecho y una máscara respiratoria encajada en el embozo. Se gira cuando escucha el resoplido de la puerta automática. Con la bata de hospital parece mucho más delgado que con su traje y su corbata de franjas marrones. Su cuello arrugado recuerda al de un galápago.

—Profesor... —dice Torres.

—¿Quién es? —pregunta Palaiopoulos. Su voz no es del todo su voz: es una imitación sintética que emite la máscara.

—Leroy Torres...

—Torres... No te conocía con todo ese disfraz que llevas...

—¿Se encuentra bien?

—Sí —se detiene un momento para mirar la puerta automática, como asegurándose de que no ha entrado nadie más en el box—. Esa zorra de Deckard se nos ha delantado a la jugada y he tenido que fingir un ataque de corazón para librarme de ella. Tenemos que reorganizarnos, ¿dónde está Marsalis?

—Afuera, sólo nos han permitido entrar a uno de nosotros.

—Echa un vistazo detrás de esas cortinas —dice Palaiopoulos.

El box contiguo de la derecha está vacío. En el de la izquierda hay alguien con la cabeza cubierta por un casco integral presurizado. Parece estar en hibernación cardiorrespiratoria.

—Estamos solos —dice Torres.

Palaiopoulos levanta las cejas.

—No hay tiempo de explicarte toda la conversación con Deckard —dice—, pero las cosas no están saliendo del todo bien. Se las ha arreglado para identificar el transbordador en que viajaban los chicos y ha estado escuchando sus conversaciones. Pero ha malinterpretado lo que ha oído, cree que pretendemos chantajearla con un farol, o al menos eso me ha dado a entender. Lo más importante ahora es que sabe que los chicos se dirigen a Barcelona aunque no sabe para qué, al menos todavía. Sería fundamental que lográramos comunicar con ellos y ponerlos sobre aviso.

—No es posible... Son ellos los que tienen que hacer la llamada cuando localicen a Francisco. Pero es poco menos que imposible que puedan entrar en Barcelona si la policía local está avisada.

—Todavía tenemos una oportunidad —dice Palaio—. Hay que confiar en que a ese granuja de Alonso se le ocurra algún truco de los suyos.

Rick se ha acercado al empleado de caja del Duty Free.

—Oiga, ¿no hay camisetas del Barça más baratas?

—Lo siento, señor: sólo tenemos la oficial de esta temporada. Nos las sirve la
butic
del Nou Camp Nou.

—Pues debe de haber un error en la etiqueta: una asquerosa camiseta a rayas no puede valer 180 eurodólares.

—Es la asquerosa camiseta oficial del Barça, señor.

Rick vuelve al departamento de deportes, donde esperan los chicos. Antes de llegar se detiene ante el aparador de las gafas de esquí. Se ve a sí mismo reflejado en una de las lentes, con la barretina que acaba de ponerse en el departamento de moda de caballero y la camiseta azul y grana colgando del brazo.

—Cielo santo: a lo que he llegado —dice.

Toma una de las gafas expuestas, las que le parecen más aparatosas. Mira el precio.

—¿Cien eurodólares? —dice en voz alta en dirección a la caja—, si ni siquiera son del Barça...

El empleado finge que no lo ha oído. Rick sigue hasta donde están los chicos. Le tiende las gafas a Marcuse.

—Póntelas —le dice—. Y hazte a la idea de que son unas gafas fotográficas.

—Las gafas fotográficas no son así —dice Marcuse.

—Éstas son el último modelo de Nikon. ¿Crees que los profesionales llevan gafas fotográficas de turista? Póntelas y ensaya sacándonos unas instantáneas exclusivas para
La Vanguardia
.

—Qué es
La Vanguardia
.

—No preguntes y ensaya. ¿O prefieres hablar ucraniano?

La amenaza es suficiente para que Marcuse se ponga las gafas de cristal irisado y empiece a moverse alrededor del grupo en busca de ángulos interesantes.

—Vale —le lanza la camiseta a BB—, y tú ponte esto.

—¿No podríamos ser de otro equipo?, no me gustan los colores de éste.

—Vaya: a la señorita no le gustan los colores del Barça... ¿Crees que pagaría 180 eurodólares por estos colores si nos valieran los del Español?, ¿vais a llevarme la contraria cada vez que os diga que hagáis algo, maldita sea?

—¿Sabe que está sexy con la barrachina? —dice Mam'zelle—. Tiene un aspecto muy, ¿cómo se dice?... ¿
catalanish
?

—Se llama barretina... Y si oigo un comentario más al respecto os dejo plantados aquí mismo, ¿vale?

Marcuse sigue en su papel de fotógrafo profesional en busca del mejor perfil de BB:

—¿No nos había dicho que el Barça era algo de propaganda política? —dice.

—Es un negocio muy diversificado. Venga, vamos a repasar todo una vez más y nos lanzamos, no puedo perder todo el día con esto. A ver, tú, ¿cómo te llamas?

La pregunta es para BB.

—Iryna Viloseva —dice BB.

—Muy mal: sólo entiendes ucraniano; si alguien te pregunta el nombre tienes que poner cara de
non capito
y soltar algún galimatías, ¿vale?


Siveslava non amishka
—dice BB.

—Así me gusta. A ver, tú, la traductora: cómo me llamo yo —mira a Mam'zelle.

—Espere... ¿Jordi Businés?

—Señor, Jordi Businés. A un cazatalentos deportivo del Barça se le tiene un respeto, ¿comprendido? Bien: recapitulemos: por culpa del retraso del vuelo de Kiev llegamos tarde a la rueda de prensa en directo, así que estamos indignados y con razón. Yo no hablaré más que en catalán y gesticularé mucho, sólo cuando me dirija a ti cambiaré el tono de voz —Mam'zelle asiente—. Ésa será la señal, entonces tú te limitas a fingir que me entiendes y a traducirle algo a Iryna Viloseva. A ver, Iryna: ¿dónde habéis tomado el vuelo intraterrestre a Barcelona?


Kakareshna putania
—dice BB, negando con la cabeza y las manos.

—Buena chica. Eso es: siempre moviéndote, como si estuvieras calentando en la banda. Habrá que comprar unas flores de bienvenida; a franjas rojas y amarillas... Y recordadlo los tres: a las preguntas contesto siempre yo.

—¿No deberíamos comprar también los patines? —pregunta Marcuse.

—¿Qué patines? —dice Rick.

—Los de fútbol. ¿No se juega con patines?

Rick se pasa una mano por la cara:

—Será un milagro si no terminamos todos en comisaría... Tú limítate a sacar fotos para
La Vanguardia
y mantén la boca cerrada, ¿comprendido?

—¿Puedo ir un momento al lavabo? —pregunta Mam'zelle—, creo que me he excitado un poco.

—Por el amor de Dios, ¿es que no puedes contenerte un rato?

Emily Deckard ha tratado de dormir. Se ha traído el vaso de licor a la mesilla de noche, se ha puesto un pijama de acetato rojo oscuro. El dormitorio huele ligeramente a lavanda y a wintergreen. Ha oscurecido la cristalera del dormitorio para evitar que la luz la despierte cuando se abran los paneles cenitales.

Consigue perder la conciencia de estar despierta, pero se mantiene en un duermevela inquieto. No ha servido de mucho la sesión de baño, ni el alcohol, ni el pijama de acetato. Cambia constantemente de postura. Tiene frío, después calor. Su mente se resiste al abandono necesario para entrar en una fase de sueño profundo. Sin darse cuenta está tratando de condicionarlo. Quiere soñar algo útil, algo que la ayude a resolver el nudo gordiano que ocupa su cabeza.

Alejandro Magno.

Lo mismo es cortarlo que desatarlo.

Se levanta de la cama. Se pone un batín de cachemira sobre el pijama rojo. Enciende un cigarrillo. No tiene buen sabor, pero sigue fumando camino del salón. Luz de estudio, dice en voz alta. Semilla musical: Impresionistas, dice. El screener de pared adquiere una luminiscencia verdosa. Empieza a sonar Satie, la
Gnossienne número 4
.

Deckard se sirve un dedo de licor en un vaso limpio. Levanta el vaso para beber. Al alzar la cara ve la cúpula de la estación tras el techo transparente. Los paneles siguen completamente cerrados y oscurecidos. Trata de relajar los músculos del cuello. Se dirige al rincón del escritorio, junto a la salida a la terraza. El mueble es una antigüedad auténtica: estilo Thompson, roble macizo de Eslavonia, con su butaca a juego. Se sienta. Trata de descorrer la persiana del escritorio. Está cerrada. Abre el primer cajón de la derecha, rebusca en el fondo, encuentra la llave. Una llave de metal, renegrida. Cuesta un poco abrir la persiana. Adentro hay un pequeño screener portátil. Pulsa el encendido.

No hay energía magnética en el acumulador.

Se le escapa un pequeño gruñido de protesta. Se levanta de la butaca y atraviesa el salón hacia la cocina. Se oye revolver cajones sobre los últimos compases de la
Gnossienne
. Vuelve al salón con el inductor en la mano. Se acerca al escritorio, apoya el inductor contra el metal del pequeño screener. Pulsa el gatillo. Se oye un chasquido y un beep electrónico. Vuelve a sentarse en la butaca.

Termina la pieza de Satie y empieza a sonar Debussy.
Preludio a la siesta de un fauno
.

Hay que buscar en su base de datos personal. Escribe su clave de acceso. Inicia la base de datos Sea Drops. No se le ocurre qué instrucciones dar de viva voz. Abre el casillero de criterios de filtro y selección.

En la columna «objeto» escribe «Informe».

En la columna «fecha» escribe «>2080 and <2085»

En la columna «palabras clave» escribe «Barcelona».

Pulsa el icono de búsqueda.

«Ningún registro cumple los criterios de filtro», dice el mensaje.

Deckard modifica el rango de fechas. Lo amplía entre 2075 y 2080.

«Ningún registro cumple los criterios de búsqueda», dice el mensaje.

El cigarrillo está a punto de quemarle los dedos. Se levanta a por un cenicero. Vuelve al escritorio y mira el screener. Toca la columna «objeto» y borra la palabra «Informe».

Vuelve a pulsar el icono de búsqueda.

«Un registro cumple los criterios», dice el mensaje.

Deckard lee debajo:

«Objeto: Análisis kinésico pericial.»

«Solicitante: Departamento de Psiquiatría Forense, Interpol.»

«Vídeo original asociado: 23/11/2078 - Comisaría Layetana-Barcelona.»

«Edición de trabajo: 781123 MM 1632.»

«Informe: en hipertexto.»

Deckard toca el icono del vídeo original asociado. El screener pasa a negro y empieza la emisión.

Las primeras imágenes son confusas. La cámara se mueve de forma caótica, se ve el suelo, pedazos de una calle, del cielo de Earth, confusión de gente, humo. El sonido es el ambiental. Golpes, voces cercanas en un idioma desconocido, sirenas. La cámara enfoca hacia un grupo numeroso de personas situadas a unos cincuenta metros del que filma. Se trata de una algarada, un tumulto de jóvenes, muchos con el rostro tapado con un pasamontañas o una bufanda. Otros visten algo parecido a un traje talar con capucha, pero es difícil distinguir porque la cámara sigue moviéndose. La calle es un bulevar arbolado, con un amplio paseo central. Alguien cercano al que filma parece darle instrucciones y la cámara se desplaza un poco a la derecha. Se ve un taxi con las puertas abiertas; es un taxi de color amarillo y negro con la luz de libre encendida, está vacío. Varios individuos saltan sobre el capó haciendo que todo el deslizador oscile. Patean el parabrisas hasta hacerlo añicos. En este punto, Deckard cree recordar el vídeo, aunque no en este formato. Ahora la cámara se mantiene más firme y se acerca en zoom hacia un detalle de la escena. El vídeo está editado con posterioridad a la filmación y se ha superpuesto un círculo blanco que distingue a un sujeto. Viste uno de esos hábitos que parecen monacales, pero es de color claro. Se señala a sí mismo con los pulgares; se retira la capucha y alza la cabeza en señal de desafío hacia alguien que no está en el plano.

Deckard detiene el vídeo y vuelve a la pantalla de resultados de la base de datos.

Pulsa el icono de la edición de trabajo del vídeo.

Los vídeos que enviaba la policía podían ser de muy mala calidad. Era responsabilidad de los becarios del departamento editarlos para mejorar la imagen y el sonido, para centrar el sujeto a estudiar o para aislar secuencias de varios de ellos que actuaran en grupo. No era un trabajo de simple edición de imágenes, incluía distinguir y resaltar las escenas más significativas según criterios de ingeniería emocional.

Al inicio del vídeo editado era preceptivo incluir el nombre del sujeto a analizar y el del becario que había hecho el trabajo de edición.

«Nombre del sujeto: Desconocido», dice al inicio de éste.

«Alias: Francisco Asís.»

«Edad: Desconocida.»

«Edición: Mijaíl Marcuse.»

Las imágenes seleccionadas y mejoradas empiezan directamente en la escena del taxi, pero ahora es posible distinguir con más detalle la expresión del individuo a estudiar, ligeramente ralentizada. El total es de unos tres minutos que Deckard vuelve a ver y analizar diez años después con un sentimiento de horror que no sintió la primera vez. Hace diez años ese Francisco no era más que un energúmeno anónimo, un posible psicópata entre muchos, alguien que pertenecía a una realidad que le era ajena y a quien nunca esperaría cruzarse en su camino.

Ahora, la relectura del informe que escribió entonces sobre ese Francisco le parece incluso optimista. Por razones de seguridad, en la cabecera no viene su nombre sino sólo su código de ingeniera emocional. El informe consta de tres páginas en hipertexto:

«Nivel sintomático narcisista», lee.

«Pérdida del autocontrol como intento de paliar los terrores interiores», lee.

«Instrumentalización del otro, arrogancia, presunción, exigencia desmedida ante pretendidos agravios.»

«Personalidad vengativa y paranoide.»

«Alta probabilidad de conducta antisocial, delincuencia ritual, abuso de drogas y sexualidad de riesgo.»

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