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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (34 page)

BOOK: Patriotas
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A continuación, tratando de parecer tranquilo pero conteniendo la respiración, Nelson deslizó el fardo de dinamita por el tubo de metal de la
fougasse.

Cuando hubo estirado su brazo todo lo que pudo, siguió empujando el paquete hacia el fondo de todo con la ayuda del palo de escoba.

—Como veis, me he dejado el cable de comunicación colgando; ya me ocuparé de él más tarde.

Después de decir esto, Mike empezó a meter los trapos dentro del tubo.

—¿Para qué sirven? —preguntó Rose.

—Para lo mismo que el algodón con los cartuchos de una escopeta —contestó Mike sin apartar la vista de lo que estaba haciendo.

Después de apretar suavemente los trapos con el palo de escoba, Nelson empezó a echar los trozos de metal oxidado y los vidrios rotos dentro del tubo y a prensarlos también con la escoba. Mike hizo entonces un gesto de extrañeza y se rió un poco. Luego se giró hacia donde estaban Rose y Doug y se presionó las puntas de las cejas hacia arriba.

—Si son propulsados con la fuerza suficiente, se convierten en proyectiles de una gran potencia —citó de memoria.

Doug soltó una risotada. Rose no entendió la broma.

—¿Qué pasa, Rose? —preguntó Mike—. ¿Acaso no veías Star Trek? ¿No te acuerdas del capítulo en el que el capitán Kirk ha de enfrentarse con el capitán de la nave de los Gorn, con el gigantesco hombre reptil?

—Ah, sí, ya me acuerdo —dijo Rose sonriendo—. ¿De ahí has sacado la idea de hacer el
foie gras
este?

—No, el concepto es el mismo —dijo Mike moviendo la cabeza hacia los lados—, pero el diseño lo he sacado directamente de los manuales de los ingenieros militares. Este cabrón no se puede teletransportar, como el del capitán Kirk, pero es diez mil veces más seguro.

Mike casi había terminado. Hizo un orificio cerca del extremo de la tapa de plástico con la navaja. Luego, pasó por él los extremos del cable WD-1 y deslizó la tapa hasta que esta acopló con el borde del tubo de seis pulgadas.

—Encaja de forma casi perfecta —afirmó. A continuación, añadió silicona alrededor del borde del tubo y rellenó también el orificio por donde pasaban los cables. Después, presionó la tapa de plástico contra el tubo.

—Doug, ¿puedes mantener esto apretado mientras le pongo algo de cinta aislante? —preguntó Mike.

—¡Sí, señor! —respondió Carlton al tiempo que daba un paso al frente.

Tras pasar varias veces la cinta aislante alrededor de la tapa, Mike colocó encima dos capas de plástico arrancadas de las bolsas de basura. Luego, volvió a enrollar todo dándole varias vueltas al rollo de cinta aislante.

—Bueno, con eso debería bastar para que esté completamente hermético —dijo Mike, frotándose las manos.

Mike, Doug y Rose se pasaron la media hora siguiente rellenando la trinchera y volviendo de nuevo a poner tierra por encima. La boca de la
fougasse
estaba cubierta por menos de tres centímetros de tierra. A menos que alguien tuviese instrucciones sobre dónde tenía que buscar, su existencia era indetectable.

Unas horas después, esa misma tarde y con la ayuda de más palas y de más brazos, se cavó una zanja poco profunda que iba desde la
fougasse
hasta la casa. Tras hacer otro nuevo empalme y envolverlo bien con cinta aislante, aprovecharon un conducto de ventilación que había entre los ladrillos para meter el WD-1 en el interior de la casa. El extremo del cable se colocó junto a una de las ventanas de delante, desde la que se podía ver perfectamente la puerta de la verja, y se conectó a un aparato activador de minas de la compañía Claymore, es decir, a un detonador.

El detonador era propiedad de Dan Fong. Varios años atrás, un compañero de la fábrica de conservas que había combatido en Iraq se lo había regalado. Primero de todo, comprobaron que el circuito funcionaba correctamente con un multímetro; después, colocaron el detonador, junto con el grueso cable de seguridad, en una caja de puros en la que pintaron en rojo una señal de advertencia que decía: «Por orden del coordinador táctico: que a nadie se le ocurra tocarlo».

A Todd le gustó tanto la
fougasse
que durante la semana siguiente Mike y sus pupilos construyeron cinco más. Para ello, gastaron la casi totalidad de la tubería de seis pulgadas. La segunda
fougasse
se puso en paralelo a un enorme árbol que había tumbado en el suelo a unos cuarenta y cinco metros de la casa. Todd eligió el sitio porque para cualquiera que intentase atacar la casa ese resultaría un lugar de lo más tentador para ponerse a cubierto.

—Si vemos a alguien que nos dispara parapetado detrás del tronco, apretamos y fuera, se acabó lo que se daba.

La tercera
fougasse
protegía un punto ciego que había debajo del puesto de observación y escucha. La cuarta estaba situada en un sitio junto al bosque donde se cruzaban varios senderos. Para poder controlar la zona cuando todo estuviese oscuro, se colocó un cable a la altura del pecho que accionaba una bengala. La quinta se instaló en la zona que quedaba detrás del granero, en el mismo lugar donde los saqueadores habían aprovechado para ponerse a cubierto. La sexta y última se plantó en un agujero en medio de la carretera rural, en el centro de la zona de emboscadas cubierta de nidos de araña. Esta
fougasse
se colocó para que detonara verticalmente, y fue diseñada especialmente para actuar contra vehículos. En su interior llevaba una barra afilada de acero de siete centímetros de diámetro, un bote de café relleno con casi un kilo de trozos sueltos de metal que servirían como metralla y toda la pólvora de una bengala de carretera de treinta minutos de duración. A lo largo del bote había pequeñas hendiduras, a dos centímetros de distancia las unas de las otras. De esta forma, la metralla tardaría un poco más en salir disparada y lo haría íntegramente en el interior del vehículo.

El detonador que había en la caja de puros fue sustituido por un tablero de control que construyó Kevin. Contaba con suficientes indicadores luminosos y palancas como para controlar diez artefactos distintos, ya fueran
fougasses,
detonadores Claymore o cargas explosivas contra vehículos. Las primeras cinco
fougasses
se conectaron al tablero en cuanto este fue probado. Echando mano de su talento artístico, Mary pintó varios números y diagramas junto a la ventana donde se emplazó el tablero, al que todos pasaron a llamar Señor Destructor. Lo único que había que hacer era identificar el objetivo, consultar el diagrama pintado en la pared y pulsar el botón con el número correspondiente. Era tan sencillo que hasta un niño podía hacerlo. Pero justo para que un niño no pudiese manipularlo, Kevin incluyó en el tablero un interruptor eléctrico. Este interruptor servía para cortar la electricidad procedente de la batería de moto con la que funcionaba el tablero. La batería estaba conectada constantemente a la red de 12 V de corriente continua de la casa.

Todd, al que le seguía preocupando la posibilidad de que los vehículos embistieran contra la verja que rodeaba la casa, le pidió a Mike que coordinara la construcción de una zanja alrededor de la valla. Kevin Lendel había sido en realidad el que le había sugerido a Todd la idea de llevar a cabo esta mejora. Para cavar la zanja, a la que casi todos llamaban cariñosamente «el foso», fue precisa una semana de duro trabajo por parte de todos los integrantes del grupo.

Tras consultar uno de sus manuales de ingeniería militar, Mike explicó que para que fuese efectiva, la zanja debía hacerse en forma de ele inclinada. La parte más corta de la ele sería una pared vertical en el lado más cercano a la valla, mientras que la otra parte se alejaría de esta y estaría inclinada hacia arriba. La trinchera tendría un metro y medio de altura en la parte más profunda. De ancho, alcanzaría los tres metros. Enfrente de la puerta se colocó una estrecha pasarela hecha de madera y recubierta de una capa de contrachapado de un centímetro y medio de grosor.

Todd le contó a Mike, en una charla privada que mantuvieron los dos, su preocupación acerca de la posibilidad de sufrir más ataques de bandas de saqueadores.

—Dadas las circunstancias, supongo que hemos hecho todo lo posible —le dijo a Mike—, pero si tuviésemos alambre de espino me quedaría mucho más tranquilo. Si lo hubiese pensado podría haber comprado un poco de alambre de concertina de saldos del ejército, o algo de alambre de cuchillas de uso civil. El militar era muy barato, lo podría haber comprado por poquísimo dinero. Ahora debe de costar una fortuna.

Mike y él se quedaron después boquiabiertos, con una expresión que ya comenzaba a resultarles familiar.

—Después de visto, todo el mundo es listo —recitaron al unísono.

Tras considerar distintas alternativas, entre las que se encontraba colocar unas trampas
punji,
Todd y Mike decidieron poner algunos obstáculos recubiertos con alambre a ras de suelo. Mike contó rápidamente al grupo de trabajo en qué consistía la cosa.

—La función de estos obstáculos a ras de suelo es conseguir que quien pretenda acercarse a nuestra posición, en nuestro caso, la casa, tenga que aminorar el paso. Lo que vamos a hacer es clavar en el suelo, una vez superada la verja, postes de metal en forma de te con una distribución más o menos aleatoria, pero de modo que nunca disten unos de otros más de tres metros de distancia. A continuación, engancharemos alambres entre los postes a una altura de entre quince centímetros y un metro del suelo, de manera que formen una especie de enorme tela de araña. Así, el que consiga superar la valla no podrá acceder a la casa tan fácilmente. El alambre a la altura de los pies los obligará a ir más despacio, ya que tendrán que cortar, pasar por encima o trepar por debajo de cada uno de los cables. En ese intervalo de tiempo, tendremos ocasión de descubrirlos y de acabar con ellos.

En la construcción de la red de obstáculos a ras de suelo emplearon tan solo tres horas, gracias a la participación en la tarea del grupo en su totalidad.

Una vez estuvieron instaladas todas las nuevas medidas de seguridad, el grupo continuó durante varias semanas esperando con cierto nerviosismo a que la misma banda de saqueadores intentase llevar a cabo otro ataque. Pasado un tiempo, el nerviosismo se redujo, pero lo cierto es que tras este primer ataque, el ambiente en el refugio ya nunca volvió a ser el mismo.

12. Los templarios

«Tercer pescador: Maestro, me pregunto cómo vivirán los peces en el mar. Primer pescador: Pues lo mismo que los hombres en la tierra, los peces grandes se comen a los pequeños.»

Pericles, príncipe de Tiro

El grupo comandado por Todd Gray comenzó a patrullar por fuera del perímetro del refugio ese mismo invierno, unas semanas después de que los saqueadores atacasen. Como estaban bien abastecidos y cada vez eran más y más autosuficientes, tiempo atrás habían tomado la decisión de postergar la salida del refugio. Llegaron a la conclusión de que cuanto más tiempo esperaran, más desgastadas estarían las fuerzas de las distintas bandas de saqueadores. Aparte de eso, querían evitar la posibilidad de que algún vecino que hubiese perdido los nervios les disparara. Habitualmente, las patrullas estaban formadas por siete efectivos, que se dividían en tres equipos de dos y un líder. Las primeras patrullas que se llevaron a cabo a pie se mantuvieron a poca distancia del refugio. Comenzaron trabando contacto con las granjas de los alrededores. Las más próximas estaban todas abandonadas, ya que a los propietarios les habían «hecho un hueco» sus familiares o conocidos en algún otro lugar. La granja habitada más cercana estaba a algo más de medio kilómetro de distancia. Aparte de los dueños de la casa, dos familias más vivían allí ahora.

El grupo no tardó en fijar un protocolo para establecer un primer contacto con las granjas. Primero de todo, se aproximarían lo suficiente como para que pudiesen ser vistos desde la granja. A continuación, uno de los miembros de la patrulla ondearía una bandera blanca hecha con una sábana partida por la mitad y se acercaría hacia la casa con su rifle o escopeta colgado a la espalda. La operación tenía sus riesgos, pero ante la imposibilidad de una comunicación electrónica, aquella era la única forma de evitar un tiroteo.

La mayoría de las veces, los contactos con las bien protegidas granjas no tuvieron complicaciones.

El miembro del grupo que primero trabara contacto les preguntaría a los granjeros si necesitaban algún tipo de ayuda. En la mayoría de los casos, la respuesta era negativa. En alguna ocasión les pidieron algunos productos como antibióticos o cerillas. El grupo hizo todo lo posible por satisfacer sus peticiones. La directriz general que tenía Todd con respecto a la caridad era que había que dar «todo lo posible y más». Quería dejar meridianamente claro que el grupo estaba allí para ayudar a sus vecinos, no para intimidarlos. Sin entrar tampoco en muchos detalles, los vecinos eran informados de la existencia del grupo, y se les comunicaba que, en caso de que los saqueadores intentaran asaltar cualquiera de las granjas de la zona, el grupo haría todo lo posible por repeler el ataque.

Lo siguiente era recopilar cualquier información que los granjeros pudiesen tener acerca de las bandas de saqueadores que circulaban por el territorio. Antes de marcharse, les comunicaban que el grupo estaba permanentemente a la escucha en el canal 7 de la banda ciudadana. La emisora recogida de casa de Kevin había sido instalada en la mesa del mando del cuartel para este propósito.

Conforme las patrullas hicieron alguna incursión hacia el oeste, comenzaron a oír que los granjeros hacían referencia a los templarios, quienes por lo visto tenían un fuerte bien organizado cerca de Troya, ciudad situada a treinta kilómetros al oeste de Bovill. Cuando se les pedía más información acerca de estos templarios, los granjeros afirmaban que eran hombres vestidos con uniformes de camuflaje que portaban armas del ejército y escopetas, y que habían contactado con algunos de sus vecinos. Al igual que «el grupo», también se habían ofrecido a prestarles cualquier tipo de ayuda.

Hasta que no llegaron más al oeste de Deary no contactaron con ningún granjero que hubiese tenido contacto directo con los templarios. De hecho, cuando la patrulla fue avistada, el granjero en cuestión los saludó diciéndoles:

—Eh, templarios. Bajad aquí.

Hasta que los integrantes de la patrulla no entraron en el corral, no se dio cuenta el hombre de que no eran miembros del grupo de los templarios.

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