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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Relato

Payasadas (14 page)

BOOK: Payasadas
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Y gracias a ella me enteré de que entre mis nuevos parientes se encontraban Clarence Narciso-11 Johnson, Jefe de Policía de Batavia, Nueva York, Mohamed Narciso-11 X, ex campeón mundial de boxeo en la categoría de los semi pesados, y María Narciso-11 Tcherkassky, la
prima Ballerina
del ballet de la Ópera de Chicago.

* * *

Y en cierto modo me alegro de que Sophie nunca llegara a ver la guía de su grupo familiar. Los Cacahuetes parecían realmente un grupo bastante prosaico.

El más famoso que recuerdo era una figura de segunda categoría de las carreras sobre patines.

Hi ho.

* * *

Entonces, después de que el Gobierno proporcionara las guías, la libre empresa produjo los periódicos familiares. El mío era
Las Naci-noticias
. El de Sophie, que siguió llegando a la Casa Blanca mucho tiempo después de que ella se hubiera ido, era
El Rumor de la Tierra
. Vera me dijo el otro día que el de las Ardillas se llamaba
La Madriguera
.

En los anuncios económicos, los parientes pedían trabajo o capital para sus empresas y ofrecían incluso cosas en venta. Las nuevas columnas mencionaban los triunfos de diversos miembros del grupo y prevenían contra otros que eran depravados o estafadores. Se publicaban listas de familiares a los que se podía visitar en distintas cárceles y hospitales.

Había editoriales que exigían programas de seguridad social, actividades deportivas, etc. Recuerdo un interesante ensayo, publicado en
Las Narci-noticias
o en
El Rumor de la Tierra
, en el que se sostenía que las familias de elevados principios morales eran las que mejor contribuían a mantener la ley y el orden, y que se podía esperar que desaparecieran los organismos policiales.

«Si usted se entera de que algún pariente participa en actividades delictivas», terminaba diciendo, «no avise a la policía. Llame a otros diez parientes.»

Y cosas por el estilo.

* * *

Vera me dijo que el lema de
La Madriguera
había sido el siguiente: «Un buen ciudadano es un buen hombre de familia o una buena mujer de familia».

* * *

Cuando las nuevas familias comenzaron a indagar sobre sí mismas, se encontraron algunas curiosas estadísticas. Casi todos los
Pachysandras
, por ejemplo, sabían tocar un instrumento musical, o por lo menos cantaban afinadamente. Tres de ellos dirigían importantes orquestas sinfónicas. La viuda de Urbana que había recibido la visita de los chinos era una
Pachysandra
. Daba clases de piano y con eso se mantenían ella y su hijo.

Las
Sandías
, por regla general, pesaban un kilo más que los miembros de las otras familias.

Las tres cuartas partes de los
Azufres
eran mujeres.

Y así hubo muchos casos.

En cuanto a mi familia, había una extraordinaria concentración de
Narcisos
en Indianápolis y sus alrededores. El periódico familiar se publicaba allí. En la primera página, junto al nombre, se leía: «Impreso en la Ciudad de los Narcisos, EE.UU.»

Hi ho.

* * *

Aparecieron los clubs familiares. Corté personalmente la cinta en la inauguración del
Club Narciso
aquí en Manhattan, en la calle 43, muy cerca de la Quinta Avenida.

Fue una experiencia que me dio qué pensar, aunque estaba drogado por el tri-benzo-conductil. Una vez yo había pertenecido a otro club y a otro tipo de familia artificialmente ampliada, que tenía la misma sede. Mi padre, mis abuelos, y mis cuatro bisabuelos también habían sido miembros del club.

El edificio había servido una vez de refugio para hombres ricos y poderosos, y bastante entrados en años.

En ese momento estaba lleno de mujeres y niños, de ancianos que jugaban a las damas o al ajedrez o que simplemente soñaban, de muchachos que aprendían a bailar o jugaban a los bolos o se entretenían en las máquinas tragaperras.

No pude dejar de reírme.

* * *

Capítulo 38

FUE precisamente durante esa visita a Manhattan cuando vi el primer
Club de los Trece
. Según me habían dicho, había docenas de esos disipados establecimientos en Chicago. Ahora Manhattan tenía el suyo.

Eliza y yo no habíamos contado con que toda la gente que tuviera el número 13 junto al nombre se agruparía en forma casi inmediata para formar la familia más numerosa de todas.

Y ciertamente que sufrí las consecuencias de mis propias medidas cuando le pregunté al portero del
Club de los Trece
de Manhattan si me dejaba entrar a dar un vistazo. El interior se veía muy oscuro.

—Señor presidente —me dijo—, con todo respeto permítame preguntarle, ¿es usted un
Trece
?

—No —le respondí—, usted sabe que no lo soy.

—Entonces —replicó—, me veo obligado a decirle

Lo que tengo que decirle. Con todo el respeto imaginable, señor, ¿por qué no se fornica una rosquilla voladora? ¿Por qué no da un salto y se fornica la Iuuuuuuuuuuuuuna? Me quedé extasiado.

* * *

Y fue también durante esta visita cuando tuve las primeras noticias de la Iglesia de Jesucristo Secuestrado. En ese tiempo era una pequeña secta establecida en Chicago, pero estaba destinada a convertirse en la religión de mayor éxito en toda la historia del país.

Me enteré de su existencia por un folleto que me entregó un pulcro y radiante joven cuando cruzaba el vestíbulo de mi hotel en dirección a las escaleras. Miraba con frecuencia a su alrededor de una manera que me pareció algo excéntrica, como si esperara sorprender a alguien espiándole desde detrás de una palmera o un sillón, e incluso encima de él, desde la araña de cristal.

Estaba tan absorto en su tarea de lanzar ardientes miradas en todas direcciones que el hecho de entregarle un folleto al presidente de los Estados Unidos no despertó en él el menor interés.

—¿Puedo preguntarle qué está buscando, joven? —le dije.

—A nuestro Salvador, señor —replicó. —¿Usted cree que Él está en este hotel? —Lea el folleto —contestó.

Así lo hice, instalado en mi solitaria habitación, con la radio encendida.

En la parte superior de la hoja se veía un primitivo cuadro de Jesús, de pie, con el cuerpo de frente y la cabeza de perfil, como la sota de la baraja. Estaba amordazado y esposado. En un tobillo tenía un grillete unido por una cadena a un anillo, fijo en el suelo. Del párpado inferior de Su Ojo colgaba una lágrima perfecta.

Bajo la ilustración había una serie de preguntas y respuestas que decían lo siguiente:

PREGUNTA: ¿Cómo se llama?

RESPUESTA: Soy el reverendo William Uranio-8 Wainwright, fundador de la Iglesia de Jesucristo Secuestrado, avenida Ellis 3872, Chicago, Illinois.

PREGUNTA: ¿Cuándo nos enviará Dios a su Hijo por segunda vez?

RESPUESTA: Ya lo ha hecho. Jesús está aquí, entre nosotros.

PREGUNTA: ¿Por qué no hemos visto ni oído nada acerca de Él?

RESPUESTA: Porque ha sido secuestrado por las Fuerzas del Mal.

PREGUNTA: ¿Qué debemos hacer?

RESPUESTA: Debemos abandonar todo lo que estemos haciendo y emplear en su búsqueda todas las horas de nuestra vigilia. Si no lo hacemos, Dios hará uso de Su Opción.

PREGUNTA: ¿Cuál es la Opción de Dios?

RESPUESTA: Puede destruir a la Humanidad en el momento en que le plazca.

Hi ho.

* * *

Esa noche vi al joven cenando solo en el comedor. Me maravilló verle agitar la cabeza en todas las direcciones sin dejar de comer y sin derramar una sola gota. Incluso buscaba a Jesús debajo del plato y del vaso, y no sólo una vez, sino en repetidas ocasiones. No pude dejar de reírme.

* * *

Capítulo 39

PERO entonces, precisamente en el momento en que todo iba tan bien, cuando todo el mundo era más feliz que nunca, aunque el país estaba en bancarrota y cayéndose a pedazos, la gente comenzó a morir por millones víctima de la
Influenza Albana
, en la mayoría de los sitios, y aquí en Manhattan a causa de la
Muerte Verde
.

Y ese fue el fin de la nación. Quedó reducida a algunas familias y nada más.

Hi ho.

* * *

Se formaron reinos y ducados y tonterías así, se organizaron ejércitos y se construyeron fuertes, pero hubo poca gente que los admirara. Las familias ya tenían bastante con el mal tiempo y la mala gravedad.

Y en medio de todo esto, una noche de mala gravedad se desmoronaron los cimientos de Machu Picchu. Los condominios, las boutiques, los bancos, los ladrillos de oro, las joyas, las colecciones de arte precolombino, el teatro de la ópera, las iglesias, todo rodó por las laderas de los Andes y se precipitó al mar.

Lloré.

* * *

Y las familias pintaban por todos lados retratos de Jesucristo Secuestrado.

* * *

Durante un tiempo la gente siguió enviando noticias a la Casa Blanca. Yo veía la muerte por todos lados y esperaba morir.

La higiene personal se descuidó rápidamente. Dejamos de bañarnos y de cepillarnos los dientes con regularidad. Los hombres se dejaron barba y el pelo les llegaba a los hombros.

Empezamos a destruir la Casa Blanca casi sin pensarlo. Para abrigarnos, quemábamos muebles, barandillas, paneles, marcos de pinturas, etc., en la chimenea.

Hortensia Almizcle-13 McBundy, mi secretaria, murió de influenza. Mi ayuda de cámara, Eduardo Fresa-4 Kleindienst, murió de influenza. La vice presidente, Mildred Helio-20 Theodorides, murió de influenza.

Mi consejero científico, el doctor Alberto Aguamarina-1 Piatigorsky, expiró en mis brazos en el suelo de mi despacho.

Era casi tan alto como yo. Debemos de haber sido todo un espectáculo ahí en el suelo.

—¿Cuál es el sentido de todo esto? —me repetía una y otra vez.

—No lo sé, Alberto —respondí—. E incluso quizás me sienta feliz de no saberlo.

—¡Pregúntaselo a un chino! —exclamó y comenzó su descanso eterno, como suele decirse.

* * *

De vez en cuando sonaba el teléfono. Ocurría en tan escasas ocasiones que comencé a contestarlo personalmente.

«Habla el presidente», comenzaba. Y a lo mejor, a través de una comunicación débil y llena de ruidos, me encontraba hablando con alguna especie de criatura mitológica: El rey de Michigan, quizás, el gobernador de Florida para Casos de Urgencia, o el alcalde suplente de Birmingham, o gente parecida.

Pero a medida que pasaban las semanas disminuían las comunicaciones.

Finalmente se interrumpieron totalmente.

Me olvidaron.

Así terminó mi mandato como presidente, cuando ya habían transcurrido tres cuartas partes de mi segundo período presidencial.

Y había algo muy importante que se me estaba agotando casi con la misma rapidez: mi irreemplazable provisión de tri-benzo-conductil.

Hi ho.

* * *

No me atreví a contar las píldoras que me quedaban hasta que fueron tan pocas que ya no pude evitarlo. Dependía en tal forma de ellas, les estaba tan agradecido, que me parecía que mi vida iba a terminar con la última de las pastillas.

También me estaba quedando sin personal. Muy pronto me vi sólo con un servidor. Todos los demás o habían muerto o se habían marchado debido a que ya no se recibían comunicaciones.

Mi hermano, el fiel Carlos Narciso-11 Villavicencio, el friegaplatos al que había abrazado el día en que me convertí en Narciso, fue el único que permaneció junto a mí.

* * *

Capítulo 40

COMO todo se había deteriorado tan rápidamente y ya no había quien actuara con cordura, cultivé la manía de contar las cosas. Contaba las tablillas de las persianas venecianas, los cuchillos, cucharas y tenedores en la cocina, contaba los mechones de la colcha de la cama de Abraham Lincoln.

Un día me hallaba contando las barras de una barandilla, a gatas sobre la escalera, aunque la gravedad era regular con tendencia a liviana. Y de pronto me di cuenta de que un hombre me miraba desde abajo.

Llevaba un traje de ante, mocasines, un sombrero de piel de mapache, y un rifle.

Santo Dios, presidente Narciso, me dije a mí mismo, esta vez sí que has perdido la chaveta. Ahí abajo está el famoso Daniel Boone.

Y luego otro hombre se unió al primero. Vestía como un piloto de guerra de los tiempos, mucho antes de que me eligieran presidente, en que había una cosa que se llamaba Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

—Déjenme adivinar —dije en voz alta—. O es el Día de los Inocentes o es el 4 de julio.

* * *

El piloto pareció desagradablemente sorprendido por el estado de la Casa Blanca.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —dijo.

—Todo lo que puedo decirle —contesté— es que se ha hecho historia.

—Esto es espantoso —comentó. —Si usted cree que esto está mal —repliqué—, debería ver cómo está la cosa
aquí
.

Y me di unos golpecitos en la cabeza con las puntas de los dedos.

* * *

Ninguno de ellos tenía la más mínima sospecha de que yo pudiera ser el presidente. Por ese entonces yo ya era un mamarracho.

Ni siquiera querían hablar conmigo, ni tampoco entre ellos, en realidad. Resultó que no se conocían. Simplemente habían llegado al mismo tiempo por casualidad, ambos con una misión urgente.

Inspeccionaron las otras habitaciones y encontraron a mi Sancho Panza, Carlos Narciso-11 Villavicencio, que estaba preparando el almuerzo con galletas para travesías y una lata de ostras ahumadas y algunas otras cosas que había encontrado. Y Carlos los trajo de vuelta a donde yo estaba y los convenció de que yo era en realidad el presidente de lo que él, con toda sinceridad, llamaba «el país más poderoso del mundo».

Carlos era un hombre muy tonto.

* * *

El pionero traía una carta para mí de parte de la viuda de Urbana, Illinois, que unos años antes había recibido la visita de los chinos. «Querido doctor Swain», comenzaba...

Soy una persona común y corriente, una profesora de piano, que sólo tiene de especial el haber sido la esposa de un gran físico, el haberle dado un hermoso hijo, y después de su muerte, haber recibido la visita de una delegación de chinos muy pequeños, uno de los cuales me dijo que su padre le había conocido. El padre se llamaba Fu Manchú.

Los chinos me hablaron del asombroso descubrimiento que había hecho mi marido, el doctor Félix Bauxita-13 von Peterswald, antes de morir. Mi hijo, que a propósito es un Narciso-11 como usted, y yo, hemos mantenido este descubrimiento en secreto porque lo que revela sobre la situación de los seres humanos en el Universo es sumamente desmoralizador, por no decir más. Tiene relación con la verdadera naturaleza de lo que nos espera a todos después de la muerte. Lo que nos espera, doctor Swain, es sumamente aburrido.

No me resigno a llamarlo
Cielo
ni el
Eterno Descanso
ni ninguna de esas cosas. El único nombre que puedo darle es el que le daba mi marido y el que también le dará usted cuando se entere. Él lo llamaba el «Criadero de Pavos».

En resumen, doctor Swain, mi marido descubrió un sistema para hablar con los muertos que se encuentran en el Criadero de Pavos. Nunca me enseñó la técnica, ni se la enseñó a mi hijo ni a nadie. Pero los chinos, que por lo visto tienen espías en todas partes, de algún modo se enteraron. Vinieron a estudiar sus diarios y examinaron también los restos del aparato.

Una vez que hubieron descubierto el proceso, tuvieron la amabilidad de explicarnos, a mí y a mi hijo, cómo realizar el escalofriante truco, si lo deseábamos. Ellos se sentían muy decepcionados con el descubrimiento. Explicaron que era algo nuevo para ellos pero que «sólo tiene interés para los miembros de los restos de la Civilización occidental», cualquiera que sea el significado de estas palabras.

He confiado esta carta a un amigo que espera unirse a un importante núcleo de parientes artificiales, los Berilios, en Maryland, que está muy cerca de usted.

Esta carta está dirigida al «doctor Swain» y no al «señor presidente» porque su contenido no tiene ninguna relación con los intereses nacionales. Se trata de una carta sumamente personal para informarle que he hablado varias veces con su difunta hermana Eliza a través del aparato de mi marido. Ella me ha comunicado que es de extrema importancia que venga pronto aquí para que pueda hablar directamente con usted.

Esperamos ansiosos su visita. Por favor no se sienta insultado por la conducta de mi hijo y hermano suyo, David Narciso-11 von Peterswald, que no puede dejar de proferir obscenidades y hacer gestos groseros incluso en los momentos menos apropiados. Padece el mal de Tourette.

Su fiel servidora.

Wilma Pachysandra-17 von Peterswald

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